Una grieta que parece no tener fin
La dramática y
fascinante historia argentina
Lo que nos pasó a
partir del 25 de mayo de 1810 hasta la deposición del virrey Pezuela el 29
de enero de 1821
“Una nación es un alma, un principio
espiritual. Dos cosas que no forman sino una, a decir verdad, constituyen esta
alma, este principio espiritual. Una está en el pasado, la otra en el presente.
Una es la posesión en común de un rico legado de recuerdos; la otra es el
consentimiento actual, el deseo de vivir juntos, la voluntad de continuar
haciendo valer la herencia que se ha recibido indivisa. El hombre, señores, no
se improvisa. La nación, como el individuo, es el resultado de un largo pasado
de esfuerzos, de sacrificios y de desvelos. El culto a los antepasados es,
entre todos, el más legítimo; los antepasados nos han hecho lo que somos. Un
pasado heroico, grandes hombres, la gloria (se entiende, la verdadera), he ahí
el capital social sobre el cual se asienta una idea nacional. Tener glorias
comunes en el pasado, una voluntad común en el presente; haber hecho grandes
cosas juntos, querer seguir haciéndolas aún, he ahí las condiciones esenciales
para ser un pueblo. Se ama en proporción a los sacrificios que se han
consentido, a los males que se han sufrido. Se ama la casa que se ha construido
y que se transmite. El canto espartano: Somos lo que vosotros fuisteis, seremos
lo que sois, es en su simplicidad el himno abreviado de toda patria. En el
pasado, una herencia de gloria y de pesares que compartir; en el porvenir, un
mismo programa que realizar; haber sufrido, gozado, esperado juntos, he ahí lo
que vale más que aduanas comunes y fronteras conformes a ideas estratégicas; he
ahí lo que se comprende a pesar de las diversidades de raza y de lengua. Yo
decía anteriormente: haber sufrido juntos; sí, el sufrimiento en común une más
que el gozo. En lo tocante a los recuerdos nacionales, los duelos valen más que
los triunfos; porque imponen deberes; piden el esfuerzo en común. Una nación
es, pues, una gran solidaridad, constituida por el sentimiento de los
sacrificios que se ha hecho y de aquellos que todavía se está dispuesto a
hacer”.
Ernest Renan: “¿Qué es una nación?”
(conferencia en
De
Introducción
Marzo de 2008 fue un mes clave para el
gobierno de la presidente Cristina Kirchner. Con su apoyo el ministro de
Economía Martín Lousteau lanzó
La relación política amigo-enemigo enarbolada
por Carl Schmitt se había instalado en el país. Dos grupos antagónicos se
habían declarado la guerra poniendo en jaque la legitimidad democrática. Causó
asombro el odio anidado en el espíritu de quienes participaron en los
cacerolazos, odio que fue cuidadosamente alimentado por las usinas mediáticas
opositoras al gobierno. Quedó de esa manera dramáticamente en evidencia la
existencia de dos modelos antitéticos de país, dos Argentinas que jamás
congeniaron. Por un lado
¿Por qué nunca fuimos capaces de ser una
nación? He aquí la gran pregunta. Se cuentan por millares los libros escritos
intentando responderla. No es mi intención, por ende, pretender hacerlo. Lo que
sí intentaré hacer es tratar de poner en evidencia la imposibilidad de la
democracia como filosofía de vida de echar raíces en nuestro suelo. Nunca
fuimos capaces de garantizar, a pesar de nuestras diferencias ideológicas, una
convivencia basada en el respeto y la tolerancia.
Todos nuestros desencuentros, nuestra
incapacidad para vivir en democracia, comenzaron a partir de la revolución que
nos permitió independizarnos del imperio español. Esta afirmación no implica
una valoración negativa de lo que aconteció el 25 de mayo de 1810. Todo lo
contrario. Simplemente es una constatación de un fenómeno al que jamás logramos
encontrarle solución: la lucha a muerte entre sectores antagónicos, ávidos de
poder. En aquellas jornadas históricas comenzó a incubarse el germen de la
discordia, la intolerancia, la violencia. Hasta el día de la fecha hemos sido
incapaces de encontrarle el antídoto adecuado.
Lo que nos pasó a
partir del 25 de mayo de 1810 hasta la deposición del virrey Pezuela el 29 de
enero de 1821
La antesala del 25 de mayo de 1810
La revolución del 25 de mayo de 1810 fue el
fruto de un largo proceso social, político y económico que comenzó a acelerarse
el 22 de febrero de 1809 cuando el marino Baltasar Hidalgo de Cisneros,
residente en Cartagena, recibió una impactante noticia: había sido nombrado
virrey en el Plata en reemplazo de Liniers.
El gran problema que tuvo Cisneros aún antes
de emprender el viaje rumbo al Río de
Cisneros arribó a Montevideo el 30 de junio de
1809. Estaba convencido de que Buenos Aires era un hervidero político. En
realidad, las ideas de independencia no eran populares. No había, en aquel
momento, una opinión pública que las apoyara. Sin embargo, había grupos, como
los miembros del partido Carlotista, que estaban “inquietos”. Así lo reconoció
Felipe Contucci, quien residía en Buenos Aires trabajando por el reconocimiento
de la infanta Carlota. Según su mirada, en marzo de 1809 “unos están prontos a reconocer
cualquier dinastía, sea francesa, española o musulmana, con tal que hallen en
ella la conservación de sus puestos y empleos y la continuación de las
restricciones comerciales; otros desean un gobierno que de esperanzas de
reformar la administración y proscribir toda especie de restricciones. Este
último partido es el más numeroso pero sin influencia en razón de la
discrepancia de sus planes y proyectos; aquél, muy inferior en número,
prevalece en razón de la unión y la identidad de vistas e intereses, y
riquezas”. Según Contucci este partido estaba compuesto por “el gobierno y los
comerciantes” mientras que el otro partido, por “los agricultores, los hombres
de letras y los eclesiásticos”. Y advertía que si el partido más débil llegaba
a equilibrar su fuerza con la del partido del gobierno y los comerciantes, se
crearía un vacío de poder que obligaría a
(1) Roberto H. Marfany, Vísperas de Mayo, Ed.
Teoría, Buenos Aires, 1960, citado por Carlos Floria y César García Belsunce, Historia
de los argentinos, Ed. Larousse, Buenos Aires, p. 276.
Cisneros en el Río de
El sorpresivo arribo de Cisneros a Montevideo
provocó cierto descontento en Buenos Aires. El flamante virrey había ordenado
la entrega del mando fuera de la sede gubernamental de Buenos Aires, lo que fue
considerado un agravio por su antecesor, Liniers. Sin embargo, el Cabildo tomó
la decisión de recibirlo como el garante de un orden público bastante
resquebrajado, según sus miembros. La opinión pública, es decir los habitantes
de Buenos Aires, no mostraron entusiasmo alguno por su figura. Quienes sí se
mostraban preocupados eran los miembros de las fuerzas militares. Dicho estado
de ánimo resultaba perfectamente entendible. El cambio de Liniers por Cisneros
perjudicaba los intereses de aquellos militares criollos que habían adquirido
una gran influencia gracias a su participación en la defensa de Buenos Aires
durante las invasiones inglesas, y luego durante el mandato de Liniers. Temían
que Cisneros los juzgara “hombres de Liniers”. Otro factor de perturbación fue
la designación de Elío como subinspector general de las tropas del Plata,
catalogada como una ofensa a raíz de las tensiones con la ciudad de Montevideo.
Por último, el nuevo escenario era considerado un triunfo para quienes habían
sido derrotados en los hechos acaecidos en enero (1). El terreno se estaba
sembrando con las semillas revolucionarias.
Quien supo analizar con extrema sagacidad lo
que estaba aconteciendo por esas horas fue Manuel Belgrano. Consideró que
Cisneros carecía de autoridad para ejercer el poder en el Río de
(1) El 1 de enero de 1809 una delegación del
Cabildo exigió la renuncia del virrey Liniers. Su suerte parecía echada. La
presión era tan fuerte que decidió presentar su renuncia por escrito. Los
revolucionarios pro españoles dieron por descontado el derrocamiento de
Liniers. En cuestión de horas el panorama cambió radicalmente. Saavedra, seguro
de contar con más tropas que los sublevados, avanzó sobre la plaza mientras él
ingresaba al fuerte protegido por una escolta. Al sentirse apoyado, Liniers
intimó a los sublevados a que se rindieran. Cuando el choque armado era
inevitable las tropas comandadas por Álzaga se dispersaron. Las sanciones
fueron muy severas: las tropas intervinientes en la asonada fueron disueltas y
sus jefes fueron desterrados a Patagones, que en aquella época era como
obligarlos a emigrar a
(2) “Llamó Cisneros al virrey saliente
(Liniers) y a los comandantes a Colonia, donde según los capitulares, “se
desengañaría con (su) desobediencia, de (sus) verdaderas intenciones”. Pero
ante el llamado de Cisneros, añade Saavedra, “al momento Liniers se presentó
en
El desembarco de Cisneros en Buenos
Aires
Al arribar a Buenos Aires el nuevo Virrey se
encontró con un clima político que ni era tan tempestuoso ni tan calmo. Todo
parece indicar que el pueblo de Buenos Aires lo recibió con amabilidad. Ello se
debía porque, por un lado, la opinión pública aún no se había anoticiado de lo
que estaba sucediendo en España y, por el otro, porque la presencia del nuevo
Virrey no podía más que acaparar la atención de todos. Además, un
acontecimiento semejante era propicio para ocultar aquello que el poder no
quería que la población se enterase. Sin embargo, no todo era un lecho de
rosas. Como bien señala Ricardo Levene “no sólo eran innumerables y graves los
asuntos internos del Virreinato a mediados de 1809, sino que los resortes del
gobierno se habían aflojado por completo, desgastados por su uso violento,
indóciles a la voluntad dirigente” (1). En lenguaje contemporáneo, Liniers le
dejó a Cisneros una “pesada herencia”. El problema de ingobernabilidad era muy
serio. Escaseaban los recursos políticos, económicos y militares, abundantes en
épocas pretéritas. El circo montado en torno a la ceremonia de asunción de
Cisneros no podía ocultar la cruda realidad.
La dirigencia de Buenos Aires vivía aquellos
momentos con marcada tensión. Había dirigentes que se mostraban partidarios de
Cisneros, aunque costaba creer que fueran sinceros. Otros no ocultaban su
disconformidad e insatisfacción, y otros se oponían a la presencia de Cisneros
en una clara actitud antisistema. Para colmo, la fuerza militar había entrado
en estado deliberativo, lo cual no hacía presagiar un clima afable para
Cisneros. Apenas tomó las riendas del poder el flamante virrey ordenó un censo
para determinar el número de extranjeros. Realizado en un total hermetismo, fue
la herramienta utilizada por Cisneros para sacárselos de encima de manera
gradual. Evidentemente no confiaba demasiado en ellos. En agosto se produjo una
sublevación militar con motivo de la designación de Elío, la que pudo ser
controlada luego de que el gobierno cediera a la amenaza. Al mes siguiente
Cisneros se quejó por el elevado sueldo que Liniers había otorgado a las tropas
de veteranos y urbanas, pero optó por mantener el statu quo. Consciente de la
difícil situación reinante el virrey se convenció desde el principio que no
debía “molestar” a la fuerza militar. Y para que no quedara ninguna duda acerca
de su intención de ejercer un férreo control social sobre la población, en
noviembre creó el Juzgado de vigilancia política “en mérito de haber llegado a
noticia del Soberano las inquietudes ocurridas en estos sus dominios y que en
ellos se iba propagando cierta clase de hombres malignos y perjudiciales
afectos a ideas subversivas que propendían a trastornar y alterar el orden
público y el gobierno establecido” (2).
Cisneros no tomó estas medidas por capricho.
Era evidente su capacidad para percibir de entrada el escenario sobre el que
debía moverse. La creación de una policía política obedecía al temor que sentía
por la endeble estabilidad política e institucional. El virrey, hombre de armas
con vasta experiencia y político astuto, no tuvo más remedio que garantizar el
monopolio legítimo del uso de la fuerza, requisito esencial de todo sistema de
dominación. ¿Por qué obró de esa manera? Porque seguramente temió que en poco
tiempo lo derrocaran. Olfateó muy pronto el clima que estallaría apenas un año
más tarde. Evidentemente la situación lo sobrepasó. Fue incapaz de neutralizar
aquellos factores de poder que se pusieron en su contra apenas pisó el suelo de
Buenos Aires. Su intento de reorganizar las fuerzas militares tampoco dio los
resultados apetecidos. Era evidente su carencia de legitimidad.
Para colmo, el factor económico ejercía una
notable influencia. A comienzos del siglo XIX Europa era el escenario de un
desarrollo notable del sistema capitalista apoyado en el principio de la
libertad económica. Surgieron nuevas actividades económicas que, al
introducirse en territorios como el del Virreinato del Río de
Fue, qué duda cabe, una prueba de fuego para
el flamante virrey. Lo fue porque debió extremar su cintura política para
garantizar la coexistencia de intereses antagónicos y que, además, fuera
económicamente sustentable. En términos actuales se podría decir que Cisneros
no tuvo más remedio que satisfacer demandas influyentes y antagónicas sin caer
en el populismo. Como era lógico y previsible, fueron los comerciantes
españoles quienes le exigieron un tratamiento de privilegio. Pero si el
objetivo era lograr un precario equilibrio, no tuvo más remedio que permitir el
comercio legal con Gran Bretaña siempre dentro de determinadas restricciones definidas
por el Consulado. Para colmo, hacía cinco meses que las tropas no cobraban y
los recursos escaseaban. Ello explica la impotencia de Cisneros para combatir
el contrabando, una práctica habitual en aquella época.
Su intención de dejar contento a todo el mundo
tropezó con serios obstáculos. Los comerciantes españoles y los peninsulares
utilizaron el Cabildo y el Consulado para ejercer su poder de lobby en
beneficio de sus intereses. Ello explica su dura oposición a la intención del
virrey de imponer el libre comercio. En defensa del proteccionismo y el
monopolio tuvieron la habilidad de cubrir sus intereses haciendo hincapié en la
importancia de velar por el porvenir de los artículos y artesanías del interior
del país. Tampoco se privaron de hablar de moral y religión. El gran defensor
de las industrias nacionales fue Miguel Fernández de Agüero. Robusteció su
postura con datos de la realidad de Mendoza, San Juan,
El entuerto tuvo su fin con la sanción del
Reglamento de libre comercio de 1809 y una posterior medida cuyo objetivo era
impedir la entrada a piacere de los extranjeros y su eventual residencia
definitiva en el Río de
Al despuntar 1810 la situación económica lejos
estaba de ser apremiante. Es más, el futuro se mostraba amable con quienes
habían demostrado su adhesión al nuevo régimen que asomaba. Ni los criollos ni
los comerciantes británicos se veían afectados por el cambio que había
comenzado a gestarse. Sólo había un grupo (los españoles europeos) que se
quejaba pero estaba lejos del Río de
(1) Ricardo Levene,
(2)Libro de comunicaciones del consulado, en
Floria y García Belsunce, Historia de los…, p. 285.
(3) Floria y García Belsunce, Historia de….,
p. 287.
Vísperas de la revolución
En aquel entonces el sistema político español
se resquebrajaba sin remedio. Napoleón estaba obsesionado con España, a la que
quería someter a como diera lugar. Pero la empresa no era sencilla. A partir de
1808 la lucha entre españoles y franceses se tornó encarnizada y Napoleón
decidió el envío de sus mariscales para ponerle punto final a la cuestión. Al
expirar 1808 se produjo la capitulación de Madrid y un año más tarde José I y
sus tropas vencían a los españoles en Ocaña e invadía Andalucía. Finalmente, el
31 de enero de 1810 se produjo la caída de Sevilla provocando la inmediata
huída de
Floria y García Belsunce utilizan la expresión
“sistema político” para caracterizar al imperio español y citan a dos eminentes
politólogos del siglo XX: Robert Dahl y David Easton, y sus libros “Análisis
sociológico de la política” y “El sistema político”, respectivamente. El
imperio era, por ende, un conjunto interconectado de instituciones y
actividades que hacía factible la elaboración y aplicación de decisiones que
comprometían a la metrópoli y las colonias. España y sus posesiones americanas
estaban vinculadas a través de una sólida red de comunicaciones y lo que
decidía el corazón del sistema, España, repercutía sobre sus satélites. Al
invadir
Mientras tanto, el clima político reinante en el
Río de
Para comprender lo que estaba aconteciendo en
Buenos aires aquel histórico mayo de 1810 resulta insuficiente, remarcan Floria
y García Belsunce, hacer hincapié en esos episodios. Es fundamental
considerarlos como partes o elementos de un complejo proceso de cambio
político. Valiéndose del análisis sistémico consideran que “Los factores e
influencias que se cruzan entonces-de índole económica, social, política,
administrativa, militar e ideológica-, deben ser apreciados como interacciones
que se explican dentro de un sistema social del cual forman parte, con
autonomía relativa, un sistema-o subsistema-político y otro económico, en cada
uno de los cuales suceden hechos que rompen o hieren su lógica interna” (1). Lo
que acontecía en el subsistema económico repercutía en los restantes
subsistemas y lo que acontecía en estos subsistemas repercutía a su vez en el
subsistema económico. Y así sucedía con todos los subsistemas localizados
dentro del sistema social. Además, un proceso político revolucionario como el
que aconteció en el río de la plata en mayo de 1810 no puede explicado desde
una única perspectiva. Apoyándose en Crane Brinton (2) Floria y García Belsunce
consideran que un fenómeno tan complejo como el proceso revolucionario que tuvo
lugar en Buenos aires no puede ser analizado desde una única perspectiva. Sería
erróneo suponer, por ejemplo, que la revolución de Mayo surgió de manera
espontánea, como si fuese un fenómeno natural (un tsunami, por ejemplo).
También lo es creer que un proceso de esta índole fue el resultado de un plan
perfectamente diagramado y ejecutado por los revolucionarios. Para que se
produzca una revolución es fundamental que existan hombres dispuestos a cambiar
el statu quo en un ambiente que sea propicio.
El problema era que los revolucionarios de
aquella época tenían en mente proyectos de cambio disímiles. Ello se debía a
diferencias en sus temperamentos, en los medios de que disponían, en sus
ideologías y en la pertenencia a generaciones diferentes. Para ponerlo con
nombre y apellido: no eran lo mismo Cornelio Saavedra y Mariano Moreno. Sin
embargo, ambos tuvieron un gran protagonismo en los sucesos de mayo. Ello
significa que cuando se producen cambios tan radicales personalidades
diferentes se unen en torno a un mismo fin. Saavedra y Moreno se unieron para
cortar el cordón umbilical con el imperio español. Ahora bien, el hecho
revolucionario en sí era lo único que garantizaba la unión de los diversos
grupos que actuaron en la revolución. Una vez consumado, cada uno de ellos
intentó conducir el proceso que acababa de tener lugar en función de sus
intereses y objetivos. La armonía reinante en los momentos previos al hecho
revolucionario y en el momento de su consumación, desaparece una vez consumado.
Muchas veces meras diferencias de forma no hacen más que encubrir diferencias
de fondo que salen a la luz una vez que el proceso revolucionario se afianza
para luego ponerse en marcha. Al principio, los dos grupos que destituyeron a
Cisneros, los jacobinos (Moreno) y los moderados (Saavedra) lograron una suerte
de “coexistencia pacífica”. El afán de independizarse de España había sido más
fuerte que sus desavenencias. Pero más temprano que tarde os jacobinos
impusieron su concepción del proceso revolucionario. La revolución se había
radicalizado o, si se prefiere, “morenizado” (3). “La morenización” del proceso
revolucionario fue cuestionada, por ejemplo, por Ricardo Zorraquín Becú, para
quien Saavedra “quiso mitigar (…) la violenta lucha ideológica y política que
se desencadenó inmediatamente después de la revolución (pero) no pudo evitar
que en Buenos Aires mismo se produjeran los motines populares y las maniobras
políticas que en definitiva iban a quebrar su popularidad y a eliminarlo del
gobierno” (4).
(1) Floria y García Belsunce, Historia de
los…, p. 294.
(2) Crane Brinton, Anatomía de
(3) Aunque no lo reconozcan abiertamente,
Floria y García Belsunce lamentan la “morenización” de la revolución:
“Parecería como si los moderados debieran resignar su idealismo ante la presión
de un realismo sin mayor preocupación por las reglas del juego acordadas.
Aquéllos parecen obrar de acuerdo al sentido común, pero éste no parece regir
las circunstancias revolucionarias, de ahí su rápida desubicación en el
proceso”, “Historia de….”, p. 295.
(4) Ricardo Zorraquín Becú, Cornelio de
Saavedra, Revista “Historia”, núm. 18, Buenos Aires, 1960, p. 8, en Floria y
García Belsunce, Historia de…., p. 295.
Del 22 al 25 de mayo
La sociedad de Buenos Aires lejos estaba de
ser homogénea. Había diversos grupos que, pese a estar unidos por su afán de
independencia, perseguían objetivo diferentes. Un grupo bien diferenciado eran
los hacendados y los militares, que presionaban para forzar al gobierno a
adoptar una política económica determinada. Otros, como Elío y sus seguidores,
pretendían imponer específicas políticas de oposición y forzar dentro del
gobierno cambios en su personal que las garantizaran. Álzaga y los suyos
también pretendían cambios de personas en el gobierno pero además, querían que
existiera un gobierno formalmente independiente bajo el dominio de los
españoles europeos. Por último, estaban quienes proponían una suerte de
reformismo social promocionando la participación criolla en la estructura del
Virreinato. Salvo el grupo de los hacendados y los militares, que conformaban
un genuino grupo de presión, el resto quería participar activamente en el
proceso de toma de decisiones del flamante gobierno revolucionario.
Lo acaecido el 22 de mayo demostró la
“convivencia” de fuerzas políticas muy diferentes. La deposición de Cisneros
fue apoyada tanto por Saavedra como por Moreno, tanto por el general Ruiz
Huidobro como por Castelli. Como se expresa en la actualidad de manera
coloquial, “no los unía el amor sino el espanto”. Tres días más tarde, la
coalición desconoció la decisión del oficialismo de nombrar el 24
a Cisneros presidente de
La quiebra del sistema político español
permitió a la constelación de poderes (el político, el económico, el militar y
el moral) liberarse de las cadenas que la tenían subyugada. De esos poderes el
ideológico y el militar fueron vitales. Cuando se unieron-el primero como
factor determinante y el segundo como factor legitimador-la caída de Cisneros
fue inevitable. El proceso revolucionario había encontrado el actor ideal para
ejecutarlo y una ideología que lo justificaba. El poder militar había dejado de
ser un grupo de presión para pasar a ser un poderoso factor de poder, capaz de
tornear el curso de los acontecimientos. La unión del poder militar y el poder
ideológico hizo que el resto de los poderes se unieran. En otros términos: la
iglesia y los grupos económicos concentrados concluyeron que no había otro
camino que el apoyo a un proceso revolucionario que contaba con el apoyo de los
militares y la justificación de la ideología liberal. Los hechos que tuvieron
lugar entre el 18 y el 24 de mayo, los lugares en los que tuvieron lugar y la
identidad de sus protagonistas, corrobora la alianza militar-ideológica (1).
(1) “Esta amalgama de ambos poderes-el
ideológico y el militar-se refleja desde los lugares de reunión-casa de
Rodríguez Peña y Martín Rodríguez, por ejemplo-y sus asistentes militares y
civiles, hasta la representación conjunta en todas las cuestiones
trascendentes: Castelli y Martín Rodríguez el 18 de mayo; Saavedra y Belgrano
el 23; Castelli y Saavedra en
El Cabildo del 22 de mayo
El derrumbe del sistema político español había
afectado severamente la autoridad de Cisneros. Éste se demostraba incapaz de
garantizar la obediencia espontánea de los gobernados, lo que derivaba en una
severa crisis de legitimidad. Se había roto el acuerdo básico que debe existir
entre gobernantes y gobernados sobre las reglas de juego que debían regular la
sucesión del monarca. Si bien aún el principio fundamental de legitimidad
vigente hasta entonces-la confianza en la monarquía como sistema de gobierno-
aún no era cuestionado por el pueblo, un alto porcentaje de personas quería
tener participación en el proceso de elección del virrey y también expresar su
disconformidad con un régimen político que implicara la continuidad del
anterior. La idea de un cambio político profundo rondaba en muchísimas cabezas.
En ese clima efervescente funcionó el Cabildo el 22 de mayo de 1810. Quien
primero hizo uso de la palabra fue el Obispo Lué. Au mensaje fue claro y
contundente: si quedaba tan sólo un vocal de
Quien le salió al cruce fue el fiscal Villota.
Expresó que sólo
(1) Floria y García Belsunce, historia de
los…, p. 302.
La relevancia del factor ideológico
Una vez consumada la destitución de
Cisneros
Ello explica lo tumultuosas que fueron
aquellas jornadas cruciales. En el mediodía del 25 Cisneros presentó su
renuncia luego de ver fracasar su último intento por salvar el régimen. Los
revolucionarios ratificaron por escrito la constitución de una nueva Junta. El
síndico Leiva intentó un gesto desesperado. Aprovechando que la tarde de esa
histórica jornada era lluviosa y había, por ende, escasos militantes en las
adyacencias del Cabildo, exclamó que dicha petición carecía de apoyo popular.
La reacción fue fulminante. Si era intención del Cabildo conocer el nivel de
adhesión con que contaba el movimiento revolucionario, bastaba con un simple
gesto: la inmediata convocatoria a una sesión. En caso de no hacerlo se
procedería inmediatamente a abrir los cuarteles para “convencer” al Cabildo de
que el proceso revolucionario tenía el apoyo del pueblo de Buenos Aires. El
Cabildo tomó la decisión que se imponía: aceptó la formación de una nueva Junta
e inmediatamente prestó juramento a sus miembros, quienes se comprometieron a
preservar esta región americana para don Fernando VII y sus legítimos
sucesores. De esa forma quedó constituido el primer gobierno patrio, aclamado
por una multitud que colmaba el lugar pese al mal tiempo.
