La pluma de Jorge Asís
La pluma de Jorge Asís
Cuando volvió de Cuba: el mito de la
no injerencia se desvaneció con el último regreso (*)
Previa. Alternativas
sustentables
El mito de la cero
injerencia
La Doctora también se refirió al
héroe inmaculado que había sabido ahorrar durante el segundo reinado. Aspiraba
jurar de nuevo por la Patria.
“Ese me c… en 2015 y me c… en 2017, no se te ocurra traerlo ni para servir
café”.
Arrastrar la marca
La Doctora “arrastra la marca”. Lo
deja a veces suelto a Alberto El Estadista. Algo vacío. Gastado. Podría
aprovechar el tiempo para entregarse mansamente al sucesivo festival de las
equivocaciones relativas a la nueva especialización en política internacional. La Doctora lo reduce, lo
neutraliza, lo vuelve al cauce natural. Como si de pronto fuera un
secretario habilitado.
Cuando volvió de Cuba: el mito de la
no injerencia se desvaneció con el último regreso (*)
Previa. Alternativas
sustentables
“Vamos
a volver”.
Cumplieron
con la palabra coreada. Volvieron. ¿Como antes? Peor que antes.
Temerosos
exponentes de la
Argentina Blanca aún no pueden resignarse. Cuesta aceptar que
el 50 por ciento de la sociedad prefiere ser conducida por los que arrastran
severas causas de corrupción.
En
simultáneo, los que apuestan otra vez por el kirchnerismo que emerge, tampoco
comprenden por qué un gobierno desperdiciado e inútil parte con el 40 por
ciento de aprobación.
Fundamentalismos
de ambos esquemas reflejan balances que impresionan. Mientras al 50% no le
molesta la chicana de ser gobernados por corruptos, el 40% prefiere insistir
con la chicana de los inútiles.
Queda
un 10 para distribuir entre la marginalidad de la izquierda y para la
marginalidad del liberalismo. Queda un puntito para el evangelio.
En
Argentina abundan las alternativas sustentables.
Para que Alberto El Estadista se asegure el caramelo de madera de
la centralidad es necesario que La
Doctora vuelva a desplazarse, pronto, hacia La Habana. Con La Doctora instalada en
Uruguay y Juncal, en el piso que admitió superiores desfiles, por mera
presencia se reproduce el desgaste de Alberto. Pasa a ser lateral.
Empresarios
que persisten. Periodistas que buscan certezas sobre el próximo gabinete.
Lobbystas ingeniosos y buscapinas entrañables se encuentran pendientes de los
movimientos de La Doctora. La
que saltó, admirablemente, desde el foso del agravio hasta el centro del poder.
Desde
el primer sopapo electoral de agosto, propinado a Mauricio, El Ángel
Exterminador, La Doctora
se mantuvo en un legitimado segundo plano. Alternaba la monotonía de las
presentaciones de Sinceramente, libro compuesto para
homenajear a su marido extinto, con las desgarradoras excursiones hacia La Habana. Desplazamientos
que resultaban favorables en la coyuntura política. Otorgaba fundamentos a
quienes sostenían que la dama preparaba un digno abandono.
A
esta altura de su peripecia, la abuelita repentinamente dulce confortaba su
espíritu por haber expulsado a Macri, adversario recíprocamente ideal. Como
Teresa Batista, la heroína del narrador Jorge Amado, La Doctora estaba “cansada de
guerra”.
Se retiraba, creían, los tontos.
Cuba
le permitía estirar el desenlace del conflicto que se obstinaban, desde la
prensa, en adelantarle.
Entre
Alberto, por una parte, junto al blindaje de aluminio de los gobernadores, los
tradicionales románticos del PJ y los sindicalistas que aún se aferran a la
alucinación del peronismo. Y en la otra banda La Doctora , con la tersura
progresista del Frepasito Tardío de cristal. Junto a La Cámpora , organización que
le respondía. Consagrada Agencia de Colocaciones donde atendía Máximo, En El
Nombre del Hijo, junto al doctor De Pedro, El Wado.
El mito de la cero
injerencia
La
magnitud de la ausencia, en La
Habana , era redituable. Generaba el vacío, que fue
aprovechado por los amigos de Alberto. Los que suponían crear el albertismo. Es
cuando florece el mito de la “cero injerencia” de La Doctora.
Proliferaban
en emisiones de cable los nombres de los elegidos por Alberto. Ideales para
conducir un municipio de mediana intensidad.
Mientras
tanto transcurría el tiempo de nadie. Dinámica tenue del desgaste del que se
iba -Mauricio-,y del que venía -Alberto- que ensayaba consignas de colegio
secundario para aplicar en política internacional.
El
mito de la cero injerencia se desvaneció justamente después del último
regreso. Cuando la viajera convocó a Alberto el Estadista al
departamento marroquinero, junto a Máximo, En el Nombre del Hijo. “A
ese no lo quiero ni como chofer”, le habría dicho La Doctora a Alberto El
Estadista, por determinado indeseable propuesto para conducir algún organismo
con caja propia.
Como
aquel otro que “se había largado a hablar mal de nosotros cuando estábamos
rodeados”. Desplantes probablemente inventados que adquirían la dimensión de
reales.
En
adelante, los mencionados que mantenían planchado el traje azul ya se mostraban
vacilantes. Respondían “aún no sé nada, hasta el 6 de diciembre nadie sabe si
moja”.
La
ambigüedad contrastaba con la aceleración de La Doctora para facilitar el
control del Legislativo. Con un par de jugadas diseñó un parlamento a la carta.
Con una lectura coherente con el resultado electoral. Del triunfo de la Argentina Periférica
sobre la Argentina
Blanca.
Arrastrar la marca
Con
Perón en el país Cámpora no podía ser presidente. Ningún Lastiri. La Doctora no es Perón pero
Alberto tampoco es Cámpora. El tema es más complicado. «Es un muchacho que no
sabe delegar». «Nadie puede hacerle la menor sombra». Sólo La Doctora lo transforma en
un personaje lateral.
Lo
grave es que, en los centros de poder real, toman el vodevil nacional
con alguna seriedad. Hasta la franquicia de temerle. Califican a La Doctora como
“bolivariana”. Que se lleva demasiado bien con Putin. Con Ji Jinping. Con
Francisco.
Después
de tantas peregrinaciones a Cuba -por una cuestión de salud familiar que podría
tratarse mejor en Alemania- los americanos del norte razonan con precaria
simpleza. Desconfiados, incluso, por las enigmáticas reuniones que tal vez, en
el fondo, ni siquiera existen.
(*) Infobae,
30/11/019.
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