La reflexión de Marcelo Caracohe

 




LA CAÍDA DEL MURO

En marzo 2021 John Fiegener escribió en The Huffington Post a propósito del frustrado juicio de impeachment contra Donald Trump (faltaron 10 votos para llegar a los 67 necesarios) que “la reputación y la imagen de Trump quedarán dañadas para siempre”. Seguramente así fue en un área de Estados Unidos, pero no para la mitad del país que considera a Trump “el hombre más perseguido de América”, a quien en la elección que perdió contra Joe Biden le otorgó 74 millones de votos, 12 más que en 2016, y a quien el 5 de noviembre devolvió a la Casa Blanca.

La irrupción de Trump en 2016 demostró dos cosas: que se puede llegar a la presidencia con un presupuesto reducido (en parámetros de Estados Unidos) para la campaña electoral y que existía una inmensa cantidad de ciudadanos que no se sentían representados por la política tradicional.

Más allá del personaje, un demagogo de derechas caótico, violento y peligroso, la cuestión interesante son sus votantes, que siguen apoyándolo contra viento y marea, no obstante sus juicios pendientes, y a veces contra sus propios intereses.

La tendencia 2016/2020 permanece casi inalterada, pero en 2024 el campo trumpiano se ha ampliado.

Hasta el momento, la encuesta más efectiva la realizó el Pew Research Center, un think tank sin relaciones partidarias con sede en Washington DC. El Pew ligó los miembros del panel de búsqueda (National Representative American Trend Panel) con el dato de los electores que la autoridad administrativa publica algunos meses después del voto. Obtuvo así un número de “electores verificados” cuyos votos reflejan muy de cerca el resultado electoral de 2020 y la tendencia desde 2016.

Teniendo en cuenta el grado de escolarización de los electores, los blancos con instrucción universitaria de cuatro o más años (30% del total) eligieron mayoritariamente a Clinton (55%) y relegaron a Trump (38%). En el grupo de blancos que no habían completado la escuela media, en cambio, Trump arrasó con el 64% contra un 28% de Clinton. El 54% de las mujeres eligieron Clinton contra el 41% de los hombres. Entre los electores casados, el 55% eligió a Trump; contrariamente, un 58% de los solteros respaldó a Clinton.

El Pew analizó la coherencia ideológica en una escala que iba de “coherentemente conservador” a “coherentemente liberal”, en la que figuraban valores políticos como etnia, homosexualidad, ambiente, etcétera. Los electores liberales votaron a Clinton (95%) y los conservadores a Trump (98%), en tanto el tercio de perfil ideológico mixto votó a Trump (48%).

Los tres puntos fundamentales que dividen el electorado son etnia, escolarización y localización geográfica: blancos contra negros, electores con buena instrucción contra aquellos con poca base escolar, estados rurales contra franjas costeras.

Trabajo y etnia

Ya en los ‘70 el capitalismo había comenzado a utilizar prácticas hoy ampliamente difundidas: reenginering (restructuraciones), outsourcing (externalización del trabajo), re-localización de plantas y lucha contra sindicatos, dentro y fuera de los lugares de trabajo (No-Union).

Un informe de la Rand Corporation analizó la distribución de la riqueza en los últimos 45 años: si se utilizaran los parámetros de 1945/1970, el rédito anual de un trabajador oscilaría entre 92.000 y 102.000 dólares, contra aproximadamente 50.000 actuales.

El número de trabajadores en el área manufacturera pasó entre 1997 y 2018 de 18.640.000 a 12.809.000; Walmart y McDonald's han ocupado los primeros puestos en el ranking de empresas relegando por ejemplo a General Motors al puesto 23.

La legislación laboral en Estados Unidos es perennemente anti-obrera. Biden prometió en su campaña que sería el Presidente más pro-union de la historia y así fue: acompañó algunas luchas sindicales muy de cerca, pero no ha bastado para enderezar los votos hacia Kamala Harris.

¿Es la clase obrera trumpiana? Esta denominación no responde exactamente a la base de Trump. Sus votos se derivan de un conjunto de variables socioeconómicas como nivel de rédito, de instrucción, no laureados con ingresos familiares anuales inferiores a la media (en 2016 era de U$S 60.000 pero cambia de un estado a otro), pequeños empresarios, empleados, mujeres que trabajan en el sector sanitario.

Hay una teoría que propone que en 2016 Trump “etnizó” la cuestión al sostener que determinados grupos étnicos sin méritos estaban mejorando su estatus, superando a los blancos. De esa manera recogió un importante 54% contra un 39% de Clinton. Encuestas todavía no completadas de 2020 dicen que Trump mejoró aun el porcentaje con el 57% del electorado blanco, contra el 42% de Biden. Este es un punto de fuerza de Trump, dado que los blancos son el 65% del electorado según Edison Research.