(1) Demetrio Ramos, Formación de las ideas
políticas que operan en el movimiento de mayo de Buenos Aires en 1810. “Revista
de estudios políticos”, Ed. Del Instituto, Madrid, núm. 134, 1964, ps. 139/215,
citado por Floria y García Belsunce, Historia de…., 305.
Un tema polémico: las fuentes
ideológicas de la revolución
¿Cuál fue la ideología que orientó el accionar
de los hombres de Mayo? No hay una única respuesta. Hay quienes consideran que
el proceso revolucionario que desembocó en la destitución de Cisneros se nutrió
de la tradición filosófica española. Otros, en cambio, prefieren destacar el
influjo de las ideas de revolución norteamericanas y francesas. Es curioso que
entre los defensores de la influencia española sobre el proceso revolucionario
se destaquen dos autores situados en las antípodas. Por un lado, Jorge Abelardo
Ramos para quien los levantamientos americanos fueron “prolongación en el Nuevo
Mundo de la conmoción nacional en la vieja España” (1). Por el otro, Germán
Bidart Campos quien expresa que “Lo que interesa poner de relieve es que la
ideología empleada, y la forma como se institucionaliza en
(1) Jorge Abelardo Ramos, Revolución y
contrarrevolución en Argentina, Ed.
(2) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional argentina, Ed. Ediar, Buenos aires, Tomo I, 1976, p. 27. En las
notas al capítulo I aconseja la lectura de Tulio Halperín Donghi, Tradición
política española e ideología revolucionaria de Mayo, Ed. Eudeba, Buenos Aires,
1961; y del citado por Floria y García Belsunce, Demetrio Ramos, Formación de
las ideas políticas que operan en el movimiento de mayo en Buenos Aires,
Revista de Estudios políticos, Madrid, 1964, núm. 134.
(3) Beatriz Bosch, Trascendencia
revolucionaria del Cabildo Abierto del 22 de Mayo, Ed. Univ. Nac. Del Litoral,
Santa Fe, 1960; Carlos Sánchez Viamonte, Historia institucional argentina, FCE,
México, 1948, en Floria y García Belsunce, historia de…, págs. 30//308.
(4) José Maravall, Teoría del saber histórico,
“Revista de Occidente”, Madrid, 1958, pág. 58.
La teoría de la reasunción del poder
por el pueblo criollo
El 25 de mayo de 1810 arrancó la gestión del
primer gobierno criollo y señaló el comienzo de un proceso revolucionario cuyo
objetivo no fue otro que la independencia. Se trató de un profundo cambio
político y social. Político porque la autoridad del virrey fue reemplazada por
la autoridad de
En este párrafo el fogoso Secretario del
primer gobierno patrio destaca una teoría política que jugó un rol central en
la revolución de mayo: la reasunción del poder por el pueblo de Buenos Aires.
El cabildo del 22 de mayo dio por finalizado el mandato de Cisneros. Ahora bien
¿podía el pueblo de Buenos Aires tomar semejante decisión sin antes haber
consultado a los restantes pueblos del Virreinato? Fue el fiscal Villota quien,
en aquella histórica sesión del Cabildo, planteó que el pueblo de Buenos Aires
carecía de la autoridad suficiente para decidir por sí mismo acerca de la
caducidad del virrey. En consecuencia, sólo cabía esperar a que todos los
pueblos del virreinato opinaran al respecto, lo que en la práctica significaba
un aplazamiento del revocamiento de Cisneros. Lo que pretendía Villota no era
más que ganar tiempo. Su argumento era difícil de ser rebatido. Si bien España
estaba por desaparecer el establecimiento de un gobierno criollo en el Río
de
Vale decir que “la asunción de la capacidad
política por parte de Buenos Aires lo es, entonces, a sólo título de gestión de
negocios, con carácter provisorio, y sujeta a ratificación de los demás pueblos
virreinales”, enfatiza Bidart Campos (4). Si bien el pueblo de Buenos Aires
reasumió el poder, no era, por ende, su titular exclusivo. Lo eran todos los
pueblos que componían el virreinato del Río de
(1) Mariano Moreno, Selección de escritos,
Buenos Aires, 1961; en Floria y García Belsunce, Historia de los…, p. 310.
(2) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional argentina, Tomo I, Ed. Ediar, Buenos Aires, 1976, p. 32.
(3) Germán Bidart Campos, Historia política….,
Tomo I, p. 32.
(4) Germán Bidart Campos, Historia política….,
Tomo I, p. 32.
(5) Germán Bidart Campos, Historia política….,
Tomo I, p. 33. Desde la página 33 hasta la página 35 Bidart Campos expone con
extrema minuciosidad la manera en que quedó insinuada la futura participación
de los pueblos del interior durante las históricas jornadas de mayo.
La revolución de Mayo y la influencia
del ejército
Lo que aconteció en mayo de 1810 fue una
revolución cívico-militar. Un grupo de vecinos calificados tomó la decisión
fundamental el 22 y en la constitución de ambas juntas, la del 24 y la definitiva
del 25, las fuerzas militares tuvieron un rol protagónico. Como bien señala
Bidart Campos en la segunda acta capitular del 25 para la constitución de
Surge una cuestión por demás interesante,
vinculada estrechamente con la anterior. ¿Qué entendían por “pueblo” los
ideólogos y los protagonistas de aquella gesta? Bidart Campos hace una
interesante distinción. Cuando los documentos de entonces hacían referencia,
por ejemplo, al pueblo congregado en la plaza aguardando saber de qué se
trataba, la palabra “pueblo” era sinónimo de población. En cambio, cuando se
aludía al pueblo apostado en las adyacencias del cabildo, dicho vocablo aludía
al pueblo activo determinado a dotar de legitimidad al proceso revolucionario.
Se utiliza el término en sentido calificado. No se trata de la población pasiva
que espera en sus hogares el devenir de los acontecimientos sino del
protagonismo de los grupos sociales y las élites que actuaban en representación
de todos. El pueblo en sentido amplio alude a la masa inorgánica de individuos
mientras que en sentido estricto hace referencia a los grupos activos situados
en lo más alta de la jerarquía social (los vecinos principales, la alta
burocracia, el clero principal, los militares criollos y la burguesía
intelectual). La revolución de Mayo fue posible porque el pueblo en sentido
estricto tomó la decisión de hacerla y porque el pueblo en sentido amplio le
brindó su apoyo. El vocablo pueblo, enfatiza Zorraquín Becú, “tan pronto era la
comunidad política en su totalidad, representada por el vecindario urbano
(pueblo en sentido amplio), y tan pronto era una reunión accidental de personas
sin jerarquía política pero con evidente influencia sobre las decisiones de las
autoridades (pueblo en sentido estricto o, si se prefiere, grupos de presión)”
(3). Otro autor considera que en los sucesos de Mayo actuó solamente el pueblo
en sentido estricto (4). Enemigo de las posturas extremas, Bidart Campos
sentencia que “En la semana de mayo, el poder militar es fundamentalmente
activo; sumada su fuerza a la del poder ideológico, y mediante la intervención
de la minoría calificada-de composición y extracción pluralistas-que participa
en el cabildo del 22 de mayo, se obtiene la participación popular que los
documentos oficiales de la época describen y se llega, en definitiva, a la
conclusión de que las fuerzas refractarias y de oposición quedan neutralizadas
o no alcanzan a contener el movimiento (…) Lo importante y decisivo es que
logró eficacia, y que la logró con legitimidad porque quienes consumaron los
actos del 22 al 25 de mayo dispusieron de la gravitación necesaria para
transformar en poder la obediencia y el consenso de la comunidad. Incluso
afianzaron doctrinariamente la instalación del nuevo gobierno en la fuente de
autoridad popular” (5).
En aquellas épicas jornadas ejerció un rol
estelar el poder militar. Destacar el papel que jugaron las fuerzas armadas en
el proceso revolucionario no significa reducir los hechos de Mayo a una conjura
castrense sin el apoyo del pueblo. Tampoco significa negar el consenso popular
del que gozó. Significa reconocer la activa participación de los jefes
militares y las fuerzas bajo su mando, que hicieron posible una revolución que
gozaba de un fuerte apoyo popular. A partir del 18 de mayo las casas de Martín
Rodríguez, Rodríguez Peña y Viamonte, fueron el escenario de reuniones entre
civiles y militares. En una de ellas fue requerida la presencia de un relevante
hombre de armas: Cornelio Saavedra. Mientras tanto, Cisneros, cuyas horas en el
poder estaban contadas, imitó a los revolucionarios, es decir, convocó en
Emerge en toda su magnitud el rol de las
fuerzas armadas en el proceso revolucionario. A tal punto fue así que el propio
Saavedra reconocería tiempo después que la revolución no hubiera tenido lugar
si no hubieran participado los militares bajo su liderazgo. Es cierto que la
revolución careció de un caudillo, pero también lo es que hubo una élite
militar que logró captar la adhesión de importantes grupos sociales que
constituyeron el basamento civil del proceso revolucionario. En las vísperas de
la revolución un enérgico Saavedra le señaló a Cisneros que el origen de su
autoridad (el rey de España) había dejado de existir. Como el virrey había
perdido toda legitimidad para ejercer el mando en el Río de
La destitución de Cisneros fue producto del
accionar castrense legitimado por la sociedad. Sin embargo, Vicente D. Sierra y
Roberto H. Marfany, por ejemplo, reducen la revolución de Mayo a una
insurrección militar. Ello significa que Cisneros cayó sólo porque el ejército
así lo dispuso. Marfany sostiene: “si seguimos el desarrollo de los sucesos
veremos más claro aun el sentimiento del cabildo frente a la imposición militar
y la insurrección del ejército, y no a la aludida conmoción del pueblo, ni a la
agitación provocada por el grupo que se mantenía en los corredores. Este no
habría conseguido hasta ahora obtener nada del municipio. La cesantía de
Hidalgo de Cisneros que habían solicitado al comienzo de la sesión es acordada
recién cuando la exigen los comandantes” (7). Por su parte Sierra dice: “El
cabildo no cedió ante ninguna exigencia popular. Contra ésta resolvió apelar a
las armas. Pero contra el alzamiento de las tropas no cabía resistencia alguna.
Realidad que asigna a estos hechos un carácter primordial de pronunciamiento
militar, pues la cesantía de Cisneros fue acordada recién cuando la pidieron
los comandantes” (8). Es cierto que Cisneros bajó los brazos cuando se percató
de que las fuerzas armadas no lo apoyaban. Pero también lo es que el poder
militar no hubiera actuado como lo hizo de no haber existido en el pueblo un
ferviente deseo de emancipación. El poder militar supo captar el clima político
del momento y actuó en consecuencia. Según la segunda acta del cabildo con
fecha 25 de mayo de 1810, los miembros del Cabildo “se enteraron de una
representación que han hecho a este Excmo. Cabildo un considerable número de
vecinos, los comandantes y varios oficiales de los cuerpos voluntarios de esta
capital”, quienes, en representación del pueblo, decidieron revocar la junta
constituida el día anterior…”Y los señores, habiendo salido al balcón de estas
casas capitulares, oído que el pueblo ratificó por aclamación el contenido de
dicho pedimento o representación…acordaron: que debían mandar y mandaban se
erigiese una nueva Junta de Gobierno, compuesta de los señores expresados en la
representación de que se ha hecho referencia, y en los mismos términos que de
ella aparece, mientras se erige
¿Persiguió
¿Significó la destitución de Cisneros el
comienzo de un proceso revolucionario tendiente a romper definitivamente los
vínculos con España o se redujo al reemplazo del virrey por un gobierno criollo
representante del rey en cautiverio? Hay un hecho que no admite ninguna duda:
Cisneros fue desalojado del poder por un movimiento que legitimó la decisión
del pueblo de ejercer la soberanía. Hay que tener en claro que
Bidart Campos, Floria y García Belsunce son
partidarios de esta interpretación. Otros historiadores consideran que se trató
de un maquillaje, que la fidelidad jurada por los revolucionarios al rey en
cautiverio fue aparente. Se trata de la famosa “máscara” de Fernando, de una
estrategia basada en la simulación de obediencia al monarca por razones de
prudencia política. Según Ricardo Levene “El estado soberano y libre de toda
dominación había sido el fin supremo de
¿Hubo o no simulación de los revolucionarios
respeto a su fidelidad a Fernando VII? La mitad de la biblioteca opina que sí
la hubo; la otra mitad opina lo contrario. Bidart Campos es terminante: “Lejos
de aceptar nosotros que la invocación y el juramento a Fernando fueron una
máscara, pensamos que el movimiento de Mayo, sin ser únicamente un golpe
militar, cumplió su primera etapa con la instalación de órganos gubernativos
que leal y realmente surgieron para reemplazar a los órganos españoles
impedidos (rey) o disueltos (Junta de Sevilla). Producido el hecho
originario-de por sí trascendente-se le acopló luego como desarrollo ulterior
la efectiva consumación de la independencia, cuyo ideario larvado estaba
latente desde antes de 1810”, lo que no significa que no se hubiera
consumado la independencia el 25 de Mayo “porque a partir de ese momento cesa
de hecho el ejercicio y la eficacia del poder español en el Río de
(1)-Rodolfo B. Rotman, Mayo: ¿pronunciamiento
militar o revolución popular?, Bs. As., en Germán Bidart Campos, Historia
Política y….., pág. 82
(2)-José Ingenieros, La evolución de las ideas
argentinas, Obras completas, Elmer, Bs. As., vol. 13, T. III, págs. 14/15, en
Germán Bidart Campos, Historia Política y …., pág. 82.
(3)-Ricardo Zorraquín Becú, En torno a la
revolución de Mayo: el fundamento del poder político, Revista Jurídica de Bs.
As., I-II, 1960, pág. 82, en Germán Bidart Campos, Historia Política y…., pág.
83.
(4)-Roberto H. Marfany, ¿Dónde está el pueblo?
Un capítulo de
(5)-Germán Bidart Campos, Historia Política
y…., pág. 43.
(6)-Vicente D. Sierra, Historia de
(7)-Roberto H. Marfany, ¿Dónde está el
pueblo?, Bs. As., 1948, pág. 32, en Germán Bidart Campos, Historia Política
y…., págs. 85/86.
(8)-Vicente D. Sierra, Historia de
(9)-Aurelio Prado y Rojas, Leyes y decretos
promulgados en
(10)-Germán Bidart Campos, Historia Política
y…., pág. 47.
(11)-Ricardo Levene, Significación argentina y
americana de la declaración de la independencia del Congreso de Tucumán,
(12)-Enrique de Gandía, Historia de ideas
políticas en
(13)-Germán Bidart Campos, historia política
y…..págs. 50/51.
(14)-Carlos Calvo, Anales histórico de la
revolución de
(15)-Esteban Echeverría, Mayo, su filosofía,
sus hechos, sus hombres. Antecedentes y primeros pasos de
Una vez instalado el gobierno presidido por
Saavedra emergió delante suyo el primer gran problema a resolver: cómo
consolidar el proyecto revolucionario. Para ello era fundamental hacer realidad
lo dispuesto por el mandato del 28 de mayo. Para que la revolución no se
derrumbase era fundamental proceder a la invitación de los representantes de
todos los pueblos del Virreinato a la constitución del gobierno permanente.
Además, el gobierno de extremar todos sus recaudos para impedir que la cohesión
del movimiento estallara por los aires. Por si ello no resultara suficiente,
debía estar muy atento, por un lado, a la reacción de las autoridades españolas
que no estarían dispuestas, al enterarse de la destitución de Cisneros, a
convalidar semejante hecho y, por el otro, a una eventual intervención de
Inglaterra o Portugal en el virreinato para forzar un retorno a la situación
previa a la revolución. El gobierno criollo tenía, pues, delante suyo muchos y
graves problemas, tanto internos como externos, que resolver. Lo primero que
debía ocuparse el gobierno era evitar que lo acaecido el 25 se redujera a un
golpe de estado militar, a una decisión tomada por la élite militar en el más
profundo hermetismo. Debía, por ende, dotar de legitimidad a la destitución de
Cisneros, lograr que el pueblo la apoyase. En los días posteriores era evidente
que no toda la población apoyaba lo acontecido el 25 de mayo. Había un sector
del pueblo que estaba exultante, apoyaba sin hesitar a Saavedra y sus
funcionarios. Otro sector se sentía atemorizado por lo que pudiera provocar de
aquí en adelante semejante decisión. Finalmente, un importante número de
personas no tenía claro cuáles eran los verdaderos objetivos del movimiento.
Saavedra debía, pues, ganarse la confianza de los gobernados.
Para que el pueblo confiara en el gobierno era
fundamental que percibiera de inmediato su capacidad para ejercer el monopolio
legítimo de la violencia. Debía evitar que la sociedad lo percibiera como un
gobierno débil, timorato, incapaz de garantizar el orden público. En
consecuencia, debía hacerse respetar de entada. Y lo hizo a través de un
comunicado fechado el 26 de mayo que establecía que: “Será castigado con igual
rigor cualquiera que vierta especies contrarias a la estrecha unión que debe
reinar entre todos los habitantes de estas Provincias o que concurra a la
división entre españoles europeos y americanos, tan contraria a la tranquilidad
de los particulares, y bien general del Estado” (1). Era vital para el gobierno
lograr la buena convivencia entre metropolitanos y americanos, basamento
fundamental de su legitimidad. También lo era que su ejercicio del poder se
redujera a declamaciones. Necesitaba imperiosamente confirmar en los hechos lo
que prometía verbalmente. El cumplimiento de sus primeros dos mandatos
demostrarían a los gobernados que estaba en condiciones de ejercer el poder.
Debía efectivizar la invitación a los pueblos del Virreinato a enviar diputados
parta la conformación del gobierno definitivo y enviar fuerzas militares al
interior para evitar que se produjeran desbordes ocasionados por los
nostálgicos del antiguo régimen. Saavedra ordenó que se informara a las
autoridades de los restantes pueblos del Virreinato sobre los hechos que
culminaron el 25 de mayo para luego invitarlas a reconocer su autoridad
provisoria y enviar sus representantes al Congreso General. Mientras tanto fue
designado el coronel Ortiz de Ocampo jefe de una división de mil hombres para
garantizar la paz social. Hombres desconfiados, los miembros del primer
gobierno criollo designaron a Hipólito Vieytes su delegado con la misión de
acompañar a Ocampo. Poca gracia le debe haber hecho al jefe militar la
presencia de Vieytes a su lado.
La decisión de Saavedra de enviar al interior
una fuerza militar de envergadura quedó rápidamente justificada. Era evidente
que tanto la ciudad de Montevideo como la de Córdoba no iban a quedarse de
brazos cruzados ante los hechos consumados. Apoyados por el Cabildo cordobés
Liniers y Gutiérrez de
(1) Carlos Floria y César García Belsunce,
Historia Política y…., pág. 333.
La decisión draconiana de
Córdoba y Montevideo lejos estaban de ser los
únicos focos de rebelión. Las autoridades de las provincias del Alto Perú
habían tomado la decisión de no reconocer la autoridad de
El hecho de que Liniers gozara de mucho
prestigio y los peligrosos focos de incendio que habían comenzado a expandirse
por el territorio del virreinato explican semejante decisión. La supervivencia
de la revolución estaba en juego y, por ende, la de las cabezas de sus líderes.
Si
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de…capítulo 15
Saavedra versus Moreno
La influencia de Moreno en
(1) Carta fechada el 27 de octubre de 1810, en
Floria y García Belsunce, Historia de…., pág. 337.
(2) Carta fechada el 20 de noviembre de 1810,
en Floria y García Belsunce, Historia de…, pág. 337.
(3) Carta fechada el 11 de febrero de 1811, en
Floria y García Belsunce, historia de…, pág. 337.
Constitución de
El arribo de los diputados de las ciudades del
interior, en su mayoría moderados, le permitió a Saavedra contrarrestar el
ímpetu revolucionario de Mariano Moreno. Sorpresivamente, apenas arribados a
Buenos Aires fueron incorporados a
Este episodio demuestra que en aquella época
la faz agonal de la política gozaba de su máximo esplendor. Moreno actuó con
gran astucia y en aras del éxito de la revolución. Era consciente de que
si
(1)-REGLAMENTO DE SUPRESION DE HONORES 1) El
artículo 8 de la orden del día 28 de mayo de 1810, queda revocado y anulado en
toda sus partes. 2) Habrá desde este día absoluta, perfecta e idéntica igualdad
entre el Presidente y demás Vocales de
(2)-Floria y García Belsunce, Historia de…,
págs. 338/339.
El 18 de diciembre de 1810 comenzó a ejercer
sus funciones
Belgrano fue derrotado en Paraguay mientras el
general Elío regresó a Montevideo portando el título de Virrey del Río de
El intento de golpe de estado de abril
de 1811
Fue entonces cuando se produjeron los hechos
del 5 y 6 de abril de 1811. Los morenistas consideraron que era el momento
propicio para actuar creyendo erróneamente que la posición de Saavedra era
débil. Su acción provocó una dura reacción de los saavedristas. Germinó en los
cuarteles e intentó conquistar el corazón de los sectores humildes, proclives a
apoyar al Presidente. Ya en aquel entonces las masas populares seguían a quien
consideraban era el jefe, el que tenía la sartén por el mango, el que era capaz
de poner orden, de controlar a quienes, como los asistentes al Club de Marco,
pretendían sembrar el caos y la anarquía. La grieta se manifestaba, pues, en su
máximo esplendor. En esta vereda estaban los morenistas, el sector jacobino e
ilustrado de la sociedad. En la de enfrente, estaban los saavedristas, el
sector moderado y popular de la sociedad. Era una grieta política y de clase.
La asonada de abril de 1811 ¿significó entonces un conflicto entre clases
sociales? Floria y García Belsunce se inclinan por la negativa ya que parten
del hecho de que el movimiento popular era dirigido por oficiales que
pertenecían a la misma clase social de los morenistas y por miembros de
El intento de golpe de Estado de los morenitas
fracasó antes de empezar. Las fuerzas saavedristas, bajo el mando de Grigera y
Campana, se congregaron en los corrales de Miserere y se dirigieron hacia
A partir de entonces el saavedrismo hizo
tronar el escarmiento. Los vocales destituidos fueron enviados a provincias del
interior en compañía de Gervasio Posadas, French, Berutti y otros. Se
constituyó un Tribunal de Vigilancia que legitimó la persecución política. El
gobierno estaba dispuesto a culpara otros de los errores cometidos. Ello
explica su feroz decisión de someter a proceso militar a Belgrano por haber
sido derrotado en Paraguay. El saavedrismo se había transformado en lo que más
odiaba: un gobierno jacobino. Si bien aplastó al morenismo no fue capaz de
reinventarse y, para colmo, no hizo más que ahondar la grieta que se había
gestado el mismísimo 25 de mayo de 1810. La sociedad de Buenos Aires quedó
dividida en dos bandos irreconciliables (los morenistas miraban con desprecio a
los diputados del interior). Para empeorar la situación, el ejército se
politizó provocando un severo perjuicio a su valor más importante: la
disciplina. Las tropas situadas en el Alto Perú, influenciadas por la propaganda
morenista, creyeron que el objetivo último de Saavedra no era otro que el de
facilitar el ingreso al Virreinato de la infanta Carlota. Mientras tanto,
Balcarce renunció al mando militar y el saavedrista Viamonte no supo qué hacer.
No fue casual, entonces, que tiempo después el ejército fuera arrasado en
Huaqui.
Hacia la concentración del poder
político
Paradojas de la política argentina. La
revolución del 25 de mayo de 1810 hizo posible la implantación, a fines de ese
año, de un gobierno con representación de todos los pueblos del ahora ex
virreinato. La evolución de los años posteriores-cuatro, para ser bien
precisos-desembocó, por un lado, en la implantación de un gobierno unipersonal
y, por el otro, en la hegemonía de Buenos Aires. La concentración del poder
político fue consecuencia del empeoramiento de la situación político-militar
apenas se instaló
Ante semejante panorama Saavedra dejó la
presidencia y se dirigió al norte para reconstruir material y espiritualmente
al ejército. La partida del presidente dejó en
En Buenos Aires la estabilidad de
El primer Triunvirato. Surgimiento del
localismo porteño
De un órgano colegiado se pasó a un gobierno
de tres. Afortunadamente, sin derramamiento de sangre. El morenismo estaba
representado por Paso y López y Planes mientras que el sector que respondía a
Bernardino Rivadavia parecía tener el control. El Primer Triunvirato estuvo
acompañado por la denominada “Junta Conservadora”, integrada por los diputados
del interior. Su función era la de establecer las normas a las que debería
sujetarse el flamante gobierno. Según el acta de creación del gobierno, éste
estaba obligado a responder ante aquélla. El 22 de octubre
En una actitud propia de una monarquía
absoluta, el gobierno decidió ajustar su conducta a un Estatuto Provisorio
dictado por él mismo (su autor intelectual fue Bernardino Rivadavia). Ello
explica la siguiente particularidad: el documento establecía una duración
temporaria de los triunviros (no más de medio año) y una duración indefinida de
los secretarios. Vale decir que Rivadavia elaboró un reglamento sólo para dotar
de “juridicidad” a sus ambiciones políticas. Quedó constituido, por ende, un
gobierno cuyos integrantes debían ser elegidos por el Cabildo (órgano porteño),
un importante número de vecinos porteños y por los representantes de los
pueblos, quienes al poco tiempo serían expulsados de Buenos Aires. Todo el
poder quedaba en manos de Buenos Aires. Su carencia de legitimidad era notoria.
