Richard Gillespie y las dos influencias estratégicas que guiaron el pensamiento montonero
Richard Gillespie y las dos influencias estratégicas que guiaron el pensamiento montonero
A comienzos de la década del ochenta apareció
un libro del profesor estadounidense Richard Gillespie titulado “Soldados de
Perón”. Se trata, a mi entender, de uno de los mejores estudios realizados
sobre la más famosa organización guerrillera que sembró de terror el suelo
argentino durante la década del setenta: los Montoneros. Gillespie dedica
varias páginas a la formación teórica y filosófica del peronismo montonero, de
ese sector radicalizado del peronismo que tuvo la osadía de cometer el peor de
los pecados: desafiar al mismísimo Juan Domingo Perón luego de que el 23 de
septiembre de 1973 fuera plebiscitado en las urnas por el 62 por ciento del
electorado.
Escribió Gillespie:
“(…) El grupo original no tenía teóricos de
relieve, pero su pragmatismo era a menudo su fuerza, como fue también su
debilidad en los primeros años, facilitando la flexibilidad táctica y la
realización de alianzas políticas. Había diferentes puntos de vista: algunos
montoneros consideraban que el objetivo perseguido era una variante nacional
del socialismo; otros veían en él una forma socialista de la revolución
nacional. Sin embargo, todos creían que la “principal contradicción” que
afectaba a la Argentina
era la del nacionalismo frente al imperialismo, y que los intereses del país
estaban representados por una alianza popular, pero multiclasista. En efecto,
debido a su relegación de la lucha de clases a un plano secundario y a su
devoción por un líder que preconizaba la armonización de las clases, puede
decirse que los Montoneros eran todo lo izquierdistas que les permitía el
peronismo, y viceversa. Presentaban a su organización como adalid del pueblo
porque ellos no pertenecían a la clase obrera; y más que buscar el “Estado de
los trabajadores” a que aspiraba la izquierda no peronista, sus principales
objetivos eran el desarrollo nacional, la justicia social y el “poder popular”
(…) “La ilusión más perjudicial de los montoneros, en tanto que supuestos
revolucionarios, fue considerar el peronismo como un movimiento revolucionario
específicamente argentino, que debía su dinamismo a la íntima unión existente
entre el líder y las masas. Los monólogos de Perón dirigidos a sus seguidores
en las multitudinarias concentraciones de la Plaza de Mayo eran ingenuamente considerados como
parte de un diálogo simbiótico: “Perón hablaba con los trabajadores, les planteaba
los principales problemas de nuestra patria, y escuchaba las propuestas y
anhelos de las masas” (Juan Pablo Franco y Fernando Álvarez, “Peronismo:
antecedentes y gobierno”, Cuadernos de antropología del Tercer Mundo, 1972). Si
a veces Perón había parecido débil o cometido errores tácticos, si el
desenvolvimiento peronista había padecido una crisis en los primeros años
cincuenta, todo ello, a criterio de los montoneros, obedecía a que la adalid
revolucionaria de la izquierda peronista, el nexo de unión de Perón y las
masas, murió en 1952. Su “evitismo”, su aceptación del culto a Eva Perón, les
llevó incluso a creer la afirmación de que a ella, y no los líderes sindicales,
correspondía el mérito de la gran movilización del 17 de octubre de 1945 que
aseguró la liberación de Perón…pretensión desmentida por todas las
investigaciones históricas del acontecimiento” (…).
