El suicidio del pueblo brasileño

El suicidio del pueblo brasileño



Hay veces que los pueblos deciden suicidarse cuando concurren al cuarto oscuro. Obnubilados por el odio clasista y la esperanza en un redentor, depositan su fe y su confianza en un energúmeno, votan a un troglodita que avergüenza  a la condición humana. ¿Por qué los pueblos, en particulares situaciones históricas, eligen como presidente a su verdugo? El caso más extremo fue el de Adolph Hitler, quien llegó al poder en 1933 porque un buen número de alemanes así lo decidieron. Apoyándome en el análisis de Esteban Echeverría me atrevo a afirmar que a veces la parte emocional de las personas impone sus condiciones sobre la parte racional, que los votantes se dejan llevar por sus emociones y fobias y no por lo que les dicta la razón. Cuando lo irracional es más fuerte que lo racional las urnas les abren las puertas del reino a los enemigos de la dignidad humana, de los derechos humanos, de la tolerancia política y religiosa, de la democracia como filosofía de vida.

En las últimas horas cerca de 58 millones de brasileños acaban de ungir como su presidente a Jair Bolsonaro, un ex militar y antiguo miembro de la clase política de Brasil que durante la campaña electoral puso en evidencia su fanatismo ideológico, su desprecio por los derechos de la mujer, su racismo y su intolerancia ideológica. ¿Por qué el gran país de Sud América decidió arrojarse al vacío? Todo comenzó con la feroz campaña mediática y judicial contra el ex presidente Lula, quien fue acusado de supuestos hechos de corrupción que terminaron depositándolo en la cárcel. Varios analistas lanzaron a la circulación una frase por demás inquietante: el lawfare. El lawfare significa la transformación del Poder Judicial en el ariete más importante utilizado por el orden establecido para perforar la legitimidad de presidentes ubicados ideológicamente en la vereda de enfrente. La tarea sucia fue encomendada a un  magistrado, Sergio Moro, que directamente se ensañó con  el ex presidente y líder del PT. Pero Lula no fue la única víctima de relevancia del lawfare. Su sucesora, la también petista Dilma Rousseff, fue eyectada del gobierno por una camarilla corrupta comandada por su vicepresidente, Michel Temer, quien inmediatamente se hizo cargo del Poder Ejecutivo. Mientras tanto el poderoso poder mediático brasileño lanzó una feroz campaña de desprestigio contra ambas figuras, pero especialmente contra su enemigo público  número 1: Lula.

El punto culminante de este ataque contra el PT fue la condena a Lula y su inmediato encarcelamiento. Ese día quedó sellada la suerte del PT para las elecciones presidenciales ya que fue evidente que la inmensa mayoría del pueblo ni se mosqueó por lo que estaba sucediendo con quien fuera su presidente durante varios años. Si Lula pensó que estaba en condiciones de recrear una 17 de Octubre a la brasileña cometió un grosero error de cálculo. Imposibilitado de participar en las elecciones, eligió como su delfín a Fernando Haddad quien hizo lo que pudo. Con todo el poder mediático en su contra Haddad tuvo un digno desempeño en el ballottage pero que, lamentablemente, no fue suficiente. Ahora, como se dice coloquialmente, a llorar a la Iglesia.

A propósito de la Iglesia, quedó en evidencia la enorme influencia que ejercen sobre importantes sectores del pueblo brasileño las sectas, en especial la de los evangelistas. Evidentemente la religión, como sentenció Carlos Marx, sigue siendo el opio de los pueblos. Este influjo se vincula estrechamente con el factor educativo. Un pueblo poco educado es proclive a dejarse embaucar por estos vendedores de ilusiones que, cubiertos por sotanas y túnicas, son capaces de hacerles creer cualquier cosa, por ejemplo que Jair Bolsonaro es el salvador de la patria. Si a ello se le agrega una situación económica compleja y el trabajo de desgaste de los grandes medios, no resulta tan extraño que millones de brasileños hayan confiado en semejante megalómano.

¿Qué pasará de aquí en adelante, tanto en Brasil como en Latinoamérica? Quien será ministro de Economía, Paulo Guedes, es un economista formado en la Universidad de Chicago, lo que significa que el manejo de la economía estará a cargo de un fundamentalista del mercado. En consecuencia, a los brasileños les aguarda una severa política de ajuste, una apertura indiscriminada de la economía y una mayor pobreza e indigencia. Ideológicamente, el flamante presidente sigue obseso con todo lo que huela a progresismo, mientras que en materia internacional tejerá fuertes lazos, como lo anunció durante la campaña electoral, con otros dos energúmenos: el presidente Donald Trump y el premier israelí Benjamin Netanyahu. En la práctica ello significa el adiós al Mercosur y, por lo menos, fuertes cuestionamientos a gobiernos como los de Maduro, Morales y compañía. Seguramente se hará “amigo” de Mauricio Macri y de Sebastián Piñera, quienes fueron los primeros en felicitarlo.