En efecto, el Triunvirato fue el fruto de una típica maniobra palaciega de una
élite voraz y depredadora que contó a su favor con la debilidad política
de
Mientras el Triunvirato consolidaba su poder
en el plano interno (era, de hecho, una dictadura), en el externo debió
extremar sus recursos para neutralizar la amenaza militar. El 12 de octubre de
1811 Belgrano concluyó un tratado de paz con el flamante gobierno
revolucionario de Asunción del Paraguay conducido por el doctor Gaspar de
Francia, en virtud del cual ambos países se comprometían a mantener cordiales
relaciones y unirse en federación. Pero, hasta que esa unión no se concretase,
el gobierno paraguayo conservaba su independencia. Mientras tanto, el gobierno
firmó otro tratado de paz con Elío el 20 de octubre que lejos estuvo de
satisfacer al pueblo oriental ya que era lesivo de los intereses de los
patriotas uruguayos. La consecuencia lógica fue el aumento de la popularidad de
José Gervasio Artigas quien a partir de entonces dejó de confiar en los
triunviros. Por su parte, Juan Martín de Pueyrredón, a cargo de las tropas en
el norte, le rogó al gobierno que lo relevara porque consideraba que no estaba
capacitado para tamaña tarea. En febrero de 1812 fue sustituido por Belgrano
quien previamente había enarbolado, en la inauguración de dos baterías (a las
que denominó “Libertad” e “Independencia”), la bandera (denominada Bandera
Nacional) en las barrancas de Rosario, sobre el majestuoso Paraná. Ese gesto de
Belgrano motivó una dura reprimenda de parte de los triunviros ya que lo
consideró una falta de respeto a su autoridad.
El morenismo rompe con Rivadavia
El matrimonio de los morenistas con la
fracción gobernante rápidamente se desmoronó como un castillo de naipes. Una
vez más, los egos y las fuertes personalidades encontradas impusieron sus
reglas. Desde el principio el “rivadavianismo” no logró congeniar con políticos
como Bernardo de Monteagudo, que utilizaba las páginas de
Recalentamiento del frente externo
Para colmo, desde febrero (1812) el frente
externo había empeorado. En efecto,
Sin embargo, Artigas no constituía un peligro
para Rivadavia y los suyos. Para Buenos Aires significaba una seria amenaza el
apoyo portugués a Vigodet ya que ponía en riesgo la estabilidad del proceso
revolucionario. La posibilidad de un intento destituyente protagonizado por
Álzaga y otros españoles europeos, apoyados eventualmente por Vigodet y los
portugueses liderados por Sousa, era altísima. Que Álzaga estuviera al frente
del golpe no era casual: como buen español no toleraba a un gobierno de
criollos que ejercían el poder a pleno y, para colmo, asfixiaban con gravámenes
y perseguían con confinamientos a los españoles europeos. Además, el hecho de
que las defensas militares de Buenos Aires fueran exiguas aumentaban las
chances de éxito de los golpistas.
Pero se produjo un hecho aparentemente no
previsto por los portugueses. Lord Strangord les advirtió que una intervención
lusitana en el Río de
La caída del Primer Triunvirato
A pesar de todos sus esfuerzos el Triunvirato
no logró detener su desprestigio. Fue entonces cuando recibió el golpe de
gracia: la aparición de
Rivadavia, suplente de Chiclana, había ocupado
su lugar en el Triunvirato a raíz de su renuncia. Quedaba vacante el cargo
dejado por don Bernardino. En esas circunstancias debía sí o sí convocarse
a
El proceso revolucionario recupera su
esencia. El Segundo Triunvirato
Asfixiado por la presión militar el Cabildo
designó triunviros a Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez
Jonte. Lo primero que decidieron fue convocar a una Asamblea (la histórica
asamblea que comenzó a funcionar en 1813) en la que estuvieran representados
todos los pueblos y definir el tipo de sistema político que sirviera de carta
de presentación ante el mundo. Además, reconoció que la autoridad de Fernando
VII era un recuerdo. Vale decir que, por un lado, el nuevo triunvirato intentó
sepultar el porteñismo del gobierno precedente fuertemente influenciado por
Rivadavia y su decisión de ir en la búsqueda del gran objetivo del proceso
revolucionario: la plena y genuina independencia. Si los revolucionarios
creyeron que le habían dado el golpe de gracia a Buenos Aires, cometieron un
grosero error de cálculo. Porque si bien es cierto que pretendían que todos los
pueblos estuvieran representados en la flamante Asamblea, los hechos
demostraron que la influencia de Buenos Aires lejos estuvo de amainarse ya que
fueron varios los hombres de Buenos Aires que representaron a las provincias,
como Larrea, Vieytes, Agrelo, Posadas, Monteagudo, Álvarez, López y Planes,
Valentín Gómez y Juan Ramón Balcarce. Ello significa que, en última instancia,
la denominada “revolución del 8 de octubre de 1812” fue una clásica
expresión de gatopardismo. Aparentemente se produjeron grandes cambios políticos-el
reemplazo de un triunvirato por otro-pero en el fondo todo permaneció igual-la
preeminencia de Buenos Aires-.
En este contexto la asamblea tomó decisiones
muy importantes: a) la eliminación de toda referencia a Fernando VII; b) la
acuñación de una moneda nacional; c) el establecimiento del escudo e himno
patrios; d) la supresión de los mayorazgos y títulos de nobleza; e) la abolición
de
El plan de Alvear estaba dando sus frutos.
Todos los planetas se estaban alineando en su favor. La suma del poder público
estaba al alcance de su mano. En el plano militar, 1813 se le presentaba muy
favorable. Belgrano tenía la esperanza de avanzar sobre Lima (Alto Perú) y
promover una insurrección para demoler al ejército realista. Sus planes volaron
por los aires al ser derrotado en Vilcapugio el 1 de octubre y en Ayohuma el 14
de noviembre. Esta última derrota, un desastre, en realidad, enfrió el espíritu
independentista de
Gervasio Antonio de Posadas, el primer
dictador. La sombra de Carlos de Alvear
La influencia de Alvear quedó plenamente de
manifiesto en el proceso político que derivó en la designación de Antonio de
Posadas como nuevo jefe de gobierno. La precaria situación militar convenció a
la dirigencia política de concentrar el ejercicio del poder en una sola
persona. El 22 de enero de 1814 asumió, pues, como Director Supremo el primer
dictador de nuestra dramática y fascinante historia.
¿Qué sucedía en el frente externo? En el norte
San Martín, escoltado por Belgrano, consolidaba su posición. Mientras tanto,
Sarratea no hacía otra cosa que boicotear el proceso emancipatorio al
entrevistarse con lord Strangford proponiéndole lisa y llanamente la
reconciliación con España. “Aquí no ha pasado nada”, era su lema. ¿Por qué
Sarratea actuó de esa manera? ¿Era consciente de que estaba traicionando los
ideales de Mayo? Una vez más quedó en evidencia que el miedo es una fuerza
espiritual demoledora capaz de derribar una montaña como el Everest. En efecto,
la derrota del ejército en el norte y, fundamentalmente, una Montevideo
reforzada militarmente, hizo cundir el pánico en un sector del gobierno
criollo. Si los españoles triunfaban, lo que, según la mirada de este sector,
era altamente probable, seguramente harían tronar el escarmiento. En otros
términos: tuvieron miedo de que los fusilaran. Resulta, por ende, entendible la
pretensión del gobierno de rogarle a Gran Bretaña para que intercediera ante
España. Los criollos querían que España respetara su autonomía dentro de la
órbita de dominio de aquélla, lo que a todas luces era algo absolutamente
contradictorio. Pero al final primó el realismo político. El gobierno llegó a
la conclusión de que sólo demostrando fortaleza, fundamentalmente en lo
militar, lograría obtener algún rédito de la mediación. Aplicaron aquella
famosa frase atribuida al histórico dirigente gremial Augusto Timoteo “Lobo”
Vandor: primero pegar, luego negociar. Es por ello que se decidió hacer lo
imposible por terminar de una vez por todas con el dominio español sobre
Montevideo. Este objetivo fue bendecido por quienes todavía seguían creyendo en
el ideal independentista. España logró lo que aparentaba ser un imposible: unir
al gobierno criollo.
La situación de
Las noticias que llegaban de España
ennegrecieron el clima de fiesta provocado por el triunfo de Montevideo. El
colapso del imperio napoleónico y el fin del cautiverio del monarca Fernando
VII habían modificado radicalmente el escenario internacional. Libre del yugo
francés España recuperaba su libertad de acción respecto a sus colonias. El Río
de
Mientras tanto la influencia de Artigas se
extendía por las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Santa fe enarbolando la
bandera de la república y la federación. El caudillo oriental se había
transformado en un serio problema para Posadas. En Chile los revolucionarios
eran aniquilados por los realistas y sus jefes hallaron refugio en nuestro
territorio. Las tropas criollas se oponían tenazmente a ser conducidas por
Alvear. Lo que seguramente no alcanzaron a percibir fue que el Director
Supremo, demostrando una hábil cintura política, consideraba que una victoria
en el norte liderada por Alvear era beneficiosa tanto para profundizar el
proceso independentista como para negociar en una posición de fuerza con
España. Lo cierto es que Alvear no estaba en condiciones de hacerse cargo de
las tropas conducidas hasta hace poco por Rondeau. Y ello por una simple y
contundente razón: carecía de autoridad para ejercer ese cargo. No debe haber
sido fácil para alguien tan ambicioso y orgulloso reconocerlo. Pero como dice
el refrán “no hay mal que por bien no venga” ese hecho le permitió a Alvear
obtener en poco tiempo el premio que tanto anhelaba. Cansado de tantos
infortunios y de la presión de
(1) Floria y García Belsunce, Historia de…,
pág. 356.
Carlos de Alvear en su apogeo
El 9 de enero de 1815 fue el día más
importante, políticamente hablando para Carlos de Alvear. En efecto, fue
entonces cuando asumió el cargo que tanto ambicionaba: director Supremo. En el
fuerte no flameaba la celeste y blanca sino la bandera española, todo un
símbolo de la política rebuena vecindad puesta en práctica por Posadas. Como
demostración de continuidad política, Alvear confirmó en sus cargos a todos los
ministros del gabinete de Posadas. Pero en política es imposible conformar a
todo el mundo. Apenas se conoció la decisión de Alvear de garantizar el statu
quo quienes enarbolaban las banderas de la emancipación se sintieron
traicionados. No fue la única mala noticia para Alvear no bien comenzó su
mandato. Al día siguiente de haber asumido Dorrego, quien era su segundo, fue
aniquilado por el caudillo Artigas en Guayabos, con lo cual toda la campaña
uruguaya quedó en sus manos.
Alvear era consciente de que la situación
política era un tembladeral. Apoyado por
La desconfianza del ejército del Norte por el
flamante Director Supremo hizo eclosión el 30 de enero al declararse en
rebeldía, al negarse a seguir prestándole obediencia. Paralelamente los
mendocinos rechazaron la designación de Perdriel y reclamaron la inmediata
reposición de San Martín, demanda que contó con su aprobación. Fue entonces
cuando Alvear tomó conciencia de su incapacidad para imponer su voluntad. Para
evitar su caída y ante el temor de una eventual alianza entre Artigas, Rondeau
y San Martín, repuso en la gobernación mendocina al libertador de Chile y Perú.
Pero su autoridad había quedado severamente dañada. Mientras tanto, el poder de
Artigas no paraba de consolidarse en la región mesopotámica. Cuando expiraba
enero Corrientes se declaró artiguista y el 1 de marzo el gobernador de Entre
Ríos, Ereñú, hizo lo mismo. Fue entonces cuando Alvear tomó una decisión sólo
para ganar tiempo: le encomendó a Nicolás Herrera que entablara negociaciones
con Artigas. La respuesta del caudillo fue terminante: sólo negociaría si la
plaza de Montevideo quedaba en sus manos. Alvear era consciente de que si se
arrodillaba ante Artigas tiraría por la borda años de esfuerzos y sacrificios
invertidos en la conquista de la plaza. Pero también lo era de algo más
importante para él: de no acceder todo lo que hizo para llegar a la cima del
poder se desmoronaría como un castillo de naipes. Primó su egoísmo: el 25 de
febrero ordenó la evacuación de Montevideo.
No conforme con ello y para que no quedaran
dudas de su decisión de postrarse frente a Artigas, también le obsequió Entre
Ríos. Creyó que entregándole su mano no le comería el brazo. Se equivocó.
Artigas le devoró el brazo. En realidad, le devoró todo su cuerpo. Alvear no
fue incapaz de darse cuenta de que Artigas era tan ambicioso como él. En
efecto, el caudillo oriental no sólo pretendía la libertad de
Santa Fe se había transformado para Alvear en
una causa perdida. Sólo la había utilizado como dique de contención ante el
avance artiguista y, para empeorar el escenario, no había dudado en someterla a
esfuerzos económicos y militares que no hirvieron más que empobrecerla. Su
desprecio por esta provincia era harto evidente. No podía sorprender, pues, el
espíritu artiguista que reinaba en Santa Fe. La opinión pública se había
volcado a favor de Artigas, a quien veían como el claro vencedor. A fines de
marzo de 1815 Ereñú tomó posesión de la provincia y un mes más tarde el
caudillo oriental recibía una bienvenida triunfal. ¿Qué sucedía, mientras
tanto, con otra provincia importante, Córdoba? Si bien no veía con buenos ojos
el caudillismo encarnado en la figura de Artigas, lo consideraba una valla de
protección frente a un centralismo porteño que consideraban perjudicial para
sus intereses. Los hechos de desencadenaron rápidamente. Artigas, bendecido por
los “notables” de la provincia, no tuvo mejor idea que intimar al gobernador
Ortiz de Ocampo, un cultor de la conciliación, a dejar el cargo en 24 horas si
no quería un inútil derramamiento de sangre. Ante semejante panorama presentó
su renuncia. El 29 de marzo el Cabildo nombró a José Javier Díaz, quien había
conspirado contra Ocampo, gobernador. Se había ejecutado un golpe de Estado
incruento, afortunadamente.
Alvear había perdido Santa Fe y Córdoba en
manos de Artigas. Para colmo, en su bastión-Buenos Aires-las aguas estaban
turbulentas. Temeroso de que se produjera un vacío de poder el Director Supremo
impuso una dictadura militar. Todas las fuerzas, concentradas en Olivos, se
sujetaron a su voluntad de imponer el orden por la fuerza. Si creó que
reprimiendo lograría recomponer su alicaída imagen cometió un grosero error de
cálculo. El jacobinismo alcanzó su máximo esplendor. Una legislación represiva,
arrestos, destierros y humillaciones fueron las armas empleadas por Alvear para
impedir lo que era a todas luces inevitable: el fin de su gobierno. Alvear se
había sacado la máscara. En aquella situación límite quedó al descubierto lo
peor de su personalidad. El broche de oro de tan nefasta política represiva fue
la ejecución del Capitán Úbeda, quien había sido acusado de conspirar contra
Alvear. Su cadáver apareció colgado en
Finalmente, el pesimismo se apoderó del elenco
gobernante. El régimen amenazaba con desmoronarse como un castillo de naipes.
La táctica alvearista, consistente en golpear y negociar con España al mismo
tiempo había fracasado. El clima de claudicación imperaba. Así lo reconoció un
baluarte de la revolución de Mayo, Nicolás Herrera: “En aquella época fui yo
uno de los que creí que el continente del Sur vendría a ser muy luego una
nación grande y poderosa. Buenos Aires puso en ejecución todos sus recursos y
nadie pensó que el torrente de la opinión no allanase los pequeños obstáculos
que se oponían al proyecto de su independencia; pero desde el principio
nuestras pasiones, o nuestros errores, empezaron a paralizar su ejecución. Los
partidos se multiplicaron con las frecuentes revoluciones populares; la
división que pone trabas y se hacía sentir en nuestras filas, aseguró el
triunfo por más de una vez a los enemigos y la necesidad de reparar los
ejércitos destruidos agotaba los recursos del Estado. Los gobernadores
oprimiendo a los pueblos hacían odioso el sistema; las contribuciones
aniquilaban las riquezas territoriales; el comercio paso a manos extranjeras;
se abandonaron las minas; la población empezó a sentir los estragos de la
guerra; y en esta continuación calamitosa las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma,
hacían la última demostración de que
(1) Nicolás Herrera a Rondeau, 22 de agosto
de 1815. A.G.N. X-9-5-2, en Floria y García Belsunce, Historia de…., pág.
361.
Derrumbe de Carlos de Alvear
El gobierno de Alvear había perdido toda
legitimidad política. Su caída era inminente. Sólo faltaba el golpe final.
Consciente de ello apeló a la única herramienta que le quedaba para conservar
el poder: obtener una victoria en el terreno militar. Ello explica su decisión
de conquistar Santa Fe, en poder del artiguismo. Ordenó al coronel Álvarez
Thomas que ejecutara la orden. El 3 de abril de 1815 Thomas, arribado a
Fontezuela, se pronunció en contra de Alvear y abogó por el fin de la guerra
civil. Las fuerzas leales al Director Supremo se habían sublevado, demostración
elocuente del hartazgo que reinaba en sus filas. En el histórico Manifiesto los
sublevados tildaban de “facción aborrecida” al gobierno alvearista y la acusan
de corrupta y despótica. Es por ello que por una cuestión de principios no
podían ni debían prestar obediencia a una administración que se había apropiado
del patrimonio estatal y fomentado el odio y la división. Pero el documento
reflejaba además la intención de los sublevados de afianzar el proceso
revolucionario iniciado el 25 de mayo de 1810. Había llegado la hora de
afianzar esa unidad indispensable para hacer frente al enemigo común: los
realistas. Sin renegar de las autonomías locales, a las que había que proteger,
emergía en toda su magnitud el deseo de alcanzar definitivamente la
independencia. Federalismo e independencia eran las banderas enarboladas por el
movimiento. La pretensión de Buenos Aires de concentrar todo el poder se había
hecho añicos. A partir de ese momento la revolución había pasado a ser
propiedad de todos y no sólo de Buenos Aires, o lo que es lo mismo, de Carlos
de Alvear.
La sublevación se expandió como un reguero de
pólvora. El vacío de poder era evidente. La impotencia por revertir la
situación encolerizó a Alvear pero sus colaboradores más cercanos le hicieron
ver que su suerte estaba echada. En consecuencia lo más sensato era que
presentara su renuncia. Alvear asintió siempre y cuando conservara el mando de
las tropas. El 15 de abril el Cabildo le exigió la entrega del mando militar y
asumió el gobierno de Buenos Aires. Otro golpe de Estado se había producido.
Alvear intentó vender cara su derrota. Intentó ingresar a la ciudad por la
fuerza lo que obligó al Cabildo a pedir ayuda a Álvarez Thomas y lo declaró
“reo de lesa patria”. Finalmente, le cordura se apoderó de Alvear. En un clima
de insoportable tensión partió al exterior en una nave inglesa. Su herencia fue
calamitosa. Pese a concentrar todo el poder fue incapaz de evitar la
desintegración del Estado. Varias provincias se habían declarado
independientes: la banda Oriental, Corrientes, Entre ríos y Santa Fe. Córdoba
estaba bajo el paraguas protector de Artigas y la propia Buenos Aires, con el
visto bueno del Cabildo y la fuerza militar, reclamaba elegir libremente su
destino. El ejército del norte contaba con el apoyo de las provincias del
noroeste y Cuyo contaba con un sólido ejército. Quienes derrocaron a Alvear
debían aliarse con Artigas conformando una confederación endeble o, lo más
sensato, aliarse con San Martín para dotar de unidad a la nación, paso previo a
su independencia (1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia de….
Capítulo 16.
La situación de
¿Qué sucedía, mientras tanto, en
Sin embargo, al poco tiempo Artigas recompuso
su relación con Buenos Aires y retornó a
Otro foco de conflicto fue
Pero los planes de Artigas se desmoronaron a
raíz del enojo de los congresales por la actitud previa de Artigas de
ordenarles verbalmente cómo debían actuar. La reacción se materializó en la
designación de un Triunvirato que inmediatamente reconoció a
El gobierno nacional desaprobó, obviamente,
semejante decisión porque podría haber dejado a Montevideo a merced de los
realistas. El panorama se ennegreció aún más por la decisión de Artigas de
extender su idea de confederación por todo el territorio del país, lo que
provocó un duro enfrentamiento entre Corrientes y Entre Ríos, bajo el influjo
artiguista, y el gobierno nacional. En ese momento Posadas estaba a cargo del
Directorio y su reacción fue terminante: el 11 de febrero dictó un decreto en
virtud del cual Artigas pasaba a la categoría de infame traidor a la patria y ponía
precio a su cabeza. Artigas entraba en la categoría de “enemigo público
número 1”, tal como aconteció en el siglo XX con el famoso pistolero John
Dillinger. La actitud de Posadas puso dramáticamente en evidencia su escasa
capacidad para ejercer el poder ya que fue incapaz de percatarse de algo
fundamental: una decisión de semejante magnitud debía sustentarse en una sólida
base política. En otros términos: pretender arrinconar a Artigas sin contar con
la autoridad política necesaria conducía inexorablemente al papelón. Eso fue lo
que sucedió con Posadas. Ni lerdo ni perezoso, el sitiado Vigodet decidió
entablar negociaciones con Artigas pero se encontró con una rotunda negativa.
Sin embargo, dejó una puerta entreabierta que le permitiera convencer a Vigodet
que le entregara Montevideo o que bendijera su decisión de luchar a muerte
contra Buenos Aires. Es por ello que, a hurtadillas, un colaborador suyo de
apellido Otorgués se mostraba amigable con los realistas, lo que atentaba
contra el proceso independentista.
Ante semejante escenario Posadas no tuvo más
remedio que agachar la cabeza y enhebrar con Artigas algún tipo de acuerdo.
Como era de esperar, se estrelló contra una estructura de hormigón armado. Fue
así como a Posadas sólo le quedó el camino que conducía a la toma de
Montevideo. Para apresurar la conquista consideró que Carlos de Alvear era el
más adecuado para ejecutar esa función mientras que Otorgués y Vigodet
negociaban la entrega de Montevideo. Pero el hábil e inescrupuloso Alvear logró
neutralizar dicha negociación haciéndole creer a Vigodet que le entregaría la
plaza. Acto seguido tomó a su cargo el proceso negociador que culminaría con la
capitulación de la capital oriental el 21 de junio de 1814. Mientras tanto
Otorgués, creyendo que estaba a un paso de conquistar Montevideo, se acercó a
la capital pero Alvear lo aniquiló en Las Piedras el 25 de junio. A renglón
seguido el Directorio no tuvo mejor idea que disolver el Triunvirato
constituido por el Congreso en Capilla Maciel y reemplazarlo por un gobernador,
es decir, por un ejecutivo unipersonal. El cargo cayó en manos de Nicolás
Rodríguez Peña, hombre de Posadas. De esa forma se esfumó toda posibilidad de
granjearse la simpatía de los sectores moderados, es decir, antiartiguistas, de
Montevideo.
A partir de entonces Posadas y Artigas se
dedicaron a enfrentarse en el fango con el único objetivo de destruirse. En ese
ambiente infeccioso tuvo lugar el convenio del 9 de julio de 1814 en virtud del
cual Posadas se comprometía a desagraviar a Artigas y éste a aceptar la
legitimidad de Posadas y de
(1) Floria y García Belsunce, Historia de…,
capítulo 16.
La consolidación por las armas del
proceso independentista
La situación en la capital oriental, la
postura del Paraguay y la decisión de Lima de anexar las intendencias del Río
de
La guerra por la independencia duró catorce
años. Durante diez años su conducción estuvo a cargo de las autoridades de las
Provincias Unidas del Río de
(1) Floria y García Belsunce, Historia de…,
capítulo 16.
Los teatros de operaciones en detalle
¿Qué zona del Alto Perú era la adecuada para
la guerra? Hacia el oeste lindaba con el río Desaguadero y la cordillera
oriental mientras que hacia el este lo hacía con las cordilleras de
La zona paraguaya nada tenía que ver con la
zona altoperuana. Las lluvias eran abundantes y había barreras naturales de
relevancia constituidas por los cursos de agua y los bañados. Además, imponían
su presencia los ríos Paraná y Paraguay, difíciles de ser franqueados. Otro
elemento a tener en consideración era el clima tropical ya que afectaba
severamente a las tropas que no estaban habituadas a soportar semejante calor.
Para ingresar al Paraguay desde Buenos Aires había que costear el Paraná por el
este hasta llegar a Paso de
(1) Floria y García Belsunce, historia de….,
capítulo 16.
Cómo se abastecían los ejércitos
Si bien los criollos montaron centros de abastecimiento
en Mendoza y Tucumán,
(1) Floria y García Belsunce, historia de….,
capítulo 16.
Las armas de combate
Los fusiles y carabinas utilizados por los
soldados eran producidos en fábricas montadas en Buenos Aires, Tucumán y
Mendoza. Pero como su número era escaso y su calidad dejaba mucho que desear
los revolucionarios no tuvieron más remedio que comprar armas al imperio
anglosajón. Pero como no vendía sus mejores armas los patriotas debieron
conformarse con pocas armas y de escasa operatividad. De lo que sí dispusieron
los criollos fue de cañones a raíz de la existencia de un importante parque
artillero montado desde la época del virreinato. Además, desde 1812 existía una
fábrica de cañones en Buenos Aires. El alcance máximo de los fusiles era
de 200 metros pero su utilidad se reducía a la mitad. Como debían ser
cargados por boca una infantería profesional tardaba no menos de un minuto para
efectuar tan solo tres disparos. Para frenar un embate de la infantería enemiga
los criollos sólo podían efectuar cinco disparos por hombre, lo que hacía
inevitable el combate cuerpo a cuerpo. Ello explica que los soldados fueran
equipados con bayonetas.
Las armas de los soldados de a caballo eran el
sable, la carabina y la lanza. Las tropas irregulares se valían del lazo y las
bolas. Los cañones eran de hierro y avancarga. Si el terreno era llano las
mulas los arrastraban o los desarmaban. En las zonas montañosas eran
transportados por animales de carga. Sus disparos tenían un alcance de mil
metros y su velocidad de tiro era de dos minutos. En aquella época
prácticamente no había fortificaciones. Su influencia era, por ende, nula. Por
ejemplo, la ciudadela de Tucumán era apenas un campo fortificado y en Ensenada
había un fuerte que carecía de defensas. Los realistas estaban en una situación
similar. Colonia, que estaba en su poder, era la imagen de la indefensión. En
Martín García sólo había una batería. Las verdades fortificaciones estaban
localizadas en Montevideo, Talcahuano y El Callao (1).