“Pero fueron las diatribas de Evita contra la
oligarquía y las vehementes denuncias de la injusticia social lo que realmente
le granjeó las simpatías de la izquierda peronista. Predicó la muerte de los
oligarcas: “Con sangre o sin sangre, la raza de los oligarcas explotadores del
hombre morirá sin duda en este siglo” (Eva Perón, “La razón de mi vida”); y
también proporcionó recursos a la izquierda para que los usara en la batalla
contra la derecha peronista y la burocracia vandorista: “Le tengo más miedo a
la oligarquía que pueda estar adentro de nosotros que a esa que vencimos el 17
de Octubre”, escribió Evita. Previno contra “los Pilatos dentro de nuestra
causa”, y sostuvo que “el funcionario que se sirve de su cargo es oligarca. No
sirve al pueblo, sino a su vanidad, a su orgullo, a su egoísmo y a su ambición
“(“La razón de mi vida”). Sin embargo, esos mismos rasgos personales asoman
claramente bajo la capa de falsa modestia que impregnaba los escritos de Eva
Perón Se presentaba a sí misma como sólo “una humilde mujer, pero el verdadero
mensaje era que en realidad se trataba de una modesta heroína cuya existencia
estaba ligada por entero a la causa popular, una santa que había dedicado su
vida a “servir a mi pueblo, a mi Patria y a Perón” (“La razón de mi vida”). Su
odio a los oligarcas, que la despreciaron durante toda su corta vida, era
indudablemente sincero, pero muchas de sus actitudes eran hipócritas. Adoptó
una autoimagen de plebeya, verdadera sólo en sus orígenes; pese a esto, le
gustaba lucir llamativos visones y costosas alhajas” (…) “Y si bien se erigió
en revolucionaria, en estandarte del proletariado, no le repugnó visitar la España fascista, recibir de
Franco la Gran Cruz
de Isabel la Católica ,
e intercambiar saludos falangistas en las multitudinarias recepciones que se le
dieron durante su Gira Arco Iris de 1947” (…) “Para ellos (los montoneros) era el
símbolo de la combatividad, la mujer que había intentado crear una “milicia de
trabajadores” a principios de los años cincuenta haciendo un trato con la
familia real holandesa para el suministro de cinco mil pistolas del calibre 45,
destinadas a armarla, de las cuales sólo cien llegaron a ser distribuidas antes
de que el plan fuera desechado En realidad tenían que participar en él varios
jóvenes oficiales del ejército además de contingentes sindicales, y hubiera
sido esencialmente un mecanismo de defensa que sólo se hubiese utilizado ante
el riesgo de un golpe militar” (…).
“Los fundadores del movimiento Montonero y los
que se unieron a él estaban convencidos de que la lucha armada era el único
medio eficaz que tenían a su disposición” (…) “En 1969, tanto el “Cordobazo”
como el aplastamiento de la CGT
de los Argentinos fueron interpretados como prueba de esa convicción” (…) “La
continuidad es imprescindible para avanzar sobre el enemigo en todos los
terrenos en que éste presenta la lucha, incluido el militar como factor
decisivo”, declararon los Montoneros. Después, durante el mismo año, el éxito
del gobierno en paralizar la CGTA ,
declarándola ilegal, un gran número de detenciones y el despido de cientos de
obreros gráficos no hicieron más que aumentar el atractivo y la necesidad de la
lucha clandestina. Por supuesto, la necesidad de la lucha armada no era la
única “lección” que hubiera podido sacarse de los acontecimientos. Ongaro y
otros revolucionarios peronistas se concentraron desde 1970 en la creación del
Peronismo de Base, especialmente en las fábricas de Córdoba” (…) “Sin embargo,
para los Montoneros, aparte el limitado carácter de su radicalismo, esa opción
se vio imposibilitada por su composición de clase que hizo inviable una
orientación decisiva hacia el clasismo y la participación en las luchas
obreras”. “Tampoco la guerrilla rural emuladora del modelo cubano resultó muy
atractiva para los Montoneros. Los esfuerzos para aplicar el “foquismo”,
después de 1959, a
otros países del continente habían tenido resultados calamitosos” (…) “Al
contemplar la guerrilla urbana en 1968, los Montoneros tomaron en cuenta el
aislamiento geográfico que sufrieron los primeros guerrilleros rurales. De los
veintitrés millones de habitantes de la Argentinas , un 75% vivían en las zonas urbanas,
en localidades de más de 2.000 habitantes” (…) “Sin embargo, aunque evitaba el
aislamiento geográfico, la estrategia de los montoneros militaba a favor del
aislamiento social. La experiencia había demostrado a casi todos los activistas
de la clase obrera que su fuerza radicaba más bien en el poder colectivo
industrial que en las armas de fuego” (…) “Los obreros podían colaborar o
simpatizar con ella (la guerrilla), pero eran pocos los que podían permitirse
el paso a la clandestinidad como combatientes “profesionales”, en especial los
casados cuyo salario era el único apoyo económico de ellos y de su familia. En
este sentido, los radicales de la clase media gozaban de una independencia
económica mucho mayor, y los estudiantes, cuyas carreras universitarias duraban
normalmente cinco o seis años, disponían de mucho más tiempo para la exigente
vida de guerrillero” (…) “La mayoría de los reclutas y simpatizantes de los
montoneros procedían de tales sectores (intermedios), pero, por lo general, las
actitudes hacia la política radical seguían siendo realmente ambiguas e
inestables, en lo cual influían la dependencia del Estado de buena parte de
ciudadanos de clase media, representada en muchos casos por funcionarios,
vulnerables a las medidas de “racionalización” y a las presiones de los
detentadores del poder. Otros pertenecían a grupos profesionales más
independientes, pero la actitud del gobierno respecto a la enseñanza superior
condicionaba su camino de acceso a las carreras universitarias” (…) “Casi de
modo general aplaudieron (los grupos profesionales más independientes), en
1955, el derrocamiento de Perón, favorecieron en parte las propuestas radicales
quince años después, y luego tendieron a aceptar o a apoyar inicialmente, en
1976, el establecimiento de otro régimen militar autoritario” (…).
