La reflexión de Gustavo González

 


Estamos terriblemente mal (¿o no?)

 

Piensen el nombre de un medio y a continuación elijan un tema (covid, vacunas, causas por corrupción, Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Mauricio Macri, etc.). E imaginen después cómo titularía cada medio según el personaje y el tema. Ahora vayan a las páginas web de esos medios y comprueben si en la última semana la forma en que trataron esos temas coincide con la que ustedes suponían. Seguramente ya saben que no hace falta tomarse ese trabajo para entender que los medios nos volvimos predecibles. Lo que de por sí va en contra de la naturaleza del periodismo. Si la realidad está llena de incertezas, de personajes con claroscuros y de gobiernos y oposiciones que generan noticias positivas y negativas a diario, ¿por qué sabemos de antemano que una información sobre Cristina o Macri será a favor o en contra según el medio o el periodista? ¿Cómo los lectores saben qué van a leer antes de leer? ¿Cómo el país puede estar terriblemente mal o todo lo contrario? PERFIL es parte inevitable de esta problemática, aunque nos gusta creer que nuestra historia de independencia crítica frente a los distintos oficialismos y oposiciones nos hace estar más atentos para no caer en la tentación de la grieta. No es fácil, porque hay un sector importante de la audiencia que reclama certezas, tonos elevados, buenos bien buenos y malos bien malos. Y es más difícil cuando ese clima está cruzado por un año electoral y por una pandemia. La grieta cash. Lo extraño es que, en la intimidad, el 90 % de los dueños de medios y de los colegas alegan un sentimiento antigrieta. Lo mismo dice la mayoría de los políticos, incluso aquellos que en público se muestran más beligerantes. La pregunta entonces sería por qué ese sentimiento no se refleja en los medios y en las discusiones políticas, a pesar de que en los últimos resultados electorales y en las encuestas también se evidencia el crecimiento de un espíritu menos confrontativo.

 

Una primera respuesta sería que un ¿50%? de la sociedad que aún compra grieta representa un mercado importante que no se podría desatender. Tanto mediática como políticamente.  Es cierto que los medios tienen el objetivo de informar sobre la realidad y de intentar entenderla, y que los políticos tienen la obligación de transformarla. Y, en teoría, ni unos ni otros deberían mentir, o contar medias verdades. Ni siquiera deberían decirles a sus audiencias lo que esas audiencias quieren escuchar, sino lo que creen correcto decir. Pero lectores y electores, además de ser ciudadanos, también son fuente de ingresos para medios y políticos. Los gritos de la grieta son más espectaculares que las verdades relativizadas por la información. Todo se traduce en rating, en ventas de ejemplares, en tráfico web. Lo que en el periodismo gráfico y digital se vuelve cada vez más evidente y hace ruido, en la televisión es un show obsceno. También repercute en el electorado: los políticos aprovechan el simplismo de la polarización para comunicar más rápido, conseguir más votos y más cargos y así sostener su estructura partidaria. Nada es ilegítimo. Pero saber que en la Argentina hay ciento de miles de familia que viven de la grieta, ayuda a entender que detrás de este fenómeno hay un racional económico: si millones de personas están dispuestas a comprar grieta, se generará necesariamente una oferta para satisfacerla. Pocos en el capitalismo desperdiciarían una oportunidad así. Tecno agrietamiento. Por eso es un problema de difícil solución, porque está sustentado en un negocio en el que aparentemente ganan todos: los consumidores, al recibir un producto que confirma sus prejuicios y la da cierto orden al caos de la realidad; y los proveedores porque reciben no sólo una retribución económica sino un aval social. Las grandes empresas de social media aportaron su tecnología para que el sistema recaude más a medida que se profundice la grieta. “El dilema de las redes sociales” sigue siendo un documental que explica bien el proceso. Uno de sus protagonistas es Aza Raskin, un experto en el tema. En un reportaje con Jorge Fontevecchia, lo explicó así: “Hay un cambio de clima social basado en huracanes de desinformación y polarización. Las cosas que hacen que al despertar hagas clic, son las que nos enojan, que nos enfurecen. Con sólo agregar una palabra con carga moralmente poderosa en un tuit aumenta su participación en un 20%. Por cada dólar que ingresa en las redes se obtiene polarización.”

 

El documental de Netflix explica cómo los algoritmos buscan potenciar los intereses del usuario, produciendo universos cerrados en los que se consume sólo lo que afianza las creencias. Cita un estudio del Pew Research Center basado en una encuesta a más de 10.000 adultos en los Estados Unidos, que concluye que republicanos y demócratas nunca en su historia reciente estuvieron tan separados ideológicamente. En 2018, un grupo de empleados de Facebook explicó que “nuestros algoritmos explotan la atracción del cerebro humano hacia la división. Si no se controla, Facebook proporcionaría contenido cada vez más divisivo para atraer la atención del usuario y aumentar el tiempo en la plataforma”. Polarizar hasta la vacuna. Este es el mejor ejemplo de la polarización informativa en un año electoral. Para unos, el Gobierno compró vacunas rusas tras algún negociado, prometió en vano que llegarían millones de dosis en enero y ahora hace campaña política con la vacunación. Para otros, la Argentina se convirtió en uno de los países con más vacunados del mundo y, a las rusas, pronto se sumarán millones de dosis de otros laboratorios que serán aplicadas en forma gratuita. Decir que es una cosa o la otra puede dar los réditos mencionados, pero la verdad probablemente sea una mezcla de todos esos datos. Otro ejemplo de verdades a medias es el caso Formosa y la lucha contra la pandemia. O Gildo Insfrán es poco menos que un dictador que montó centros de aislamiento en condiciones inhumanas o es un gobernador exitoso que logró la menor mortalidad por Covid por millón de habitantes, mientras Rodríguez Larreta en Buenos Aires tiene la mayor mortalidad del país. La realidad, otra vez, suele ser más compleja que informaciones a medida del consumidor. Es un dato que en sociedades más vigiladas el control de los contagios puede ser más eficaz (China es el caso más notorio). También es un dato que Formosa tiene la menor mortalidad (apenas 10 por millón de habitantes). Y es cierto que la ciudad de Buenos Aires es la de mayor mortalidad (1.900 por millón). Pero todo eso no es otra cosa que lo ocurre en el mundo: las grandes ciudades son el lugar ideal para el contagio, lo contrario que pasa en zonas menos pobladas como Formosa. Además es verdad que Gildo Insfrán hace 25 años que está en el poder y que acaba de ser reelecto con el 76% de votos. Siempre rodeado de denuncias por fraude y aprietes, se acepta que es un gobernador que cuenta con una adhesión mayoritaria en una provincia en la que el 65% de la población activa trabaja para el Estado (el mayor porcentaje del país). Ganando, pierden. Privilegiar sólo una parte de la información, sin dudas contribuye a sostener el negocio de la grieta en el corto plazo. Pero al final perderemos todos: este sistema bien aceitado de desconfianza social y confrontación permanente hace que cualquier futuro resulte inviable. Incluso los que hoy ganan, cada vez ganarán menos. Porque si la grieta no termina, todos seremos cada vez más pobres.

 

 (*) Perfil, 31/1/021

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