Artículos sobre Carl Schmitt

Artículos sobre Carl Schmitt


CARL SCHMITT Y LA PARADOJA DE LA DEMOCRACIA LIBERAL (3)

CHANTAL MOUFFE (Centre for Study of Democracy University of Westminster)


Este artículo ha sido tomado del libro: The Challenge of Carl Schmitt, Edited by Chantal Mouffe, Verso, London-New York, 1999, p. 39-52. Traducción del inglés de Julio De Zan y Alicia Pascual. Agradecemos a Chantal Mouffe la autorización para publicar su texto en TÓPICOS.

Revista de Filosofía de Santa Fe, número 10, 2002.



El pluralismo y sus límites

Al postular la disponibilidad de un consenso sin exclusión, el modelo de la democracia deliberativa es incapaz de concebir de manera adecuada el pluralismo democrático-liberal. Uno podría indicar por cierto cómo, tanto en Rawls como en Habermas -para mencionar a los dos autores más representativos de esta tendencia— la condición real para la creación del consenso es la eliminación del pluralismo de la esfera pública (17). De ahí la incapacidad de la democracia deliberativa para proveer una refutación convincente de la crítica schmittiana del pluralismo liberal. Esta crítica es la que voy a examinar a continuación, para ver cómo se podría responder a la misma. La tesis más conocida de Schmitt es la que pone el criterio de lo político en la distinción amigo-enemigo. Es cierto que para él lo político "solamente puede ser entendido en el contexto de la posibilidad, desde siempre presente, del agrupamiento amigo-enemigo" (18). A menudo se lo ha criticado, además, por descuidar el lado de la amistad en el tratamiento de su oposición amigo-enemigo, pero ello es debido a la manera como dicha tesis ha sido generalmente interpretada. En sus observaciones sobre la homogeneidad podemos encontrar, sin embargo, varias indicaciones sobre la manera como debería ser considerado este agrupamiento, y esto tiene importantes implicaciones para su critica del pluralismo. Retornemos a la idea de que la democracia requiere una igualdad política derivada de la participación en una sustancia común; esto es lo que Schmitt quiere decir, como ya hemos visto, al sostener la necesidad de la homogeneidad. Yo he subrayado en tal sentido la necesidad de trazar una frontera entre el "nosotros" y los "otros". Pero podemos examinar también esta cuestión centrándonos en el "nosotros", y en la naturaleza del vínculo que une a sus componentes. La afirmación de que la condición de posibilidad de un "nosotros" es la existencia de la contraposición con "los otros" no agota por cierto la determinación del sujeto.

Entre los componentes del "nosotros" se pueden establecer diferentes formas de unidad. Esto no es seguramente lo que creía Schmitt, ya que según su punto de vista la unidad solamente puede existir bajo el modo de la identidad. Pero es aquí precisamente donde reside el problema de su concepción. Es conveniente examinar en consecuencia, tanto las fortalezas como debilidades de su argumentación. Al afirmar la necesidad de la homogeneidad en una democracia, Schmitt nos está queriendo decir cual es la clase de vínculo que se requiere para que una comunidad política democrática pueda existir. En otras palabras, está analizando con esto la naturaleza del vínculo de la "amistad" que define el "nosotros" en una democracia. Esta es para él, por supuesto, una manera de tomar posición contra el liberalismo por no reconocer la necesidad de tal forma de comunidad y por defender el pluralismo. Su punto de vista de que el modelo liberal del pluralismo de grupos de interés, que postula un acuerdo meramente procedimental, no puede asegurar la cohesión de una sociedad liberal, está sin lugar a dudas en lo correcto. Semejante visión de una sociedad pluralista es ciertamente inadecuada. El liberalismo transpone simplemente al dominio público la diversidad de los interese ya existentes en una sociedad, y reduce el momento político al proceso de negociación entre intereses, independientemente de su expresión política. En tal modelo no hay lugar para una identidad común de los ciudadanos democráticos; la ciudadanía es reducida a un estatuto legal, y el momento de la constitución política del pueblo queda excluido. La crítica schmittiana de tal tipo de liberalismo es convincente, y es interesante señalar que en esto concuerda con lo que dice Rawls cuando rechaza el modelo de "modus vivendi" para la democracia constitucional por cuanto es muy inestable y siempre propenso a la disolución, y cuando declara que la unidad que produce este modelo es insuficiente. ¿Cómo podría ser comprendida entonces la unidad de una sociedad pluralista, una vez que se ha descartado la opinión que la fundamenta en una mera convergencia de intereses y en un conjunto neutral de procedimientos? ¿No se está pensando en algún otro tipo de unidad incompatible con pluralismo de las sociedades liberales?

