La histórica elección del 30 de octubre de 1983

La histórica elección del 30 de octubre de 1983



Hace 35 años Raúl Ricardo Alfonsín protagonizaba la mayor hazaña electoral de la historia argentina. Cosechando el 52% de los votos derrotaba por 12 puntos al candidato del justicialismo Italo Argentino Luder, propinándole al movimiento fundado por Perón su primera derrota en las urnas. Hasta ese momento el peronismo nunca había sido derrotado y con semejante batacazo Alfonsín instaló en el país el verdadero bipartidismo, es decir, la coexistencia de dos grandes fuerzas políticas con vocación de poder y, fundamentalmente, con las mismas chances de ganar. Atrás había quedado una campaña electoral histórica que se dirimió fundamentalmente en las calles y no en los sets televisivos. En ese entonces no existían Internet, Facebook, Twitter y compañía, y sólo había un programa político de renombre: Tiempo Nuevo, con Bernardo Neustadt y Mariano Grondona.

Raúl Ricardo Alfonsín pasó a la historia como el presidente de la transición, como el presidente que el pueblo eligió para que se hiciera cargo del país luego del derrumbe de la dictadura militar. ¿Por qué gano? ¿Cómo fue posible semejante milagro? A 35 años de aquella gesta emerge en toda su magnitud un hecho fundamental: Alfonsín fue capaz de percibir los profundos cambios que se estaban operando en la sociedad luego de una década signada por la violencia y la intolerancia. El líder de Renovación y Cambio entendió que lo que deseaba el pueblo era vivir en paz y en libertad, bajo el imperio del Estado de derecho. La economía, pese a la pesada herencia de la dictadura militar en este campo, ocupaba un lugar rezagado en el orden de prioridades de los argentinos. Ello explica la decisión de Alfonsín de terminar cada discurso con el recitado del Preámbulo de nuestra Constitución. En la vereda de enfrente Luder se quedó en el tiempo. Creyó que con el apoyo del infernal aparato sindical doblegaría sin problemas a Alfonsín. Pero lo que sentenció sus chances de victoria fue su postura ambigua en relación con las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura militar. En este sentid, cabe reconocer la habilidad de Alfonsín cuando denunció la existencia de un pacto militar-sindical que dejó muy mal parado al justicialismo. Para colmo, la figura de Herminio Iglesias no hacía más que provocar aversión en amplios sectores medios.

La carrera electoral se dirimió en las calles dando lugar a una competencia entre Alfonsín y Luder sencillamente apoteótica, memorable. Ambos candidatos compitieron por demostrar quién poseía mayor capacidad de movilización y en este sentido Alfonsín le demostró al justicialismo que estaba en condiciones de movilizar la misma cantidad de gente. La competencia electoral culminó con los actos finales de campaña celebrados en la 9 de Julio. Alfonsín reunió cerca de un millón de personas, el grueso del electorado porteño antiperonista. Al día siguiente le tocó el turno a Luder quien también protagonizó un acto gigantesco que pasó a la historia por la quema de un ataúd con la bandera radical a cargo de Iglesias. Las cartas estaban echadas. Había llegado la hora de ir a votar. Al anochecer de aquel domingo 30 de octubre lo imposible pasó a ser posible. Alfonsín había tomado la delantera y nunca más la cedió. Cuando se confirmó su victoria las calles del país se inundaron de argentinos que salieron a festejar. Raúl Alfonsín había ganado. Increíble pero real.

El gobierno militar, que había apostado por Luder, quedó en estado de shock. El general Bignone, presidente de facto, le entregó a Alfonsín el bastón de mando y le colocó la banda presidencial el 10 de diciembre. Fue un día radiante. La Plaza de Mayo lucía colmada. El entusiasmo era incontenible. La alegría, desbordante. Al asumir ante la Asamblea Legislativa como presidente de la Nación Raúl Ricardo Alfonsín pronunció el siguiente discurso, que ya forma parte de los grandes discursos de la historia argentina.

Expresó Alfonsín (*):

“(…) Hoy convocamos a los argentinos, no solamente en nombre de la legitimidad de origen del gobierno democrático, sino también del sentimiento ético que sostiene esa legitimidad” (…) “Ese sentimiento ético, que acompañó a la lucha de millones de argentinos que combatieron por la libertad y la justicia, quiere decir, también, que el fin jamás justifica los medios” (…) “La justificación de los medios en función de los fines implica admitir la propia corrupción, pero, sobre todo, implica admitir que se puede dañar a otros seres humanos, que se puede someter al hambre a otros seres humanos, que se puede exterminar a otros seres humanos, con la ilusión de que ese precio terrible permitirá algún día hacer vivir mejor a otras generaciones” (…) “Nosotros vamos a trabajar para el futuro. La democracia trabaja para el futuro, pero para un futuro tangible. Si se trabaja para un futuro tangible se establece una correlación positiva entre el fin y los medios. Ni se puede gobernar sin memoria, ni se puede gobernar sin capacidad de prever, pero prever para un tiempo comprensible y no para un futuro indeterminado. Los totalitarios piensan en términos de milenios y eso les sirve para erradicar las esperanzas de vida libre entre los seres humanos concretos y cercanos” (…) “Si separamos a la política de su arraigo en el tiempo, impedimos que lleguen a la política los ecos del dolor humano. Ni la crueldad actual, ni la inmoralidad actual, ni la claudicación actual, garantizan un futuro feliz. La justificación de los medios por el fin constituye la apuesta demencial de muchos déspotas e implica el abandono de la ética política. Mediremos, en consecuencia, nuestros actos para no dañar a nuestros contemporáneos en nombre de un futuro lejano” (…).

