El liberalismo de Alberto Benegas Lynch (h)

El liberalismo de Alberto Benegas Lynch (h)


El aborto y el respeto irrestricto por la vida de los otros (*)

Alberto Benegas Lynch (h)

Hace tiempo en uno de mis libros titulado Liberalismo para liberales (Buenos Aires, EMECÉ Ediciones, 1986) fabriqué una definición de esa tradición de pensamiento que veo con satisfacción que es citada y adoptada por intelectuales de peso. Dice así: el liberalismo es el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros. A veces se ha malinterpretado el significado del vocablo “respeto” entendiendo que se trata de compartir o adherir a los proyectos de vida de otros, pero no es así puesto que se traduce en que no se justifica bajo ninguna situación que se pretenda bloquear lo que decida hacer el prójimo, no importa lo mucho que nos pueda disgustar. Solo puede legítimamente recurrirse a la fuerza de carácter defensivo, nunca ofensivo.
Incluso hay quienes han sugerido recurrir a la expresión “tolerancia”, pero esta palabra encierra cierto tufillo inquisitorial en el sentido de que quien tolera tendría la verdad absoluta y perdona, consiente o tolera el error ajeno. En verdad los derechos no se toleran: se respetan. Justamente, la prueba de fuego del respeto es cuando no compartimos el proyecto de vida del vecino.
La vida se torna insoportable si cada cual pretende imponer su proyecto de vida a otros. Cada uno es responsable de sus actos ante su conciencia. En el contexto de la tradición de pensamiento que venimos comentando, los valores morales aluden a las relaciones interpersonales. Por eso se ha dicho que el derecho es “un mínimo de ética” pues la moral excede lo interpersonal. Cada uno tiene sus valores y los aplica en el terreno intrapersonal, lo cual no incumbe al espíritu liberal puesto que no afecta derechos de terceros.
De más está decir que esto no contradice el hecho de que cada liberal tiene su concepción personal de la conducta ética en su fuero íntimo y en todo lo que no concierne al prójimo pero, nuevamente reiteramos, esto no hace al liberalismo como tal.
Todo ataque a la vida, la propiedad o la libertad de otros debe ser castigado en una sociedad libre. La asignación de derechos de propiedad resulta indispensable puesto que como no hay de todo para todos todo el tiempo debe establecerse que la gente con sus compras y abstenciones de comprar se pronuncie sobre quienes usan la propiedad para mejor satisfacer sus necesidades. Los que aciertan obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos. En la medida en que se lesione el derecho de propiedad se incurre en derroche y, por tanto, las tasas de capitalización disminuyen, lo cual a su turno contrae salarios e ingreso en términos reales.
Las características del castigo a quienes comenten crímenes están vinculadas al derecho penal y relacionadas con el contexto en el que se produjo la respectiva lesión, pero es de interés señalar muy telegráficamente que debiera traducirse en un resarcimiento monetario por el que el victimario debe trabajar para ese fin y para, en su caso, hacerse cargo de los gastos de manutención del penal en que se encuentre. Hoy en día en general, en materia penal, la víctima no es resarcida ni compensada y, además, el conjunto social se hace cargo de mantener al preso con recursos que le son detraídos por medio de tributos. Para abundar en las diferentes variantes y explorar distintas avenidas respecto a lo dicho, pueden consultarse múltiples obras pero remito a una que acaba de traducirse al castellano titulada Los problemas de la autoridad política de Michele Huemer (Ediciones Deusto, 2019) donde lo que hemos mencionado sumariamente en esta nota periodística sobre la relación víctima-victimario se encuentra desarrollado exhaustivamente en el capítulo 11 de la referida obra.
Al efecto de ilustrar lo que venimos diciendo en cuanto al respeto a los proyectos de vida de otros, nuevamente menciono un tema sobre el que he escrito antes pero debido a la reiteración del debate se hace necesario volver sobre el asunto que hace al antes apuntado derecho a la vida. Se trata del mal llamado “aborto”, que en verdad es homicidio en el seno materno. A veces se ha mantenido que esto no debe plantearse de este modo puesto que “la madre es dueña de su cuerpo” lo cual es absolutamente cierto pero no es dueña del cuerpo de otro y como las personas no aparecen en los árboles y se conciben y desarrollan en el seno materno, mientras no exista la posibilidad de transferencias a úteros artificiales u otro procedimiento, dado que el ser humano en acto se gesta desde el instante de la fecundación del óvulo y, por tanto, es inexorable respetarlo. Es cierto que está en potencia de muchas cosas igual que todo ser humano independientemente de su edad, pero desde el mencionado instante tiene la carga genética completa distinta de su madre y de su padre.
