La reflexión de Adriano Erriguel
Neoliberalismo invisible o la
deconstrucciòn de la izquierda posmoderna
“La mayor astucia del
diablo es hacernos creer que no existe”, decía Baudelaire. La mayor astucia del
neoliberalismo consiste en adoptar todas las formas posibles, incluida la del
anti-neoliberalismo.
A finales del año 2017, el Banco Bilbao-Vizcaya (BBVA)
patrocinaba la publicación de un lujoso volumen titulado “La era de la
perplejidad. Repensar el mundo que conocíamos”, con el objetivo de reunir las
reflexiones de una serie de expertos internacionales sobre “los grandes retos
de la ciencia, la tecnología, la economía, los negocios y las humanidades”.[1] El volumen –presentado como producto
de la comunidad on–line “Open
Mind”, patrocinada por el BBVA – se abre con un artículo del Presidente del
Banco, Francisco González, que ofrece un análisis sumario sobre la revolución
tecnológica, la cual “generará a medio plazo más bienestar, crecimiento y
empleo”. El autor asegura que “sin duda, todavía hay
en el mundo centenares de millones de personas que viven en pobreza extrema, y
miles de millones cuyas condiciones de vida son muy deficientes” (…) “pero, en conjunto, el curso de la
economía global no avala el sentimiento de inseguridad, frustración y pesimismo
que se viene observando cada vez más”. Hasta aquí todo normal: es el tipo de
discurso institucional, mesurado y balsámico que esperamos de un banquero. Lo
raro empieza después.
Entre el florilegio de textos reunidos no falta ninguno de los
tópicos predilectos del progresismo transnacional: la crítica del populismo, la
prédica feminista, la denuncia de la “post–verdad”, la amenaza de Rusia, el
peligro de Trump, el mantra de las “reformas”, las bondades de la
globalización. Pero entre los artículos llama la atención el aportado por un
universitario canadiense: una furibunda diatriba contra el neoliberalismo unida
a una exaltación del anarquismo y de los movimientos antisistema.[2] El autor constata los horrores de la
“pesadilla neoliberal” (que es una “oscura sombra”), pero asegura que, al
final, todo desembocará en “un nuevo amanecer”, porque “hay rayos de esperanza”
que vienen “a traer luz al mundo”. ¿Cómo? A través de las “políticas
prefigurativas” de izquierda, en cuya vanguardia están los movimientos
antisistema, los okupas, los zapatistas, los indignados, los colectivos
pro–migrantes e incluso las tácticas de “bloque negro” de los “antifa”
violentos.
Pero si leemos con atención, entre el éxtasis anarquista (en
papel cuché pagado por el
Banco) al autor se le ve el plumero.
Al referirse a las críticas que, en su día, algunos observadores
hicieron al movimiento “Occupy Wall Street” por no plantear exigencias claras
de transformación social, el autor asegura que, si este movimiento hubiera
planteado dichas exigencias, habría con ello “legitimado las estructuras de
poder” y por lo tanto habría debilitado su compromiso con “la democracia
participativa”. En otro lugar del texto, el autor dirige un ataque al académico
marxista David Harvey, por señalar este último que “la actitud anti–estatista
del anarquismo viene a reforzar, de
facto, los valores neoliberales” (“Harvey, que es un marxista
convencido, caricaturiza con mala fe al anarquismo”, nos dice al respecto). A
continuación, nuestro autor señala que, a pesar de todas las maldades
neoliberales, las políticas “prefigurativas” nos dan la oportunidad aquí y ahora de cambiar nuestra vida
cotidiana y de “crear un mundo nuevo en el interior del viejo”. Y como traca
final, el profesor antisistema entona un himno a la responsabilidad personal,
individual e intransferible como único medio
para transformar el mundo (“hagamos
realidad por nuestra cuenta la visión de lo que más nos conviene”
(…) “si queremos alterar la dirección del
planeta…debemos hacer el trabajo duro nosotros mismos. Es un camino por el que
no podemos ser dirigidos”). Suena familiar ¿verdad? Las cantilenas
del self–made man, el
“sueño americano”, la iniciativa privada, la sociedad civil, la “libertad de
elegir”, etcétera. Traducido, todo esto significa: nada de líderes, nada de
lucha organizada, nada de proyectos colectivos, nada de programas políticos ni
de revoluciones. Sí a la protesta fotogénica, sí a la algarada estéril, sí a la
berrea adolescente, sí al activismo samaritano, sí al turismo altermundialista.
