Picada de Noticias en el recuerdo
La reflexión
de Loris Zanatta
¿Se repite la maldición de los gobiernos no peronistas? (*)
Todos dicen lo mismo: las elecciones virtuales produjeron
un resultado verdadero, mientras que las elecciones reales producirán un
resultado inútil. Extraño país Argentina; incluso para mí, que creo conocerla:
Borges no habría imaginado nada más grotesco; ni von Masoch una perversión más
refinada. Sí, porque no es el destino lo que la deja expuesta durante meses a
políticos sedientos de venganza, especuladores excitados, mercados
aterrorizados, ahorristas presas del pánico. No: son sus propios mecanismos
institucionales, las famosas PASO de las cuales, lo admito, nunca entendí el
sentido.
No importa: ahora tenemos un cuadro nítido; devastado por
la paliza electoral, el Gobierno se tambalea como un boxeador sonado. Dado el
pasado, la pregunta flota: ¿terminará su mandato? ¿O se repetirá la maldición
de los gobiernos no peronistas?
¿Y luego qué pasará? ¿Otro apocalipsis producirá la
enésima ilusión de redención? ¿Y la enésima ilusión de redención, otra
desilusión victimista y llorona? ¿Y así en los saecula saeculorum? Es la
historia de Argentina: no camina sino salta, no recuerda pero se repite, no
avanza con cautela entre las olas sino oscila con violencia entre extremos.
O no: los caminos del realismo mágico son insondables. El
público que no había ido al ensayo general podría presentarse al estreno;
ebrios de haber ganado el amistoso, algunos podrían caer en el error de dar por
ganado el campeonato; varios de los que aprovecharon el videojuego por emitir
un silbido o un eructo podrían arrepentirse al oír resonar el “vamos a volver”;
y los fantasmas reales evocados por el voto virtual podrían aterrar al punto de
sembrar dudas que la ira no había considerado.
No digo que Macri resurgirá: difícil. ¡Pero estamos en el
avión más loco del mundo! Solo sé, y es lo peor, que Argentina estará en las
montañas rusas durante meses: lo que menos necesita. ¿Está acostumbrada? Ojo:
cada vez es peor que la anterior.
Pero, ¿cómo evaluar el resultado electoral, tan lapidario?
Muchos, más que yo expertos en política y flujos electorales, estados de ánimo
sociales y tendencias económicas, ya lo han hecho con perspicacia: han
enfatizado el voto de castigo, el colapso económico y las esperanzas
frustradas, la ineptitud del Gobierno, el eterno retorno de la hidra peronista.
Todos ellos tienen algo de razón, supongo, aunque, como historiador, me
satisfacen a medias.
Como muchos, yo también tengo serios reparos sobre la
capacidad del Gobierno. Desde el comienzo del mandato, he esperado el golpe de
ala, el lanzamiento de una de las muchas reformas estructurales que Argentina
necesita, el ataque a un tótem del pasado, la batalla cultural capaz de
movilizar las mentes y los corazones.
La política está hecha de símbolos tanto como de
realidades, es poesía además de ser prosa. Entonces pensé: no es como lo
imaginé; vi un Gobierno gris, ni chicha ni limonada, en un país acostumbrado a
esperarlo todo del gobierno de turno, incluidos los fuegos artificiales; un
Gobierno tan incoloro que, mientras los liberales argentinos lo culpaban con
razón de un grave déficit de liberalismo, pasaba en Europa por “neoliberal”.
Pero es muy fácil hablar a posteriori. Y de una cosa sigo
convencido: incluso si el Gobierno no fue como esperaba, ha sido mil veces
mejor que el anterior. ¿Pequeña cosa? ¿El respeto del estado de derecho es una
cantinela empalagosa que no da de comer? Será. Pero lo que hoy parece nada,
podría parecer inmenso mañana, cuando sea tarde para remediarlo. Lo sé: a la
larga todos estaremos muertos, dijo Keynes; pero nuestros hijos o nietos no. E
incluso si los tiempos largos de la historia que Argentina necesitaría para
salir del pozo son difíciles de conciliar con los frenéticos de la política,
por algún lugar hay que comenzar y la decencia institucional no me parece el
peor. También hay importantes atenuantes: la herencia recibida, la minoría
parlamentaria, el viento en contra internacional, la espada de Damocles del
poder de veto peronista; incluso la oposición del Papa: ¡no es poca cosa!
Quien hoy grita enojado “lo dije”, no puede afirmar con
certeza que el Waterloo electoral le da la razón: ¿qué habría sucedido en caso
de proceder más rápido en lugar que por grados? No podemos saberlo, pero la
duda es legítima: puede ser que me equivoque, pero mirando a la historia
argentina, dudo que hubiera otra opción que el gradualismo; y excluyo que el
“milagro” de 2015 implicara un implícito mandato para una “revolución liberal”:
¡ay de confundir los deseos y la realidad; de olvidar que la “oportunidad
perdida” lo era hasta cierto punto.
Al igual que los otros países latinos y católicos,
Argentina es un país de baja intensidad liberal en el nivel político e ínfima
en el económico. Italia y España no se convirtieron en democracias prósperas a
manos de poderosos partidos liberales, sino como resultado del lento y precario
crecimiento de la planta liberal dentro de partidos que no tenían nada de
liberal. ¿Será una coincidencia? El camino suele ser más largo y retorcido que
rápido y recto.
Pobreza, inflación, deuda, falta de liderazgo: el balance
es negativo y la derrota estaba en el aire. Igual, creo que Argentina ha
tenido, grosso modo, el máximo de liberalismo posible en las actuales
circunstancias.
¿Es poco? Muy poco. ¿Es suficiente? En absoluto. Pero si
se plantea el problema de forma racional, es difícil escapar a la evidencia:
los electores no han castigado Macri volcándose en masa hacia una opción más
liberal; la mayoría ha regresado al redil peronista, ha reconocido la llamada
de la selva, ha creído en la eterna promesa del milagro de los panes y los
peces, ha buscado la solución donde radica la causa. La excepción no es hoy:
fue hace cuatro años; no debe olvidarse, si no se quiere que sea la última.
(*) Clarín, 15/8/019.
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