Las mujeres blancas en 2020 se dividieron: 55% para Trump, 43% para Biden. Esta inclinación tiene su antecedente histórico: la posibilidad de obtener cuotas de poder en una sociedad sexista o machista era mayor aliándose a la idea de supremacía blanca. La historiadora Stephanie Jones-Rogers declaró en 2018 que “las mujeres blancas pudieron ejercitar su poder en esta nación desde sus comienzos coloniales a causa de su blancura (whiteness); aun no teniendo los mismos derechos que los hombres (no voto), podían comprar o vender esclavos”.

Ingresos

Comentarios en caliente después de la proclamación de Trump el martes último señalan que la cuestión económica fue determinante y que los votantes añoran la era pre-pandémica de 2019. Ya lo había señalado Christopher Caldwell en 2020, en una dura crítica a los demócratas en el diario de izquierda New Republic: “Trump ha realizado el primer boom distributivo de los últimos decenios: bajar el nivel de desocupación al 3,7% en 2019 y sobre todo el aumento del 4,7% de los salarios en el 25% de los estratos inferiores de la sociedad”. Caldwell recuerda que con la crisis pandémica el PIB del segundo trimestre descendió al 31% pero fue anulado por el crecimiento al 33% del tercer trimestre. Este resultado favorable para Trump fue publicado cinco días antes de las elecciones, demasiado tarde para cambiar la percepción de declino económico; además, un porcentaje importante de electores había ya votado por correo. Caldwell opinaba que los dem ganaron de casualidad las elecciones y que no existió ningún embrollo como sostenía Trump.

Los dem habitualmente ganan entre los ingresos más altos y más bajos: el 59% de los electores con rédito familiar superior a 150.000 dólares votaron dem; en el extremo opuesto, un 54% de electores con réditos de 30.000 a 74.999 votaron GOP (Grand Old Party, republicano).

La percepción de que los dem son el partido de los ricos pareció confirmarse en 2020: nueve de los diez estados más ricos votaron a Biden y 14 de los 15 más pobres a Trump. En Washington, Biden venció por 95 a 5. Los dem superaron entonces la cifra de los 1.000 millones de dólares para la campaña electoral, un 60% superior al GOP. Las donaciones pequeñas de 10 dólares que habían servido tanto a Obama esta vez fueron a Trump en un 45%, contra el 39% de Biden.

Andrew Yang, empresario y político, candidato a intendente de New York por los dem en 2021, opinaba que “hay algo que no funciona si los americanos de la clase trabajadora no votan un gran partido que teóricamente debería luchar por ellos, por lo tanto habrá que preguntarse qué es lo que representa el Partido Demócrata en sus mentes”. La escritora y periodista Giovanna Baer describe muy bien la imagen de los dem: “Basta volver a ver el video del Inauguration Day del 20 de enero pasado (asunción de Biden) y prestar atención a los artistas invitados para entender quién es y lo que representa Joe Biden. Lady Gaga, del Upper West Side de Manhattan, vestida de Schiaparelli Haute Couture, canta el himno americano; Jennifer López, latina del Bronx, Chanel de la cabeza a los pies, canta This Land Is Your Land; Amanda Gorman, poetisa afroamericana joven y bellísima de Los Ángeles, recita The Hill We Climb, cubierta con su abrigo de Prada; casualmente las tres son católicas como el nuevo Presidente. No es sorprendente que la clase trabajadora vaya para otro lado”.

Educación

Michelle Jackson y Brian Holzman, de la National Academy of Sciences de Estados Unidos, han analizado en su libro A Century of Educational Inequality in the United States los datos disponibles desde 1908 a 1995, demostrando que la desigualdad en educación se mueve en paralelo con la desigualdad en los ingresos, lo que significa que los sistemas educativos inicuos dañan considerablemente a los estudiantes de sectores humildes y minorías, y también golpean las bases de lo que llamamos American Dream.

Estas generaciones de estudiantes perjudicados se concentran en los estados del sur, mientras que analizando sobre base interestatal la más amplia disparidad en presupuestos de educación se localiza en los grandes estados industriales como Alabama, Arkansas, Illinois, Indiana, Iowa, Kansas, Kentucky, Louisiana, Michigan, Mississippi, North Carolina, Ohio, Oregon, Pennsylvania, South Carolina, Texas y Wisconsin. Además estos estudiantes, blancos o negros, se concentran en los distritos rurales. Y este elenco corresponde casi al 100% con la geografía del voto trumpiano.

En los años considerados gloriosos del capitalismo, un joven que no finalizaba la escuela tenía dos posibilidades sobre tres de encontrar un trabajo; actualmente esa chance se redujo a menos de uno sobre tres, y con salarios reducidos.

Los jóvenes y adultos de la clase subalterna ven desaparecer algunos tipos de trabajos que podían desempeñar, están en el borde de la movilidad social hacia abajo, la economía no consigue reclutarlos y las salidas son los programas sociales del welfare o la delincuencia. Mientras minorías de color son objeto de atenciones, los blancos han sido abandonados a su destino (la teoría de Trump); sólo quedaba el orgullo de ser blanco, pero ahora esta condición dejó de ser importante.