“Vamos a luchar por un Estado independiente. Hemos dicho que esto significa que el Estado no puede subordinarse a poderes extranjeros, no puede subordinarse a los grupos financieros internacionales, pero que tampoco puede subordinarse a los privilegiados locales” (…) “Las oligarquías tienden siempre a pensar que los dueños de las empresas o del dinero tienen que ser los dueños del Estado” (…) “Otros, a su vez, piensan que el Estado debe ser el dueño de todas las empresas”. “Nosotros creemos que el Estado debe ser independiente: ni propiedad de los ricos, ni propietario único de los mecanismos de producción” (…) “La democracia será desde el primer momento una fuerza movilizadora. La democracia moviliza siempre, mientras que el régimen desmoviliza. El régimen se ocupa de la desmovilización de la juventud. Se ocupa, por ejemplo, de transformar las universidades en enseñaderos” (…) “Seremos más que una ideología, una ética. La lucha contra los corruptos, contra la inmoralidad y la decadencia es el reaseguro del protagonismo popular” (…) “¿De qué serviría el protagonismo popular, de qué serviría el sufragio, si luego los gobernantes, elegidos a través del voto, se dejaran corromper por los poderosos? El sufragio tiene diversos sentidos simultáneos. Por una parte, el voto implica la posibilidad de que gobierne el pueblo y de que el Estado sea independiente. Por otra parte, expresa la existencia de una regla para obtener legitimidad, ya que el pueblo no puede expresarse por sí mimo y el llamado espontaneísmo nunca existe en la realidad” (…).

“Venimos de un movimiento que no luchó en 1890 para ser gobierno, porque eso hubiera implicado establecer el principio de que el poder, como decían los guerrilleros de hace diez o doce años, estaba en la boca de los fusiles” (…) “La creencia en los métodos violentos para tomar el poder y ejercerlo implica que son razonables los puntos de vista de quienes manejan las armas, o de quienes están más armados” (…) “Históricamente nos opusimos a que una pequeña minoría de la población considerada a sí  misma como población combatiente, eligiera al gobierno en reemplazo del pueblo. Por eso luchamos para defender el derecho a elegir gobierno, pero sólo para defender el derecho del pueblo a elegirlo” (…) “Pero debe tenerse en cuenta que la constitución y las leyes son subvertidas, también, por minorías armadas, que reemplazan la ley por las balas, tanto a través de la guerrilla como a través del golpismo. Por eso, señalamos categóricamente que combatiremos el método violento de las élites, derechistas o izquierdistas” (…) “El método violento de las élites de derecha o de izquierda se justifica a sí mismo con el triunfo definitivo y final, absoluto, de una ideología sobre otra y de una clase sobre otra. La democracia aspira a la coexistencia de las diversas clases y sectores sociales, de las diversas ideologías y de diferentes concepciones de la vida. Es pluralista, lo que presupone la aceptación de un sistema que deja cierto espacio a cada uno de los factores y hace posible así la renovación de los gobiernos, la renovación de los partidos y la transformación progresiva de la sociedad” (…).

“El estado en que las autoridades constitucionales reciben el país es deplorable y, en algunos aspectos, catastrófico, con la economía desarticulada y deformada, con vastos sectores de la población acosados por las más duras manifestaciones del empobrecimiento, con situaciones sociales que reflejan crudamente el impacto de la miseria, con un endeudamiento de insólito volumen y de origen muchas veces inexplicable, que compromete gran parte de los recursos nacionales para un largo futuro, con una inflación desbordada cuyos efectos son una verdadera afrenta para los hombres que producen y trabajan, con un clima de arbitrariedad, atropello e incertidumbre creado por la absurda pretensión de gobernar por el miedo y la prepotencia, con la cultura postergada y perseguida en muchas de sus expresiones, con la educación y la salud relegadas a un segundo plano y consiguientemente convertidas en privilegio de los menos, con una situación internacional agravada por decisiones irresponsables cuyas consecuencias se transfirieron imprudentemente a un futuro y que ahora vienen a depositarse en nuestras manos” (…) “Vamos a establecer definitivamente en la Argentina la democracia que los argentinos queremos, dinámica, plena de participación y movilización popular para los grandes objetivos nacionales, en el marco bien definido pero históricamente flexible de nuestra Constitución, que garantiza todos los derechos, todas las libertades, todos los avances sociales y culturales del mundo moderno, a la vez que asegura la responsabilidad de los gobernantes ante el pueblo a través de los mecanismos jurídicos y políticos de control que la misma Constitución ha previsto, y de la periódica renovación de los poderes mediante el ejercicio del sufragio”.