Al fin y al cabo, el sistema lo permite, y además nos ofrece nichos
individuales para “hacer realidad nuestros sueños”. ¿Qué son sino las oenegés
solidarias, las startups ecológicas,
las multinacionales de comercio justo, los financieros–filántropos y el charity business? Todo ello, claro está,
si somos responsables, si nos aplicamos y trabajamos duro. Porque lo importante
es “mantener nuestra autonomía”, reinventarnos a nosotros mismos y “eliminar
los bordes de nuestros mapas” (guinda final sinfronterista).
En resumidas cuentas: tras la pacotilla antisistema, neoliberalismo y buen rollito.
El caso anterior es sólo un ejemplo – anecdótico pero elocuente–
del genio supremo del neoliberalismo: su capacidad camaleónica para hacerse
invisible, para fundirse en el espíritu del tiempo, para adoptar una máscara de izquierdas. En este caso, la
de los anarquistas, antisistema y demás figurantes en el circo mundial del
neoliberalismo.
Narcisismo de masas
¿Por qué las diatribas contra el neoliberalismo son patrocinadas
por los bancos? ¿Por qué los gurús contestatarios son convocados por los
medios, reverenciados por las universidades, adulados por las instituciones?
¿Por qué los subversivos reciben honores y subvenciones? ¿Por qué el
“pensamiento alternativo” se expresa, casi siempre, en publicaciones de postín?
La respuesta es simple: porque en la mayoría de los casos
participan plenamente en el despliegue del capitalismo, favoreciendo las
mutaciones sociales y culturales exigidas por el mercado.
Los caminos del neoliberalismo son tortuosos: posmarxismo,
teoría “queer”, teoría postcolonial, teoría del reconocimiento, feminismo de
tercera generación, post–estructuralismo, trans–humanismo, altermundialismo,
estudios de género, estudios de discapacidad, estudios de esto y de lo otro.
Todo un arsenal teórico, ideológico y social impulsado en su mayor parte desde
los Estados Unidos. Como señalan Cédric Biagini y Guillaume Carnino – en un
libro–guía esencial sobre el auténtico pensamiento alternativo de nuestra época
– “al encarnizarse en destruir los modos de vida y de producción tradicionales,
al estigmatizar todo vínculo con el pasado, al exaltar la movilidad, los
procesos de modernización incesante y la potencia liberadora de las nuevas
tecnologías, esta falsa disidencia estimula la ingeniería social necesaria al
pleno desenvolvimiento del neoliberalismo”. [3] La izquierda radical es el perfecto
compañero para este viaje, desde el momento en que, con su retórica progre,
alimenta el mito del carácter conservador, retrógrado y represivo del
neoliberalismo: una operación de distracción que no hace sino enmascarar la
verdadera esencia de este último, y que adorna de oropeles subversivos a todas
aquellas fuerzas sociales que no hacen sino apuntalar el mismo sistema que
aseguran combatir.
¿Maquiavélico verdad?
No se trata sin embargo de ninguna “conspiración”. Se trata
simplemente de una dinámica, de una evolución adaptativa del capitalismo en su
fase actual: el neoliberalismo.
Si existe una técnica neoliberal por excelencia, ésta consiste
en el uso del narcisismo como
sedación de masas. Al construir su proyecto sobre una ontología exclusivamente
individualista – el hombre–empresario definido
por sus deseos, por su imagen y por sus proyectos privados –, el neoliberalismo promueve un “amor
de sí” individualista que redunda en el eclipse de lo político, en la
imposibilidad de cualquier proyecto de transformación colectiva. Las corrientes
alternativas que han surgido en los últimos años – el altermundialismo, los
nuevos movimientos sociales, los “indignados”– son una muestra de ello. Su
perfil es el de una contestación enamorada de sí misma, una contestación
desagregada, escindida en grupos encerrados en sus prácticas de consumo,
volcados – como indican los autores arriba citados – en “la fabricación de
identidades de síntesis (identity shopping),
ya sean nacionales, políticas o religiosas, a través de fragmentos de historia
que sobrenadan en los medios y en la conciencia colectiva, y remezclados para
justificar sus fantasías de fraternidad selectiva y de dominación”.[4] Evidentemente, todos estos
dispositivos sólo sirven para blanquear el sistema. La revolución se convierte
así en una ética pasteurizada, en un muestrario de “estilos de vida”.
Los micro–nacionalismos y los movimientos independentistas
europeos no escapan a esa dinámica – típicamente posmoderna– de narcisismo y de
fabricación de identidades. Una dinámica que se revela, entre otros factores,
en la reescritura arbitraria de la historia, en el uso del victimismo y en el
afán de deconstrucción de
las viejas naciones europeas. Éstas continúan siendo –al menos todavía – uno de
los obstáculos en la construcción de la nueva utopía.