En este asunto la respuesta de Schmitt es, por supuesto, inequívoca: en una comunidad política democrática no hay lugar para el pluralismo. La democracia requiere la existencia de un demos homogéneo que excluye toda posibilidad de pluralismo. Esta es la razón por la cual, según su punto de vista, hay una contradicción insuperable entre el pluralismo liberal y la democracia. El único pluralismo posible y legítimo para él es un pluralismo de estados. Schmitt rechaza la idea liberal de un estado mundial y afirma que el mundo político no es un universo, sino un "pluriverso". En su concepción: "debido a su propia naturaleza, la entidad política no puede ser universal en el sentido de abarcar a toda la humanidad y al mundo entero" (19). En El Concepto de lo Político, al enfocar el tipo de pluralismo defendido por la escuela pluralista de Harold Lasky y de G.D.H. Colé, argumenta Schmitt que el estado no puede ser considerado como una asociación más entre otras, como si estuviera en el mismo nivel que una iglesia o un sindicato. Contra la teoría liberal, que pretende transformar al estado en una asociación voluntaria mediante la teoría del contrato social, él nos insta a reconocer que la entidad política es algo diferente y más decisivo. Negar esto equivale a negar lo político: "Solamente cuando no ha sido comprendida o tomada en consideración la esencia de lo político es posible situar a la asociación política de manera pluralista en el mismo nivel que las asociaciones religiosas, culturales, económicas, u otras, y permitir que entre en competencia con ellas" (20). Algunos años más tarde, en su importante artículo: "Ética del Estado y Estado Pluralista", al discutir nuevamente con Lasky y Colé, hace notar que la actualidad de la teoría pluralista de estos autores proviene del hecho de que ella se corresponde con las condiciones empíricas existentes en la mayoría de las sociedades industriales. La situación corriente es tal que: "el estado aparece de hecho como ampliamente dependiente de los grupos sociales, en algunos casos como sacrificado para, y en otros como resultado de sus negociaciones, en todos los caso como un objeto de compromiso entre los poderosos grupos sociales y económicos, un agregado de factores heterogéneos, partidos políticos, monopolios, sindicatos, iglesias, etc...." (21).

De esta manera debilitado, el estado se convierte en una suerte de banco de compensaciones, en un árbitro entre facciones en pugna. Reducido a una función puramente instrumental, no puede ser objeto de lealtad y pierde su función ética y la capacidad de representar la unidad política del pueblo. Si bien deplora esta situación, Schmitt admite sin embargo que, por lo menos en lo que concierne a su diagnóstico empírico, los pluralistas están en lo cierto. En su opinión, el interés de la teoría pluralista reside en: "la valoración, tanto del poder empírico concreto de los grupos sociales, como de la situación empírica, tal como ella es determinada por la manera en que los individuos pertenecen a varios de tales grupos sociales" (22). Hay que decir que Schmitt no siempre ve la existencia de partidos como absolutamente incompatible con un estado ético. En el mismo artículo parece incluso proclive a admitir por lo menos la posibilidad de cierta forma de pluralismo que no niega la unidad del estado. Pero luego rechaza enseguida esa posibilidad, declarando que llevaría inevitablemente al tipo de pluralismo que disuelve finalmente la unidad política: Si el estado se convierte en un estado pluralista de partidos, entonces la unidad del mismo podrá mantenerse solamente en la medida en que dos o más de los partidos acuerden reconocer premisas comunes. Esta unidad se apoya por consiguiente específicamente en la constitución reconocida por todos los partidos, la cual debe ser respetada sin condicionamientos como el fundamento común. La ética del estado se eleva por lo tanto a una ética constitucional. Una efectiva unidad del estado puede cimentarse entonces allí, en la constitución, dependiendo de la sustantividad, la inequivocidad y la autoridad de la misma. Pero puede darse también el caso de que la constitución decaiga al nivel de meras reglas de juego, que su ética de estado se convierta en una simple ética del juego limpio, y que finalmente, en una disolución pluralista de la unidad de la totalidad política, se llegue hasta el punto en que la unidad se reduzca a una aglomeración de alianzas cambiantes entre grupos heterogéneos. La ética constitucional decae entonces aún más, hasta el punto en que la ética del estado queda reducida a la proposición: pacta sunt Servanda (11).