(1) Floria y García Belsunce, historia de….,
capítulo 16.
Las tropas: cómo eran reclutadas y cómo
se dividían
Las tropas eran reclutadas de manera
voluntaria o de manera obligatoria. El reclutamiento voluntario era posible si
la opinión pública imperante lo propiciaba o serias amenazas se cernían sobre
el lugar de residencia de los futuros soldados. Quienes eran obligados a
alistarse frecuentemente provenían del mundo de la delincuencia. También hubo
casos de esclavos que fueron obligados a servir en el ejército durante un
determinado período para luego obtener la ansiada libertad. En aquel entonces
los soldados no eran reclutados de manera orgánica lo que era perfectamente
entendible ya que se trataba de un recurso que comenzaba a ser puesto en
ejecución, y con la resistencia de varios países, en la mismísima Europa.
Con posterioridad a la gesta de Mayo los
batallones de infantería asentados en Buenos Aires pasaron a la categoría de
regimientos divididos en dos batallones compuestos cada uno por ocho compañías,
una de cazadores, otra de granaderos (la fuerza de élite creada por San Martín)
y seis de fusileros. Los regimientos de caballería contaban con una serie de
escuadrones (tres como máximo), cada uno de ellos compuestos por tres
compañías. También había cuerpos de artillería pero jamás entraron en combate
de manera sistémica. Era muy raro que algún ejército revolucionario pudiese
contar con más de diez piezas de artillería (1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de…capítulo 16.
Las tropas: cómo operaban
Emergía en toda su magnitud la escasez de
tropas para ejecutar varias funciones, todas relevantes, al unísono como la
atención simultánea de varios frentes de guerra y la defensa de la capital, muy
vulnerable a los ataques marítimos. Comparadas con las fuerzas europeas, las
criollas jamás alcanzaron el poderío de una división del viejo continente. Que
hubiera pocas tropas esparcidas sobre un vasto territorio impedía ejecutar la
táctica de la concentración de fuerzas, como lo hizo Napoleón y que fue imitada
a posteriori por sus enemigos. Las fuerzas patriotas estaban condenadas, pues,
a ejecutar operaciones lineales, a que una sola división avanzara o
retrocediera sobre su blanco, aguardando el momento oportuno para atacarlo de
frente, por el costado o por la retaguardia. Acosadas por las mismas
limitaciones las tropas realistas imitaron a las criollas, lo que se tradujo en
la ejecución por ambos bandos de esquemas tácticos y estratégicos muy simples.
¿Cómo avanzaban las tropas? Si el terreno lo
permitía lo hacían en columnas paralelas para de esa manera facilitar el
despliegue bélico. Un cuerpo avanzaba al frente como escudo protector del cuerpo
principal y como servicio de descubierta. La exploración del escenario era por
demás rudimentaria. Debido a la carencia de apoyo logístico en reiteradas
oportunidades los criollos se valían de la información brindada por enemigos
que habían desertado. Además, ambos contendientes se valían del espionaje que,
aunque elemental, era muy activo. Ello explica que los ataques por sorpresa
estuvieran a la orden del día. Cuando las tropas entraban en combate se
disponían de la siguiente manera: a los costados estaba la caballería y la
infantería ocupaba el centro apoyada por la artillería. El ataque era ejecutado
por formaciones compactas y lo que se buscaba era asaltar la línea. La
infantería chocaba de manera intencional contra una línea pasiva para dejarla
fuera de combate y envolverla por los costados con ataques de la caballería
(1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de….capítulo 16.
Una conducción militar deficiente
La conducción de las tropas fue deplorable.
Así como es imposible que un hospital sea eficiente si carece de médicos
competentes, un ejército es fácilmente vulnerable si hay pocos oficiales de
carrera al mando. Con posterioridad a las invasiones inglesas fueron
incorporados a los batallones urbanos grupos de civiles que poseían grados de
capitanes y sargentos, como Martín Rodríguez y el mismísimo Manuel Belgrano. De
este grupo emergieron quienes los condujeron con grados militares superiores,
como Pueyrredón y el mismísimo Cornelio Saavedra. Si a ello se le agregaba el
que, en los albores de la revolución, los ascensos se produjeran por necesidad,
emergía en toda su magnitud la mediocridad de la conducción militar. No resultó
extraño que las tropas carecieran de una formación militar acorde con las
circunstancias. Sin preparación adecuada los oficiales se vieron obligados a
hacerse cargo de una situación extremadamente compleja.
En la vereda de enfrente sobraban los
oficiales de carrera, militares con un altísimo nivel de profesionalismo. A
pesar de semejante desventaja el desempeño de los oficiales patriotas fue muy
auspicioso. Los oficiales más destacados fueron San Martín y Belgrano. El
primero descolló por su capacidad técnica que le permitió formar entre 1815 y
1820 una jerarquizada escuela de formación militar. El segundo tuvo el mérito
de haber sobresalido como conductor militar pese a su carencia de formación
técnica. Todos los jefes militares criollos demostraron poseer un alto espíritu
de combate, lo que explica su tendencia a la ofensiva, tanto estratégica como
táctica. Estas virtudes se complementaban con marcados defectos como las fallas
evidenciadas en la coordinación de las tres armas.
Hasta 1814 el Río de
(1) Floria y García Belsunce, historia
de….capítulo 16.
La campaña del Alto Perú
El gobierno surgido de la destitución de
Cisneros tuvo desde el inicio dos objetivos fundamentales en el terreno
militar: por un lado, ejercer el control sobre el Alto Perú y Paraguay y, por
el otro, obligar a Montevideo a aceptar el cambio político que acababa de tener
lugar en Buenos Aires. Al tener en mente esas metas se produjo lo inevitable:
la dispersión de las escasas tropas disponibles. Luego de aplastada la
contrarrevolución liderada por Liniers las tropas criollas, al mando de Antonio
González Balcarce (era un oficial de carrera), arribaron al límite con el Alto
Perú. Fue entonces cuando atacaron a los realistas, que esperaban la ofensiva,
en Cotagaita. Los criollos no pudieron perforar la defensa española y Balcarce,
con buen tino, retrocedió hasta el río Suipacha atacando por sorpresa a los realistas
el 7 de noviembre de 1810. Fue un duro golpe para el enemigo porque en ese
combate perdió casi la mitad de sus hombres. Días más tarde Rivero obtuvo una
resonante victoria en Aroma y de esa manera los patriotas lograron el control
del Alto Perú. A partir de entonces el número de efectivos del ejército patrio
se incrementó notablemente pero ello no significó un aumento de su capacidad
profesional. Balcarce, por ejemplo, comandaba 6000 hombres pero sólo 2500
estaban preparados para el combate. Ello explica la batalla que pasó a la
historia como “el desastre de Huaqui”. Los criollos fueron atacados entre el
Río Desaguadero y el lago Titicaca por las tropas comandadas por Goyeneche. Fue
una masacre. El precio que pagaron los patriotas por la indisciplina fue
tremendo. Como consecuencia de esa batalla el Alto Perú volvió a quedar bajo el
dominio español. Quiso la providencia que en ese momento Goyeneche no hubiese
tomado la decisión de atacar el norte argentino. De haberlo hecho esa zona
hubiese quedado en poder de los realistas (1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de….capítulo 16.
La campaña del Paraguay
De manera simultánea la primera Junta ordenó a
Manuel Belgrano, sin preparación militar y al mando de un ejército raquítico,
que invadiera Paraguay. Los criollos se equivocaron groseramente al emprender
esta invasión. Por un lado, creyeron que la presencia de las tropas criollas
provocaría la sublevación del Paraguay y, por el otro, al enfocarse en Paraguay
desatendieron un frente más importante como lo era Montevideo. Si las tropas
guaraníes acudían en ayuda de Montevideo, para los patriotas hubiera sido mucho
más fácil enfrentarlas en
(1) Floria y García Belsunce, historia
de…capítulo 16.
La campaña de
Belgrano había cometido un verdadero
sincericidio al tildar de “locura” la campaña al Paraguay. Evidentemente la
actitud del prócer no molestó al gobierno criollo ya que no dudó en confiarle
la conducción de las tropas que protagonizarían la campaña a
Mientras tanto, tenía lugar el avance de las
tropas comandadas por Goyeneche en la zona norte del territorio uruguayo y
fundamentalmente la invasión de 5000 soldados portugueses a
(1) Floria y García Belsunce, historia
de…capítulo 16.
Nueva campaña al Alto Perú
El gobierno confió el mando de las tropas a
Pueyrredón quien partió rumbo a Salta para disciplinarlas y solicitar la
designación de un jefe que estuviera a la altura de las circunstancias. Una vez
más el elegido fue Manuel Belgrano. La frágil situación política y militar
reinante en el Alto Perú había logrado retrasar por bastante tiempo el ingreso
de los realistas al territorio argentino. Cuando se produjo el pueblo jujeño
emigró masivamente, hecho que pasó a la historia como “el éxodo jujeño”.
Mientras tanto, Belgrano recibía la orden gubernamental de retroceder hacia
Córdoba para tratar de achicar las comunicaciones entre las tropas. La
situación no podía ser más complicada ya que en ese momento tenía lugar la
invasión del imperio portugués a
En febrero de 1813 Belgrano ingresó de manera
sorpresiva en Salta. Pese al bloqueo dispuesto por los realistas en el sur, los
criollos atravesaron los cerros para atacarlos por su retaguardia el 20 de ese
mes. La victoria criolla fue aplastante. Finalmente, el enemigo, replegado
sobre la capital salteña, no tuvo más remedio que rendirse. Las victorias
obtenidas en Tucumán y Salta envalentonaron a unas tropas que estaban sometidas
a una rígida disciplina. Es por ello que Belgrano tomó la decisión de marchar
rumbo a Potosí para medir fuerzas con las tropas realistas conducidas por el
general Pezuela. Al llegar a Condo, lugar donde estaba acantonado Pezuela,
Belgrano repitió la táctica que tan buenos resultados le había dado en Salta.
En efecto, decidió concentrar sus fuerzas para rodear a los realistas. El plan
era el siguiente: los indios liderados por Cárdenas debían cerrar el paso a los
realistas por el norte, mientras que Belgrano y Zelaya debían hacer lo mismo
por el sudeste y el este, respectivamente. De esa forma, las tres columnas se
abalanzarían al unísono sobre los realistas para exterminarlos. Lo que no
previó Belgrano fue que Pezuela tuvo conocimiento de lo que pensaba hacer.
Rápido de reflejos, el militar realista decidió combatir a cada columna criolla
por separado antes de que se cerrara el cerco. El 1 de octubre de 1813 Belgrano
y sus tropas fueron atacadas en la pampa de Vilcapugio. Belgrano lanzó una
feroz ofensiva pero Pezuela logró resistir hasta que hizo su aparición la
columna que previamente había batido a Cárdenas y sus indios. Belgrano se
encontró de golpe con una situación no prevista ya que en su plan no figuraba
la derrota de Cárdenas. Finalmente, Belgrano no tuvo más remedio que suspender
su avance.
Pero ello no significó su rendición. En lugar
de retirarse hacia el sur partió rumbo al nordeste para continuar la lucha. Las
enormes pérdidas sufridas por los criollos en Vilcapugio fueron compensadas en
poco tiempo por 3000 nuevos combatientes. El 14 de noviembre entró en combate
contra los realistas en Ayohuma. Los errores que cometió se tradujeron en una
dura derrota. Sólo sobrevivieron 500 soldados. Al poco tiempo fue reemplazado
por San Martín mientras los realistas se adueñaban de Salta el 22 de enero de
1814. Siguiendo los consejos de Belgrano encomendó a Güemes la defensa de Salta
e hizo de Tucumán un fuerte inexpugnable. Mientras tanto la llegada de
refuerzos a Montevideo y la mejora en la situación en España les hizo creer a
los realistas que estaban dadas las condiciones para repetir la frustrada
operación de 1812. Pero Pezuela, al chocar contra la resistencia gaucha, se vio
obligado a permanecer en la ciudad de Salta. Finalmente la rendición de
Montevideo le hizo comprender que su permanencia en Salta había perdido todo
sentido. Cuando expiraba julio emprendió una retirada que lejos estuvo de ser
tranquila ya que sufrió el acoso de la caballería criolla. A partir de entonces
los realistas dejaron de ser una amenaza para el proceso emancipador iniciado
el 25 de mayo de 1810 (1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de….capítulo 16.
Nueva campaña a
Sin la amenazante presencia lusitana y
victoriosos los criollos en Tucumán, se dieron las condiciones para el reinicio
de las operaciones en
A pesar del segundo sitio a Montevideo el
panorama se presentaba bastante complicado para los criollos por las derrotas
de Belgrano en el norte, el refuerzo que llegó a Montevideo desde España y la
destrucción de la revolución chilena en Rancagua el 1 de octubre de 1814. El gobierno
criollo llegó a la conclusión de que había una única solución al problema que
planteaba la presencia realista en Montevideo: la solución naval. Fue entonces
cuando se tomó la decisión de crear la escuadra criolla bajo el mando de
Guillermo Brown, quien, entre el 11 y el 15 de marzo de 1814, atacó y tomó
posesión de Martín García. Luego bloqueó por agua a Montevideo y entre el 16 y
17 de mayo aniquiló a la escuadra española frente a las playas de El Buceo. La
capitulación de Montevideo se produjo el 22 de junio (1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de….capítulo 16.
La etapa pos alvearista
Acosado por un vacío de poder cada vez más
profundo Carlos De Alvear decidió pegar un clásico manotazo de ahogado: la
invasión a la provincia de Santa Fe. Para ello ordenó al coronel Álvarez Thomas
que se hiciera cargo de la misión. Nunca imaginó que al arribar a Fontezuela el
militar, apoyado por la oficialidad, se pronunciaría en contra del Director
Supremo y a favor del fin de la guerra civil. La sublevación de Álvarez Thomas
se extendió como reguero de pólvora por otros cuerpos militares. Presionado por
sus allegados Alvear renunció al cargo de Director Supremo pero al mismo tiempo
trató de conservar el mando castrense. El 15 de abril de 1815 el Cabildo le ordenó
que hiciera entrega del mando militar y asumió el gobierno de la provincia.
Alvear intentó una última e irracional maniobra: entrar a la ciudad por la
fuerza. Ante el pedido de ayuda del Cabildo el coronel Álvarez Thomas marchó
hacia
El primer problema con que se enfrentaron los
vencedores fue la elección del sucesor de Alvear. El órgano facultado para
hacerlo era
Consciente de su débil posición Álvarez Thomas
intentó mantener buenas relaciones con Rondeau y San Martín, y sellar con
Artigas un acuerdo de paz. Este objetivo naufragó rápidamente porque Artigas
era consciente no sólo de su poder sino también del precario equilibrio que
sostenía a Álvarez Thomas. Ello explica la decisión del Director Supremo de
convocar a un Congreso General en la provincia de Tucumán. De esa forma
tranquilizó a varias provincias, temerosas de que el centralismo porteño
continuara vigente. Además, logró un mayor apoyo de San Martín porque con dicha
convocatoria era más factible su viejo anhelo: la declaración de la
independencia. Mientras tanto, emergía en toda su magnitud el grave problema
político que ocasionó el Estatuto Provisional sancionado por el Cabildo. Si sus
miembros creyeron que iba a tener un amplio apoyo cometieron un grosero error
de cálculo, ya que sólo fue reconocido por Salta. El resto de las provincias
acusaron al Cabildo de haber tomado una decisión tan importante sin
consultarlas (1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de….capítulo 17
Álvarez Thomas y su relación con
Artigas
Por su parte, Álvarez Thomas prefirió no
dejarse atrapar por semejantes enredos políticos y centró todas sus energías en
afianzar sus relaciones con Artigas, quien en ese momento había tomado la
decisión de convocar a los pueblos orientales a un Congreso en la localidad de
Mercedes. El coronel Blas J. Pico y el presbítero Bruno Rivarola fueron los
encargados, en representación del Director Supremo, de hacerle saber a Artigas
la intención del gobierno de enhebrar un acuerdo sobre la base de las
siguientes propuestas: a) reconocimiento de la independencia de
Artigas no aceptó las propuestas de Álvarez
Thomas pero ello no implicó el fin de las negociaciones. En efecto, su reacción
consistió en efectuar una contrapropuesta que se apoyaba en los siguientes
puntos: a) la separación de
(1) Floria y García Belsunce, historia
de….capítulo 17.
El liderazgo de Güemes en el norte
Los primeros pasos dados por Álvarez Thomas habían
sido un fracaso. Sus primeros intentos por lograr la paz habían naufragado, al
igual que el objetivo de asegurarse por las armas el control de Santa Fe. Para
colmo, en el norte la autoridad de Rondeau se desmoronaba como un castillo de
naipes mientras el ejército era ganado por la política y la indisciplina. Era
el escenario ideal para que apareciese un caudillo de los quilates de Güemes.
Injustamente despojado de su mando se retiró del ejército acompañado por sus
hombres. Estaba dominado por la decepción y el enojo. Pese a que fue elegido
gobernador interino en Salta reconoció la autoridad de Rondeau como Director
Supremo y la de Álvarez Thomas como interino. Primó en Güemes su ética de la
responsabilidad ya que era consciente de la gravedad de la situación.
Lamentablemente, el escenario empeoró a raíz de las derrotas de los patriotas
en Venta y Media (20 de octubre de 1815) y en Sipe Sipe (29 de noviembre del
mismo año). El Alto Perú, con excepción de Santa Cruz de
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de….capítulo 17.
Cuyo y Santa Fe
Asfixiado por doquier Álvarez Thomas encontró
en Cuyo el oasis que necesita cualquiera que transita un desierto para no morir
en el intento. En efecto, la provincia conducida por San Martín apoyó con
fervor la decisión del Director Supremo de convocar al Congreso en la ciudad de
Tucumán. Mientras tanto, el ilustre militar se fortalecía para estar en
perfectas condiciones de luchar contra los realistas. Convencido de que si
lograban asentarse en territorio chileno el proceso independentista correría
serio riesgo, decidió pasar a la ofensiva invadiendo el país trasandino en la
primavera de ese año (1816).
Obsesionado con Santa Fe el Director Supremo
designó nuevamente a Belgrano jefe de las tropas (el Ejército de Observación)
encargadas de intentar tomar posesión de la provincia por enésima vez.
Consciente de lo dificultosa que podía ser la operación militar Belgrano
intentó un acercamiento pacífico con las autoridades santafesinas para negociar
algún tipo de acuerdo que satisficiera a ambas partes. Pare ello designó como
representante a su segundo, el coronel Díaz Vélez. Lamentablemente, éste lo
traicionó pactando con Santa Fe el relevo de Álvarez Thomas y del propio
Belgrano, asumiendo el liderazgo del Ejército de Observación. Esta canallada
pasó a la historia como “el Pacto de Santo Tomé”, que tuvo lugar el 9 de abril
de 1816. La historia volvía a repetirse (Fontezuela).
Mientras tanto, la influencia de Artigas no
paraba de crecer luego de la adhesión de Córdoba y las muestras de simpatía
provenientes de Santiago del Estero. La traición de Díaz Vélez, aborrecible
desde el punto de vista moral, no hacía más que poner en evidencia la escasa
predisposición del ejército nacional de luchar contra el caudillo oriental.
Incluso en ciertos cenáculos porteños se lo miraba con cierta simpatía. Además,
muchos estaban convencidos de que el accionar del Director Supremo atentaba
contra los intereses de Buenos Aires ya que la privaba de autonomía y la
transformaba en el blanco preferido del rencor de las restantes provincias.
Aprovechando la incertidumbre reinante el Cabildo porteño ejecutó lo que mejor
sabía hacer: provocar un golpe palaciego. Abrumado por la situación Álvarez
Thomas aceptó el “pedido” de renuncia formulado por los golpistas el 16 de
abril de 1816, siendo sustituido por el brigadier Antonio González Balcarce
(1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de….capítulo 17.
El Congreso de Tucumán
El 24 de marzo de 1816 fueron inauguradas las
sesiones del Congreso de las Provincias Unidas, convocado por un desfalleciente
Álvarez Thomas. Con la excepción de Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y
(1) Leoncio Gianello, Historia del Congreso de
Tucumán, Bs. As., Academia Nacional de la historia, 1966, pág. 122, en Floria y
García Belsunce, Historia de…., pág. 402.
Juan Martín de Pueyrredón, nuevo
Director Supremo
El Congreso fue un ejemplo de convivencia
democrática, pese a ser bastante heterogéneo. Había un grupo compuesto por
algunos diputados de Buenos Aires, los de Cuyo y algunos de las provincias del
interior (los centralistas); otro grupo integrado por diputados cordobeses,
algunos de Buenos Aires y otros del interior (los localistas); y un tercer
grupo compuesto por los representantes del Alto Perú (los altoperuanos).
El primer problema a resolver por el Congreso
era la designación del nuevo Director Supremo. La tarea no era sencilla porque
la elección debía recaer en un hombre que fuera, al mismo tiempo, de fuerte
personalidad pero dispuesto al diálogo. Ni un ególatra autoritario pero tampoco
un pusilánime. Los diputados por Córdoba propusieron como candidato a Moldes,
diputado salteño que mucho se acercaba al ególatra autoritario. La solución la
tuvo San Martín. Consideró que el candidato adecuado era el diputado
entrerriano Juan Martín de Pueyrredón, a quien conocía desde hacía dos años.
Los diputados cuyanos se alinearon de inmediato y muy pronto su candidatura
recibió el apoyo de Güemes y de los diputados por Buenos Aires y el Alto Perú.
Al conocerse en Tucumán el pacto de Santo Tomé y la renuncia de Álvarez Thomas,
Pueyrredón se encontró con el camino totalmente despejado. El 3 de mayo de 1816
Pueyrredón recibió el apoyo de 23 diputados y su competidor, Moldes, solamente
el de 2 diputados. Era la primera vez que el “Poder Ejecutivo” gozaba de
legitimidad de origen.
Consciente de la difícil situación que reinaba
en Salta, el flamante Director Supremo no perdió tiempo. Se dirigió a la
provincia norteña para apaciguar los ánimos, “amigar” a Rondeau y Güemes, para
luego asegurarse la fidelidad de las tropas. Pueyrredón no podía darse el lujo
de enemistarse con Güemes porque la defensa de la frontera norte dependía,
hasta ese momento, de las guerrillas que lideraba. Ya en Buenos Aires
Pueyrredón sustituyó a Rondeau por Belgrano, cuyo prestigio se mantenía
incólume pese a las duras derrotas de Vilcapugio y Ayohuma. La respuesta de
Rondeau fue la menos adecuada: consideró su reemplazo una ofensa y redactó una
carta de renuncia en la que daba a entender que las tropas resistirían la
designación de Belgrano. Era una clara incitación a la rebelión. Pueyrredón
reaccionó como correspondía: sin perder un minuto de su valioso tiempo
efectivizó el nombramiento de Belgrano lo que enervó cualquier atisbo de
malestar castrense.
Para Pueyrredón la situación chilena era por
demás delicada. Decidió, por ende, colocarla en la cima de sus prioridades. En
consonancia con San Martín tomó la decisión de invadir al país trasandino. De
esa forma el Director Supremo procuró alcanzar la unidad en torno a un objetivo
supremo: la independencia. Mientras tanto, el Congreso reunido en Tucumán era presionado
por San Martín para que finalmente declarara la independencia. El 9 de julio
los congresistas la declararon de la siguiente forma: “Nos los representantes
de las Provincias Unidas de Sud América, reunidos en Congreso General,
invocando al Eterno que preside el universo, en el nombre y por la autoridad de
los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y a los
hombres todos del Globo la justicia que regla nuestros votos; declaramos
solemnemente a la faz de la tierra que es voluntad unánime e indubitable de
estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de
España, recuperar los derechos de que fueran despojados, e investirse del alto
carácter de nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y
metrópoli. Quedar en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno
poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de las
actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y
ratifican comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta
voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a
quienes corresponda, para su publicación, y en obsequio del respeto que se debe
a las naciones, detállese en un manifiesto los gravísimos fundamentos
impulsivos de esta solemne declaración. Dada en la sala de sesiones del
Congreso y refrendada por nuestros diputados secretarios. Francisco Narciso de
Laprida, presidente., Mariano Boedo, vicepresidente”. El proceso comenzado el
25 de mayo de 1810 culminaba con esta solemne declaración el 9 de julio de
1816. Había triunfado claramente la concepción americanista de la revolución
(1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de…capítulo 17.
El gobierno de Pueyrredón
Pueyrredón estuvo al frente del gobierno
nacional entre 1816 y 1819. Fue un período extremadamente intenso que le
permitió al Director Supremo dejar una huella indeleble. Pese a los obstáculos
que debió enfrentar no dudó a la hora de afianzar el proceso emancipatorio que
comenzó el 25 de mayo de 1810. Fue, qué duda cabe, el máximo garante del punto
culminante de dicho proceso acaecido en Tucumán el 9 de julio de 1816.
Pueyrredón tuvo una obsesión: garantizar la
independencia de las provincias Unidas del Río de
Cuando Pueyrredón se hizo cargo del gobierno
central tenía en frente un panorama extremadamente complicado. Por un lado,
debía intentar controlar a Artigas cuya influencia se desparramaba a lo largo
del territorio como reguero de pólvora; por otro lado, no podía desatender la
invasión lusitana a
Floria y García Belsunce se esmeran en
rescatar la figura de Pueyrredón. Consideran injusta la visión de quienes lo
consideran un porteño pedante y autoritario. Es cierto que, en material
militar, apeló a la conducción centralizada pero era algo perfectamente lógico
ya que la conducción de las fuerzas armadas fue (es y será) sinónimo de
verticalidad. En lo político es cierto que al comienzo de su mandato Pueyrredón
ejerció el poder de manera hegemónica pero era el único camino que conducía al
fortalecimiento del proceso revolucionario. Pero al cumplirse el primer
aniversario de la declaración de la independencia era evidente-y Pueyrredón era
perfectamente consciente de ello-que el excesivo centralismo porteño atentaba
contra la unión de todas las provincias y hacía peligrar el éxito del proceso
revolucionario.