La espectacular revisión histórica que vive el país, con monumentos y estatuas destruidos, con teorías indigenistas de matriz estadounidense que se aplican contra el pasado y el presente, no afectan a Trump y menos aún a sus electores. Mientras a Clinton o Biden los llaman “basuras”, Trump los llama patriotas y consolida un pacto de fidelidad que va más allá del bien y del mal.

La caída del muro

¿Era Kamala Harris la candidata justa para enfrentar a Trump?

Es fácil decir que no a toro pasado, como dicen en España, pero ya Laurence Shoup en el San Francisco Chronicle en 2019 había publicado “Kamala Harris, Another Establishment Candidate”, por lo que se sabía quién era el personaje y su cuñado Tony West, un manager importante de Uber casado con Maya Harris. Las coincidencias ideológicas familiares se confirmaron cuando el responsable de estrategia global de BlackRock, Michael Pyle, pasó a ser el jefe economista del team de Harris en 2020.

Más allá de la solución de compromiso que fue su elección como candidata, ¿cómo se desarrolló la campaña electoral?

Jacobin USA, Center for Working Class Politics (CWCP) y YouGov realizaron durante el verano un sondeo conjunto sobre 1.000 electores de Pennsylvania, del que resultó que la campaña de Harris estaba andando en la dirección justa. En agosto la Convención Nacional dem había sido considerada un éxito, con un frente unido que iba desde el electricista Shawn Fain y Bernie Sanders hasta Adam Kinzinger y Leon Panetta, y Ezra Klein presentaba un partido que finalmente “quiere ganar”.

A fines de agosto, el historiador Eric Forner escribió que los dem se jugaban la elección en base a dos conceptos diferentes de libertad: 1) “La libertad de mejorar la vida, de uno mismo y las personas que amamos”, como dijo Tim Walz cuando aceptó la nominación, y 2) la libertad de las empresas de contaminar y de las bancas de aprovecharse de los clientes. El sindicalista Shawn Fain en la convención había ido más allá, nombrando y responsabilizando a los “malos” que arruinan la vida de los trabajadores: “la avidez empresarial transforma la sangre, el sudor y las lágrimas de los trabajadores en capital accionario y súper premios para los CEOs”. Además, la convención anunció una serie de compromisos para resolver el problema de la vivienda, contener el alza de los precios y aumentar el salario mínimo.

El sondeo reveló un fuerte apoyo a este tipo de mensaje y una gran antipatía hacia la elite empresaria y los millonarios, sobre todo en los grupos electorales con los que Harris tuvo que trabajar mucho para conectarse: sindicatos, electores sin diploma y simples trabajadores.

No obstante estas señales claras de los electores, en el último mes de campaña Harris cambió de rumbo, retrocedió y bajó el volumen de los mensajes debido a las presiones de la comunidad empresarial.

Los dem decidieron una vez más abandonar los eventuales votos de las clases subalternas y salir a buscar los votos moderados y de los diplomados. El mensaje definitivo fue alzar la bandera de la democracia y poner en alarma a los electores frente a la amenaza de que Trump ganara las elecciones. Los resultados están a la vista.

El sondeo de Jacobin seleccionó cinco slogans de la campaña de Harris para someterlos a los encuestados: 1) defender el derecho al aborto; 2) proteger las fronteras y facilitar un acceso a la nacionalidad; 3) contrarrestar la amenaza de Trump de utilizar el Poder Judicial contra sus enemigos; 4) la “economía de la oportunidad”, con ayuda a la pequeña empresa y cortes fiscales; y 5) un discurso “populista soft” que defienda a la gente común contra las empresas que no respetan las reglas.

La encuesta también seleccionó pasajes “fuertemente populistas” y progresistas que incluían un compromiso de lucha contra “los estafadores millonarios y los políticos de Washington a su servicio”, reforzar los sindicatos, tasación de empresas y millonarios, expansión de los servicios sociales. Los encuestadores pidieron a los electores que evaluaran de 1 (muy contrario) a 7 (muy favorable) estas afirmaciones.

Los resultados fueron inequívocos: las propuestas de economía más “populistas” y de izquierda superaron largamente los mensajes de Harris de “economía de la oportunidad”; los mensajes económicos recibieron un 9% de apoyo más que los de defensa de la democracia y fueron muy eficaces con los entrevistados de bajos ingresos, obreros y personas sin instrucción universitaria.

El cambio de rumbo de Harris fue subrayado por el millonario Mark Cuban, quien declaró muy contento que "los principios progresistas del Partido Demócrata han desaparecido. Ahora es el partido de Kamala Harris”.

La última esperanza para Harris en la jornada electoral era el Muro Azul (Pennsylvania, Michigan y Wisconsin), que también cayó perforado por Trump.

Los análisis de los flujos electorales del 5 de noviembre ayudarán a comprender mejor los electores de Trump y las aspiraciones que empujan a votarlo. "Mientras que la Clinton o Biden los llaman "basuras " Trump los llama patriotas y consolida un pacto de fidelidad que va más allá del bien y del mal".

(*) El Cohete a la Luna

10/11/024

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