El falso dilema de Schmitt

Pienso que Schmitt está en lo correcto al enfatizar las deficiencias del tipo de pluralismo que niega la especificidad de la asociación política, y estoy de acuerdo con su aseveración de que es necesario suprimir tal pluralismo para que el pueblo se pueda constituir políticamente. Pero no creo que esto nos deba obligar a negar la posibilidad de cualquier forma de pluralismo en la asociación política. La teoría liberal ha sido por cierto incapaz de proveer hasta ahora una solución convincente a este problema. Esto no significa de todos modos que dicho problema sea insoluble. Schmitt nos ha enfrentado de hecho con un falso dilema: por un lado una unidad del pueblo que requiere expulsar toda división y antagonismo fuera del demos —el exterior que se necesita si se quiere constituir la unidad; por otro lado, si algunas formas de división dentro del demos son consideradas legítimas, esto llevará inexorablemente a aquella clase de pluralismo que niega la unidad política y la existencia misma del pueblo. Como lo puntualiza Jean-François Kervégan: "para Schmitt, o bien el estado impone su ordenamiento y su racionalidad a una sociedad civil caracterizada por el pluralismo, la competición y el desorden, o, como es el caso en la democracia liberal, el pluralismo social vaciará a la entidad política de su significado y la retrotraerá a su otro, el estado de naturaleza" (24). Lo que lleva a Schmitt a formular tal dilema es su manera de considerar la unidad política. Para él la unidad del estado debe ser una unidad concreta, ya dada y, por lo tanto, estable. Esto es verdadero asimismo en cuanto a su modo de comprender la identidad del pueblo: ella tiene que existir también como algo dado. Por esta razón su distinción entre "nosotros" y "ellos" no es realmente una construcción política; sino que se trata de un simple reconocimiento de fronteras preexistentes. Mientras rechaza la concepción pluralista, Schmitt es incapaz de situarse sin embargo en un terreno completamente diferente, por cuanto mantiene una visión de la identidad política y social como algo que es también empíricamente dado [al igual que el pluralismo que él rechaza]. De hecho su posición es finalmente contradictoria. Por un lado parece considerar seriamente la posibilidad de que el pluralismo pudiera dar origen a la disolución de la unidad del estado.

Ahora bien, si esta disolución es una posibilidad política distintiva, ello implica también que la existencia de una tal unidad es en sí misma un hecho contingente que requiere una construcción política. Por otro lado, sin embargo, la unidad es presentada como un factum tan obvio que podría ignorarse la condición política de su producción. Solamente como resultado de esta estratagema puede hacer aparecer Schmitt a dicha alternativa de manera tan inexorable como él desea. Lo que Schmitt más teme es la pérdida de los presupuestos comunes, y la consecuente destrucción de la unidad política que él ve como un peligro inherente al pluralismo de la democracia de masas. Existe ciertamente el peligro de que esto suceda y su admonición debería ser tomada seriamente. Pero ésta no es una razón para impugnar toda forma de pluralismo. Yo propongo rechazar el dilema de Schmitt, reconociendo al mismo tiempo su argumento a favor de la necesidad de cierta forma de "homogeneidad" en una democracia. El problema que nosotros encaramos se convierte entonces en cómo imaginar de una manera diferente aquello a lo que Schmitt se refiere con el término "homogeneidad", a lo que yo propongo llamar más bien "comunalidad" (commonality), para enfatizar la diferencia con su concepción; cómo comprender una forma de "comunalidad" suficientemente fuerte para instituir un demos, pero sin embargo compatible con ciertas formas de pluralismo: religioso, moral y cultural, así como con un pluralismo de partidos políticos. Este es el desafío que nos vemos forzados a enfrentar al comprometernos con la crítica de Schmitt, el cual es verdaderamente crucial, porque lo que está en juego aquí es la propia formulación de una comprensión pluralista de la ciudadanía democrática. No pretendo obviamente dar la solución en los límites de este capítulo, pero me gustaría sugerir algunos lineamientos para la reflexión. A fin de ofrecer una respuesta diferente, decididamente no schmittiana, al problema de la compatibilidad del pluralismo y la democracia liberal se requiere, según mi punto de vista, poner en cuestión toda idea de "pueblo" como algo ya dado y con una identidad sustantiva.

