La reflexión de Pablo Mendelevich

 


Los Soria y los Fernández (*)

Hay kirchneristas que niegan serlo, vaya uno a saber por qué. Aunque a veces cabe suponerlo. Está el kirchnerista que no salió del placar y está el que acaba de conseguir un empleo público y prefiere que su suerte le sea atribuida por la familia y los amigos a otras calificaciones personales. Pero no sólo se trata de planicies militantes. La propia Cristina Kirchner, quien años atrás se insinuaba implacable o cuanto menos desencantada con el peronismo de Perón, en 2017 reaccionó en una entrevista que le concedió al diario El País como si el periodista la acabara de ofender: “Yo soy peronista, no me digas que soy kirchnerista”.

 

Más o menos la misma frase usó Martín Soria, el basquetbolista, abogado y político de 45 años que desde el lunes es ministro de Justicia y Derechos Humanos y como tal debe cumplir con la dura misión de conseguir la plena impunidad vicepresidencial. Cuando en 2019 buscaba llegar a gobernador de Río Negro le preguntaron qué era. “No soy kirchnerista, soy peronista, como lo era mi viejo; obviamente, tengo cariño y respeto por Cristina, pero de ahí a ser kirchnerista...”.

La resolución de este dilema taxonómico difícilmente vaya a mejorar o a empeorar la salubridad de la república, pero se ve que es importante porque lo trató en público nada menos que el presidente de la Nación. Fue cuando informó que la despachaba a Marcela Losardo de Justicia y que en su lugar estaba pensando en poner a Soria (cosa que concretaría, sin más trámite, a los diez días). Como Alberto Fernández imaginó que la palabra presidencial no bastaba para que todos creyeran que Soria no es kirchnerista decidió echar mano a un argumento, digamos, fraternal transitivo. Dijo que Emilia Soria, la hermana, en su momento había votado como diputada a favor del desafuero de Julio de Vido. Además de que lo que hace la hermana de un político parece un camino imperfecto para certificar las ideas de ese político, el discurso que en aquella oportunidad había dado la diputada Emilia Soria era de factura acabadamente kirchnerista. Fernández no tenía por qué recordarlo, hay muchos diputados peronistas. Antes de votar el desafuero y reclamar por “la desaparición forzada de Santiago Maldonado” ella explicó que De Vido era “perseguido y condenado por un conglomerado de medios”. Pero le pareció -soplaban otros vientos- que el pedido se ajustaba a la ley de fueros.

Lo cierto es que sin darse cuenta, Fernández legitimó la transferencia de responsabilidades, comportamientos, estilos o creencias entre parientes, práctica habitualmente desaconsejada. Máxime si se trata de un flamante ministro de Justicia cuyo padre resultó asesinado por la madre, homicidio por el cual la madre cumple una condena de 18 años de prisión. Martín Soria es el primer ministro de Justicia del mundo cuya tarea principal es liberar a una mujer de las persecuciones penales que la acosan.

Más allá de la tragedia familiar, la figura de Carlos Soria, el padre, volvió por estos días una y otra vez a los cenáculos de la política. Si se aplica el razonamiento transitivo de Fernández, de Martín Soria no habría que esperar prolijidad ni precisión alguna relacionada con fronteras ideológicas. Tampoco metodológicas.

Carlos Soria también fue ministro de Justicia, pero de la provincia de Buenos Aires. Como además tenía a cargo seguridad, desarmó gran parte de los avances que había hecho para sanear a la policía bonaerense el antecesor, Carlos Arslanian (cuyo ex socio, Alberto Beraldi, es hoy el principal abogado de Cristina Kirchner). A Soria padre lo nombró el gobernador Eduardo Duhalde, quien al alcanzar la Presidencia se lo llevó como titular de la SIDE. En 2003 Soria no consiguió suficientes votos para ser gobernador de Río Negro pero sí intendente de General Roca, su ciudad adoptiva, que desde entonces quedó en manos de la familia. Hasta 2011 el intendente fue Soria padre. Después se alternaron Martín y Emilia. Soria le arrebató la gobernación al radicalismo en 2011. Como bien dijera su hijo, no era un kirchnerista confeso, pero, eso sí, ganó desde el Frente para la Victoria gracias al apoyo de la entonces presidenta Cristina Kirchner. La misma que unos años antes lo había acusado, junto con su marido, de haber usado la SIDE duhaldista para espiarlos.

Horacio Verbitsky -vacunado VIP a quien acaba de reivindicar el presidente Fernández al concederle un reportaje exclusivo en su nuevo espacio radial luego de que lo echaran de otra emisora kirchnerista por el escándalo de las vacunas- sostenía en 2011 en Página 12 que Carlos Soria era “uno de los personajes más oscuros de la larga década menemista-duhaldista”. Decía que pesaban sobre él “cargos éticos y políticos ilevantables”, además de una “gravísima” causa en tribunales que no avanzaba. En 1996 Soria había ido a España para “provocar” al juez Baltasar Garzón, quien entonces indagaba a militares argentinos por crímenes de lesa humanidad, y más tarde se opuso a la detención de Videla hecha por el juez Roberto Marquevich.

La larga columna de Verbitsky del domingo 25 de septiembre de 2011, día en que Carlos Soria ganó las elecciones a gobernador (se desempeñaría sólo tres semanas antes de ser asesinado) aludía casualmente a lo que Martín Soria había heredado del padre. Le atribuía a Carlos Soria como jefe de la SIDE un estilo prepotente en la tarea de negociar con la Corte Suprema encomendada por Duhalde, para lo cual usaba la técnica de amenazar con juicio político a un grupo de jueces y camaristas “si no aceptaban su exigencia de encarcelar” a Domingo Cavallo y a los banqueros Escasany y José y Carlos Rhom. El nuevo ministro de Justicia de los Fernández aparecía en escena cuando se evocaban las secuelas que tuvo en 1994 la publicación de la foto en la que Carlos Soria aparece sonriente junto al criminal de guerra nazi Erik Priebke. Citando al exgobernador Pablo Verani, Verbitsky escribió hace diez años que las actitudes de prepotencia no eran “exabruptos sino un estilo de vida” que “parece hereditario”. Seguía: “el legislador provincial Martín Soria, hijo del candidato, fue denunciado por el cronista de FM Líder Darío Chavarría por tomarlo del cuello desde atrás (y) amenazarlo con que “cuando fueran gobierno me cerrarían la radio”. Las amenazas no se quedarían en palabras”.

No parece probable que Fernández vaya a reunir al Partido Justicialista, que ahora preside, para discutir si Soria es kirchnerista, peronista o sorista. ¿Acaso eso importa? Guillermo Moreno, quien siempre se dijo apegado a las banderas tradicionales del peronismo, fue durante siete años como secretario de Comercio el mascarón de proa de los Kirchner, un artífice del agresivo dirigismo estatal y de la destrucción de las estadísticas oficiales que le dieron al período parte sustancial de su impronta. Hoy díscolo, Moreno llama a los peronistas a desafiliarse del PJ.

Carente de perímetro, el kirchnerismo funciona muchas veces como un peronismo categórico, cuyas cualidades replica en forma concentrada. Se ve que Cristina Kirchner, al cabo pragmática, consideró que para hacer el trabajo pesado de parar de una vez las causas judiciales que la acosan hacía falta un ministro corpulento, políticamente hablando, un ministro al que le enseñaron de chico a abrirse paso. Si de veras hubiera querido llevar adelante una reforma judicial, algo tan urgente como necesario, habría llamado a un jurista sólido o a un letrado con experiencia tribunalicia.

(*) Notiar.com.ar, 31/3/021

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