“Desde el principio dos influencias
estratégicas guiaron el pensamiento montonero: revolucionaria la una, y de
inspiración clásicamente militar la otra. La primera de ellas fue aportada por
Abraham Guillén, veterano de la guerra civil española, que había desarrollado
sus ideas de origen bakuninista junto con los militantes del MNRT en los primeros
años sesenta. Como Guevara y Régis Debray, Guillén insistía en que la guerra
revolucionaria tenía que llevarse a cabo bajo una jefatura político-militar
unificada” (…) “La demografía y la economía reclamaban una estrategia urbana,
porque, según él, “la potencia de la
revolución se halla donde está la población”
(…) “Guillén sostenía que, mientras la población fuera favorable, el
terreno adecuado y el enemigo vulnerable, la guerra revolucionaria podía
iniciarse “con 10 a
25 hombres bien probados, físicamente aptos, moralmente resistentes y
políticamente educados” (…) “ Aparte abogar por el escenario urbano, muchos de
los escritos de Guillén difundían simplemente fórmulas clásicas para la guerra
de guerrillas” (…) “La lucha debería ser “prolongada” y “consistiría en “muchas
pequeñas victorias militares que, sumadas, conducirían a la victoria final”
(Daniel Hodges, “Philosophy of the Urban Guerrilla: The Revolutionary Writings
of Abraham Guillén”), pero no se trataría de una cuestión exclusivamente militar.
Sin una orientación positiva hacia la clase obrera y las luchas populares, sin
un esfuerzo consciente de los combatientes para coordinar sus actividades con
éstas y, progresivamente, incorporar al grueso de las masas en un eventual
ejército de liberación, la guerra revolucionaria degeneraría en terrorismo” (…)
“Acompañaba a Guillén, en calidad de lo que podría llamarse mentor estratégico
de los montoneros, Carl von Clausewitz” (…) “Más que dar la seguridad a los
inexpertos Montoneros de que las luchas militares pertenecían mejor a la esfera
de la política que a la de la criminología, Clausewitz parecía tener para ellos
gran importancia por su tesis de que “la guerra defensiva es intrínsecamente
más fuerte que la ofensiva (“On War”)” (…) “En opinión de los guerrilleros, las
Fuerzas Armadas habían lanzado, en 1966, una ofensiva contra el pueblo
argentino; ofensiva, sin embargo, que podía ser contenida mediante una campaña
defensiva agotadora para el enemigo antes de llevar a cabo la contraofensiva de
las fuerzas populares” (…) “Los Montoneros se inclinaban por una guerra
popular; Guillén, por una guerra de clases en el sentido más amplio; pero en la
práctica tal guerra no era apoyada por el pueblo ni por la clase obrera: sólo
por un puñado de jóvenes de la clase media” (…) “Lo válido fue la norma de no
atacar sin poseer la supremacía táctica así como la de no comprometer
excesivamente las fuerzas en actos demasiado ambiciosos; pero eso era
seguramente sólo el sentido común propio de todo insurrecto. Sin embargo,
fueron los escritos de Guillén y Clausewitz los que influyeron en la discusión
montonera, en la cual, como se verá, Clausewitz eclipsó totalmente a Guillén”.
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