Todos estos factores llevaron a Pueyrredón a
ejercer el poder en base al equilibrio y la moderación. ¿Se imagina el lector
lo que hubiera pasado si Pueyrredón hubiera tenido una personalidad como la de
Donald Trump? Pueyrredón se basó en estos valores para intentar apaciguar los
ánimos para así poder ejecutar su obra de gobierno. Estaba obsesionado con el
logro de la unidad nacional pero ello no significó que tuviera en mente imponer
la autoridad porteña a como diera lugar. A tal punto no puede identificarse a
Pueyrredón con el porteñismo “puro y duro” que durante su gobierno debió
padecer las críticas de los dirigentes porteños. Cuando se disolvió
Pueyrredón fue un político eminentemente
práctico. Tenía los pies sobre la tierra lo que lo llevó a criticar algunas
veces al Congreso, proclive a las divagaciones teóricas. En varias
oportunidades se quejó ante San Martín: “¡Y siempre doctores! Ellos gobiernan y
pretenden gobernar con teorías, y con ellas nos conducen a la disolución” (2).
“No hay duda, amigo, en que los doctores nos han de sumergir en el último
desorden y en la anarquía. Si no apretamos los puños, estamos amenazados de ver
al país convertido en un Argel de hombres con peluca” (3). Pueyrredón los
acusaba de desconocer la calle, de vivir en la estratósfera, de perder el
tiempo elaborando teorías sin ningún sustento práctico. Pero estaba obligado a
convivir con la realidad. Al ser un gobernante carente de partido debió buscar
un reemplazante, encontrándolo en
(1) Pueyrredón, Carlos A., Cartas de
Pueyrredón a San Martín, Bs. As., Facsímiles 55 y 57, en Floria y García
Belsunce, Historia de…, pág. 407.
(2) Pueyrredón, Carlos A., ob. cit., fac. 91,
en Floria y García Belsunce, Historia de…, pág. 408.
(3) Pueyrredón, Carlos A., ob. Cit., fac. 93,
en Floria y García Belsunce, Historia de…, pág. 4048.
Las tensiones contra el Directorio
Al arribar a Buenos Aires procedente de
Tucumán el Director Supremo se encontró con una capital dividida, con poca
predisposición a colaborar con el gobierno central y atemorizada por la amenaza
lusitana. En Córdoba tuvo lugar una rebelión comandada por Pérez Bulnes,
artiguista confeso. El Congreso, en contra del criterio de Pueyrredón, envió
tropas logrando poner las cosas en su lugar: Funes, partidario del gobierno
nacional, asumió como gobernador. También hubo una sublevación en Santiago del
Estero pero fue rápidamente sofocada por el rápido accionar de Belgrano y
Bustos. Su hábil cintura política no exenta de firmeza le permitió a Pueyrredón
afianzar su gobierno cuando expiraba 1816. Con excepción del litoral, el resto
del país reconocía su autoridad. Pero se trataba de una calma que podía
resquebrajarse en cualquier momento. La paz pendía de un hilo.
En Buenos Aires la situación era harto
complicada. El hartazgo de la población tenía su explicación: Pueyrredón se
había valido de su bolsillo (impuestos, empréstitos forzosos, etc.) para
financiar la campaña de San Martín a Chile. Y ya se sabe que el bolsillo es la
víscera más sensible del hombre. También había malestar en el ámbito castrense
ya que, por un lado, el coronel Soler había recibido la orden de responder a San
Martín y, por el otro, el coronel Dorrego había pagado caro su personalidad
rebelde (fue desterrado a los Estados Unidos). En 1817 se produjo una
sublevación cívico-militar pero fue sofocada sin hesitar. Sus líderes militares
(French y Pagola) y civiles (Agrelo, Chiclana, Manuel Moreno y Pazos Kanki)
fueron desterrados. Por lo menos no fueron fusilados, lo que implicaba un
cambio copernicano respecto a la manera como
A pesar de estas turbulencias Pueyrredón puso
todas sus energías en gobernar. Hasta ese momento el andamiaje institucional
español se mantenía intacto. Las diversas normas sancionadas por los sucesivos
gobiernos posteriores al 25 de mayo de 1810 se habían limitado a reglar la
organización del Poder Ejecutivo, proclamar la independencia de la justicia,
modificar superficialmente el sistema impositivo, organizar las secretarias
estatales, reorganizar las fuerzas armadas y regular sobre aduana y comercio
exterior. Con el apoyo de Obligado y Gazcón, el Director Supremo tomó
relevantes decisiones: a) determinación de la deuda pública, b) armonización de
los créditos, c) creación de
(1) Floria y García Belsunce, historia de…,
capítulo 17.
El apoyo de Pueyrredón a San Martín:
“Va el mundo. Va el demonio. Va la carne”
En octubre de 1815 José de San Martín, por
entonces coronel mayor, contaba con 2800 hombre muy bien entrenados para
invadir Chile y atacar a los realistas. En plenas sesiones del Congreso de
Tucumán consideraba que con 1600 hombres más estaría en condiciones de ejecutar
sus planes en el verano de 1817. Consciente de lo riesgosa de la empresa
propuso a Balcarce, al Congreso y a Pueyrredón un plan que consistía,
básicamente, en amenazar a los realistas con una invasión para obligarlos a
dispersar sus fuerzas. De esa manera las fuerzas patriotas podrían abalanzarse
sobre ellas y aniquilarlas. Logrado ese objetivo estarían dadas las condiciones
de invadir Perú por el mar y no por el áspero Alto Perú. La frutilla del postre
sería una alianza entre Chile y las Provincias Unidas.
Pueyrredón aprobó con entusiasmo el plan de
San Martín. Al poco tiempo se dirigió a Córdoba para entrevistarse con el gran
militar para formalizar el apoyo del gobierno central. A partir de ese momento
la prioridad de Pueyrredón fue consolidar la unión nacional para permitir a San
Martín el cumplimiento de su campaña emancipadora. Lo esencial era que el gran
militar fuera provisto de la mayor cantidad de recursos posibles. Pero para
ello era vital que el Director Supremo no se viera obligado a malgastar parte
de dichos recursos en sofocar rebeliones internas.
Lo primero que hizo San Martín fue hacer de
Mendoza un cuartel de grandes dimensiones para formar a los soldados, fabricar
armas, coser uniformes, reunir caballadas, instruir oficiales y recopilar
información sobre el enemigo. Mientras tanto San Martín le exigía a Pueyrredón
el envío de aras, dinero y abastecimiento para sus soldados. No dejaba nada
librado al azar. El 2 de septiembre de 1816 el Director Supremo le envió a San
Martín una histórica carta en la que le confiesa que su gobierno ya no estaba
en condiciones de seguir apoyándolo acorde con sus exigencias: “A más de las
cuatrocientas frazadas remitidas de Córdoba, van ahora quinientos ponchos,
únicos que he podido encontrar; están con repetición libradas órdenes a Córdoba
para que se compren las que faltan al completo, librando su costo contra estas
Cajas. Está dada la orden más terminante al gobernador intendente para que haga
regresar todos los arreos de mulas de esa ciudad y la de San Juan; cuidaré su
cumplimiento. Está dada la orden para que se remitan a usted mil arrobas de
charqui, que me pide para mediados de diciembre: se hará. Van oficios de
reconocimiento a los cabildos de esa y demás ciudades de Cuyo. Van los
despachos de los oficiales. Van todos los vestuarios pedidos y muchas más
camisas. Si por casualidad faltasen de Córdoba en remitir las frazadas toque
usted el arbitrio de un donativo de frazadas, ponchos o mantas viejas de ese
vecindario y el de San Juan; no hay casa que no pueda desprenderse sin perjuicio
de una manta vieja; es menester pordiosear cuando no hay otro remedio. Van
cuatrocientos recados. Van hoy por el correo en un cajoncito los dos únicos
clarines que se han encontrado. En enero de este año se remitieron a usted 1389
arrobas de charqui. Van los doscientos sables de repuesto que me pidió. Van
doscientas tiendas de campaña o pabellones, y no hay más. Va el mundo. Va el
demonio. Va la carne. Y no sé cómo me irá con las trampas en que quedo para
pagarlo todo, a bien en quebrando, cancelo cuentas con todos y me voy yo
también para que usted me dé algo del charqui que le mando y no me vuelva a
pedir más, si no quiere recibir la noticia de que he amanecido ahorcado en un
tirante de la fortaleza” (1).
Esta carta es un verdadero documento histórico.
Refleja la personalidad de Pueyrredón, su firme convencimiento en el triunfo
del general San Martín. Además, es un canto a la honestidad. No le esconde
nada. Reconoce que no puede ayudarlo más, que dio todo de sí para proveerle de
todo lo necesario para las campañas militares que se avecinaban. San Martín
supo reconocer el esfuerzo y la convicción de Pueyrredón. No es difícil suponer
cómo estaban los soldados en lo anímico. Seguramente muy preocupados pero eran
conscientes de que no estaban solos, que tenían delante suyo a un San Martín en
el campo de batalla y a un Juan Martín de Pueyrredón en el gobierno central.
Cuánta diferencia con los soldados de Malvinas quienes tuvieron delante suyo a
un Mario Benjamín Menéndez que nunca entró en combate y a un Leopoldo Fortunato
Galtieri sentado cómodamente en el sillón de Rivadavia degustando un buen
whisky.
(1) Citado por Raffo de
El plan de campaña del gran militar
El Ejército de los Andes comenzó a movilizarse
el 9 de enero de 1817. La ciudad capital -Jujuy- estaba en poder del general
realista
La empresa era harto complicada. Los pasos
estaban a gran altura lo que no hacía más que dificultar el traslado de unos
4000 soldados, 1400 auxiliares, 18 cañones, 9000 mulas y 1500 caballos. A pesar
de ello el plan de San Martín funcionó como una aceitada máquina. La
coordinación fue notable. Mientras las dos columnas principales derrotaban a
los realistas en Chacabuco, Copiapó era ocupada por Dávila, Coquimbo era
ocupada por Cabot y Talca era tomada por Freire. Todo funcionó de manera
sincronizada, como un reloj suizo. Previsor, San Martín decidió adelantar a la
caballada para que se aclimatara. Las tropas poseían un alto nivel de
instrucción y adiestramiento. Su disciplina era total. El servicio de espionaje
era muy sofisticado para la época, lo que le permitía a San Martín contar con
información confiable sobre los movimientos de los realistas.
Mientras tanto, los realistas, comandados por
Marcó del Pont, estaban dominados por la incertidumbre ya que desconocían
cuándo se produciría el ataque principal de las fuerzas patriotas. Para colmo,
el jefe militar realista, al pretender asegurar de manera simultánea varis
puntos, no hizo más que dispersar sus tropas, que era que lo que pretendía San
Martín. Para colmo, el grado de instrucción de los realistas era mediocre y
carecían de disciplina. Marcó del Pont intentó un reagrupamiento de sus tropas
en el valle del Aconcagua recién cuando se enteró del avance del ejército
sanmartiniano. San Martín había tomado la iniciativa, lo que fue vital para el
éxito militar (1).
(1) Floria y García Belsunce, historia
de…capítulo 18.
La campaña de Chile. Cancha Rayada y
Maipú
Los primeros combates, favorables a los
criollos, se dieron en Los Potrerillos y Guardia Vieja. El 8 de febrero de
1817, al mando de Las Heras, ocuparon Santa Rosa. Ese mismo día San Martín
arribaba a la localidad de San Felipe luego de derrotar al enemigo en
Achupallas y Las Coimas. Dos días más tarde tuvo lugar un combate en Chacabuco.
Ahí esperaban al gran militar 3000 realistas comandados por el brigadier
Maroto. Los realistas perdieron casi la mitad de sus fuerzas. Mientras tanto,
Marcó del Pont fue capturado mientras se dirigía rumbo a Valparaíso. El 14 de
mayo San Martín y O´Higgins entraban victoriosos en Santiago. La confianza que
Pueyrredón había depositado en San Martín no fue defraudada. El Director
Supremo estaba seguro del éxito de la campaña emprendida por el gran militar.
Así lo confirma la carta que le envío unos días antes: “Bien puede Vd. decir
que no se ha visto un director que tenga igual confianza en un general;
debiéndose agregar que tampoco ha habido un general que la merezca más que Vd.”
(1)
Pueyrredón le había encomendado expresamente a
San Martín que su victoria no significara para Chile una afrenta a su dignidad
como país. Debía convencer a los chilenos que su objetivo era liberarlos del
yugo español y no conquistarlos. Es por ello que debía invitar al país
trasandino a que enviara sus representantes al Congreso de Tucumán para acordar
la constitución de un gran estado, y si ello no era posible al menos para tejer
una alianza entre ambas naciones. O´Higgins fue designado por San Martín
director provisional de Chile quien, en un gesto que lo enaltece, rechazó la
propuesta de los chilenos de ser su primer presidente. Pero ello no significó
que el gran militar permaneciera pasivo. Lo primero que hizo fue organizar una
suerte de filial chilena de
Sin embargo, Chile aún seguía sufriendo la
amenaza española. Concepción y Talcahuano estaban bajo su dominio, y sus
tropas, pese a no ser numerosas, estaban protegidas por Talcahuano (era una
fortaleza) y comunicadas con Lima a través del mar. Las Heras logró derrotar al
enemigo en Curapaligüe y Gavilán, lo que le permitió recuperar Concepción.
Mientras tanto, Freire vencía a los realistas en Arauco. De esa forma el
dominio español quedaba reducido a Talcahuano. Luego de varias escaramuzas
favorables a los criollos Las Heras se preparó para el combate final. El 5 de
diciembre tuvo lugar el ataque pero los realistas, al mando de Ordóñez,
lograron resistir. En ese momento el gran militar tuvo noticias sobre una
expedición realista para fortalecer la posición de Ordóñez. San Martín le
ordenó a O´Higgins que se uniera con él en el norte. A comienzos de 1818 hizo
su arribo a Talcahuano el general español Osorio quien no tuvo mejor idea que
avanzar por tierra rumbo al norte, lo que terminó por facilitar la
concentración de las tropas criollas. A raíz de ello Osorio no tuvo más remedio
que dirigirse hacia los alrededores de Talca.
La suerte de los realistas parecía echada. Era
imposible que 4600 españoles lograran vencer a 7600 criollos. Pero el talento
estratégico de Ordóñez pateó el tablero. En la noche del 19 de marzo de 1818
los realistas se abalanzaron sobre los criollos en los campos de Cancha Rayada,
provocando una gran confusión en las tropas de San Martín. El resultado fue una
derrota lapidaria para el gran militar. Fue entonces cuando quedó en evidencia
su granítica personalidad. Sacando fuerzas de flaquezas le encargó a Las Heras
el mando de las tropas y se dirigió a la capital chilena para reorganizar el
ejército. Tan intensa fue la actividad que desplegó que en poco más de una
semana tenía a disposición un ejército dispuesto a defender Santiago. La gran
batalla tuvo lugar en los llanos de Maipú el 5 de abril de 1818. El gran
militar consiguió una victoria notable que decidió la suerte de Chile.
(1) Citado por Raffo de
La expedición al Perú. El Acta de
Rancagua
Mientras tanto Osorio había partido rumbo a
Perú. Por su parte, San Martín se dirigió a Buenos Aires para pedirle ayuda
financiera a Pueyrredón. El director supremo le prometió quinientos mil pesos
mientras Chile le ofreció trescientos mil pesos. La promesa de Pueyrredón se
vio truncada por la actitud del pueblo de Buenos Aires, que se negó a respaldar
el empréstito pensado por Pueyrredón para ayudar al gran militar. Además del
hartazgo por la carga impositiva que pesaba sobre sus hombros la población
porteña consideró que con la victoria en Maipú la amenaza española se había
desvanecido por completo. Para colmo, el gobierno chileno no demostró mayor
entusiasmo en cumplir su promesa. Frente a semejante panorama San Martín
amenazó con renunciar al mando del Ejército Unido dada la imposibilidad de
llevar a cabo la expedición a Perú y recomendar que el ejército criollo
prestara servicios en su patria.
Sin embargo, tanto Pueyrredón como O´Higgins
deseaban ejecutarla. Pero ambos estaban acosados por serios problemas políticos
y financieros. Pueyrredón debía hacer frente a la guerra del Litoral lo que lo
obligaba a gastar mucho dinero. Además, se expandió como reguero de pólvora la
noticia de una nueva expedición realista al Río de
Fue entonces cuando O’Higgins, asumiendo el
costo de la operación militar, consideró que eran suficientes los 200 mil pesos
que decidió aportar al gobierno argentino. San Martín suspendió inmediatamente
la orden de regreso de las tropas a Buenos Aires y Pueyrredón avaló al gran
militar. Pero el avance realista obligó a Pueyrredón a insistir con el regreso
de las tropas para defender Buenos Aires. San Martín renunció y Pueyrredón
revocó nuevamente su orden. En junio de 1819 Pueyrredón renunció y su sucesor,
Rondeau, le ordenó a San Martín que regresara con las tropas para participar en
la lucha contra Santa fe. El gran militar desobedeció y en 1820 tuvo noticias
de la caída de Rondeau y la disolución del Congreso. La anarquía había impuesto
sus códigos. Con el objetivo de salvar la expedición al Perú renunció al mando
ante sus jefes y oficiales aduciendo que ya no existían las autoridades que lo
habían nombrado. El 2 de abril de 1820 aquellos jefes y oficiales labraron el
Acta de Rancagua para dejar constancia de su lealtad al gran militar. Apoyado por
sus oficiales y el gobierno chileno San Martín decidió emprender la tan ansiada
campaña al Perú mientras lo que hoy se conoce como Argentina era escenario de
la disolución nacional (1).
(1) Floria y García Belsunce, Historia
de…capítulo 18.
La influencia del constitucionalismo
Entre 1810 y 1819 germinaron en el territorio
del ex virreinato del Río de
(1) Floria y García Belsunce, Historia de…,
capítulo 18.
La doctrina política del federalismo
¿Qué sucedía, mientras tanto, con los
federalistas? Ellos no aspiraban a una constitución formal al estilo
estadounidense porque estaban inmersos en un ambiente que destacaba la vocación
caudillesca, que colisionaba frontalmente con aquellos principios medulares del
constitucionalismo. Los federalistas eran la cara visible de la otra Argentina,
antiliberal y antirrepublicana, nacional y popular, para emplear términos
actuales. Sin embargo, cuando los ánimos se apaciguaron las provincias pudieron
finalmente tener sus constituciones formales, cuyos contenidos eran un fiel
reflejo de las constituciones liberales. Ello ponía en evidencia el pragmatismo
de los caudillos y también su acendrado localismo. Sin embargo, desde el punto
de vista doctrinario el federalismo bebía de las fuentes liberales. El rígido
ejercicio del poder de los caudillos federales no se sustentaba ideológicamente
ni en el régimen burocrático de los Austrias ni en la concepción centralizada y
despótica de los Borbones. El régimen federal era una creación de las flamantes
provincias. Entre 1810 y 1820 tuvo lugar un proceso constituyente que se nutrió
de estatutos constitucionales, el decreto sobre seguridad individual de 1811,
la ley de prensa de 1812, el reglamento de justicia de ese mismo año, el
reglamento de secretarios de Estado de 1814, entre otros. Sus creadores estaban
imbuidos de la filosofía liberal consagrada por
Respecto a
Además de estipular los derechos del hombre
también se reglaban sus deberes: a) subordinación completa a la ley, b) obediencia
y respeto a la justicia, c) pacificarse en beneficio de
(1) Germán Bidart Campos, Historia política
y…., tomo I, págs. 105/107.
El texto constitucional de 1815 (*)
El Estatuto Provisorio de 1815 contiene una
serie de disposiciones sumamente importantes. Comienza por consagrar aquellos
derechos que competen a quienes habitan el Estado: la vida, la honra, la
igualdad, la propiedad y la seguridad. Luego los explica de la siguiente
manera: “El primero tiene un concepto tan uniforme que no necesita de más
explicación. El segundo resulta de la buena opinión que cada uno se labra para con
los demás por la integridad y rectitud de sus procedimientos. El tercero es la
facultad de obrar cada uno a su arbitrio, siempre que no viole las leyes, ni
dañe los derechos del otro. El cuarto consiste en que la ley, bien sea
perceptiva, penal o tuitiva, es igual para todos, y favorece igualmente al
poderoso, que al miserable para la conservación de sus derechos. El quinto es
el derecho de gozar de sus bienes, rentas y productos. El sexto es la garantía
que concede el Estado a cada uno para que no se le viole la posición de sus
derechos, sin que primero se verifiquen aquellas condiciones que estén
señaladas por la ley para perderla”.
Más adelante, se refiere a los deberes de
quien es ciudadano: “…debe primero sumisión completa a la ley, haciendo el bien
que ella prescribe, y huyendo del mal que prohíbe… obediencia, honor y respeto
a los Magistrados y funcionarios públicos…sobrellevar gustoso cuantos
sacrificios demande
Respecto al Poder Ejecutivo-el Director del
Estado-establece, entre otras, las siguientes atribuciones: “la protección de
la religión del estado, su defensa y felicidad; el puntual cumplimiento y
ejecución de las leyes que actualmente rigen; el mando y organización de los
ejércitos, armada, milicias nacionales, el sosiego público, la libertad civil,
la recaudación y económica arreglada inversión de los fondos públicos, y la
seguridad real y personal de todos los que residen en el territorio del
estado”. Tiene prohibido “disponer por sí sólo a su arbitrio los gastos, obras,
aprestos y erogaciones extraordinarias, sino asociado en una Junta que formarán
con voto decisivo el mismo director, el Decano del Tribunal Mayor de Cuentas,
el Ministro más antiguo de
El Estatuto detalla los límites de la
autoridad del director. Por ejemplo, le está vedado “intervenir en negocio
alguno judicial, civil o criminal contra persona alguna de cualquiera clase o
condición que fuese, ni alterar el sistema de administración de justicia”. Si
arresta a alguien “deberá ponerlo dentro de veinticuatro horas a disposición de
los respectivos Magistrados de Justicia con toda la independencia que
corresponde al Poder Judicial, pasándoles los motivos para su juzgamiento”.
Tiene expresamente prohibido “conceder a ninguna persona del Estado exenciones
o privilegios exclusivos, excepto a los inventores de artes o establecimiento
de pública utilidad con aprobación de
El Poder Judicial “no tendrá dependencia
alguna del Poder Ejecutivo del Estado, y en sus principios y forma estará
sujeto a las leyes de su instituto”.
El Director del Estado, los diputados que
representan a las provincias, los Cabildos, los Gobernadores y los miembros
de
La seguridad individual y la libertad de
imprenta ocupan un lugar central en el Estatuto. Estipula que “Las acciones
privadas de los hombres, que de ningún modo ofenden el orden público, ni
perjudican a un tercero, están solo reservadas a Dios, y exentas de la
autoridad de los Magistrados. Ningún habitante del Estado será obligado a hacer
lo que no manda
El Estatuto contiene el decreto de la libertad
de imprenta del 26 de octubre de 1811. Estipula que “Todo hombre puede publicar
sus ideas libremente y sin previa censura (…) El abuso de esta libertad es un
crimen, su acusación corresponde a los interesados, si ofende derechos
particulares y a todos los Ciudadanos, si compromete la tranquilidad pública,
la conservación de
(*) Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
El Reglamento de 1817
Su comienzo es similar al del Estatuto
Provisorio de 1815. Considera que “los derechos de los habitantes del Estado
son la vida, la honra, la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad.
El primero tiene un concepto tan uniforme entre todos que no necesita de más
explicación. El segundo resulta de la buena opinión que cada uno se labra para
con los demás por la integridad y rectitud de sus procedimientos. El tercero es
la facultad de obrar cada uno a su arbitrio, siempre que no viole las leyes, ni
dañe los derechos de otro. El cuarto consiste en que la ley bien sea
preceptiva, penal o tuitiva, es igual para todos y favorece igualmente al
poderoso que al miserable para la conservación de sus derechos. El quinto es el
derecho de gozar de sus bienes, rentas y productos. El sexto es la garantía que
concede el estado a cada uno para que no se viole la posesión de sus derechos,
sin que primero se verifiquen aquellas condiciones que estén señaladas por la
ley para perderla”.
¿Cuáles son los deberes del ciudadano? “Todo
hombre en el Estado debe primero sumisión completa a la ley, haciendo el bien
que ella prescribe y huyendo del mal que prohíbe”. Debe además “obediencia,
honor y respeto a los Magistrados y funcionarios públicos, como ministros de la
ley y primeros ciudadanos. Sobrellevar con gusto cuantos sacrificios
demande
Por su parte el cuerpo social “debe garantizar
y afianzar el goce de los derechos del hombre. Aliviar la miseria y desgracia
de los ciudadanos, proporcionándoles los medios de prosperar e instruirse”.
El Poder Ejecutivo deberá “vigilar sobre el
cumplimiento de las leyes, la recta administración de justicia, mediante
iniciativas a los funcionarios de ella y la ejecución de las disposiciones del
Congreso, dando a este último fin los reglamentos que sean necesarios. Elevará
a la consideración y examen de
¿Cuáles son sus límites? No podrá en ningún
caso tener el mando de un Regimiento particular. No ejercerá jurisdicción
alguna civil o criminal de oficio, ni a petición de partes: no alterará el
sistema de administración de justicia según leyes (…) Cuando la urgencias del
caso le obligue a arrestar a algún ciudadano, deberá ponerlo dentro del tercer
día a disposición de los respectivos Magistrados de justicia con todos los
antecedentes y motivos para su juzgamiento (…) No podrá imponer pechos,
contribuciones, empréstitos, ni aumentos de derechos de ningún género directa
ni indirectamente sin previa resolución del Congreso (…) No podrá proveer
empleo alguno civil o militar a sus parientes hasta el tercer grado de
consanguinidad inclusive y primero de afinidad, sin noticia y aprobación del
Congreso”.