La impostura antisistema
Es preciso insistir: los movimientos “antisistema” que se
pretenden en lucha contra el neoliberalismo se configuran, en la práctica, como
uno de sus mejores caballos de Troya.
Lejos de constituir un flamante “contrapoder”, los movimientos
contestatarios hacen el juego de los poderes en plaza, al limitarse a
radicalizar los mismos presupuestos – ideológicos, sociales y políticos– de la
globalización neoliberal. La emancipación del individuo, la disolución de las
soberanías nacionales y el mestizaje cultural son algunos de sus vectores. Se
trata de una confluencia que tampoco se esfuerzan en disimular. Los
intelectuales contestatarios en boga – señalan Cédric Biagini y Guillaume
Carnino – “coinciden en postular que es la evolución del capitalismo – es
decir, su intensificación y no su interrupción – lo que hará posible su superación”.[5] Éste es el caso de corrientes de
izquierda radical como el “aceleracionismo” – que se inspira en las tesis sobre
capitalismo y esquizofrenia de Deleuze y Guattari –, o de los teóricos del
“Imperio” Toni Negri y Michael Hardt, con su visión mesiánica de las multitudes globalizadas como nuevo
sujeto revolucionario. Pocos fraudes tan sangrantes como el discurso de estos dos
pretendidos subversivos. Su obra “Imperio” – señala el filósofo Anselm Jappe–
“se dirige a un público bien preciso en términos sociológicos: les dice a las
nuevas clases medias que se ganan la vida en el sector “creativo” –
informática, publicidad, industria cultural– que ellos representan el nuevo
sujeto de transformación de la sociedad. El comunismo será realizado por un
ejército de micro–empresarios de informática (…) Sin embargo, los sujetos de
esta “multitud” maravillosa han interiorizado completamente los criterios de la
sociedad mercantil, y sus creaciones así lo atestiguan. Casi todos los
productos materiales e inmateriales de hoy son pacotilla”.[6] Incluidos – añadimos nosotros – los
activistas radicales inspirados por Negri y por Hardt.
Nuestra época es fecunda en propuestas “subversivas”, si bien
estas tienen un rasgo en común: en el fondo se encuentran cómodas en el capitalismo.
Ello es así porque suelen compartir la convicción de que el capitalismo libera
deseos, tecnologías y procesos que permiten evacuar arcaísmos y rigideces –
tales como las soberanías populares y las identidades nacionales – al tiempo
que pone las bases para su propia superación. El capitalismo, según los
radicales a la moda, será incapaz de contener los procesos que él mismo hace
surgir. El objetivo final no es la destrucción del capitalismo sino la
“reapropiación” de sus bases materiales, en un hipotético futuro
post–capitalista en el que las naciones y los pueblos, como reliquias que son,
están llamados a disolverse en una “ciudadanía mundial” de individuos nómadas.
Un “final feliz” donde los haya, pero que concurre con el neoliberalismo en su
versión más extrema: fronteras abiertas de par en par para las mercancías, la
mano de obra, los servicios y los capitales. Ausencia de cualquier idea de
limitación, barra libre para todos. ¿En eso consiste una revolución?
Cabe por el contrario pensar– parafraseando a Anselm Jappe – que
una auténtica revolución consistiría en abolir la pacotilla, en vez de tratar
de arrancársela al capital al grito de ¡es nuestra!
Por de pronto los bancos no parecen muy temerosos de estos
“antisistema”.
El sexo y la privatización de la política
Resulta irónico pensar (y aquí hay que rendir tributo al genio
del neoliberalismo) que casi un siglo de teoría crítica “contestataria” haya
desembocado en la ideología oficial del nuevo capitalismo.
Como cualquier otra lucha colectiva, un auténtico combate
anti–neoliberal sólo puede partir de una recuperación de la dimensión política.
Pero eso es justamente lo contrario de lo que hacen los lobbies comunitarios en los que
Laclau depositaba sus complacencias. Las luchas de esas minorías no abogan por
la revolución, sino por la satisfacción de sus exigencias; no combaten la
explotación sino la “exclusión”; no aspiran al cambio sino al “reconocimiento”.
Todo ello en el entendido de que “todo lo privado es política”, el axioma
central de la izquierda posmoderna. El neoliberalismo no tiene problemas para
retroalimentarse de esa “radicalización de la democracia”, tan en boca de la
extrema izquierda. En la práctica, esa politización de la realidad cotidiana –
el activismo militante aplicado al dominio de las costumbres y las identidades
individuales– revierte justamente en la situación inversa: en la
despolitización del cuerpo social. Porque si todo es política, nada es política. La política, que
es expresión de la voluntad general y defensa de proyectos colectivos, se
difumina y se disuelve en una miríada de reivindicaciones privadas y de
micro–relatos.
