La mirada de Daniel Santa Cruz
Milei y el peligroso sueño de
convertirse en el Donald Trump de las pampas
29 de
febrero de 2024
“Nachito
no la ve, es un pobre chico que no pudo leer ni un contrato, es de una
precariedad intelectual muy grande”, dijo días atrás el presidente Javier Milei
sobre el gobernador de Chubut Ignacio Torres, en medio del conflicto entre
Nación y las provincias patagónicas, que tuvieron el respaldo de todos los
gobernadores del país a excepción del tucumano Osvaldo Jaldo.
Horas
después de realizar ese comentario y en un frenético fin de semana donde no
dejó de interactuar en la red social X, ex Twitter, el Presidente eligió como
favorito un tuit de un seguidor fake y anónimo
que con un meme se burlaba del gobernador chubutense caracterizándolo como una
persona con Síndrome de Down, lo que valió el repudio generalizado y el pedido
de disculpas públicas de parte de
La pelea
del gobierno con Chubut abrió varios interrogantes. Uno de ellos se cae de
maduro: ¿por qué el gobierno nacional
es tan estricto con el cumplimiento de los contratos como acreedor y no lo es
como deudor? El caso más claro es que, al igual que lo hizo
Alberto Fernández, el presidente Milei no está pagando la deuda a CABA que
obtuvo un fallo en
Otra
observación que nos deja este conflicto es que está cada vez más clara esa
coincidencia de estrategias entre los libertarios y el kirchnerismo. Ambos
eligen confrontar siempre, aún a costa de que el resultado de esas peleas lo
paguen los argentinos. En estos días, además del conflicto con las
provincias, tuvimos paros de ferroviarios,
docentes, aeronáuticos, entre otros, que afectaron a millones de personas.
Los
gremios, con mucha influencia kirchnerista, eligen la confrontación salvaje, el
paro para mostrar y medir sus fuerzas, y el Gobierno acepta el convite y lo
permite. En ninguno de los conflictos gremiales señalados el gobierno de Javier
Milei optó por solicitar la “conciliación obligatoria” a la cartera de Trabajo,
como haría cualquier gobierno para evitar una medida de fuerza. Incluso en el
megaDNU, que está vigente, se habla de “servicios esenciales”, lo cual podría
limitar el alcance de la huelga aeronáutica. No lo recordaron o no quisieron
hacerlo, pero la norma por el gobierno dictada fue ignorada por ellos mismos.
Prefirieron confrontar ante la sociedad exponiendo a los que, según su prédica,
“arruinaron el país” con este tipo de comportamiento.
Estratégicamente
puede parecer acertado para contener a su electorado, pero en términos de
gestión es una decisión arbitraria e
injusta que paga la sociedad. La semana pasada un millón de
personas se quedaron sin trenes en el área metropolitana y este miércoles casi
400 mil pasajeros se quedaron varados, perdiendo trabajos, días de vacaciones o
atención médica en los casos más urgentes. Fue más importante para el gobierno
exponer a la “casta sindical” que evitar un padecimiento a gente que la está
pasando muy mal, con ingresos consumidos por la inflación y con impuestos y
servicios más caros. El momento político que atravesamos quizás sirva a los
libertarios para actuar de esa manera, pero como gobierno es su responsabilidad
agotar todas las instancias para que el país funcione con normalidad. De lo contrario, todo indica que necesita que la pasemos mal para
entender su mensaje.
Es de
público conocimiento que, al igual que Jair Bolsonaro, Santiago Abascal, del
Vox español, Nayib Bukele de El Salvador y otros líderes populistas de extrema
derecha, el presidente Javier Milei admira al expresidente de los Estados
Unidos Donald Trump y lo imita o al menos, intenta hacerlo constantemente, no
solo en cuanto a la dirección de sus políticas sino también en cuanto a su
estilo, su manera directa de comunicar en redes sin filtro y de modo agresivo.
Trump cruzó los límites varias veces y fue acusado de misógino y racista por
comentarios o posteos en redes inapropiados, de hecho fue condenado a pagar 5
millones de dólares por “abuso sexual y difamación” y acusado e investigado, en
el momento de admitir su derrota electoral contra Joe Biden, de alentar y no intentar
detener a sus seguidores más fanáticos que intentaron tomar el Capitolio en un
episodio que costó vidas, nada común para el apego institucional y las reglas
de juego del país del norte. Nada de esto detuvo a Javier Milei para participar
de
Vale
observar que, al igual que sucedió con Trump cuando llevaba poco tiempo en el
poder, en pocos meses nuestra vida
política se volvió mucho más primitiva, básica, donde el arrebato y el impulso
puede más que el análisis y el diálogo. En Estados
Unidos los partidos políticos comenzaron a apartarse ideológicamente y se
diferenciaron en términos educativos, raciales, de género y religiosos. Trump
degradó a la política llevando todo a un extremo donde solo servía seguir un
dogma: “ellos contra nosotros”.
Hoy Milei
nos ofrece el mismo menú binario: “pasta o pollo”. Son ellos o la casta, y lo
único que está consiguiendo es -como hacía el kirchnerismo, que compartía los
mismos modos que Trump, pero con otros fines filosóficos- provocar otra grieta
más profunda, donde la diferencia ahora no es solo ideológica sino también
social y más violenta, porque no se admiten disensos y no alcanza con no
escuchar al otro, sino que es válido agredirlo y degradarlo. Es trasversal a su
electorado, que sostiene la grieta conocida entre el apoyo y el rechazo al
kirchnerismo, porque además está abriendo otra entre quienes lo acompañaron en el
balotaje para que los derrote pero ahora no comparten sus formas y
maltratos. Milei no los quiere como
aliados, porque para eso deberían hablar su mismo idioma.
En el día
a día se puede leer a fanáticos en redes sociales y escuchar comentarios en la
calle con tintes raciales y clasistas, que hasta hace no mucho la democracia
había vetado -creíamos que, para siempre- que vienen de la mano del nuevo poder
y hasta forman parte del discurso de algunos políticos recién arribados. Hoy,
como le sucedió a Donald Trump en su momento, al gobierno libertario le suma
más ser beligerante y llevar todo de un extremo a otro, escala el modo autoritario de ejercer el poder en lugar de honrar
la práctica del diálogo y el acuerdo.
Muchos
dirán, con razón por los magros resultados obtenidos en las últimas décadas,
que es necesario romper el statu quo, pero hacerlo de esta manera, cambiando la
naturaleza de la convivencia democrática, lamentablemente significará, más
temprano que tarde, otro doloroso retroceso que
nuevamente nos llevará a lugares de donde cada vez nos costará más retornar.
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