El análisis de Mario De Casas
El análisis de Mario De Casas
Paradoja
Vicentin
En China sí se consigue
Historias
LA HORA DE LA
POLÍTICA (*)
Paradoja
Las revelaciones surgidas a partir de la denuncia de la
interventora en la AFI ,
Cristina Caamaño, sobre una red de espionaje ilegal a políticos y periodistas,
que tenía esa dependencia como uno de los brazos ejecutores durante el gobierno
de Macri, y su articulación con los medios de comunicación que integran el
bloque que sostuvo ese experimento y con una parte del aparato judicial, hablan
de delitos contra personas e instituciones perpetrados en nombre de las
instituciones, de la libertad, de la transparencia y de la seguridad: en nombre
de la república y la democracia. Pero también hablan de que hubo una conducción
centralizada del proceso político, y de un relato —en el que muches creyeron y
creen—, factores clave en la realización de un proyecto político.
En cambio, un observador atento puede percibir en el
Frente de Todos un déficit de coordinación, y otro de comunicación de los actos
de gobierno y de una narrativa a la altura de las transformaciones que se
propone y de las dificultades objetivas que se le oponen: la escena política
exhibe ante la población importantes decisiones postergadas o que quedan en
meros anuncios, a lo que se suma la falta de justificación oficial. Un combo
que genera cierto desgaste evitable.
Estamos en una situación paradójica, como si se tratara
de una realidad invertida: en plena pandemia, la derecha corrupta y
antidemocrática que acaba de perder una elección y pide libertad para contagiar
pero además la ejerce ocupando las calles contra las normas, se apodera del
centro del ring político; mientras tanto, el gobierno popular que ganó
ampliamente esa elección, que está evitando miles de muertes y que tiene un
plan para la inclusión y la soberanía, asume una posición defensiva dando
explicaciones todos los días.
Estamos inmersos en
una realidad que afecta prácticamente a todos los —pocos— gobiernos
progresistas en el mundo, no es un problema exclusivamente nuestro. Pero lo que
sí es específicamente argentino es que la coalición de gobierno es
suficientemente fuerte como para no parecer débil; en otras palabras, es
necesario romper apariencias que engañan. Una derecha acosada por hechos
incontestables, temerosa de transformaciones progresivas y desplazada de la
conducción del Estado, ataca impiadosamente. Se confirma así una ley
determinante del proceso histórico nacional: el Régimen no se entrega sin
luchar, no cae solo, hay que voltearlo.
Vicentin
En el caso Vicentin, el oligopolio mediático y otros
miembros del bloque de poder con comando en el exterior atacaron exitosamente
el instrumento elegido por el gobierno —la expropiación de la empresa— para
impedir un objetivo estratégico —que el Estado intervenga en el comercio
exterior de granos—, maniobra que, con el ardid de la defensa de la propiedad
privada, se convirtió en disparador de una reacción adversa, considerable en la
zona a la que pertenece buena parte de los productores estafados por el grupo.
Más aún, días después de que el Presidente anunciara la decisión de expropiar
se conoció un dato inquietante: encuestas reservadas muestran que la mayoría de
la población de las provincias más afectadas está en contra de la medida.
Estos acontecimientos sugieren que se cometió un error
de cálculo. En todo caso, hubo una deficiente transmisión a la sociedad de los
objetivos perseguidos, es decir, fallas de la política.
