La reflexión de Jorge Alemán
La reflexión de Jorge Alemán
Imaginario:
Alberto, Alfonsín, Cristina (*)
Imaginario:
Alberto, Alfonsín, Cristina (*)
La noción de Imaginario
fue tratada por diversos autores en el siglo XX. Fue Lacan el que mejor supo
describir el registro de lo imaginario, tanto en la constitución del sujeto
como en el orden social.
El Imaginario, a diferencia de lo
Simbólico (que es donde la diferencia puede leerse de un modo verdadero) y lo
Real --que es lo imposible de simbolizar e imaginar-- tiende a un desconocimiento
primordial.
En el Imaginario se
borran los contextos, se anulan las diferencias, triunfan las analogías y los
sujetos establecen coincidencias y correspondencias que cumplen una función de
desconocimiento frente a la realidad. Más que desentrañar la realidad, el
Imaginario cumple la función de afirmar, de darle consistencia al
Yo del sujeto y nutrirlo de un narcisismo donde cada uno sueña con una falsa
completud. Ha sido mérito del filósofo marxista Althusser introducir
este registro Imaginario como una clave fundamental de la Ideología , Ideología que
trabaja para los egos y para el brutal "narcisismo de las
pequeñas diferencias" (la expresión pertenece a Freud).
En el Imaginario, el Yo
se confirma en su narcisismo en la misma proporción que aumenta su
desconocimiento. Actualmente, en el escenario político argentino
tenemos un ejemplo consumado sobre el modo en que el Imaginario y el narcisismo
de las pequeñas diferencias intervienen en esta distorsión narcisista. Y
esta vez me refiero a lo que sucede en nuestro propio campo nacional y popular.
Ya en su día pude comprobar este mismo estrago en la experiencia de
Podemos. Circulan análisis, comentarios en las redes,
conversaciones donde todo se confunde en aras de confirmar al Yo en su posición
de falsa autonomía.
Baste como ejemplo la
facilidad con que se establece que Alberto es Alfonsín y no es un kirchnerista
"puro" o que Alberto no es Cristina. En esta infatuación
del Yo se borra la historia, los contextos, las circunstancias
concretas y solo queda como resultado un Yo muy contento de haberse
conocido ignorando y no discriminando las diferencias simbólicas. Las
diferencias, cuando son simbólicas, son más difíciles. Exigen determinar las
coyunturas, lo que está en juego en las mismas y los recursos que las historias
actuales permiten para poder de verdad incidir en la realidad.
El narcisismo de
las pequeñas diferencias introduce algo más grave que las llamadas
luchas por el poder. Los sujetos son capaces no solo de destruir al
otro, sino de destruirse a sí mismos con tal de mantenerse en su razón. El
problema que se vislumbra en todo esto es que parece un problema actual
de los campos nacionales y populares o progresistas que al no
disponer como en otros tiempos de teorías que permitan aperturas simbólicas,
finalmente desencadenan un imaginario compulsivo que desea fracasar frente a su
posible éxito, el que por estructura es siempre limitado. Mientras
tanto, las ultraderechas esperan desde otro lugar: desde
las certezas absolutas que proceden de su identificación con el Poder y la
pulsión de muerte que alimenta su odio. Esto no es Psicología, es un
esbozo de la teoría de la
Ideología.
(*) Página/12, 16/7/020
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