La nota de Javier Ortega

 


LA SECTA Y El Microscopio

No hay praxis sin teoría. Al menos en el ser humano, ya que la racionalidad es su distintivo. Racionalidad es la capacidad de abstracción por medio de símbolos para representarse al mundo, entenderlo y operar sobre él. La capacidad simbólica estará dada principalmente por el lenguaje, hoy en crisis por la simplificación rudimentaria consecuencia del avance de la imagen en la cultura digital.

El lenguaje se estructurará en el discurso, que es una manera particular de manejar las palabras, con vocación totalizadora. Así, el discurso quiere dejar de ser el vehículo de interpretación del mundo de un grupo particular de personas que lo articula, para pasar a imponerse como “la” manera de interpretar el mundo que usarán todas las personas que viven en él. Lo que hoy vulgarmente se llama “el relato”, para determinados formadores de opinión es algo ficcional, un algo que existiría para distorsionar la facticidad indiscutible. No. Ese supuesto relato ficcional es solo un discurso más que pugna contra otro discursos, en lucha por conquistar la hegemonía del sentido en que se interpretarán las cosas.

Lo que conocemos como realidad no es más que un océano de significantes (símbolos, palabras) que representan materialidades (significados) según un discurso determinado. El discurso de los sacerdotes de la antigua Tenochtitlan atribuía la solución de la “materialidad sequía” al hecho de calmar el mal humor del dios Tláloc. Eso se hacía ofrendándole sacrificios. Lo que funcionaba para contener las angustias de los mexicas por un momento. El problema es que, más temprano que tarde, la materialidad verdadera llega para tomarse revancha. Que es cuando sigue sin llover.

Una de las ramas del conocimiento menos maleables por un discurso interesado es (tal vez) la de las matemáticas. Allí nos costará trabajo discursear que dos más dos no son cuatro. Por ello, cuando las matemáticas son un impedimento, un discurso taimado las evitará, aun si ese discurso se presenta a los demás como científico. El discurso de los sacerdotes de Tenochtitlan, para justipreciar la eficacia de sus sacrificios, prescindía de la demostración matemática de la frecuencia de las lluvias. Los exponentes de la Escuela Austríaca (marco teórico de nuestro Presidente de la Nación electo), también lo hacen para (no) medir si sus dictados funcionan en cuestiones como el pleno empleo y la pobreza.

Si se afirma que se podrá hacer recaer el costo de un ajuste solo en el gasto político, lo primero que se debe hacer es ver los números de ese gasto. Así, supongamos que el Presidente electo no solo dinamita (según sus textuales dichos) al Banco Central. También hace volar toda la administración gubernamental de la Nación. Explotan el Congreso, los Ministerios, las Secretarías, las Direcciones y todo Tribunales. No queda con vida un solo empleado público. El “ahorro” que hará será del 1,22% del PBI. Si en la cruzada libertaria se suma la extinción de todos los “planeros” (madres que reciben la AUH, estudiantes que intentan completar su formación con el PROGRESAR y precarizados que perciben el POTENCIAR TRABAJO) el ahorro pasará a ser del 2,28% del PBI. Con todo eso sumado, seguimos por debajo de lo que pagamos por intereses de deuda externa (2,41% del PBI). Entonces: ¿cómo es posible que el primer mandatario electo insista con este absurdo de que todo el ajuste solo recaerá en la política, cuando es imposible aritméticamente?

La Escuela Austríaca surge como reacción a la Escuela Histórica Prusiana, la última que afirmaba que no hay leyes sociales universales, por lo que hay que estudiar cada contexto histórico en especial. Para los austríacos las normas sí son universales. Por lo que el comportamiento esperable de un individuo económico será igual si vive en el Upper East Side de Manhattan o en el tercer cordón del Conurbano bonaerense. La Escuela Austríaca entiende que no existe una sociedad organizada (con sus rasgos de cooperación y de conflicto), sino que lo único que hay es una suma de individualidades situacionadas en un lugar.

Más que ser una doctrina de pensamiento económico, la Escuela Austríaca es una hipótesis metafísica que no requiere ser probada empíricamente. Es el orden natural de las cosas y punto. Algo similar al dogmatismo religioso de una secta. Su difusión hasta nuestros días se explica en que, en su beatificación del egoísmo, funciona como una indulgencia plenaria y moral para capitalistas avaros. Además de haber operado como ariete ideológico contra todo socialismo. El apriorismo es la metodología de la Escuela Austríaca, esto es, una afirmación previa que después la experiencia material no podrá contradecir. Por ejemplo, se asevera ex ante que el agua a cien grados de temperatura no pasará del estado líquido al gaseoso. Y cuando se hace el experimento con la pava de la cocina y se transforma en vapor, ex post se dirá que no se testeó debidamente. Porque el postulado a priori es apodíctico y no puede ser contradicho. Dentro de todos los autores de la Escuela Austríaca, el apriorismo extremo fue desarrollado por Murray Rothbard, fundador del anarco-capitalismo y referencia ideológica primera de Javier Milei.

Murray Rothbard era un enemigo declarado de la banca central, a quien culpaba de la inflación. En su tiempo (1926-1995) se opuso a la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos y a los feminismos, por considerarlos responsables del crecimiento del Estado de Bienestar. Lo que era una tragedia fiscal y libertaria. Supo tener vínculos estrechos con negacionistas del Holocausto y con integrantes del Ku Klux Klan. En su visión, todos los derechos (civiles, políticos, sociales, ambientales) pueden sintetizarse en uno solo: el derecho a la propiedad, del que derivarían todos los demás. El derecho de propiedad será el garante de la libertad. Así, la propiedad hace a la libertad, por lo que, quien no la tenga, vaya pensando en la esclavitud. Hasta subsume a la responsabilidad parental en una propiedad que tendrían los padres sobre sus hijos. En este contexto, que se oponga a la banca central es lo más leve.

Para Nicolás Cachanovsky, estudioso de los austríacos, Milton Friedman está más cerca de John Keynes (en el estudio del fenómeno económico) que de autores como Mises, Hayek y Rothbard. La Escuela Austríaca es el marco teórico del líder de La Libertad Avanza. Del mismo podremos deducir el tenor de sus futuras decisiones.

El director de El Cohete a la Luna caracterizaba a las políticas del gobierno neoliberal, tributario de la Escuela de Chicago, como “experimentos sobre seres vivos”. Acá no hay espacio ni para el experimento. De este lado, abajo del microscopio, quedara demostrado que la hipótesis era errada. Que no te alcanzaba con la extinción de todos los trabajadores y trabajadoras del Estado. Pero del otro lado, el de arriba, el experimentador concluirá que su conjetura lo mismo era correcta. Lo que falló fue la realidad.

* El autor es doctor en derecho público y economía de gobierno, docente de UNDAV y UNLA.

(*) El Cohete a la Luna

26/11/023

Comentarios

Entradas populares de este blog

La nota de Brenda Struminger

La columna internacional de Jorge Elbaum

El recuerdo histórico de Daniel Cecchini