En este sentido y antes de seguir adelante con este tema -sin perjuicio de otras muchas declaraciones científicas procedentes de distintas partes del mundo- es pertinente reproducir la declaración oficial en el medio argentino de la Academia Nacional de Medicina de la que transcribo por vez primera lo siguiente resuelto por su Plenario el 30 de septiembre de 2010 donde concluye: “Que el niño por nacer, científica y biológicamente es un ser humano cuya existencia comienza al momento de su concepción. Desde el punto de vista jurídico es un sujeto de derecho como lo reconoce la Constitución Nacional, los tratados internacionales anexos y los distintos códigos nacionales y provinciales de nuestro país. Que destruir a un embrión humano significa impedir el nacimiento de un ser humano. Que el pensamiento médico a partir de la ética hipocrática ha defendido la vida humana como condición inalienable desde la concepción. Por lo que la Academia Nacional de Medicina hace un llamado a todos los médicos del país a mantener la fidelidad a la que un día se comprometieron bajo juramento”.
Por supuesto -agregamos nosotros- que el argumento central es de carácter científico y no legal puesto que puede concebirse que la ley diga todo lo contrario a lo estipulado por el momento, lo cual no modificaría en un ápice el sustento científico-moral de lo expresado.
Como queda dicho, un embrión humano contiene la totalidad de la información genética: ADN o ácido desoxirribonucleico. En el momento de la fusión de los gametos masculino y femenino -que aportan respectivamente 23 cromosomas cada uno- se forma una nueva célula compuesta por 46 cromosomas que contiene la totalidad de las características del ser humano.
Solo en base a un inadmisible acto de fe en la magia más rudimentaria puede sostenerse que diez minutos después del nacimiento estamos frente a un ser humano pero no diez minutos antes. Como si antes del alumbramiento se tratara de un vegetal o un mineral que cambia súbitamente de naturaleza. Quienes mantienen que en el seno materno no se trataría de un humano del mismo modo que una semilla no es un árbol, confunden aspectos cruciales. La semilla pertenece en acto a la especie vegetal y está en potencia de ser árbol, del mismo modo que el feto pertenece en acto a la especie humana en potencia de ser adulto. Todos estamos en potencia de otras características psíquicas y físicas, de lo cual no se desprende que por el hecho de que transcurra el tiempo mutemos de naturaleza, de género o de especie.
De Mendel a la fecha, la genética ha avanzado mucho. Jerome Lejeune, célebre profesor de genética de La Sorbona, escribe: “Aceptar el hecho de que con la fecundación comienza la vida de un nuevo ser humano no es ya materia opinable. La condición humana de un nuevo ser desde su concepción hasta el final de sus días no es una afirmación metafísica, es una sencilla evidencia experimental”.
La evolución del conocimiento está inserta en la evolución cultural y, por ende, de fronteras móviles en el que no hay límite para la expansión de la conciencia moral. Como ha señalado Durant, constituyó un adelanto que los conquistadores hicieran esclavos a los conquistados en lugar de achurarlos. Más adelante quedó patente que las mujeres y los negros eran seres humanos que se les debía el mismo respeto que a otros de su especie. Hoy en día los llamados abortistas, en una macabra demostración de regresión a las cavernas, volviéndole la espalda a los conocimientos disponibles más elementales y encubriendo las contradicciones más groseras, mantienen que el feto no es humano y, por tanto, se lo puede descuartizar y exterminar en el seno materno.
Bien ha dicho Julián Marías que este brutal atropello es más grave que el que cometían los sicarios del régimen nazi, quienes con su mente asesina sostenían que los judíos eran enemigos de la humanidad. En el caso de los abortistas, no sostienen que aquellos seres inocentes e indefensos son enemigos de alguien. Marías denomina al aborto “el síndrome Polonio” para subrayar el acto cobarde de liquidar a quien -igual que en Hamlet– se encuentra en manifiesta inferioridad de condiciones para defenderse de su agresor.