El Poder Judicial “no tendrá dependencia
alguna del Poder Ejecutivo Supremo y en sus principios, forma y extensión de
funciones estará sujeto a las leyes de su instituto”. Nadie “podrá ser
arrestado sin prueba a lo menos semiplena o indicios vehementes deprimen, que
se harán constar en previo proceso sumario. En el término del tercer día se
hará saber al reo la causa de su prisión; y no siendo el Juez aprehensor el que
deba seguirlas, lo remitirá con los antecedentes al que fuese nato y deba
conocer. Ningún reo estará incomunicado después de su confesión y nunca podrá
dilatarse ésta por más de diez días, sin justo motivo, del que se pondrá
constancia en el proceso, haciéndose saber el embarazo al reo y sucesivamente
de tres en tres días, si éste continuase. Siendo las cárceles para la seguridad
y no para castigo de los reos, toda medida, que a pretexto de precaución sólo
sirva para mortificarlos maliciosamente, será corregida por los Tribunales
superiores, indemnizando a los agraviados por el orden de justicia.
Respecto a seguridad individual estipula que
“las acciones privadas de los hombres, que de ningún modo ofenden el orden
público, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios y exentas de
la autoridad de los Magistrados. Ningún habitante del Estado estará obligado a
hacer lo que no manda la ley clara y expresamente, ni privado de lo que ella
del mismo modo no prohíbe (…) Ningún habitante del Estado puede ser penado, ni
confinado, sin que preceda forma de proceso y sentencia legal (…) La casa de un
Ciudadano es un sagrado, que no puede violarse sin crimen y sólo en el caso de
resistirse a la convocación del juez podrá allanarse.
Sobre la libertad de imprenta el Reglamento
considera vigente el decreto del 26 de octubre de 1811 que estipula que “todo
hombre puede publicar sus ideas libremente y sin previa censura. Las
disposiciones contrarias a esta libertad quedan sin efecto”.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
¿Qué hacer con
Luego de asumir el cargo de Director Supremo
Pueyrredón tuvo que resolver un delicado problema internacional. El imperio
portugués tenía en la mira a
Sus dirigentes llegaron a la conclusión de
que, en virtud de cómo se estaban moviendo las piezas en ese ajetreado tablero
internacional, la invasión a
El interinato de Balcarce
La situación interna del propio Balcarce lejos
estaba de ser diáfana. Es por ello que el 28 de mayo de 1816 reconoció la
independencia de la provincia de Santa Fe. En “agradecimiento” las autoridades
santafesinas enviaron sus diputados al Congreso de Tucumán. El problema fue que
este acuerdo se gestó sin que Artigas estuviera enterado. No es complicado
imaginar la furia que se debe haber apoderado del caudillo al enterarse. Su
reacción fue la lógica: desaprobó el acuerdo. Cuando Balcarce pretendió que el
congreso ratificara el acuerdo el gobernador Vera no tuvo mejor idea que
denunciar su incumplimiento. Mientras tanto, en junio comenzó a expandirse por
Buenos Aires el rumor de una inminente invasión de Portugal a
Retorno de Pueyrredón. Al borde de la
guerra
Pueyrredón hizo su arribo a Buenos Aires en
pleno invierno de 1816 (fines de julio). Frente al grave problema de
Los comisionados llevaron consigo unas
Instrucciones en las que garantizaban que las Provincias Unidas lejos estaban
de querer desentenderse del destino de
Fue entonces cuando emergió en toda su
magnitud la personalidad de Pueyrredón. Debido al clamor popular y ante la
actitud endeble del Congreso, el Director Supremo decidió arriesgarlo todo,
incluso si provocaba un conflicto armado. Su primera decisión fue enviar al
coronel De Vedia para exigirle a Lecor que diera las explicaciones
correspondientes e informar al Cabildo de Montevideo que había decidido
abandonar la neutralidad. Como frutilla del postre exigió que antes de iniciar
cualquier tipo de negociación Brasil reconociera la independencia de las
Provincias Unidas. De no cumplirse con estas exigencias, remarcó, estaba
dispuesto a dar un paso al costado. Mientras tanto Lecor le informaba a De
Vedia que su intención era tomar posesión de
La situación se tornaba más dramática con el
correr de las horas. Ante el avance de Lecor el gobernador delegado de
Montevideo, Barreiro, pidió ayuda al Director Supremo. Éste le “aconsejó” que
reconociera al Congreso de Tucumán y al Director-es decir, reconociera la
autoridad del propio Pueyrredón-para que la invasión de Lecor quedar encuadrada
dentro de lo estipulado por el Armisticio de 1812. De esa forma el militar
portugués se vería forzado a retirarse o a entrar en guerra con las Provincias
Unidas. Pueyrredón era consciente de que su única opción era la guerra. Al no
estar facultado para declararla intentó buscar apoyo en una junta de notables
que rápidamente le bajó el pulgar. Era evidente que nadie quería inmolarse al
lado del Director Supremo. Sin embargo, el 8 de diciembre (1816) Pueyrredón
tuvo una buena noticia:
El 20 de enero de 1817 Lecor hizo su entrada a
Montevideo sin encontrar resistencia alguna mientras el 31 el Cabildo de
Montevideo solicitaba la anexión al Brasil. Mientras tanto, el Congreso parecía
recuperar el vigor que los tiempos requerían. En efecto, bajo la influencia de
Pueyrredón el Congreso sentó nuevas bases para la negociación: a) Portugal y
Brasil debían reconocer de manera solemne la independencia; b) los lusitanos
debían expresar por escrito lo que se proponía hacer en el Río de
Pueyrredón y el Litoral
El panorama militar se presentaba en 1817
bastante favorable para Pueyrredón cuando un error de gran magnitud reinstaló
la violencia y el caos. Ereñú, molesto con Artigas por su apoyo a Francisco
Ramírez, decidió contactarse con el Director Supremo. Éste, al suponer
erróneamente que Ramírez era un hombre poderoso, creyó que podía valerse de
Ereñú para recuperar la provincia de Entre Ríos y, de paso, aislar a Santa Fe
para luego subyugarla. El problema fue que Pueyrredón carecía de las fuerzas
suficientes para ejecutar su plan y Ereñú era un jefe militar que gozaba de un
gran ascendiente sobre las tropas. A pesar de ello se lanzó a una aventura
militar que pagó muy caro. Pese a contar con escasas tropas y mal preparadas y
con el apoyo de Ereñú, se lanzó sobre Entre Ríos donde lo esperaba Ramírez
dispuesto a resistir lo que consideraba era una invasión de los porteños. El 25
de marzo de 1817 sus tropas aniquilaron a las de Pueyrredón en Saucesito. Lo
más lógico hubiera sido que Pueyrredón pusiera en práctica el adagio
“desensillar hasta que aclare”. Pero en política muchas veces la emoción impone
sus códigos. Enceguecido por la derrota en Saucesito el Director Supremo
decidió atacar a la provincia de Santa Fe, justo cuando el caudillo oriental
había sufrido una dura derrota en Queguay Chico el 4 de julio y varios de sus
más importantes lugartenientes fueron presos. La razón indicaba que lo más
sensato era dejar que el Litoral resolviera todos sus problemas y que lenta y
paulatinamente dejaran a un lado la influencia gigantesca de Artigas.
¿Por qué, entonces, Pueyrredón se lanzó a una
nueva aventura militar cuyas consecuencias fueron trágicas? Por una razón muy
simple. Su errónea política económica y financiera, y la estrategia adoptada
ante los lusitanos, lo habían sumido en un gran descrédito ante la opinión
pública. ¿Qué mejor que una victoria militar para congraciarse con la
ciudadanía? Lamentablemente la guerra contra Santa Fe no hizo más que pulverizar
lo autoridad nacional, la del propio Pueyrredón. Para colmo mientras se
preparaba para entrar en combate la radicalizada oposición porteña le saltaba a
la yugular. Sarratea, Posadas, Iriarte y otros complotaron dos veces mientras
que el tercer complot fue obra de franceses apadrinados por José Miguel
Carrera. Sarratea fue desterrado en noviembre de 1818 pero a los franceses les
fue peor: fueron ejecutados en 1819. A pesar de esas “contingencias”
Pueyrredón avanzó con su plan militar. El cielo comenzó a ennegrecerse para el
Director Supremo a partir de julio de 1818. ¿Por qué? Porque a partir de
entonces Santa Fe estaba bajo el dominio total del caudillo Estanislao López,
que gozaba de un consenso prácticamente unánime.
El plan de Pueyrredón consistía en atacar
Santa Fe por el oeste con una división de Belgrano comandada por Juan Bautista
Bustos y por el sur con una división conducida por Juan Ramón Balcarce.
Estanislao López atacó a las tropas de Bustos (Fraile Muerto) y logró sitiar e
inmovilizar a las tropas de Balcarce. Aplicando una guerra de guerrillas y la
táctica de la tierra arrasada (como Atila) obligó a Balcarce a huir a Rosario.
A comienzos de 1819 un disgustado y abatido Balcarce presentó su renuncia y fue
inmediatamente sustituido por Viamonte. Fue entonces cuando Pueyrredón le
“solicitó” a Belgrano que entrara en acción con el ejército del norte. Emergía
en toda su magnitud el precio que estaba pagando el Director Supremo. El
ejército elegido para participar en la guerra de la independencia se veía
obligado a luchar contra las tropas de López, provocando el abandono de una
frontera que quedó a merced de los realistas. Pese a su delicada salud el
creador de la bandera aceptó el desafío y muy pronto se percató de que la
guerra contra Santa Fe era una misión suicida. ¿Por qué? Así lo explica en una
carta enviada al gobierno nacional (1): “Para esta guerra ni todo el ejército
de Jerjes es suficiente. El ejército que mando no puede acabarla, es un
imposible; podrá comenzarla de algún modo; pero ponerle fin no lo alcanzo sino
por un avenimiento. No bien habíamos corrido a los que se nos presentaron y
pasamos el Desmochado, que ya volvieron a situarse a nuestra retaguardia y por
los costados. Son hombres que no presentan acción ni tienen para qué. Los
campos son inmensos y su movilidad facilísima, lo que nosotros no podemos
conseguir marchando con infantería como tal. Por otra parte, ¿de dónde sacamos
caballos para correr por todas partes y con efecto? ¿De dónde los hombres
constantes para la multitud de trabajos consiguientes, y sin alicientes, como
tienen ellos? Hay mucha equivocación en los conceptos: no existe tal facilidad
de concluir esta guerra; si los autores de ella no quieren concluirla, no se
acaba jamás: se irán a los bosques, de allí volverán a salir, y tendremos que
estar perpetuamente en esto, viendo convertirse el país en puros salvajes”.
(1) Esta carta fue publicada por Bartolomé
Mitre en Historias de Belgrano (Bs. As., Ed. Estrada, 1947, tomo IV, pág. 25),
Floria y García Belsunce, historia de…, pág. 436.
Armisticio de San Lorenzo y renuncia
del Director Supremo
Belgrano era consciente de que con una tropa
disciplinada pero carente de motivación era imposible vencer a una tropa
valiente y decidida. Pero para el caudillo López la situación tampoco era tan
favorable. Temeroso de que el ejército de Los Andes bajara para auxiliar a
Viamonte, López inició negociaciones que condujeron a la firma del Armisticio
de San Lorenzo el 12 de febrero de 1819, en virtud del cual las fuerzas del
Directorio debían abandonar Santa Fe y Entre Ríos. Se trató de una paz
provisoria que el Director Supremo se vio obligado a aceptar. Fue entonces
cuando decidió que había llegado el momento de dar un paso al costado. Pese a
sus logros-el dictado de la constitución el 22 de abril, la independencia de
las Provincias Unidas, el éxito de la expedición militar al Perú y la “paz” con
Santa Fe-era el blanco de todo tipo de críticas. Dos días después del dictado
de la constitución unitaria presentó su renuncia. Tuvo que insistir dos veces
con su postura-el 2 y el 9 de junio-porque el Congreso se negó a acpetarla de
inmediato por no encontrar al hombre adecuado para sucederlo. Luego de tanto
insistir el Congreso se la aceptó el 10 de junio.
Rondeau, nuevo Director Supremo. La
disolución nacional
El general Rondeau asumió en julio de 1819. En
ese momento la población estaba más preocupada por los problemas internos que
por la epopeya independentista, próxima a su fin. Se respiraba un ambiente de
fin de ciclo. Alcanzado el objetivo perseguido por San Martín, Belgrano, Güemes
y las tropas liberadoras, el Directorio como institución política había perdido
su razón de ser. El grueso de la población le había retirado toda legitimidad a
lo que consideraba era una dictadura unipersonal. Los gérmenes de la disolución
nacional habían comenzado a desparramarse a lo largo y ancho del territorio
nacional. En octubre Rondeau recurrió al Ejercito de los Andes para atacar por
enésima vez a la provincia de Santa Fe. Pero no fue la cuestión militar lo que
condujo al flamante Director Supremo a reiniciar la guerra civil. Lo que
perseguía era dar por terminada definitivamente la campaña emancipatoria, una
campaña que había comenzada a ser considerada por la opinión pública como la
expresión del hegemonismo porteño.
Había en ese momento tres Argentinas: a)
Sublevación cuyana. Batalla de Cepeda
A la sublevación de Arequito le siguió en
cuestión de horas la rebelión de un batallón del ejército de Los Andes
acantonado en San Juan. Siguiendo los ejemplos de Córdoba y Tucumán, San Juan
decidió reasumir la soberanía hasta que se efectivizara un congreso nacional.
Al poco tiempo Mendoza y San Luis decidieron crear sus propios ejércitos y
transformar sus cabildos en legislaturas. Quedó conformada una liga de
provincias con el propósito de apoyar el congreso convocado por Bustos.
Mientras tanto, Ramírez y López decidieron atacar a Buenos Aires. A Rondeau
sólo le quedó la opción de hacer frente a semejante amenaza. En su reducto el
poder real estaba en manos del Cabildo porque era apoyado por los porteños y
fundamentalmente porque ejercía el control sobre las armas de la ciudad. Ello
significa que no quedaba vestigio alguno de una autoridad política que pudiera
tildarse de “nacional”.
El 30 de enero de 1820, en un intento
desesperado por preservar la autoridad del Director Supremo, el Congreso
designó a Juan Pedro Aguirre director sustituto. Cuarenta y ocho horas más
tarde los ejércitos de Ramírez y López aniquilaron al ejército directorial en
Cepeda. La reacción porteña fue la que sería adoptada mucho tiempo después por
el peronismo: la resistencia. En efecto, la ciudad decidió resistir para
intentar alcanzar una paz que no hiriera su dignidad. En pocos días lograron
formar un ejército de unos 3000 hombres bajo el mando del general Soler.
Mientras tanto, Aguirre no tuvo más remedio que encomendar al Cabildo la misión
de hacer la paz. A partir de ese momento el Directorio como institución pasó a
ser un recuerdo.
López y Ramírez demostraron ser caudillos muy
astutos. Conscientes del poderío militar que aún conservaba Buenos Aires, se
valieron de su flanco más débil para atacarla: el político. Ello explica la
decisión de López de dirigirse al Cabildo para que eligiera negociar la paz o
entrar en guerra. Y expresó: “En vano será que se hagan reformas por la
administración, que reanuncien constituciones, que se admita un sistema
federal: todo es inútil, si no es la obra del pueblo en completa libertad” (1).
En la práctica López exigía la defenestración de la administración directorial,
es decir el fin de la hegemonía porteña. Era la condición innegociable para el
retiro de las fuerzas vencedoras de Cepeda de Buenos Aires. Pero ello no
significó que los caudillos abandonaran el sueño de un gobierno nacional. Ellos
ya tenía en mente su organización pero sin Buenos Aires como capital.
Conocedor de la petulancia del general Soler,
Ramírez manifestó que hasta tanto no se produjese la disolución del gobierno
nacional Soler sería su único interlocutor válido. Tocado en su amor propio
Soler decidió pasarle unas cuantas facturas a los directoriales promoviendo un
pronunciamiento militar. El 10 de febrero le informó al Cabildo su exigencia de
disolver cuanto antes el Congreso y deponer al Director y a todos sus
acompañantes. Este golpe palaciego estuvo apoyado incluso por aquellos
militares que, como Quintana, Terrada y Holmberg, abrazaron en su momento la
causa directorial. Conscientes de que el tiempo político había cambiado no
dudaron en propinarle “el último puntapié a los fundadores de la independencia”
(2). El Cabildo cedió a la presión de Ramírez y López pero al mismo tiempo
procuró evitar que Soler consumara su intentona golpista. Exigió la disolución
del Congreso y el fin de Rondeau como Director Supremo. Conscientes de lo que
estaba en juego tanto los congresales como Rondeau dieron un paso al costado.
El gobierno nacional se había disuelto.
(1) Floria y García Belsunce, historia de…,
pág. 446.
(2) Bartolomé mitre, ob. Cit., tomo IV, pág.
158, en Floria y García Belsunce, Historia de los…, pág. 447.
El año XX. El caudillismo
1820 es considerado por muchos historiadores
como el año donde impuso sus códigos la anarquía. Bidart Campos no opina lo
mismo (1). Es cierto que con la caída del Directorio y la disolución del
Congreso de Tucumán las provincias adquieren el status de entidades
político-administrativas autónomas. Sin embargo, ello no significa ni
separatismo ni aislacionismo. En efecto, la caída del gobierno central no
quebró la conciencia de unidad que anidaba en ellas desde que se produjo la
revolución de 1810. La acefalía producida luego de la caída de Rondeau es el
primer paso hacia el restablecimiento de la autoridad perdida. Pero ahora esa
autoridad se apoyará sobre basamentos genuinamente populares y no, como era
hasta ese momento, sobre el hegemonismo porteño.
Hasta 1820 Buenos Aires se había manejado como
un patrón de estancia provocando una grieta feroz entre sus ambiciones de
hegemonía y los afanes de autonomía del resto de las provincias. Caído el
gobierno nacional emerge Buenos Aires como provincia regida por sus propias
autoridades, es decir, por un gobernador y una legislatura. 1820 es crucial en
nuestra dramática y fascinante historia porque se produce la génesis del
federalismo como ideología y el ciclo del derecho contractual que hará posible
la institucionalización del federalismo y el surgimiento del estado argentino.
Ese año la monarquía es sustituida por la república democrática y se afianza el
proceso de los pactos entre las provincias, en cuyo interior comienza a
germinar el constitucionalismo provinciano. “Por muchas razones”, expresa
Bidart Campos, “el año XX tiene en nuestra historia constitucional conexiones y
paralelos profundos con el año XIII, base primera de nuestro federalismo y de
nuestro derecho público contractual” (2).
Al desaparecer el gobierno central quedó en
pie el caudillismo enarbolado por los líderes provinciales que desafiaron a la
hegemonía porteña. A partir de ese año y durante las décadas posteriores el
caudillo hará imponer su presencia en el escenario político y su férrea
autoridad sobre las masas. Será el emblema de la democracia inorgánica. Como expresa
Ricardo Levene en “Historia del Derecho Argentino (T. IX, pág. 145) “Los
caudillos representan la personificación de un derecho popular y espontáneo en
la historia de las provincias. Desde su aparición y definida caracterización,
los caudillos y los pueblos sostuvieron las aspiraciones políticas-la
independencia y la democracia-y encarnan su defensa” (3). El caudillo se
colocará por encima de la constitución. Su voluntad será ley y su desobediencia
un crimen capital. Se opondrá a la constitución de 1853, símbolo de la
democracia liberal. La grieta populismo-democracia liberal tuvo su origen en
1820 y a partir de entonces jamás perderá vigor, a tal punto que hoy, 2020,
sigue más vigente que nunca.
Bidart Campos destaca la existencia de dos
visiones del caudillismo que no necesariamente se contraponen. Para la visión
clásica, defensora de la democracia liberal, el caudillo “es, fundamentalmente,
antiliberal-en el sentido que al liberalismo le asignaban las minorías y élites
cultas y europeizadas-; tradicionalista, republicano; recibe la adhesión masiva
de las campañas, de la montonera, de la población rural; la milicia, dice José
María Rosa, ha hecho de su jefe-el caudillo-el eje del municipio; toma el
nombre de gobernador, pero es esencialmente el jefe militar, capitán general de
la provincia. Los caudillos eran-dice González calderón-los representantes
auténticos del alma popular, sublevados por los atentados contra la libertad.
Levantaron la bandera más simpática a las multitudes, la república federal, frente
al pendón monárquico sostenido por el gobierno directorial” (4). A esta visión
Bidart Campos le contrapone otra que, desde su punto de vista, no
necesariamente es antagónica. Apoyándose en Ravignani considera que el
liderazgo del caudillo es un fenómeno que debe ser explicado en función de la
realidad económica de aquella época. En ese entonces el grueso de los recursos
provenía de la ganadería pero que, debido al comercio internacional, se produjo
una importante extracción de aquellos productos que eran sus derivados. Si a
ello se le agrega el desgaste que ocasionó la invasión lusitana a
Pese a su relevancia el factor económico es
insuficiente para comprender un fenómeno tan complejo como el caudillismo. Hay
otro factor, también destacado por el propio Ravignani, que es la carencia de
verdaderos hombres de estado, de estadistas capaces de entender la figura del
caudillo y su carisma. En su “Historia de
Carlos Alberto Erro, en “La evolución social
argentina” (
Ricardo Zorraquín Becú (El federalismo
argentino”, pág. 139) considera que “es característico observar que casi todos
los caudillos pertenecen a la categoría social más elevada, pero su influencia
y poder se adquieren en las campañas, al contacto con los pobladores
primitivos, y por un fenómeno de mimetismo común en la vida recontagian los
sentimientos y las costumbres de éstos. En su mayoría fueron comandantes de
campaña, elevados por las masas al gobierno de la ciudad”. Y agrega lo expuesto
por Bartolomé Mitre: “Mezcla de localismo estrecho y de patriotismo nativo, de
autonomía y nacionalismo, de ambición bastarda de mando personal y de
aspiraciones elevadas en el sentido de la causa americana, de arbitrariedad
brutal y de una incontestable autoridad moral hija de la popularidad, con más
pasiones que ideas y más instintos que propósitos claros en el sentido
político” (7).
(1) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional…, Tomo I, capítulo V.
(2) pág. 210.
(3) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional…, Tomo I, pág. 236.
(4) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional…, Tomo I, págs. 210/211.
(5) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional…, Tomo I, págs. 211/212.
(6) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional…, Tomo I, págs. 237/238.
(7) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional…, Tomo I, pág. 238.
Las provincias, protagonistas
fundamentales del proceso constitucional
A partir de 1820 las provincias pasan a ser
actores fundamentales del proceso constitucional. Pese a ser entidades
autónomas enhebran una serie de pactos, ligas y tratados que permiten hablar de
una unidad orgánica entre ellas. Si bien se detecta la ausencia de una
estructura política común, ello no significa que se esté en presencia de una
desarticulación definitiva. En este período se afianza la delimitación territorial
de las provincias y el proceso de integración-tanto geográfica como
institucional-que dará lugar al surgimiento de la federación. Es la época del
auge de la doctrina contractual que se expresa a través de una serie de pactos
que harán posible el surgimiento del Estado argentino. Los pactos que tuvieron
como meta la reunión de un congreso para establecer un gobierno central fueron
el Tratado del Pilar del 23 de febrero de 1820, el Pacto de Benegas del 25 de
noviembre de 1820, el Pacto de Cuyo del 4 de mayo de 1821, el Pacto de Tucumán
del 19 de septiembre de 1821, el Tratado del Cuadrilátero del 25 de enero de
1822, el Tratado de San Miguel de las Lagunas del 22 de agosto de 1822, el
Pacto Multilateral de Córdoba del 17 de mayo de 1827, el Tratado del 21 de
septiembre de 1827, el Pacto del 11 de diciembre de 1827, el Tratado del 27 de
octubre de 1829, el Pacto del 18 de octubre de 1829, el Pacto del 23 de febrero
de 1830 y el Pacto Federal del 4 de enero de 1831. Los pactos que enarbolaron
la bandera federal fueron el ya mencionado Tratado del Pilar, el Pacto
multilateral de Córdoba del 17 de mayo de 1827, el ya mencionado Tratado del 21
de septiembre de 1827, el ya mencionado Pacto del 11 de diciembre de 1827, el
ya mencionado Pacto del 23 de febrero de 1830 y el ya mencionado Pacto Federal
del 4 de enero de 1831 (1).
(1) Germán Bidart Campos, historia política y
constitucional…, Tomo I, págs. 212/213.
El proceso de formación e integración
de las provincias
La grieta de la que tanto se habla en estos días
tuvo su nacimiento en la semana de mayo de 1810. El primer efecto de la
revolución fue el antagonismo entre la postura que enarbolaba la bandera de la
centralización del proceso revolucionario, la elevación de Buenos Aires como
eje de la revolución, y la postura que enarbolaba la bandera de la
descentralización, de asociar a todos los pueblos del ex virreinato al proceso
que acaba de comenzar. Si bien ambas posturas coinciden en afirmar la
pertenencia de todos los pueblos a la nueva etapa, la primera postura afirmaba
casi como un dogma que Buenos Aires debía ejercer el liderazgo de la revolución
sin compartirlo con las demás ciudades.
Con anterioridad al 25 de mayo de 1810 existía
el fenómeno del localismo en el Virreinato del Río de
Hasta ahora el autor ha hecho hincapié en el
aspecto mesológico y en el institucional, cuya característica medular es la
espontaneidad (2). Ahora corresponde agregar el aspecto jurídico del proceso de
formación de las provincias que tuvo lugar a partir de mayo de 1810.