“Vamos a vivir en libertad. De eso, que no quepa duda. Como tampoco debe caber duda de que esa libertad va a servir…para vivir mejor; porque, como dijimos muchas veces desde la tribuna política, los argentinos hemos aprendido, a la luz de las trágicas experiencias de los años recientes, que la democracia es un valor más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder porque con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura” (…) “En la Argentina existió una larga tradición de libertades públicas, oscurecida durante los últimos años por la arbitrariedad y la irracionalidad. Esto llevó al miedo, a la indiferencia producida por ese miedo, a la ausencia de participación de los argentinos en los problemas de los argentinos, a la falta de renovación en las personas, a la asfixia de la imaginación. La teoría de la seguridad fue esgrimida para evitar la vida libre, sincera, franca y espontánea de nuestra gente” (…) “La seguridad, sin libertad, pierde todo su contenido. Los argentinos no se sentían seguros y sabían que podían ser detenidos, o aun sufrir peor suerte, sin posibilidad alguna de defenderse” (…) “Nuestra filosofía se basa en ideas distintas: la seguridad del Estado no puede sostenerse sobre la inseguridad de la comunidad nacional. Nosotros privilegiaremos, por lo tanto, la plena vigencia de los derechos humanos y la necesidad de desmantelar el aparato represivo para que solamente las instituciones naturales, modernas y eficientes de la justicia y de los organismos que deben servirla en el marco de la legitimidad se hagan cargo de los complejos problemas cuya gravedad no se nos escapa” (…).

“El país ha vivido frecuentemente en tensiones que finalmente derivaron en la violencia espasmódica del terrorismo subversivo y una represión indiscriminada con su secuencia de muertos y desaparecidos. La lucha entre sectores extremistas, así como el terrorismo de Estado, han dejado profundas heridas en la sociedad argentina” (…) “Se propiciará la anulación de la ley de amnistía dictada por el gobierno militar y se pondrá en manos de la justicia la importante tarea de evitar la impunidad de los culpables. La justicia, asimismo, tendrá las herramientas necesarias para evitar que sean considerados del mismo modo quienes decidieron la forma adoptada en la lucha contra la subversión, quienes obedecieron órdenes y quienes se excedieron en su cumplimiento. Más allá de las sanciones que pudiera determinar la justicia, el gobierno democrático se empeñará en esclarecer la situación de las personas desaparecidas. Esto no exime de tremendas responsabilidades al terrorismo subversivo, que debió haber sido combatido con los medios que la civilización actual pone en manos del Estado y no a través del empleo de medios similares a los condenados por el conjunto de la comunidad nacional” (…) “En la vida democrática, los ciudadanos tendrán la tranquilidad que necesitan. La democracia es previsible, y esa previsibilidad indica la existencia de un orden mucho más profundo que aquél asentado sobre el miedo o el silencio de los ciudadanos. La previsibilidad de la democracia implica elaboración y diálogo” (…).

“El diálogo, para ser efectivo, será un diálogo real que presupondrá el reconocimiento de que no tenemos toda la verdad, de que muchas veces habremos de equivocarnos y que hemos de cometer errores humanos” (…) “El país está enfermo de soberbia” (…) “Nuestro gobierno no se cansará de ofrecer gestos de reconciliación, indispensables desde el punto de vista ético, e ineludibles cuando se trata de mirar hacia adelante. Sin la conciencia de la unión nacional será imposible la consolidación de la democracia; sin solidaridad, la democracia perderá sus verdaderos contenidos” (…) “Habrá libertad en Argentina, y habrá también orden. El orden presupone el rechazo de las violencias particulares, pero no solamente de la violencia terrorista sino también de la violencia que se perpetra sobre el alma de los argentinos para tratar de empujarlos hacia las ideas autocomplacientes y decadentes” (…) “El gobierno democrático cumplirá con la obligación constitucional de informar al pueblo sobre lo que ocurre en el país. El cumplimiento de esa obligación constitucional implica que la oficialización de la mentira, de  los secretos inútiles y de las verdades a medias ha terminado en la Argentina” (…) “El ciudadano común percibirá, de la mañana a la noche, la diferencia entre el autoritarismo y la democracia. Puedo asegurar que seremos totalmente honestos, desde el punto de vista intelectual, en la administración de los medios de comunicación en manos del Estado” (…) “El ejercicio de la libertad será también didáctico, otorgando razones para que los argentinos se sientan copartícipes responsables de la vida de su país y puedan, así, imaginar nuevas soluciones, nuevos caminos, corrigiendo, proponiendo o estimulándolos”.

(*) Fuente: Luis Alberto Romero y Luciano de Privitello, “Grandes discursos de la historia argentina”, Buenos Aires, Aguilar, 2000.








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