El diagnóstico de Elena Valero Narváez
La peor crisis es la desconfianza
IP-31/03/2021
Es innegable que el país parece transitar
hacia una profunda crisis. Ya hay suficientes signos reveladores que la
anuncian. Reconocerlos, no implica una actitud derrotista, sino una
consideración razonada destinada a promover las reacciones necesarias, si es
que el Gobierno escucha, para evitarla. Debería empezar por admitirlos,
pensando en los inconvenientes que habrán de presentarse, los cuales,
aumentarán la decepción y el escepticismo en la gente, rechazando, de plano,
las aventuras y las fantasías que están poniendo en peligro la estabilidad
económica y política del país.
Se ha metido, el Presidente Fernández,
inducido o no, en un callejón sin salida, como tantos gobiernos anteriores, con
controles a la economía y sus secuelas: inflación reprimida, escasez, mercados
negros, descenso del nivel de vida y corrupción. No es novedad que se necesitan
recursos financieros para promover la producción y también mucho más ahorro. Es
indispensable tener las reservas destinadas a pagar en el futuro cercano los
compromisos contraídos en el exterior para que el gobierno pueda permitirse
manejar, con cierto desahogo, las financiaciones y refinanciaciones oficiales
y, por sobre todas las cosas, volver a instaurar confianza que permitiría al
sector privado expandirse a través de inversiones crecientes destinadas a
sostener la producción y las ventas.
El gobierno y los partidos de oposición desean
promover el desarrollo. Todo el país aplaude esa meta ya que como quienes
dirigen el Estado, los argentinos tienen la buena intención de desear que
Argentina se convierta, como en el pasado, en una potencia mundial. Nadie
quiere arruinar la economía.
El problema está en la orientación y en los
medios a través de los cuales habrá de conseguirse dicho desarrollo. Una cosa
es el crecimiento libre y espontáneo que se realiza conforme a las reales
posibilidades del país y a la capacidad de trabajo, dentro de un marco
normativo común y estímulos oficiales generales. Otra, muy distinta, es planear
un desarrollo artificioso concentrado en ciertos sectores que determinan los
funcionarios y que es forzado después mediante gestiones, directivas, empresas
estatales y obras públicas, concedidas “teóricamente” como a Lázaro Báez, con
el fin del desarrollo.
Existe una gran discrepancia entre las dos
políticas. Los resultados que se han alcanzado en estos años de gobierno están
a la vista: una crisis de confianza apabullante que se deteriora día tras día,
al galope. Basta con mirar las encuestas para saber cuánto se ha reducido la
buena imagen del Presidente. Las empresas se están yendo del país, se retrajo
peligrosamente el ahorro genuino de los inversionistas nacionales y del
exterior. Los pocos que invierten, solo lo hacen en sectores que cuentan con privilegios
y garantías del Gobierno; aumentaron los costos de producción y se acentúa la
inestabilidad y la inseguridad económica lo que sigue creando expectativas
inflacionarias. Es muy difícil, en estas condiciones, trazar planes a largo
plazo, como se debería. Y son cada vez más aquí, y en el exterior, los
inversores que eligen otros países adoptado, hacia
La crisis de confianza es a la vez, causa y
consecuencia, de la situación imperante en estos momentos y determina la
imposibilidad de financiar cualquier tipo de desarrollo que funcionarios del
Gobierno creyeron podía darse. Por querer forzar el desarrollo se crearon
condiciones que lo impiden. Además esas mismas condiciones, dificultan
extraordinariamente la expansión sana y auténtica a la que se debería aspirar.
Si no se actúa con gran prudencia, de ahora en
más, corremos el riesgo de provocar un grave problema al país. Siempre se puede
estar peor si se continúa la marcha sin brújula. La mayor preocupación de los
empresarios, también de la gente, está dominada por el terror de que la actual
política del gobierno aumente los factores negativos, llevando la situación
hasta límites que no puedan ser controlados. Hay por ello una sensación general
de desaliento frente a la necesidad de tener que redoblar el esfuerzo por salir
adelante, en vano.
La posibilidad de un desarrollo auténtico
podría darse todavía, costará más o menos esfuerzo según sea el grado de
confianza y el optimismo creador que logre despertar este u otro gobierno. Es
la tarea más urgente y más importante que el país enfrenta en estos tiempos. A
cualquier gobierno que lo logre la gente lo apoyará, esperando los resultados
positivos. Éstos se alcanzan si se consigue y mantiene la estabilidad monetaria,
en cuyo caso, se saneará a la larga esta economía en retroceso, con continuos y
forzados fracasos y quiebras de empresas, disminución del empleo e índices
elevados de inflación, producidos por una desacertada política que considera
que un plan de desarrollo reemplaza a una política económica.
Así es como el país está marchando a la deriva
y los argentinos esperando el plan, con escasez de todo, la producción y la
demanda estancadas porque no se realizan inversiones, y el costo de vida
subiendo a diario.