“Provincia”, destaca Bidart Campos, “es una palabra proveniente del derecho
hispano-indiano. En su libro “Del municipio indiano a la provincia argentina
1580-
En 1815 existían las siguientes provincias: a)
provincia de Buenos Aires (con la dependencia de Santa Fe); b) provincia de
entre Ríos; c) provincia de Corrientes (con los pueblos de Misiones); d)
provincia Oriental; e) provincia de Córdoba (abarcando
(1) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional…, Tomo I, pág. 139.
(2) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional…, Tomo I, pág. 139: a) “El mesológico, en el sentido de que
física y territorialmente comienzan a dibujarse áreas geográficas donde se
delinean las próximas formaciones provincianas; para ello, es útil confrontar
el mapa, que nos anuncia las futuras desmembraciones territoriales, tanto dentro
como fuera del marco que ubicará a
(3) Germán Bidart Campos, Historia política y
constitucional…, Tomo I, pág. 173.
(4) José Rafael López Rosas, Historia
constitucional argentina, pág. 210, en Germán Bidart Campos, historia política
y constitucional…, Tomo I, pág. 174.
(5) Alberto Demicheli, Formación Nacional
Argentina, pág. 156, en Germán Bidart Campos, historia política y
constitucional…, Tomo I, pág. 174.
La relevancia del factor ideológico
A partir de mayo de 1810 cobran fuerza dos
corrientes ideológicas que rápidamente entraron en conflicto: la unitaria y la
federal. Eran dos maneras de concebir la realidad argentina, denominadas por
José Luis Romero “la línea de la democracia doctrinaria” y “la línea de la
democracia inorgánica”.
Las banderas de la democracia doctrinaria
fueron enarboladas por la élite porteña que se nutría de los principios de
Y es en este punto donde José Luis Romero hace
un importante distingo. Es cierto que en estos escritos Moreno destaca el valor
“moderación”, pero ello no significa que en la práctica lo haya sido. Todo lo
contrario. Don Mariano fue un jacobino, al igual que Chiclana, Castelli,
Monteagudo y Carlos de Alvear. ¿Por qué entonces ese culto a la moderación, a la
obediencia a la autoridad política? En opinión de Romero se trataba “de una
razonada orientación política”. En las horas posteriores a la revolución Moreno
destacó la mesura y la prudencia de los revolucionarios, para demostrar que el
gobierno revolucionario no estaba constituido por fanáticos. Pero no bien se
produjo la contra-revolución encabezada por Liniers no dudó en aplicar el más
crudo castigo: la pena capital. “Sólo el terror del suplicio puede servir de
escarmiento a sus cómplices…Están fuera de los términos de la piedad y de las
facultades de la justicia los que en la inmensa trascendencia de las medidas y
conciertos con que han conspirado y conmovido la tierra serían el último
peligro al Estado y a la salud pública si no se remediaran eficazmente y de un
modo capaz de atajar el influjo o debilitar sus efectos” (3). Para evaluar
estas duras palabras hay que situarlas históricamente. Santiago de Liniers
encabezó una contra-revolución un par de meses después de consumada la
revolución de Mayo. Los criollos tenían sí o sí que aplastarla sin misericordia
porque si apelaban a la moderación, al diálogo, a la negociación, sus cabezas
terminarían rodando. Se trataba, lisa y llanamente, de un asunto de vida o
muerte. Para que la revolución sobreviviera no quedaba más remedio que actuar
de manera jacobina. Moreno y Castelli así lo entendieron y actuaron en
consecuencia.
(1) José Luis Romero: Las ideas políticas en
Argentina, FCE, Bs. As., 1959, pág. 74.
(2) José Luis Romero: Las ideas…, pág. 74.
(3) José Luis Romero: Las ideas…, pág. 74.
Ideología del grupo ilustrado porteño
El grupo ilustrado de Buenos Aires estaba
convencido de con la disolución de la monarquía española estaban dadas las
condiciones para la celebración de un nuevo pacto social tal como lo había
sistematizado Rousseau en su Contrato Social”. Moreno creía que “pocas veces ha
presentado el mundo un teatro igual al nuestro para formar una constitución que
haga felices a los pueblos” (1). Consideraba que la tradición colonial era una
reliquia, al igual que la manera de pensar que había inculcado en los pueblos.
Para él los pueblos ansiaban la revolución para ingresar a una nueva etapa
histórica. El grupo ilustrado afirmaba con vehemencia que únicamente por una
nueva delegación de la soberanía, que había vuelto al pueblo, el poder político
podía ser reconstituido. En consecuencia, el único órgano facultado para fijar
el destino de los pueblos era un congreso que representara a la voluntad
popular. La élite porteña creía-erróneamente-que la sociedad compartía este
enfoque, que estaba preparada espiritual e intelectualmente para legitimar un
gobierno republicano apoyado sobre instituciones sólidas y modernas.
Si bien el pueblo aceptó la propuesta política
y doctrinaria de los revolucionarios, carecía de la experiencia y formación
doctrinaria necesarias para adecuarse rápidamente al nuevo orden republicano.
Conscientes o no de esta realidad los porteños ilustrados y los grupos del
interior que adherían a sus postulados se propusieron de entrada difundir sus
ideas a lo largo y ancho del territorio, y preparar el terreno para otorgar
solidez institucional al proceso revolucionario. Enarbolaron las banderas de la
igualdad, la libertad y la seguridad, que lograron cristalizarse a través de lo
dispuesto por
(1) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 75.
(2) José Luis Romero, Las ideas…, págs. 76/77.
El horror de la élite porteña a la
democracia desenfrenada
Para la élite porteña el enemigo a vencer era
la democracia de masas, inorgánica, desenfrenada. Les resultaba intolerable que
una mayoría circunstancial situara en la cúspide del poder a un demagogo que se
creía superior a las normas vigentes. La sociedad debía ser racional y
ordenada, proclamaban. La ley y una institucionalidad ordenada eran los medios
más idóneos para evitar que la convulsión social y política surgida a raíz del
proceso revolucionario termine en un caos de impredecibles consecuencias. Si el
gobierno carecía de principios lo más probable era la llegada de la anarquía y
el despotismo.
Era evidente que el nuevo régimen no podía ser
una mera continuidad del antiguo. Si bien en las primeras horas del fragor
revolucionario Moreno enarboló esa bandera, muy pronto se percató de que era
imprescindible revisar a fondo los cimientos del orden social y político. Las
leyes, cuya relevancia era incuestionable, no bastaban por sí solas para la
edificación de un sistema ordenado de principios. Debían ser el complemento del
basamento de ese sistema: la constitución. En 1812 una de los revolucionarios
más lúcidos, Bernardo de Monteagudo, dice: “Toda constitución que no lleve el
sello de la voluntad general es arbitraria: no hay razón, no hay pretexto, no
hay circunstancia que la autorice. Los pueblos son libres y jamás errarán si no
se los corrompe o violenta” (1). Monteagudo, al igual que Moreno y los demás,
creían que su concepción política e institucional emanada del Iluminismo era
compartida por el pueblo. Sin embargo, no eran ingenuos. Moreno, por ejemplo,
era perfectamente consciente de que la elaboración de una constitución debía
sustentarse en la experiencia histórica y los principios de la ciencia política
para evitar que sea tan sólo papel escrito. Las instituciones, fruto de la
teoría, debían tener a su cargo la imposición de una constitución que
“establezca la honestidad de las costumbres, la seguridad de las personas, la
conservación de sus derechos, los deberes de los magistrados, las obligaciones
del súbdito y los límites de la obediencia” (2).
La élite porteña tenía muy en claro que el
nuevo régimen debía apoyarse en dos columnas: la división de poderes y el
sistema representativo. Indiscutidos en la doctrina, fueron desafiados en la
práctica. En efecto, un principio que hacía a la esencia del pensamiento
liberal-la división de poderes-su destino no era otro que chocar de frente con
el espíritu autoritario de las masas y de una conducción política basado en la
autoridad omnímoda del caudillo. El otro principio-el sistema
representativo-era imposible de ser llevado a la práctica por la dispersión de
las poblaciones y por lo sofisticada que resultaba su implementación para unas
masas poco ilustradas. Los doctrinarios porteños creían ingenuamente que el
pueblo estaba preparado para vivir según los valores medulares del pensamiento
liberal. La realidad era muy diferente. El no haber sido consciente de ello fue
quizás el error más grosero cometido por esa élite. Sin embargo, entre la
revolución y
(1) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 78.
(2) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 78.
Liberalismo y hegemonía porteña
¿Por qué el liberalismo enarbolado por el
grupo ilustrado suscitó semejante resistencia? La razón fundamental era que sus
más acérrimos defensores eran, precisamente, los miembros de la élite porteña.
Para el resto del país el liberalismo pasó a ser sinónimo de hegemonía porteña.
Al sostener Juan José Paso en la histórica sesión en el Cabildo del 22 de mayo
de 1810 que Buenos Aires asumía el rol de hermana mayor de las provincias del
virreinato, sentaba las bases de una doctrina que legitimaba la superioridad
porteña sobre el resto. Para los porteños se trataba casi de un designio de la
providencia, la consecuencia inexorable de los hechos que acababan de tener
lugar. Frente a una nueva realidad política e institucional los pueblos del
interior les queda una sola opción: resignarse a los nuevos tiempos. Semejante
arrogancia no hizo más que encender la llama del caudillismo como reacción
visceral a unas reglas de juego consideradas agraviantes.
Buenos Aires se consideraba elegida por la
historia para regir los destinos de las flamantes Provincias Unidas del Río
de
La concepción del virreinato como una unidad
monolítica fue esgrimida desde el principio por la élite porteña. De ahí su
encono por Montevideo debido a su decisión de no aceptar la autoridad de Buenos
Aires. En
Para el grupo ilustrado de Buenos Aires su
concepción de la nación y del régimen centralizado apoyado en la división de
poderes y el régimen representativo era la única opción legítima. Provincia que
se opusiera no hacía más que poner en riesgo el futuro del proceso
revolucionario. La subordinación de las provincias a la hegemonía porteña
debía, pues, ser absoluta. El fundamentalismo porteño provocó en los sectores
rurales del litoral y del interior una virulenta reacción adversa. Lo único que
provocó Buenos Aires con su petulancia y soberbia fue robustecer el
regionalismo del interior y, fundamentalmente, legitimar la bandera de la
federación, una “mala palabra” para el grupo ilustrado porteño. Frente a la
concepción política centralista y hegemónica porteño se situaba el principio
federal como modo de vida no sólo ante la problemática social y política sino
también ante la vida. Era, pues, una filosofía de vida que Buenos Aires decidió
combatirla a sangre y fuego.
(1) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 80.
(2) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 81.
(3) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 81.
(4) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 81.
(5) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 81.
(6) José Luis Romero, Las ideas…, págs. 81/82.
La hegemonía porteña en acción
Segura de sus fuerzas y convencida de su
misión encomendada por la providencia Buenos Aires convocó a los pueblos del ex
virreinato a que aportaran su cuota de arena para construir la nueva nación.
Pero con una condición: que aceptaran el mando porteño y el sistema
institucional enarbolado por su élite ilustrada. Cuando el pueblo aceptó la
invitación porteña se encontró con que todo estaba definido. Pero descubrió que
el nuevo sistema de dominación no se adecuaba con su situación espiritual y
material. La estrategia seguida por la élite porteña fue muy clara: imponer de
entrada al pueblo sus instituciones y sus valores políticos fundamentales. Las
opciones que le quedaban eran dos: aceptar sumisamente las nuevas reglas o
rebelarse y sufrir las consecuencias. La élite porteña se mostró intransigente,
inflexible y soberbia. Pese al elevado nivel doctrinario no tuvo en sus filas
el político que fuera lo suficientemente realista y flexible para, sin
traicionar el modelo porteño, supiera adecuarlo a las necesidades e
idiosincracia del pueblo, fundamentalmente el del interior.
Tal era su sentimiento de superioridad que la
élite porteña jamás pensó que su modelo político e institucional pudiera
estrellarse contra la cruda realidad social y económica del interior. Sus
doctrinarios e ideólogos estaban convencidos de que, encerrados entre cuatro
paredes, bastaba con volcar por escrito lo que pensaban era lo mejor para la
nueva nación para que casi de manera automática el pueblo le dijera amén. Ello
explica el consejo dado por Moreno a los futuros congresales: “Dedicad vuestras
meditaciones al conocimiento de nuestras necesidades”. Si bien creían en el
pueblo no sospechaban hasta qué punto su mentalidad seguía bajo la influencia
de dogmatismo incompatibles con el nuevo orden. Fue así como no hirvieron más
que consolidar dos posturas irreductibles: por un lado los partidarios de la
“democracia orgánica y doctrinaria” (la élite porteña) y por el otro “la
democracia turbulenta e inorgánica” (los caudillos del interior). He aquí el
origen de la grieta hoy tan de moda.
Según Romero un falso diagnóstico condujo a
Buenos Aires a imponer el nuevo orden por la fuerza. La élite ilustrada creía
que, dado el supuesto carácter social del proceso revolucionario, bastaba con
elevar de categoría social al criollo y politizarlo, y apoyarlo militarmente si
era amenazado por el poder de los antiguos señores, para ganarlos para la causa
revolucionaria. Muy pronto la realidad se encargó de pulverizar ese
diagnóstico. Cuando se produjo la contrarrevolución española Castelli no tuvo
piedad ni con Liniers en Cabeza de Tigre ni con Córdoba, Nieto y Sanz en
Potosí. Pero muy pronto los revolucionarios jacobinos se encontraron con una
dura oposición a su proyecto político de parte de sectores conservadores de
Buenos Aires. La intransigencia del gobierno criollo no podía más que provocar
odio y resentimiento, lo que no hizo más que enrarecer el clima político a
partir de 1814. Fue entonces cuando entró en escena un actor de extrema peligrosidad:
la dictadura militar. Afortunadamente la enérgica reacción de las fuerzas de la
democracia anárquica impidió que el proyecto político de Carlos de Alvear
prosperara. A partir de entonces el grupo ilustrado porteño perdió fuerza. Su
concepción política, fiel al pensamiento de J.J. Rousseau, terminó por
estrellarse contra el sentimiento de un pueblo que había acudido para ser
protagonista de la gesta revolucionaria.
La aparición del pueblo
Para la élite ilustrada porteña el pueblo era
no solo la fuente de la soberanía sino un colectivo impregnado de los ideales
más sublimes, el actor central del proceso emancipador. Resultaba por demás
evidente la influencia que ese gran pensador que fue J.J. Rousseau ejercía
sobre los hombres de mayo. Sin embargo, ellos sabían perfectamente que el
pueblo lejos estaba de ser esa entidad perfecta y prístina. Mariano Moreno, por
ejemplo, era consciente de que una masa inculta podía traer aparejadas
terribles consecuencias en materia política. Sin embargo su ideología republicana
pesaba más en su espíritu, lo que le hacía vislumbrar un futuro venturoso:
“Felizmente se observa en nuestra gente que, sacudido el antiguo
adormecimiento, manifiesta un espíritu noble dispuesto para grandes cosas, y
capaz de cualesquiera sacrificios que conduzcan a la consolidación del bien
general” (1). Los hombres ilustrados de Buenos Aires creían que el pueblo,
imbuido del ideal rousseauniano, acudiría venturoso a defender los principios
liminares de la revolución.
Emerge en toda su magnitud el error cometido
por el grupo ilustrado de Buenos Aires. Es cierto que el pueblo del interior
abrazó la causa revolucionaria como propia pero ello no significaba que
enarbolara los ideales de la libertad de pensamiento y autodeterminación
política. Lejos estaba ese pueblo de compartir los principios institucionales
enarbolados por la élite porteña. Su arraigada mentalidad colonial no podía
menos que rechazar el jacobinismo de un Castelli y la sofisticación de los
mecanismos institucionales que inevitablemente conducían a un ejercicio
elitista del poder. Además, su acendrado localismo colisionaba con la
concepción hegemónica que Buenos Aires tenía del proceso revolucionario. En
lugar de abrazar el Iluminismo enarbolado por la élite porteña el pueblo del interior
prefirió obedecer la voz de los caudillos, de esos líderes que, en nombre de la
democracia, imponían un duro e inflexible autoritarismo. Entre la democracia
liberal y la democracia de masas el pueblo del interior optó por la última.
¿Cómo reaccionó el grupo ilustrado porteño frente a semejantes
incompatibilidades? Por un lado, invitó al pueblo del interior a abrazar una
causa que era de ellos también; pero por el otro, cometió el error de respaldar
a los grupos más ilustrados de los criollos que tenían por “costumbre” humillar
a los criollos de a pie. En consecuencia, el pueblo del interior se alejó de un
gobierno porteño al que consideraban un espejo de las élites provinciales que
los despreciaba.
Los diputados del interior, si bien eran
elegidos por el pueblo, no gozaban de su confianza, no creían en ellos cada vez
que viajaban a Buenos Aires para “hacer política”. El pueblo del interior, puro
instinto, chocaba con la concepción racionalista e iluminista tanto de la elite
porteña como de la élite que supuestamente lo representaba. En la vereda de
enfrente, la élite porteña era incapaz de comprender ese instinto del pueblo
del interior y tampoco mostraba interés alguno por hacerlo. La proclamada
“nueva nación” resultaba, pues, una empresa inviable. La élite porteña creía
que a través de la educación política y la difusión del iluminismo lograrían
conquistar el corazón de una masa ignorante pero que creía firmemente en sus
ideales. Ello explica la decisión de Mariano Moreno de hacer circular “El
Contrato Social” creyendo ingenuamente que su lectura lograría aplacar el
espíritu caudillista. “Por esta vía”, expresa Romero, “se llegó a una total
incomprensión, o, mejor aún, a la comprobación de que había entre las masas del
interior y el grupo ilustrado de Buenos Aires un abismo que nadie se sentía
dispuesto a franquear” (2).
(1) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 85.
(2) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 87.
La reacción porteña contra el
movimiento popular. Hacia la constitución de 1819
Ante la imposibilidad de hacer encajar el
movimiento popular dentro del marco teórico-político enarbolado por la élite
porteña, ésta reaccionó de la peor manera: enojarse con el pueblo del interior
por su ignorancia y fanatismo. Pero esta reacción era también un reflejo de lo
que acontecía en ese momento en Europa. La restauración de Fernando VII en el
trono de Europa por un lado y la hegemonía de
En el plano interno de la realidad política lo
que más preocupaba a la élite porteña tenía nombre y apellido: José Gervasio
Artigas. La influencia que ejercía en el Litoral era la más palpable
demostración del triunfo ideológico de la democracia inorgánica, de un modo de
ejercicio del poder antagónico con la democracia apoyada en los principios
liminares de la separación de poderes y la representación política. Para la
élite porteña Artigas era la cabal manifestación de la democracia caudillista,
de la demagogia desenfrenada, de un régimen político que colisionaba
frontalmente con la democracia liberal impulsada por Buenos Aires. La
democracia caudillista, al ser sinónimo de caos y anarquía, debía ser
erradicada cuanto antes porque, consideraba la élite porteña, cualquier cosa
era mejor que la anarquía.
Inspirados por el espíritu monárquico que
irradiaba Europa un sector del grupo ilustrado porteño abrazó la causa de la
monarquía. Una vez que asumió como director Supremo Carlos De Alvear consideró
que la única manera de asegurar las conquistas liberales era poniendo al país
bajo el paraguas protector de Inglaterra, ya que consideraba que ese país era
el único que hacía flamear la bandera del liberalismo cuando Europa continental
estaba a merced del movimiento reaccionario. Su objetivo quedó trunco
rápidamente porque al poco tiempo de asumir fue destituido. Lo concreto es que
muy pronto la idea monárquica fue ampliamente respaldada en estas tierras, lo
que quedó reflejado en el Congreso que comenzó a sesionar en Tucumán el 24 de
marzo de 1816. Pero como bien señala José Luis Romero no estaban representadas
las provincias que estaban bajo el dominio de Artigas. Sólo participaron del
congreso los representantes de las provincias del interior que adherían al
colonialismo y los de Buenos Aires, quienes habían abandonado el liberalismo
para oponerse a la democracia inorgánica. En consecuencia, el congreso de
Tucumán, sentencia Romero, “se manifestó monárquico, unitario y antiliberal”
(1).
El Congreso estaba en manos de los grupos
reaccionarios del interior. Sus miembros no toleraban la anarquía pero menos
toleraban la hegemonía porteña. Ello explica su idea de imponer una monarquía y
pensaron en algún miembro de la antigua familia de los Incas para ungirlo como
monarca. Incluso tuvieron en mente fijar la capital de la nueva nación en el
Cuzco. Pero las graves circunstancias impidieron que esos planes tuvieran
éxito. En consecuencia, el régimen directorial no se tocó nombrando como nuevo
hombre fuerte a Juan Martín de Pueyrredón, un conservador que tenía una gran
capacidad negociadora. Sin embargo, las deliberaciones de Tucumán pusieron en
evidencia el fuerte antagonismo entre los miembros del interior y la élite
liberal porteña. Prueba de ello lo constituye un decreto de agosto de 1816 del
congreso que afirmaba lo siguiente: “Fin a la revolución, principio al orden,
reconocimiento, obediencia y respeto a la autoridad soberana de las provincias
y pueblos representados en el congreso y a sus determinaciones. Los que
promovieren la insurrección o atentaren contra esta autoridad y las demás
constituidas o que se constituyeren en los pueblos, los que de igual modo
provinieren u obraren la discordia de unos pueblos a otros, los que auxiliaren
o dieren cooperación o favor, serán reputados enemigos del estado y
perturbadores del orden y tranquilidad pública, y castigados con todo el rigor
de las penas, hasta la de muerte y expatriación conforme a la gravedad de su
crimen, y parte de acción o influjo que tomare” (2).
Pese a haber diversos tipos de reaccionarios,
todos tenían en común su aversión por la democracia inorgánica cuyo titular
eran las masas anárquicas y jacobinas del interior. Ello explica la decisión de
Pueyrredón de embestir contra los federales y expatriar a Manuel Dorrego, el
emblema de ese liberalismo y ese federalismo que pretendía una reconciliación
con los pueblos del interior. Con los federales del interior no tuvo piedad. Su
objetivo no era otro que su aniquilamiento lo que explica la feroz guerra civil
que tuvo lugar en aquel tiempo. El resultado no podía ser otro más que “la
polarización de los elementos antagónicos. Los federales y los unitarios
constituyeron dos grupos irreconciliables y sus aspiraciones e ideologías
comenzaron a perfilarse cada vez con mayor precisión” (3). Este diagnóstico de
Romero es harto elocuente. Había dos Argentinas enfrentadas a muerte. Para
Buenos Aires la fuerza de las armas y la implantación de la monarquía eran las
únicas defensas contra el peligro federal. Ello explica las urgentes gestiones
de Pueyrredón para ungir como monarca al príncipe de Luca, mientras
“aconsejaba” al congreso a que dictase lo antes posible una constitución
unitaria. El director supremo no hacía más que correr detrás de los
acontecimientos.
Resultaba por demás evidente que una
constitución que reflejara el unitarismo porteño estaba condenada al fracaso
antes de que naciera. Algunos miembros del congreso consideraron que una
constitución de esa índole sólo empeoraría la situación. Pero los congresales
se vieron sometidos a un fortísima presión de los elementos reaccionarios y de
muchos hombres del interior aterrados por el avance de la democracia
inorgánica. Ello explica la sanción a fines de 1819 de una carta magna que
ignoraba el grave conflicto político suscitado el día después del 25 de mayo de
1810. Inobjetable desde el punto de vista técnico, colisionaba frontalmente con
una realidad social y política dominada por un antagonismo entre facciones que
parecía no tener fin. Era imposible que una constitución que no reflejara el
rechazo de las fuerzas del interior al centralismo porteño pudiera tener éxito.
Apenas sancionada los caudillos del interior se opusieron tenazmente. Era la
lógica consecuencia de su aversión por la monarquía y el centralismo porteño.
“Como los hombres de Buenos Aires daban por no existentes las demandas de la
masa popular, la masa popular dio por no existente la constitución de 1819, y
sus jefes se lanzaron al galope contra Buenos Aires” (4). La guerra civil se
tornó, por ende, inevitable.
(1) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 89.
(2) José Luis Romero, Las ideas…, págs. 89/90.
(3) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 90.
(4) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 91.
La disgregación nacional
La sanción de
Al ser autónomas, las provincias ataron su
destino a la voluntad omnímoda de los caudillos que se encargaban de
interpretar la voluntad de los pueblos. Algunas fueran capaces de darse una
constitución que, si bien ocultaban la verdadera naturaleza del caudillismo,
eran la cabal demostración de la solidez de los principios democráticos y
republicanos esgrimidos por las masas. Otras mantuvieron vigente su
organización feudal o dictaron constituciones que fueron letra muerta. Mientras
tanto, en Buenos Aires comenzó una etapa que Las Heras tildaría de “feliz experiencia”,
una época muy constructiva y beneficiosa para sus habitantes.
1) José Luis Romero, Las ideas…, págs. 91/92.
La irrupción de la democracia
inorgánica. Sus raíces
La democracia orgánica fue desafiada por la
democracia inorgánica, de masas, caudillista. Ambas concepciones chocaron de
entrada, inmediatamente después de consumada la revolución del 25 de mayo de
1810. Diez años más tarde la democracia inorgánica venció a su enemiga en
Cepeda, ocasionando la disgregación nacional. A partir de 1820 y durante un
período de seis años cada provincia se comportó de manera independiente,
adoptando el régimen político que preferían sus caudillos. La democracia
inorgánica se extendió a lo largo y ancho de la nueva nación mientras la
democracia orgánica se atrincheró en Buenos Aires. Así se fue consolidando un
régimen liberal y progresista que alcanzó su madurez en 1826 cuando Bernardino
Rivadavia tomó las riendas del poder. Parecía que el proceso de unificación de
todas las provincias podía ahora ser exitoso. Fue una mera ilusión. En 1827 la
unidad nacional volvió a quebrarse y el autoritarismo y el federalismo se
afirmaron de manera incuestionable. Sin embargo, al mismo tiempo fue
desarrollándose la autoridad de un caudillo oriundo de Buenos Aires que, una
vez llegado al poder por segunda vez en 1835, restauró en nombre del
federalismo un régimen centralizado y autocrático que contó con la sumisión de
los caudillos provinciales.