Lo que necesitamos hacer es precisamente lo que Schmitt no ha hecho: después de haber reconocido que la unidad del pueblo es el resultado de una construcción política, necesitamos explorar todas las posibilidades lógicas que la articulación política envuelve. Una vez que la identidad del pueblo —o más bien sus múltiples posibles identidades— ha sido considerada en la forma de una articulación política, es importante subrayar entonces que, si se trata de una articulación efectivamente política, y no del mero reconocimiento de diferencias empíricas, una tal identidad debe ser vista como resultado del proceso político de articulación hegemónica. La política democrática no se reduce al momento en que el pueblo, ya enteramente constituido, ejerce su soberanía. El momento de la soberanía es indisociable de la verdadera lucha por la definición del pueblo y por la constitución de su identidad. Una tal identidad, sin embargo, no puede estar nunca enteramente constituida, y solamente puede existir a través de múltiples formas rivales de identificación. La democracia liberal presupone precisamente, como constitutivo, el reconocimiento de este intersticio vacío entre el pueblo y sus varias identificaciones. De ahí la importancia de dejar este espacio de desacuerdo siempre abierto, en vez de tratar de llenarlo mediante la institucionalización de un consenso supuestamente "racional". Al concebir de esta manera la política democrático-liberal, estamos reconociendo la visión de Schmitt sobre la distinción entre el "nosotros" y "los otros", por cuanto esa lucha por la constitución del pueblo tiene lugar siempre dentro de un campo conflictivo, e implica la existencia de fuerzas rivales. No hay por cierto articulación hegemónica sin la determinación de una frontera, es decir, sin la definición de quienes son los "otros".

Podemos comenzar a comprobar, en consecuencia, porqué tal régimen requiere el pluralismo. Sin una pluralidad de fuerzas rivales que intentan definir el bien común y pugnan por determinar la identidad de la comunidad, la articulación política del demos no podría tener lugar, y estaríamos, o bien en el terreno de una sumatoria de intereses, o en el de un proceso deliberativo que elimina el momento de la decisión. Es decir —como lo puntualiza Schmitt— estaríamos en el terreno de la economía o de la ética, pero no en el de la política. No obstante, al considerar la unidad solamente como unidad sustantiva, y negar la posibilidad del pluralismo dentro de la asociación política, Schmitt no fue capaz de comprender que existía otra alternativa abierta para los liberales, la cual podía hacer viable la articulación entre liberalismo y democracia. Lo que él no podía concebir debido a los límites de sus planteamientos, lo consideró imposible. Como su objetivo era atacar al liberalismo, semejante jugada no resulta sorprendente, pero marca ciertamente los límites de su reflexión teórica. A pesar de estas deficiencias, el cuestionamiento schmittiano del liberalismo es verdaderamente potente, revela varias debilidades de la democracia liberal y pone en primer plano su franja de ceguera. Estas deficiencias no pueden ignorarse. Si queremos elaborar una concepción de la sociedad democrática que sea convincente y digna de lealtad, dichas deficiencias tienen que ser tenidas en cuentas. Schmitt es un adversario de quien podemos aprender porque es posible replantear sus agudos puntos de vista; volviéndolos en su contra, podríamos usarlos para formular una mejor comprensión de la democracia liberal, que reconozca su naturaleza paradójica. Solamente si nos hacemos cargo del doble movimiento de inclusión-exclusión que conlleva la política democrática podremos manejar el desafío con el cual nos confronta hoy en día el proceso de la globalización.

17 Esto tiene lugar, por supuesto, de diferentes maneras en ambos autores. Rawls relega el pluralismo a la esfera privada, mientras que Habermas lo oculta, por así decirlo, fuera de la esfera pública, mediante los procedimientos de la argumentación. En ambos casos, sin embargo, el resultado es el mismo: la eliminación del pluralismo de la esfera pública.
18 Carl Schmitt, The Concept of the Political, p. 35; ed. cast. p. 23, cfr. también: p. 32-33.
19 Ibid. p. 53; ed. cast. p. 49-50.
20 Ibid. p. 45; ed. cast. p. 41.
21 Carl Schmitt, "Staatsethik und pluralistischer Staat", en Kantstudien 35,1,1930; versión inglesa en The Challenge of Carl Schmitt, cap. 11, pp. 195-208.
22 Ibid., p. 195.
23 Ibid.
24 Jean-François Kervégan, Carl Schmitt et Hegel. Le politique entre métaphysique et positivité, Paris 1992, p. 259.



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