El único camino para la intimidante situación
que vivimos, es ver la realidad y actuar de acuerdo a ella. Las leyes de la
ciencia económica, poseen, como en las demás ciencias, validez universal, la
tienen en cualquier época. Sus leyes, como la de la oferta y la demanda, son
ajenas a cualquier voluntad o deseo. Aquí, eso no se comprende. Los gobiernos
las violan a menudo, sin pensar que cuando se las tiene en cuenta el hombre
progresa, mientras que se empantana cuando se las ignora o niega.
Si se recrea la confianza, retornará el ahorro
interno y externo genuino, en cuyo caso, se podrá volver a una tasa de
crecimiento razonable dentro de una economía sana y bien equilibrada.
Necesitamos de la auténtica inversión, del ahorro de otros países destinado a
tomar participación en el torrente dinámico del país y a correr los mismos
riesgos que corren los capitales nacionales, para, de este modo, acrecentar la
producción y la riqueza. Adoptar políticas claras, tendientes a una razonable
limitación gradual del déficit del presupuesto, nos permitiría, entre otras
cosas, iniciar sobre bases responsables negociaciones de urgencia con el Fondo
Monetario Internacional, del cual, lamentablemente, tenemos que obtener
cooperación para cubrir en el Banco Central la falta de divisas motivada por la
actual política cambiaria que lleva al país a la cesación de pagos.
Simultáneamente, deberá conseguirse, a toda costa, y con los sacrificios
necesarios, una moneda estable.
Sin confianza, no hay misión comercial que
prospere, no vendrán capitales. Es la gran tragedia de nuestro país: ni
argentinos ni extranjeros invierten por falta de confianza. Es inútil prometer
mejoras salariales auténticas, perdurables, porque todo falla por la base: No
hay con que pagarlas.
Todo dependerá de la unidad y seriedad con que
el Gobierno kirchnerista maneje, en el futuro, el problema económico social. En
las actuales condiciones, Martín Guzmán, no tendrá éxito en ninguna misión
comercial que realice, nadie querrá invertir en el país. Esta errónea conducción
económica muy pronto y muy a pesar de quienes ejercen la conducción política va
a tener repercusión en lo político-social.
Pronto la sociedad tendrá que enfrentar otro
problema de orden político: ¿permitirá, o no, que el kirchnerismo se afiance en
el Congreso y luego en las elecciones presidenciales? No habrá soluciones
intermedias se deberá optar entre la posibilidad de que sigan en el poder o en
su fracaso. Será una drástica definición, puede ser muy difícil salir de esta
encrucijada porque los partidos políticos tradicionales siguen aferrados a una
ideología similar a la peronista. No supieron adecuarse a las necesidades de
una sociedad planetaria, y por ello se encuentran, en general, totalmente
desubicados. Es por eso que se los vota por razones sentimentales sin
considerar doctrinas. No se han preocupado por agiornarlas ni a confrontarlas
con los procesos económicos en marcha, tampoco de adaptarlas y difundirlas en
forma seria y responsable con finalidad didáctica, tal como lo requieren los más
altos intereses de una cultura política de tipo racional. Siguen con una tímida
versión del fascismo. Buena parte de los políticos, no se han convencido aún,
que la búsqueda de la verdad es productiva, porque muestra el camino a seguir y
mueve a cambiar de rumbo cuando estamos equivocados. Lo hicieron Frondizi y el
presidente Menem, por eso se los puede catalogar como estadistas. Hoy priman la
demagogia y el electoralismo y la falta de coraje para barajar, dar de nuevo, y
rectificar la política económico-social.
Ante tanta incertidumbre aparece una lucecita:
la nueva fuerza liberal que a los tropezones augura un posible futuro mejor, si
es que se esfuerzan por convencer a la gente y se unen, definitivamente,
dejando de lado los egos, al menos, hasta que el kirchnerismo sea derrotado.
Tienen un ejemplo a imitar: el Ing. Álvaro C. Alsogaray, quien no solo fue el
creador de partidos liberales, sino que recurrió a un método nuevo en
Por otro lado, la democracia auténtica, solo
puede funcionar, adecuadamente, rodeada de instrumentos legales suficientes
para que el poder político se encuentre en condiciones de operar sin
interferencias ni presiones que lo traben. Siendo la libertad indivisible,
también la economía debe mantenerse dentro de este ámbito, librada al impulso
de la actividad privada y al juego de la competencia, sin intervenciones
extrañas, salvo aquellas, pocas, destinadas a centrar las posibles distorsiones
del sistema de libertad económica y política, el único que da a todos
posibilidades, reduce la corrupción y respeta la dignidad humana. Debería ser
argumento suficiente para adoptarlo. Ha permitido salir como lo he comentado en
notas anteriores, de peores crisis, del caos, a países destruidos por
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