¿Cómo recibió el pueblo la revolución del 25
de mayo? Con sorpresa primero pero luego la bendijo con gran entusiasmo. Pese a
algunos chispazos producidos entre la élite porteña y algunos grupos dominantes
del interior el aire de libertad se expandió a lo largo y ancho del territorio
de la flamante nación. Pero mientras para los hombres porteños ese aire tenía
como destino la democracia doctrinaria y orgánica, para el pueblo,
fundamentalmente el del interior, esa libertad sólo podía conducir a una
democracia inorgánica, de masas, caudillista. El tsunami intelectual y
espiritual que significó el proceso de mayo no logró sacudir los esquemas
mentales del pueblo forjados durante siglos. Los principios del iluminismo
enarbolados por los revolucionarios se estrellaron contra un mundo de
representaciones colectivas, contra un sistema de valores profundamente
conservador y tradicionalista. Este hecho no es incompatible con el apoyo
brindado por el pueblo a la revolución. El problema estribaba en que su
objetivo era, liberado del yugo español, imponer una democracia inorgánica que
nada tenía que ver con la democracia doctrinaria y orgánica fogoneada por la
élite porteña. Como expresa Romero “frente a la democracia orgánica y
doctrinaria se irguieron los resabios del espíritu colonial tal como sobrevivía
en las masas rurales y, en general, en casi todo el interior, guiadas por un
vivo sentimiento antiliberal” (1).
Para el interior el liberalismo enarbolado por
la élite porteña significaba un peligro a su sistema dominación legitimado por
el antiliberalismo. Su sistema de valores, fuertemente influenciado por la
religión y la superstición, no podía menos que rechazar el racionalismo
filosófico y el jacobinismo político del flamante gobierno criollo. Esta
incompatibilidad entre ambas democracias no podía pasar inadvertido para
Belgrano, quien en 1814 le escribió a San Martín que eran “muy respetables las
preocupaciones de los pueblos, y mucho aquellas que se apoyaban, por poco que
sea, en cos que huela a religión. Creo muy bien que usted tendrá esto presente
y que arbitrará el medio de que no cunda esa disposición, y particularmente de
que no llegue a noticia de los pueblos del interior. La guerra allí no sólo la
ha de hacer usted con las armas, sino con la opinión, afianzándose siempre en
las virtudes naturales, cristianas y religiosas; pues los enemigos nos la han
hecho llamándonos herejes, y sólo por este medio han atraído las gentes
bárbaras a las armas manifestándoles que atacábamos la religión. Acaso se reirá
alguno de éste mi pensamiento, pero usted no debe dejarse llevar de opiniones
exóticas, ni de hombres que no conocen el país que pisan” (2).
(1) José Luis Romero, Las ideas…, págs.
99/100.
Una doctrina versus un sentimiento
La democracia orgánica era un sistema de ideas
que se nutría de los valores del liberalismo y que era propugnada por la élite
porteña. A dicho sistema se le opuso otro paradigma que no se apoyaba en un
sistema de ideas sino en la imprecisión y su resistencia a toda
sistematización. Sin embargo, no dejaba de ser un sistema porque pese a
manifestarse de diversas formas poseía una unidad interior pétrea e
inconmovible, una actitud espiritual que lo hacía comportarse con la fuerza de
un tsunami. La élite porteña cometió el craso error de creer que delante suyo
tenía un adversario igual de racional. No se percató de que fue desafiada no por
una doctrina sino por un sentimiento, por una fenomenal fuerza irracional
dispuesta a arrasar con lo que se le cruzara por delante. Las masas perseguían
tres objetivos: la emancipación, la revolución criolla y la democracia.
Curiosamente, esos objetivos también eran los de la élite porteña, pero para
aquéllas su contenido nada tenía que ver con el contenido que les daba la élite
porteña.
Las masas siempre tuvieron conciencia de la
relevancia histórica de la crisis que desembocó en el 25 de mayo de 1810. El
movimiento inorgánico se manifestó rápidamente como antiespañol y patriótico,
sentimiento que adquirió la fisonomía de un marcado patriotismo local. Para las
masas sólo eran relevantes los intereses cercanos, es decir, los de la comarca.
Su horizonte era el del lugar en el que residían. La idea de nación enarbolada
con frenesí por la élite porteña se mostraba impotente para perforar tales
creencias. Al estallar el conflicto entre el centralismo porteño y las
provincias la nación quedó como una mera creación intelectual para legitimar
los privilegios de la metrópoli. La concepción del patriotismo que esgrimían
las masas fue aprovechada con astucia por los caudillos para consolidar su
dominio. Al agitar la bandera del localismo contra la hegemonía porteña afianzaron
su sistema de dominación.
Oprimida y asfixiada desde siempre la masa
criolla vio en el movimiento emancipador una oportunidad única para ascender en
la escala social. Esta pretensión se tradujo en una xenofobia violenta que
arremetió no sólo contra los extranjeros sino también contra sus ideas y
costumbres. Para la masa criolla únicamente excluyendo todo lo que oliera a
extranjero quedaría garantizada su aspiración de predominio social, político y
cultural. Este desprecio por las instituciones y el cosmopolitismo no se
contradecía con un sentimiento democrático genuino. El criollo amaba la
libertad individual. Prefería la soledad en el desierto que el acompañamiento
en la ciudad porque aquélla le permitía ser libre. Una vez instalada
Acostumbrado a la vida campestre el gaucho
veía a las instituciones como una coerción sobre su voluntad. ¿Por qué,
entonces, aceptaba la autoridad del caudillo? Porque lo consideraba un ejemplo,
un símbolo de todas aquellas virtudes que el gaucho pretendía alcanzar y que en
su jefe habían alcanzado su máxima expresión. Los gauchos se sentían tan libres
que tenían el poder de imponerse sus propios jefes. Pero el riesgo que asumían
era enorme. En efecto, quien era ungido líder podía transformarse en un tirano
que basaba su poder omnímodo precisamente en el consenso de sus subordinados.
Esa libertad ilimitada y democrática de los gauchos pasó a ser el basamento de
una democracia de masas conducida vertical y autoritariamente por un mandamás.
Tal el origen de lo que Romero denomina democracia inorgánica, “pura en sus
fuentes más llena de peligros e imperfecciones” (2). Tal el origen, en
definitiva, de la federación. Así la visualizaba el unitario general José María
Paz: “No sería inoficioso advertir que esa gran facción de la república que
formaba el partido federal no combatía solamente por la mera forma de gobierno,
pues otros intereses y otros sentimientos se refundían en uno solo para hacerlo
triunfar. Primero, era la lucha de la parte más ilustrada contra la porción más
ignorante. En segundo lugar, la gente del campo se oponía a la de las ciudades.
En tercer lugar, la plebe se quería sobreponer a la gente principal. En cuarto,
las provincias, celosas de la preponderancia de la capital, querían nivelarla.
En quinto lugar, las tendencias democráticas se oponían a las miras
aristocráticas y aun monárquicas que se dejaron traslucir cuando la desgraciada
negociación del príncipe de Luca. Rodas estas pasiones, todos estos elementos
de disolución y anarquía se agitaban con una terrible violencia y preparaban el
incendio que no tardó en estallar” (3). Para las masas gauchescas la federación
era, por ende, más que un sistema político; era, fundamentalmente, una
filosofía de vida.
1) José Luis Romero: Las ideas…, pág. 102.
2) José Luis Romero: Las ideas…, pág. 103.
3) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 103.
La difusión del federalismo
Esta peculiar manera de ser de las masas, su
temperamento indómito, su concepción de la historia, terminaron delineando el
federalismo. Luego de 1810 el sentimiento patriótico se materializó en un
localismo que reflejaba la coexistencia de diferentes regiones que formaban
parte del antiguo virreinato. Paraguay poseía una fisonomía impuesta por su
población indígena y la cultura de los jesuitas, mientras que Tucumán era el
fiel reflejo de la influencia del Alto Perú. Ambas regiones, a su vez, se
diferenciaban de un litoral que exponía diversas variantes fruto de la hegemonía
porteña. Por un lado estaba
Pero la difusión del ideario federal no se
debió sólo a la existencia de estas regiones. La poca cantidad de centros
urbanos, la escasa población, su débil influencia y una vida rural poco
desarrollada, contribuyeron a su expansión. Además, el escaso conocimiento que
tenían las masas del proceso histórico que se estaba desarrollando las sumergió
en un simplismo político que las hizo caer en manos de caudillos autoritarios.
A esta inexperiencia y débil educación cívica de los pueblos le correspondió un
excesivo apego de los hombres de Buenos Aires por la doctrina y la carencia
absoluta de cintura política. Esta grave falencia había sido señalada por
Monteagudo en 1812: “pudo haber sido más feliz en sus designios si la madurez
hubiese equilibrado el ardor de uno de sus principales corifeos y si en vez de
un plan de conquista se hubiese adoptado un sistema político de conciliación
con las provincias” (1). El grave error de la élite porteña fue creer que la
unión nacional podía lograrse coaccionando a las provincias, maltratándolas,
menospreciándolas. Entre la fuerza y el convencimiento, eligieron la primera.
Para la élite porteña el centralismo y el liberalismo eran el basamento del
nuevo sistema político. Eran principios innegociables. En consecuencia, a las
provincias sólo les quedaba una opción: aceptarlos. Si no era por las buenas
entonces sería por las malas. De esa forma “se llegó poco a poco a una
polarización entre dos concepciones de la vida, que pareció irreductible. Y
frente a la absorbente autoridad de Buenos Aires se irguió la autoridad de los
caudillos, intérpretes de sus pueblos por la afinidad de sus modalidades, aun
cuando fueran discutibles sus títulos al ejercicio del poder” (2). Tal la
génesis de la grieta que en pleno 2020 nos sigue atormentando.
El sentimiento federalista logró expandirse no
bien se produjo la revolución del 25 de mayo. Al expirar ese trascendente año
las provincias enviaron a sus diputados para que formaran parte de
(1) José Luis Romero: Las ideas…, pág. 105.
(2) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 105.
(3) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 106.
La doctrina de José Gaspar de Francia.
Sus diferencias ideológicas con Artigas
Las ciudades subalternas pretendían ser
autónomas, aspiración que no se contradecía con los intereses del poder
central. Muy diferente era el caso de algunas regiones que, enarbolando la
bandera de la autonomía, pretendían no estar sujetas a Buenos Aires. Para tales
regiones el principio de la autonomía regional sólo podía tener como límite el
pacto de federación. Tal fue el planteo de uno de los máximos dirigentes de esa
época, el doctor Francia.
Francia comenzó su carrera política gracias a
la decisión de
Francia tenía muy claro su objetivo: hacer de
Paraguay un país independiente, con una economía que no estuviera atada a los
intereses hegemónicos del puerto porteño. Para ello era fundamental contar con
el apoyo de Artigas, cuyas relaciones con Buenos Aires eran por demás
complicadas. Sobre esta cuestión escribió el caudillo oriental lo siguiente:
“Cuando las revoluciones políticas han reanimado una vez los espíritus abatidos
por el poder arbitrario, corrido ya el velo del error, se ha mirado con tanto
horror y odio el esclavaje y la humillación que antes les oprimía, que nada
parece demasiado para evitar una retrogradación de la hermosa senda de la
libertad. Como temerosos los ciudadanos de que la maligna intriga los suma de
nuevo bajo la tiranía, aspiran generalmente a concentrar la fuerza y la razón
en un gobierno inmediato, que pueda con menos dificultades conservar sus
derechos ilesos y conciliar su seguridad con sus progresos. Así comúnmente se
ha visto dividirse en menores Estados un cuerpo disforme, a quien un cetro de
hierro ha tiranizado. Pero la sabia naturaleza parece que ha señalado para
entonces los límites de las sociedades y de sus relaciones, y siendo tan
declarados los que en todos respectos ligan a
Sin embargo, Francia y Artigas discrepaban en
un punto central. El primero defendía el nacionalismo económico o, si se
prefiere, el “vivir con lo nuestro” (Alfo Ferrer); el segundo, por el
contrario, compartía con los porteños los principios liberales. Ello quedó de
manifiesto en las instrucciones que dio a sus diputados a
(1) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 107.
(2) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 108.
Los caudillos
Las masas provinciales no se transformaron en
tsunamis incontrolables porque respondían de manera incondicional a sus jefes
naturales, los caudillos. Emblemas de la democracia inorgánica los caudillos
eran expertos en el arte de polarizar las sociedades al extremo y de hipnotizar
a sus seguidores con su carisma. Si bien era gobernantes de facto-nadie los
había elegido en las urnas-contaban con la adhesión de relevantes sectores que
los respaldaban y sostenían. Había una inocultable afinidad entre el caudillo y
las masas. Éstas se sentían plenamente representadas por un líder al que
admiraban e idolatraban. Proveniente del mismo sector social el caudillo
defendía los mismos valores que sus seguidores. Al igual que ellos aborrecía la
democracia doctrinaria que Buenos Aires intentaba imponerle; y en el ambiente
de las masas era capaz de sobresalir por su valentía, audacia, habilidad,
cualidades muy valoradas por aquéllas. Su autoridad era legitimada no por su
apego a las normas constitucionales sino por su capacidad para conquistar el
corazón de sus seguidores.
Era tal la devoción de las masas por los
caudillos que veían en ellos a seres casi sobrenaturales, imbuidos de poderes
mágicos. Contaba el general Paz: “Quiroga era tenido por un hombre inspirado;
tenía espíritus familiares que penetraban en todas partes y obedecían a sus
mandatos; tenía un célebre caballo moro que, a semejanza de la sierva de
Sertorio, le revelaba las cosas más ocultas y le daba los más saludables
consejos; tenía escuadrones de hombres que cuando se les ordenaba se convertían
en fieras, y otros mil absurdos de este género” (1). Para los caudillos el
prestigio era una piedra de singular valor. Por ende, debían cuidarlo con
esmero. Basaban su poder en su capacidad para convencer a las masas que ellos
eran seres superiores, tocados por la varita mágica para conducirlos. Era tal
la devoción de sus seguidores que si el caudillo le hubiera ordenado a uno de ellos
quitarse la vida como demostración de fidelidad, lo hubiera hecho sin
problemas. Las masas estaban convencidas de que sus jefes defendían con fervor
los intereses de la región. Eran el emblema de la rebelión del interior contra
la hegemonía porteña y de las tradiciones del lugar contra la renovación
intelectual propiciada por la élite porteña.
Además, los caudillos fueron muy hábiles a la
hora de manipular y exacerbar el sentimiento de clase. Era el pueblo contra la
élite que quería sojuzgarlo. Pero este apoyo no era sólo moral. Las masas
populares fueron el sostén material del caudillo, su fuerza de choque, su
“montonera”. Lucio Mansilla (diputado por Entre Ríos al congreso) dijo en 1826
que “estos pueblos no se gobiernan bajo ningún sistema de gobierno sino por la
espada militar” (2). En la práctica el caudillismo no fue más que un régimen
autocrático, basado en la voluntad omnímoda del caudillo. Dice Romero: “en las
manos del caudillo, el gobierno reconvertía en el ejercicio de una autoridad
paternal, en la que coexistían la bonhomía y la crueldad, la generosa
protección de los humildes y la defensa rapaz de los propios intereses, y, en
fin, el reconocimiento de la soberanía popular y la usurpación efectiva del
mando” (3). El caudillismo fue profundamente antiliberal porque despreciaba las
instituciones propias de ese régimen político. La autoridad del caudillo era
conferida directamente por las masas, lo que era incompatible con el sistema
representativo. Ello explica su autoritarismo e impunidad. El ejercicio de la
democracia inorgánica solo podía desembocar en autocracias personalistas con
apoyo popular. En consecuencia, la tolerancia, el respeto por el otro, el
pluralismo, eran inviables. Estrada estaba en lo cierto cuando afirmaba que
“las muchedumbres argentinas han exaltado la barbarie por exaltarla
democracias, y por amor a la libertad han soportado las tiranías” (4).
(1) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 113.
(2) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 114.
(3) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 114.
(4) José Luis Romero, Las ideas…, pág. 115.
La desaparición del gobierno nacional
El 30 de enero de 1820 el Congreso designó
director sustituto al alcalde primer voto Juan Pedro Aguirre. El 1 de febrero
las fuerzas comandadas por Estanislao López y Ramírez pulverizaron a las tropas
del directorio en los campos de Cepeda. La derrota obligó a las distintas
facciones a unirse para salvar a Buenos Aires. Creían que sólo a través de una
férrea resistencia alcanzarían una paz honrosa. En cuestión de días lograron
formar un ejército de 3000 hombres y otro ejército de similar envergadura en la
campaña bajo el comando del general Soler. Pero la suerte del Directorio como
institución estaba echada. Cuando el Director regresó a Buenos Aires se resignó
al nuevo escenario político entregándole al Cabildo la misión de garantizar el
proceso de paz.
López y Ramírez eran muy astutos. Sabían
perfectamente que era imposible tomar por asalto a Buenos aires. Pero también
eran conscientes del grado de su grado de descomposición política, su flanco
débil. Fue ahí donde golpearon con toda la fuera de que disponían para cosechar
lo que habían sembrado en Cepeda. El 5 de febrero López redirigió al Cabildo
conminándolo a elegir entre la paz o la guerra. “En vano será que se hagan reformas
por la administración, que se anuncien constituciones, que se admita un sistema
federal: todo es inútil, si no es la obra del pueblo en completa libertad” (1).
Fue el golpe de gracia para la administración directorial. La democracia
inorgánica le había ganado sin atenuantes a la democracia doctrinaria. Fue una
victoria militar, política e ideológica del caudillismo sobre el liberalismo.
Ese triunfo se tradujo rápidamente en decisiones jacobinas. En este sentido
López y Ramírez demostraron ser tan intemperantes como Moreno y Castelli lo
fueron en su momento. Todos los miembros del Directorio fueron eliminados y
Buenos Aires fue conminada a garantizar la libre participación del pueblo en la
elección de sus futuras autoridades como condición sin qua non para el retiro
de las tropas vencedoras. Al mismo tiempo, los caudillos comenzaban a crear las
condiciones para la implantación de un gobierno nacional con una capital que no
fuera Buenos Aires.
Conocedor de las flaquezas humanas Ramírez
anunció que mientras existiera el gobierno nacional únicamente tendría contacto
con el vanidoso general Soler que estaba resentido desde hacía tiempo con los
directoriales. Tocado en su amor propio el militar reaccionó como Ramírez
esperó que lo hiciera: se sublevó exigiendo el 10 de febrero la disolución del
Congreso y la deposición del Director y sus acompañantes. Al ver que Soler
gozaba del apoyo de los caudillos el Cabildo cedió pero al mismo tiempo hizo lo
imposible por evitar la instauración de una dictadura militar. Las aguas se
calmaron luego de que el Congreso y el Director Rondeau decidieron cesar en sus
funciones de manera civilizada. Fue el golpe definitivo al gobierno nacional.
(1) Floria y García Belsunce, Historia de…,
pág. 446
La etapa pos Cepeda. Sarratea gobernador
de Buenos Aires
Luego del desastre de Cepeda la élite porteña
tuvo como principal obsesión encontrar la manera de dotar de institucionalidad
a su nueva existencia como provincia. En febrero de 1820 el Cabildo porteño
asumió el poder. Todo el poder. Asumiendo el rol de gobernador decidió disolver
el poder central y renunciar en nombre de Buenos Aires a ser capital de las
Provincias Unidas. Se trataba, lisa y llanamente, de un reconocimiento total
del nuevo escenario político. El Cabildo porteño no hizo más que adecuarse,
probablemente contra su voluntad, al nuevo clima reinante. Eso tiene un nombre:
sensatez. El 16 de febrero el cabildo abierto convocado por las autoridades
provinciales creó
Lo primero que hizo la junta fue designar
gobernador provisorio a Manuel de Sarratea cuya gran cintura política hacía de
él el hombre adecuado para ocupar el cargo. Su presencia hizo posible que el 23
de febrero se firmara el Tratado del Pilar, considerado por Mitre la “piedra
fundamental de la reestructuración argentina”. El tratado fue posible por la
buena voluntad de Buenos Aires y de los caudillos López y Ramírez. Aquélla se
comprometió a aceptar el principio de la libre navegación de los ríos y éstos a
un retiro inmediato de las tropas y una amplia amnistía. No hubo, por ende, ni
vencedores ni vencidos. Sin embargo, quedarían al margen de la amnistía los
miembros de la administración directorial quienes quedarían a merced de un
tribunal especial para su juzgamiento.
Los porteños no toleraron lo dispuesto por el
tratado ya que consideraban que se trataba de una rendición incondicional. Les
resultaba particularmente deleznable que Buenos Aires aceptara la libre
navegación de los ríos ya que atentaba contra sus intereses. Soler fue el
encargado de advertir a los caudillos que Buenos Aires jamás aceptaría el
quiebre de su monopolio. Ello explica lo vertiginosa que fue la pérdida de
autoridad de Sarratea. El 6 de abril una pueblada lo echó de la gobernación y
lo sustituyó por Juan Ramón Balcarce. La reacción de Ramírez no se hizo
esperar: depuso a Balcarce y restituyó a Sarratea. Pero duró muy poco en el
cargo ya que sería vencido en su duelo con
El vacío de poder dio lugar a una severa
crisis institucional. El 20 de junio tres gobernadores, Ramos Mejía, Soler y el
Cabildo, detentaban al unísono un poder meramente formal. Justo en ese momento
se produjo el fallecimiento en Buenos Aires de Manuel Belgrano quien exclamó
“¡ay Patria mía!”
Martín Rodríguez gobernador de Buenos
Aires
El panorama pareció que comenzaba a
esclarecerse el 2 de agosto cuando el electo gobernador federal coronel Manuel
Dorrego venció a Alvear en San Nicolás. Lamentablemente, estaba convencido de
que la paz sólo podía garantizarse con una buenos aires fuerte. Como en ese
momento Ramírez estaba ocupado en la lucha contra Artigas por el control
de
La derrota militar de Dorrego le permitió a
Martín Rodríguez acceder al poder. Era un militar de pocas luces pero con un
acendrado patriotismo. Además, no se identificaba con ningún partido político.
Pero fue el hombre adecuado para aquel momento tan turbulento.
Con semejante apoyo Martín Rodríguez fue
elegido gobernador el 26 de septiembre de 1820. Era la cara visible de la
entente Rosas-Anchorena-Rivadavia. Pero además se movía a sus espaldas
La situación de San Martín
Mientras la anarquía hacía estragos en el
territorio de las Provincias Unidas del Río de
A comienzos de mayo el Senado trasandino
ratificó a San Martín como autoridad suprema de un poderoso ejército compuesto
por tropas chilenas y argentinas para liberar al Perú. El gran militar era
consciente del carácter continental del teatro de operaciones en el que debía
desplegar su gran capacidad estratégica. Afortunadamente tenía como aliado a
Güemes cuyas fuerzas resguardaban la frontera norte de
La expedición libertadora
Estos hechos no lograban, sin embargo, ocultar
las serias deficiencias que aquejaban a las tropas expedicionarias. Consumido
por la guerra civil el ejército liderado por Manuel Belgrano no estaba en
condiciones de ayudar a San Martín en su expedición al Alto Perú. Tampoco podía
contar con el apoyo de Bolívar, cuya fuerza sólo estaba en condiciones de
amenazar la ciudad de Quito. La lentitud del proceso revolucionario impedía la
puesta en ejecución de una operación coordinada. Pero San Martín no podía darse
el lujo de permanecer inactivo ya que tal pasividad podía motivar a los
realistas a dar un golpe letal contra las tropas americanas. Bajo el mando de
1800 soldados chilenos y 2200 soldados argentinos San Martín decidió montar una
base de operaciones en el mismo Perú para fortalecer sus tropas con soldados
peruanos. De esa forma estarían dadas las condiciones de dar comienzo a la
ofensiva final.
La expedición libertadora comenzó el 20 de
agosto de 1820. Secundaban al gran militar el almirante lord Cochrane y el
general Las Heras. Las fuerzas terrestres ascendían a 4300 hombres y las
navales a 1600 hombres distribuidos en ocho naves de guerra. El 13 de
septiembre la expedición tomó posesión del fuerte de Pisco. Inmediatamente,
Álvarez de Arenales, uno de los jefes de división, se dirigió hacia Ica con el
objetivo de obtener recursos para fortalecer las ansias revolucionarias. Consciente
de la situación el virrey Pezuela ofreció a San Martín una tregua que se
tradujo en el armisticio de Miraflores (26 de septiembre). De esa forma ambos
bandos consiguieron lo que perseguían: ganar tiempo. En octubre el gran general
decidió pasar a la ofensiva. Se dirigió rumbo a Lima con el objetivo de
aislarla de las provincias norteñas. De manera simultánea expedicionó sobre la
cordillera, específicamente sobre una zona conocida como
La batalla de Pasco provocó efectos deletéreos
sobre las tropas realistas y logró lo adhesión de los naturales a la expedición
libertadora. Tales los casos del coronel peruano Santa Cruz que con su
caballería se pasó a los patriotas y del coronel colombiano Heres que se pasó
con su regimiento Numancia. Pese a los altibajos que tuvo la campaña militar,
sus frutos políticos fueron óptimos. Ello se debió fundamentalmente a la
habilidad militar de los patriotas (combatiendo a las tropas enemigas o
rehuyéndolas según el caso) que les permitió desmoralizar a los realistas. El
golpe de gracia al invasor fue dado por el líder de la sublevación de
Bibliografía básica
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constitucional argentina, Ed. Ediar, Bs. As. Tomos I, II y III, 1977.
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-John Lynch y otros autores, Historia de
-Marcos Novaro, historia de
-David Rock, Argentina 1516-1987, Universidad
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-José Luis Romero, Las ideas políticas en
Argentina, FCE., Bs. As., 1956.
-Juan José Sebreli, Crítica de las ideas
políticas argentina, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003.
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