Donald Trump debe haber festejado con champagne el triunfo de Bolsonaro. A partir de ahora, el tradicional patio trasero de Estados Unidos tiene a un guardián que reúne todas las condiciones para mantenerlo en caja. El eje Trump-Bolsonaro se hará sentir con mucha fuerza en este continente y seguramente Nicolás Maduro ya debe estar preparándose para lo que le espera. En relación con la Argentina, don Jair tejerá una sólida relación con Mauricio Macri ya que encontró en el presidente argentino a una suerte de hermano siamés. ¿Repercutirá el urnazo brasileño en las elecciones  presidenciales del próximo año? Es probable. De ahí la imperiosa necesidad de que la oposición se presenta unida y con capacidad para presentar al electorado un plan de gobierno alternativo y que sea creíble y superador del modelo macrista. En caso contrario, Macri tendrá la reelección al alcance de la mano.



El triunfo de Jair Bolsonaro mereció el análisis de varios columnistas de Página/12 y La Nación. Lo notable es que por primera vez en mucho tiempo todos coinciden: Bolsonaro es un peligro para la democracia.

Escribió Mempo Giardinelli (“La lección de Brasil, fascismo y voto electrónico”, Página/12, 29/10/018):

“Lo primero: a ver ahora quién niega que el fascismo ha llegado a nuestros barrios y está a la puerta de nuestras casas. Lo segundo: en Brasil se consagró el retorno de las bestias por voto electrónico, lo que aquí, una vez más, replantea preguntas que la sociedad política argentina no se hace, aunque debería. Ahora que el fascismo es otra vez un monstruo grande y pisa fuerte-el propio y el de aquí al lado-es imprescindible y urgente reflexionar acerca de la manipulación y falseamiento que todo cómputo electoral resultante del voto electrónico permite y facilita. A tal punto que debería ser ya considerado el mayor enemigo contemporáneo de la democracia” (…) “Esta columna sostiene desde hace años que la única posibilidad de seguir en el poder que tienen los que hoy gobiernan la Argentina es mediante el fraude. Y que su arma infalible para ello fue y será el voto electrónico” (…) “Cuesta creer ese resultado-con voto electrónico para un padrón de 147 millones de electores-que dice que un milico represor y partidario de la tortura, racista confeso y autoritario de profesión, fue elegido presidente con el voto de millones de burgueses brasileños que se creen lo máximo, pero también con el de millones de negros y mulatos, campesinos sin tierra y habitantes de miles de favelas de todos los tamaños y miserias. Cuesta creer que ese nazifascista haya sido “elegido” en la república de Jorge Amado y Leonardo Boff, de Paulo Freire y Clarice Lispector, de Chico Buarque y Ellis Regina y Frei Betto” (…) “Allá como aquí a millones de jodidos y desencantados les han hecho la cabeza e inoculado y formateado un odio absurdo. Igual que aquí, en ciertos pobreríos y sobre todo entre los que ascendieron un escaloncito en el camino a la clase media, los negros les gritan con desprecio “negros de mierda” a los de su misma condición como si no tuviesen espejos en los que mirarse y porque su delirio aspiracional se inicia con la renuncia de sus propias biografías” (…) “El escrutinio brasileño es una muestra de lo que nos espera a los argentinos en 2019 si no reaccionamos. Y el peligro mayor-que parecen negar las dirigencias opositoras-es el voto electrónico que astuta y silenciosamente prepara el bandidaje en el gobierno. Hace menos de un año Marcos Peña Braun, que es algo así como la versión inteligente del Presidente, dijo que esperaba que la de 2017 fuese “la última elección sin voto electrónico” (…) “Lo que debe quedar claro es que cualquier tecnología electrónica que suplante al voto manual, recontable y controlable por cada partido, inexorablemente conlleva inseguridad, vulnerabilidad y por lo tanto distorsión de la voluntad popular” (…) “De manera que si no se detiene esta nueva patraña de quienes hoy gobiernan y sus mentimedios, la dirigencia política estará practicando un suicidio anunciado. Como muy probablemente sucedió ayer en Brasil”.

Escribió Martín Granovsky (“Es una cagada, viejo”, Página/12, 29/10/018):

