La columna política de Vicente Massot
Del pasado, presente y
futuro
En las últimas semanas el periodismo gráfico y
televisivo se tomó el trabajo de desandar la historia con el propósito de
revisitar la caída de Fernando de
Como quiera que sea, y sin ánimo de terciar en
los debates a que han dado lugar aquellos sucesos, el papel de víctimas no les
calza bien a los dos ex–presidentes. De resultas de lo visto y oído en estos
días, daría la impresión de que el radical y el peronista de la región cuyana
cayeron más como consecuencia de un complot en su contra, que de sus propios
errores. En realidad, las cosas fueron al revés: las conspiraciones —si acaso
existieron, lo cual no está probado— cobraron vida cuando la tempestad se había
desatado. Una Alianza que, en sus insólitos pliegues, creyó posible cobijar a
Fernando de Santibañes y a Diana Conti —un prestigioso economista de
Estas miradas al pasado se solapan con las
esperanzas y expectativas de unos políticos que, con mejores o peores títulos,
según de quién se trate, se consideran —con marcada anticipación— candidatos
potenciales para 2023. De cara a las elecciones que se llevarán a cabo dentro
de dos años y aun cuando no lo expresen en público de manera abierta, es un
secreto a voces la ambición de al menos tres representantes del Pro —Mauricio
Macri, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta—, más otros cuatro
radicales —Facundo Manes, Martín Lousteau, Gerardo Morales y Alfredo Cornejo— y
de, al menos, cinco peronistas de diferentes tendencias —Alberto Fernández,
Máximo Kirchner, Axel Kicillof, Juan Manzur y Juan Schiaretti— de ocupar el
sillón de Rivadavia.
Lo escrito hasta aquí, que parecería no tener
relación con un informe semanal, viene a cuento de esa suerte de vocación argentina
de mirar para atrás y pasar por alto aquello de lo cual deberíamos aprender y
de tratar de adelantarnos a un futuro —de suyo, incierto— que en virtud de la
pavorosa crisis que nos aqueja no se halla a veinticuatro meses vista, sino a
veinticuatro siglos. Nadie sabe lo que sucederá dentro de siete días y algunos
se prueban, como si tal cosa, el traje de presidentes. Nada de malo tiene el
ser ambicioso. Por el contrario, es una condición indispensable para adentrarse
en las procelosas aguas de la política. Lo increíble es alentar deseos
presidenciales en la cubierta del Titanic
Entre lo irremediable de ayer y lo aleatorio
de mañana, hoy la única cosa clara son las dificultades que el país en general
y el gobierno en particular deberán enfrentar en los próximos tres meses del
año a punto de comenzar. El fenómeno más notable —y al propio tiempo, notorio—
es que así como la gran mayoría de los hombres públicos —la totalidad de los
oficialistas y buena parte de los que militan en el arco opositor— poco dicen
acerca de la gravedad extrema de la situación, la sociedad parece no tomar
conciencia del tema. Más allá de los problemas diarios que cada cual debe
sobrellevar de la mejor manera posible, lo cierto es que no existe una
preocupación generalizada de lo que se nos viene encima, a poco de repasar las
únicas alternativas que tiene por delante el kirchnerismo. Por muchas
especulaciones que se tejan en derredor de la negociación con el Fondo
Monetario Internacional, llegados a esta instancia hay sólo dos caminos
posibles que se pueden tomar, con la particularidad de que ninguno estará libre
de obstáculos y que ambos —cierto es que en distinta medida— traerán aparejados
efectos dolorosos e inevitables: o nuestro país se decide a firmar un acuerdo
de facilidades extendidas con ese organismo de crédito o —de tanto orillar el
precipicio— terminará incurriendo en un nuevo default. En uno u otro caso, será
imposible—como en una cirugía— sortear el dolor, el sudor y las lágrimas. En
este orden de cosas, se entiende más el intento del oficialismo de tapar el
cielo con un harnero y hacerse el distraído respecto de lo que deberá
consensuar con Kristalina Giorgieva —porque la principal responsabilidad
recaerá sobre sus espaldas— que la estrategia de quienes se sitúan en la vereda
de enfrente. El ajuste también parece ser tabú para ellos, con las honrosas
excepciones de Javier Milei, José Luis Espert, Ricardo López Murphy y pocos
más.
Son claras las razones en virtud de las cuales
Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Martín Guzmán. no sólo no mencionan la
palabra ajuste —que ha pasado a ser maldita— sino que se permiten proclamar que
el crecimiento de la economía continuará a buen ritmo el año que viene, pasando
por alto lo que significará arreglar los tantos con el FMI. Sería insensato que
fuesen ellos a trasparentar los males que padecemos y el costo que tendrá dar
ese paso referido a la deuda soberana argentina. Inversamente, carece de lógica
el silencio de la oposición que —por lo mismo que refrendará o rechazará el acuerdo—
necesita anticiparle a la población los probables alcances del mismo. En una
palabra y para decirlo con arreglo al viejo refrán: el que avisa no traiciona.
No se trata de pintar un panorama con tintes catastróficos ni de adelantar
detalles que todavía ni los que negocian conocen. Si, en cambio, de poner en
autos al país acerca de los días difíciles por venir.
Por lo actuado hasta aquí, la clase política
sigue enredada en sus clásicas disputas de campanario. El kirchnerismo ha
prendido el ventilador y de sus acusaciones no se salva nadie —ni
Feliz año.
Prensa republicana
Director: Nicolás Márquez
29/12/021
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