La opinión de Pablo Vaca
Qué divertido sería vivir en un país
aburrido
Sabina Frederic dijo que en Suiza se vivía con
más tranquilidad, pero que era más aburrido.
“Suiza es más tranquilo, pero también es más
aburrido” (Sabina Frederic, antropóloga argentina, ministra de Seguridad de
“Feliz el pueblo cuya historia se lee con
aburrimiento” (Montesquieu, filósofo y jurista francés, 1689-1755, autor de El
espíritu de las leyes, padre de la teoría de la separación de poderes).
En Suiza -donde para comenzar a entretenerse
hay cuatro idiomas oficiales: alemán, francés, italiano y romanche-, el PBI per
cápita es de 86.601 dólares. Séptimo en el mundo, sólo detrás de países muy
pequeños, como Mónaco, Luxemburgo, Caimán o Bermudas. El de Argentina es de
8.441 dólares. Puesto 92 en la lista que publica el Banco Mundial, según datos
de 2020.
En Suiza, famosa por sus chocolates, relojes,
navajas, bancos y montañas, la inflación en los últimos 40 años varió entre el
-1,1% y el 6,5%. En 2020 fue de -0,7%. En nuestro país, en sólo 10 de esos 40
años hubo menos de 6,5% de inflación. En 15, tuvimos más del 100%. El año
pasado sumó un 36,5%. Hoy, anualizada, va por el 51%.
En Suiza, donde gracias a su reconocida
neutralidad se instalaron desde
En Suiza, cuna de algunas de las
multinacionales más importantes del planeta, como Nestlé, Novartis, Glencore,
Syngenta Group, Hoffman-La Roche y ABB, además de bancos mundiales como Credit
Suisse, UBS AG, Zurich Insurance Group y marcas de lujo como Richemont o Rolex,
el 89% de los chicos termina la secundaria y la tasa de desempleo de jóvenes
está entre las más bajas del mundo: 3.5%. En Argentina la tasa de abandono
prepandemia alcanzaba al 50%. El 30% de los menores de 25 años no tiene
trabajo.
En Suiza, para entrar en el tema específico
que debería preocupar a Frederic, la tasa de homicidios se situó en 2018 en
0,59 por cada cien mil habitantes. Hubo, concretamente, 50 asesinatos en todo
el año. En nuestro país, sólo en la provincia de Buenos Aires, y durante 2020,
año marcado por una extensísima cuarentena, la tasa llegó a 5,36 casos cada
100.000 habitantes. Fueron 941 las víctimas fatales en ese territorio y 2.291
en todo el país.
En Suiza, si hay algo entretenido es la
política. Allí, con una organización compleja, con un consejo federal de siete
miembros que forman un ejecutivo colegiado, que se rotan anualmente en la
presidencia del mismo, se practica como en ningún otro lugar la democracia
directa. Es habitual recurrir a referéndums para aprobar o rechazar leyes del
gobierno y también se votan iniciativas de grupos de ciudadanos que reúnan
100.000 firmas.
Este año, por ejemplo, ya votaron en marzo a
favor de la prohibición del velo que cubra totalmente el rostro y de un acuerdo
comercial con Indonesia; en junio aprobaron una ley contra el terrorismo y
rechazaron una reducción de la emisión de gases de efecto invernadero; en
septiembre irán a las urnas por un impuesto establecido en 2019 y en noviembre
por la ley de matrimonio igualitario de 2020. No parece aburrido.
Las comparaciones, se sabe, son odiosas.
Cuando un funcionario de alto nivel las hace con frivolidad, confundiendo un
reportaje con una charla de café entre amigos, es peor. En plena campaña, suma
como error no forzado, un rubro en el que el Gobierno ya parece especializarse.
La ministra podría haber aprendido de la experiencia de su jefe: Alberto
Fernández metió la pata varias veces el año pasado con sus filminas
comparativas sobre coronavirus.
Frederic cosechó tempestades por su
desgraciado comentario al ser consultada si la inseguridad y el miedo que
provoca no dan ganas de irse a otro país. Pero entre las respuestas que
recibió, vale destacar el humor con que se lo tomó un supuesto aburrido: el
embajador de Berna en Buenos Aires, Heinrich Schellenberg, posteó un video protagonizado
por Robert de Niro y quien es probablemente el más famoso de los ocho millones
y medio de suizos, Roger Federer. Allí, el eslogan que promociona el turismo
local es “vacaciones sin dramas”. Como una virtud, obvio.
(*) Identidad Correntina
Fuente: Clarín, 31/8/021
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