Todo esto es especialmente visible en el debate sobre feminismo
e identidades sexuales, cuestiones que conforman hoy el pan y circo posmoderno. Como señala
el politólogo canadiense Maxime Ouellet: “los movimientos sociales –
especialmente las feministas de segunda generación – han intentado re–politizar
la esfera cultural con la fórmula “lo privado es política”, con lo que la lucha
radical por la transformación de la sociedad se ha ido convirtiendo, de forma
progresiva, en luchas identitarias por el “reconocimiento”, alimentando de esta
forma el nuevo espíritu del capitalismo”.[7] La izquierda posmoderna desempeña un
papel central en esta dinámica, al trufar su retórica anti–neoliberal con
un marketing de
cuestiones de género disfrazado de “revolución”. Una mezcolanza que, en los
atavismos mentales de izquierda, tiene bastante sentido. Como señala el
filósofo Shmuel Trigano – “si el género es un hecho social, la lucha “sexual”
sustituye a la antigua lucha de clases, y la política se extiende al cuerpo y a
las relaciones sexuales”. En esa línea, el filósofo de extrema izquierda Alain
Badiou señala que “en el materialismo democrático, la libertad sexual es el
paradigma de toda libertad”.[8] De esta forma el cuerpo humano – la
posibilidad de reconfigurarlo, de adaptarlo o tunearlo a discreción– se
configura como el último “Palacio de Invierno” que quedaba por asaltar.
No tiene nada de extraño que, en la era del neoliberalismo, la
cuestión de la identidad sexual se eleve a paradigma de toda libertad. Éste
el punto de encuentro en
el que todos coinciden: desde la derecha conservadora (que siempre
termina conservando los
avances progresistas) hasta la izquierda radical–chic. Así se explica que los gays y demás minorías sexuales se
hayan convertido en los iconos del sistema, en algo así como la quintaesencia
de los valores europeos o la reserva espiritual de occidente. Al fin y al cabo
se trata de “la lucha” por antonomasia: aquella que, por mediación de una
cadena de equivalencias (Laclau dixit),
sintetiza y absorbe todas las luchas concomitantes.[9] Un ámbito – el de la teoría de género
– que alberga una paradoja tan inquietante como poco advertida: desde el
momento en que el sexo se considera un “constructo social” (escisión entre sexo
y género), cualquier intento de “anclaje” del individuo en un sexo determinado
terminará considerándose, potencialmente, como algo discriminador y opresivo.
La indeterminación sexual – el estatuto de máxima fluidez y apertura – se eleva
así a conditio sine qua non de
la emancipación humana. Lo cual, en un último estadio, podría conducirnos a
la negación del sexo; o
como reclama abiertamente la filósofa Monica Wittig “a la destrucción del sexo
para acceder al estatus de sujeto universal”.[10] En suma: una ideología castradora.
“Marxismo cultural”, dicen algunos. ¿Verdaderamente?
Una patología norteamericana
Al explorar los orígenes estadounidenses de la “corrección
política”, el escritor francés Francois Bousquet llama la atención sobre el
hecho de que “la economía psíquica norteamericana parece funcionar por la
transferencia de sus patologías al mundo entero, como si se aliviase al
exportar sus fobias, su paranoia, su fiebre antiséptica”.[11] La historia es antigua: desde la
ideología castradora de los primeros puritanos (del verbo “purify”, purificar) que desembarcaron en Nueva
Inglaterra a comienzos del siglo XVII, hasta la corrección política y el celo
inquisitorial de los nuevos vigilantes de
¿Son las políticas de género – como repite cierta derecha– otra
forma de “marxismo cultural”? No falta quien cita el libro de Engels “Los
Orígenes de la familia” como un ejemplo de la intención marxista de acabar con
esta célula básica de la sociedad. Lo que no responde a la realidad. Engels
denunciaba las reivindicaciones feministas como productos de una sensibilidad
pequeño–burguesa: la de las mujeres que deseaban ocupar altos puestos
profesionales. En su visión, sólo una perspectiva de clase, común a hombres y
mujeres, permitiría la liberación de todos. Un enfoque con el que (en cierto
modo) también concuerda Camille Paglia, cuando señala que el feminismo actual
privilegia los valores y preocupaciones de una clase alta de mujeres
profesionales, mujeres que son presentadas como “el más alto desiderátum, la
cúspide evolutiva de la humanidad”, pero que recurren, mientras tanto, a la
explotación sistemática de las mujeres de la clase trabajadora para el cuidado
de los hijos y las tareas domésticas.[13]
Por mucho que se empeñe la rutina mental de cierta derecha, la
ideología de género y la corrección política son dos fenómenos con claras
raíces en los Estados Unidos. No hay en los textos del marxismo clásico nada
que inevitablemente apunte hacia ellos. Cabe más bien pensar que nos
encontramos aquí ante neoliberalismo
cultural puro y duro, por mucho que, a niveles retóricos, se
adorne de resabios marxistas.
