Editorial

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Ya está el cronograma electoral. Ya se sabe qué día serán las PASO, la primera vuelta y el eventual ballottage. Pero también es importante que ya están decididos los días de los debates obligatorios entre los candidatos presidenciales. El 13 y 20 de octubre deberán debatir los candidatos presidenciales que competirán el 27 de ese mismo mes y, en caso de ser necesario el ballottage, los dos competidores surgidos de la primera vuelta deberán debatir el 17 de noviembre.

Bienvenida sea esta normativa. Porque era hora de que el debate político se instalara definitivamente en nuestro país. Ahora ya no valdrá ninguna excusa para evadir el debate. Al ser de carácter obligatorio los candidatos tendrán la obligación de exponer sus ideas ante la opinión pública, el gran juez en toda contienda electoral. Hasta ahora, el candidato que estaba primero prefería no debatir para no correr el riesgo de perder algunos puntos si no fue capaz de contrarrestar los argumentos de sus oponentes. Una actitud muy poco democrática ya que si hay algo que hace a la esencia de este sistema político es el debate. En Argentina, a nivel de candidatos a la presidencia de la nación, sólo hubo uno: el que protagonizaron Daniel Scioli y Mauricio Macri en la semana previa al ballottage de 2015. En 1989 el por entonces periodista más influyente del país, Bernardo Neustadt, había organizado un  debate en el estudio de Tiempo Nuevo entre Eduardo Angeloz y Carlos Menem. El debate se frustró porque el candidato justicialista decidió no arriesgar la ventaja que le llevada a su contrincante.

Lo que para nosotros siempre fue una anomalía, en Estados Unidos, por ejemplo, es una costumbre. El punto de inflexión lo marcó el histórico debate en 1960 entre el candidato republicano Richard Nixon y el candidato demócrata John Kennedy. Éste supo aprovechar mejor un aspecto que recién por entonces comenzaba a adquirir notoriedad: la imagen televisiva. Esa ventaja que le sacó a Nixon, mucho más conservador que Kennedy en ese sentido, resultó fundamental a la hora del triunfo que lo depositó en la Casa Blanca. A partir de entonces se hizo costumbre ver por televisión a los candidatos a presidente debatir varias veces delante de las cámaras de televisión. En la república imperial no se concibe la campaña electoral sin debates. En ese sentido cabe reconocer que la democracia funciona muy bien en la gran potencia.

En la Argentina esa cultura aún es incipiente. De ahí la importancia de la norma que obliga a los candidatos a presidente a debatir entre ellos. Algunos dirán que los debates son al divino botón ya que es altamente improbable que modifiquen el voto de los ciudadanos. Puede ser. Pero por lo menos el pueblo tiene la oportunidad, durante las horas de duración del debate, de analizar a los candidatos, de observar sus movimientos, su manera de expresarse y, fundamentalmente, el contenido de lo que dicen. Por lo menos a partir de ahora los candidatos presidenciales se verán expuestos ante la opinión pública. Se trata, qué duda cabe, de un gran avance.

El recordado debate entre Scioli y Macri resultó todo un fiasco. Pero al menos la opinión pública se percató del cinismo de Macri, quien prometió que no iba a devaluar, que cuidaría el trabajo de cada argentino y que resolvería la inflación con relativa facilidad. Ese debate sirvió, al menos, para que hoy nos demos cuenta de la manera descarada como Macri nos mintió en la cara. Se trata de un gran avance de nuestra cultura democrática, muy raquítica por cierto. Seguramente muchos pensarán que son para la gilada pero creo sinceramente que a la larga, cuando pasen a ser una costumbre, los debates serán de gran ayuda a la hora de la emisión del voto.

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