“Las amigas y los amigos de Brasil-dirigentes políticos y sindicales, investigadores, periodistas-están francamente conmocionados” (…) “La explicación a veces toma formas apocalípticas. Decía un cartel de la campaña de Fernando Haddad visto la última semana en Río: “Una hormiga por bronca contra la cucaracha votó a favor del insecticida. Todos murieron. Hasta el grillo que se abstuvo de votar” (…) “¿Qué haría con estos resultados electorales el mayor intelectual que tuvieron Brasil, el lulismo y el Partido de los Trabajadores en las últimas décadas? Marco Aurelio García, que murió de un ataque al corazón el 20 de julio de 2017, era un tipo cálido y presente sobre todo en las malas. Primero se abrazaría con Haddad. Luego trataría de hablar con Lula…Y, como cuando ganó Mauricio Macri o como el día en que Dilma Rousseff fue derrocada, quizás se permitiría una frase en impecable argentino: “es una cagada, viejo”. Marco Aurelio hacía tanto esfuerzo por desdramatizar como por entender” (…) “Insistía en que no bastaba caracterizar la nueva etapa como de gobiernos neoliberales. Ése era uno de sus rasgos. Pero no el más nuevo, porque lo mismo había ocurrido ya en la década de 1990. Para MAG la novedad era la preocupación conservadora por durar lo más posible en la administración del Estado” (…) “Repetía que uno de los rasgos del mundo con Donald Trump era la imprevisibilidad…MAG no asimilaba esa imprevisibilidad al simple azar que están acostumbrados a contemplar los buenos historiadores. Al contrario: para él ya era un rasgo estructural que haría aún más inestable cualquier experimento popular fuere de donde fuere. Recomendaba considerar la memoria plebeya de la experiencia social concreta, memoria que podía estar presente para el lulismo y para el peronismo más allá de sus identidades” (…) “Y sugería prestar atención a las nuevas contradicciones. “El capitalismo financiero, más de lo que fue en el pasado, no se limita a la explotación y desvalorización creciente del mundo del trabajo”, escribió en Le Monde Diplomatique cuando Bolsonaro no era siquiera candidato. “Se revela igualmente racista, misógino y oscurantista. Se amplía, así, el espectro de contradicciones y también de enfrentamientos con ese proyecto que, cada día que pasa, retira la esperanza del horizonte de la mayoría de los pueblos del mundo”.

Escribió Alejandro Katz (“Bolsonaro, presidente de Brasil: una victoria que humilla los ideales de la democracia”, La Nación, 29/10/018):

“Es posible ensayar muchas razones para explicar el triunfo de Bolsonaro en las elecciones brasileñas de ayer: el estancamiento económico, la corrupción, los altísimos niveles de inseguridad. Pero, aunque en todas resida parte de la explicación, ellas no son suficientes para dar cuenta de la victoria de un personaje al que hasta hace no demasiado tiempo sólo se le atribuía la representación de minorías retrógradas y marginales en la escena política brasileña” (…) “Que hay responsabilidad del Partido de los Trabajadores es indudable: el partido de Lula supo ganarse el rechazo de más de la mitad de la población” (…) “Pero lo que es suficiente para explicar la derrota de los partidos tradicionales no alcanza para comprender el triunfo de alguien que ha dicho lo indecible, aquello que no podía ser dicho, que ha dicho lo que en otro momento hubiera resultado suficiente para que le resultara imposible ganar una elección presidencial, alguien que ha hecho del odio y del desprecio su principal recurso argumentativo” (…) “Cada tiempo y cada geografía tienen un horizonte propio de lo que es posible decir” (…) “Otras (cosas), por el contrario, pueden pensarse, pero no deben decirse: en esos silencios se expresan los esfuerzos civilizatorios que establecemos. Esa zona en la cual hay cosas que es posible pensar pero que no deben ser dichas es la zona del aprendizaje de nuevos valores y de nuevos principios, la zona en la que producimos los acuerdos que le dan sentido a nuestra comunidad moral. Es una zona tensa, situada entre aquella en la que hay cosas que ya directamente no pensamos y otra en la que todavía hablamos sin pensar. Las batallas del lenguaje son batallas por el reconocimiento, el respeto y la dignidad. Lo que puede ser dicho y lo que no debe ser dicho trata en última instancia de eso” (…) “Si las últimas décadas provocaron la ilusión de que las disputas por la dignidad estaban bien encaminadas, el triunfo de Bolsonaro pone de manifiesto la fragilidad de aquella ilusión. Él, sin embargo, expresa de un modo más brutal, un movimiento que es anterior y que posiblemente produjo las condiciones para que Bolsonaro mismo sea posible. Quizá el hito más notable en ese movimiento haya sido la elección de Trump…Al cabo de una campaña en la que con algo menos de ferocidad el entonces candidato hizo saber al mundo que una era estaba concluida: la era de la tolerancia, la era de los esfuerzos por poner una barrera entre los impulsos más dañinos de la humanidad y las prácticas que convierten esos impulsos en actos de destrucción. Esfuerzos que, una vez más, comenzaban por establecer que ciertas cosas no pueden ser dichas” (…) “Bolsonaro no ganó las elecciones a pesar de sus dichos, las ganó por lo que dijo. Las ganó porque pudo nombrar culpables: culpables de la incertidumbre ante un futuro amenazante… ¿Falsos culpables? Sin duda. ¿Respuestas simples a problemas complejos? Evidentemente. Pero su triunfo pone de manifiesto que nadie pudo articular las respuestas complejas a los difíciles problemas que enfrenta la sociedad brasileña, las respuestas que hubieran impedido que un neofascista como él se alzara con la presidencia” (…) “En Brasil, hoy, los ideales de tolerancia, de respeto, de reconocimiento, de dignidad para todos han sido humillados. Pero esos ideales no reconocen fronteras: hoy, todos hemos sido humillados”.





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