La secuencia embrión-mórula-balstoncito-feto-bebe-niño-adolecente-adulto-anciano no cambia la naturaleza del ser humano. La implantación en la pared uterina (anidación) no implica un cambio en la especie, lo cual, como señala Ángel S. Ruiz en su obra sobre genética “no añade nada a la programación de esa persona” y dice que sostener que recién ahí comienza la vida humana constituye “una arbitrariedad incompatible con los conocimientos de neurobiología”. La fecundación extracorpórea y el embarazo extrauterino subrayan este aserto.
Se ha dicho que el feto es “inviable” y dependiente de la madre, lo cual es también cierto, del mismo modo que lo son los inválidos, los ancianos y los bebes recién nacidos, de lo cual no se sigue que se los pueda exterminar impunemente. Lo mismo puede decirse de supuestas malformaciones: justificar la matanzas de fetos justificaría la liquidación de sordos, mudos e inválidos. Se ha dicho que la violación justifica el mal llamado aborto, pero un acto monstruoso como la violación no justifica otro acto monstruoso como el asesinato. Se ha dicho, por último, que la legalización del aborto evitaría las internaciones clandestinas y antihigiénicas que muchas veces terminan con la vida de la madre, como si los homicidios legales y profilácticos modificaran la naturaleza del acto.
Entonces, en rigor no se trata de aborto sino de homicidio en el seno materno, puesto que abortar significa interrumpir algo que iba a ser pero que no fue, del mismo modo que cuando se aborta una revolución quiere decir que no tuvo lugar. De más está decir que no estamos aludiendo a las interrupciones naturales o accidentales sino a un exterminio voluntario, deliberado y provocado.
Tampoco se trata en absoluto de homicidio si el obstetra llega a la conclusión -nada frecuente en la medicina moderna- que el caso requiere una intervención quirúrgica de tal magnitud que debe elegirse entre la vida de la madre o la del hijo. En caso de salvar uno de los dos, muere el otro como consecuencia no querida, del mismo modo que si hay dos personas ahogándose y solo hay tiempo de salvar una, en modo alguno puede concluirse que se mató a la otra.
Se suelen alegar razones pecuniarias para abortar. El hijo siempre puede darse en adopción pero no matarlo por razones crematísticas, porque como se ha hecho notar con sarcasmo macabro, en su caso “para eso es mejor matar al hijo mayor ya que engulle más alimentos”.
Es increíble que aquellos que vociferan a favor de los “derechos humanos” (una grosera redundancia ya que los vegetales, minerales y animales no son sujetos de derecho) se rasgan las vestiduras por la extinción de ciertas especies no humanas pero son partidarias del homicidio de humanos en el seno materno. La carnicería que se sucede bajo el rótulo de “aborto” constituye una enormidad, la burla más soez a la razón y al significado más elemental de la civilización.
La lucha contra este parricidio en gran escala reviste mucha mayor importancia que la lucha contra la esclavitud, porque por lo menos en este caso espantoso hay siempre la esperanza de un Espartaco exitoso, mientras que en el homicidio no hay posibilidad de revertir la situación.
Estremecen las historias en donde por muy diversos motivos y circunstancias hubo la intención directa o indirecta de abortar a quienes luego fueron, por ejemplo, Juan Pablo II, Andrea Bocelli, Steve Jobs, Cristiano Ronaldo, Céline Dion, Jack Nicholson y Beethoven. Por supuesto que no es necesario de que se trate de famosos para horrorizarse frente al crimen comentado. Todos los seres humanos son únicos e irrepetibles en toda la historia de la humanidad. Cada uno posee un valor extraordinario y no puede ser tratado como medio para los fines de otros puesto que es un fin en si mismo.
Entonces, cuando aludimos al respeto irrestricto nos referimos a todas las manifestaciones pacíficas y voluntarias cualquiera sean éstas siempre que no lesionen la vida, la propiedad y la libertad del prójimo. Como he titulado otro de mis libros, La libertad es respeto recíproco (Washington DC, Cato Institute, 2015).
(*) Infobae, 30/11/019.

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