Cabe preguntarse ¿responden todas estas formas de neoliberalismo
cultural a una patología americana?
Aunque la corrección política parezca a veces una locura, como
en el “Hamlet” de Shakespeare “hay un método en ella”. Más que un método, se
trata de una lógica y de una racionalidad implacables. Porque el
neoliberalismo, mucho más que un conjunto de rapiñas económicas, es ante todo
una racionalidad. O como señalan los filósofos Pierre Dardot y Christian Laval,
el neoliberalismo es “la nueva razón del mundo”.[14]
Se trata de saber de qué manera la izquierda posmoderna se
inscribe en ella.
[1] La era de la
perplejidad. Repensar el mundo que conocíamos. Taurus/Open
Mind/BBVA 2017.
[2] Simon Springer, “Neoliberalismo y movimientos
antisistema”, pp. 156–173 Obra citada.
[3] Cédric
Biagini, Guillaume Carnino, Patrick Marcolini, Radicalité. 20 penseurs vraiment critiques, pp. 7–25. Éditions L’Échapée 2013.
[4] Cédric Biagini, Guillaume Carnino, Patrick
Marcolini, Obra citada, p.
14.
[5] Cédric Biagini, Guillaume Carnino, Patrick
Marcolini, Obra citada, p.
15.
[6] Anselm Jappe, Les aventures de la marchandise. Pour une critique de la valeur.Éditions
[7] Maxime
Ouellet, La révolution culturelle du
capital. Le
capitalisme cybernétique dans la societé globale de l’information. Les Éditions Écosocieté 2016, p.
254.
[8] Shmuel Trigano, La nouvelle idéologie dominante. Le post–modernisme. Hermann
Philosophie 2012, pp. 36–37.
[9] Con la temática gay a
punto de saturarse, los laboratorios posmodernistas ya han elaborado una larga
lista de “géneros” que tomarán el relevo en la agitación de la opinión pública.
[10] Shmuel Trigano, La nouvelle idéologie dominante. Le
post–modernisme. Éditions Hermann 2012, pp. 35–37.
[11] Francois
Bousquet, “L’Autre révolution culturelle. Les nouveaux Gardes rouges du multiculturalisme”. En Éléments pour la civilisation européenne. Numéro
171 (abril–mayo 2018).
[12] Camille
Paglia, Free women, free men. Sex–gender–Feminism. Canongate 2018, pp.124–125.
[13] En Los
orígenes de la familia Engels desarrolla un análisis histórico
de la familia desde los presupuestos del materialismo dialéctico, poniendo de
relieve el papel subordinado de la mujer en el seno de la misma. En su
perspectiva, la auténtica emancipación de las mujeres no es la misma que
reclaman las feministas. Para Engels “la explotación de millones de mujeres de
la clase trabajadora está un millón de veces alejada de los problemas de las
pequeño–burguesas que infestan el llamado movimiento de las mujeres”. A su
juicio las feministas se centran en los prejuicios y actitudes masculinas, más
que en una problemática de clase. Y ello es así porque “actúan desde dentro de
los confines del capitalismo, deseando expandir el número de mujeres de clase
media en puestos profesionales. Pero la emancipación de las mujeres sólo será
posible cuando la mujer tenga la capacidad de participar en la cadena de
producción a gran escala, y cuando las tareas domésticas ocupen su atención en
menor grado”. Para Engels, la situación de las trabajadoras es por lo tanto
una cuestión de clase, que
requiere la unidad de la clase
trabajadora – hombres y mujeres – en una lucha común para
derribar el capitalismo. En su interpretación, el establecimiento de una
sociedad comunista revertirá en el fin de la “poligamia masculina” (motivada en
su opinión por el interés en asegurar una herencia), de forma que la monogamia
será común para hombres y mujeres (Mary Hansen y Rob Sewell, On Engels “Origin of the Family, www.
marxist.com). No hay por tanto en Engels una llamada a la destrucción de la
familia, sino a la reconfiguración de la misma desde una perspectiva
igualitaria, dentro de la sociedad comunista.
[14] Pierre Dardot y Christian Laval,
Prensa republicana
Director: Nicolás Márquez
Cinco años atrás
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