La importancia del instrumento no es irrelevante: asegurar
la continuidad de la empresa es asegurar miles de puestos de trabajo y
neutralizar un riesgo de insolvencia que compromete la situación de su
principal acreedor, el Banco Nación, y de miles de proveedores entre los que se
destacan más de 2.000 productores agrarios; si evitara su extranjerización y
controlara su administración, el Estado se convertiría en actor en un sector
crucial de la economía argentina —el de la comercialización de cereales,
oleaginosas y biocombustibles—, con efectos que abarcan desde la obtención de
información que le permitiría conocer directamente cómo funciona ese mercado y
no a través de lo que dicen los grupos que operan en él, pasando por la
formación de cuadros técnicos propios que podrían establecer relaciones simétricas
con los lobos del sector, hasta alterar un factor fundamental en términos
político-económicos: las exportadoras de cereales y oleaginosas ejercen aquí un
poder determinante a través de la posesión y liquidación de divisas por
exportaciones, que influye en el nivel del tipo de cambio; por lo tanto, si el
Estado lograra controlar una parte de ese flujo, modificaría la ecuación de
poder y dispondría de una herramienta fundamental de política económica.
Todos factores decisivos para alcanzar niveles de
soberanía económica compatibles con un desarrollo nacional autónomo, algo que
no podía sino despertar la feroz reacción del Régimen.
En China sí se consigue
Durante el gobierno de Cristina se pensó en optimizar la
relación bilateral con nuestro principal comprador de productos primarios, la República Popular
China, en términos de una relación Estado-Estado. La idea era realizar la
compra-venta de productos primarios a través de un vínculo interestatal por
fuera del mercado multilateral dolarizado y, al mismo tiempo, impulsar la
creación de una vía financiera para la compra de productos y la recepción de
inversiones chinas, el denominado acuerdo de “swap de monedas”.
China, como potencia emergente y segunda economía
global, intenta que su moneda alcance poder de circulación internacional: un
mecanismo apropiado es expandir sus transacciones en relaciones bilaterales con
otros países, y la Argentina
es un socio calificado a esos efectos. El swap de monedas peso-yuan por el
que nuestro país puede usar los yuanes para cancelar importaciones, recibir
inversiones y/o atesorar la moneda china como reserva internacional, tuvo su
punto de partida en un primer acuerdo celebrado en 2009 y luego se amplió
mediante otros convenios hasta el concretado en marzo pasado, en el que
Argentina pidió la renovación por un monto equivalente a 18.600 millones de
dólares, que representa algo más del 40% de las reservas del Banco Central.
Si se recupera la Vicentin devastada por sus propios dueños y se
convierte en una empresa de alimentos con capacidad de intervención en los
mercados local y externo, se alcanzaría una posición inmejorable para avanzar
en un acuerdo Argentina-China en base a aquella idea original: según el ranking
de exportadores de 2018, un convenio entre empresas controladas por los
respectivos Estados podría asegurar que el 20% de la oferta de divisas
proveniente de las ventas externas de granos, harinas y aceites ingrese
directamente al Banco Central sin dilaciones. Asimismo, en tanto se den ciertas
condiciones —posibles— de conveniencia recíproca, tal porción de un quinto del
comercio podría administrarse al margen de las fluctuaciones del mercado
global.
En un contexto en el que se mantienen las presiones de
los acreedores en las negociaciones por la reestructuración de la deuda
externa, contar con fuentes financieras alternativas como la que ofrece el
citado convenio swap de monedas peso-yuan sería un recurso decisivo
para garantizar el abastecimiento desde el exterior.
Historias
Suponer que la movilización opositora al desembarco del
gobierno en Vicentin, en Avellaneda de Santa Fe y aledaños, fue sólo la
consecuencia de una realidad moldeada a fuerza de despolitización reforzada por
una generalizada cooptación por parte de la empresa —cuya influencia directa o
indirecta, sancta o non sancta, en distintas actividades e
instituciones de la zona, es indudable—, implica considerar factores que, si
bien han incidido, no alcanzan para explicar que una cantidad nada despreciable
de productores estafados por la cerealera se hayan manifestado contra la
decisión de intervenirla y expropiarla.
Para una mayor comprensión de lo sucedido puede ser
conducente recurrir a la historia de chacareros y cerealeras; es decir, a hechos
políticos del pasado producidos por actores sociales centrales en el conflicto.
Después de las marchas en rechazo al DNU, el presidente
de la Federación
Agraria Argentina, Carlos Achetoni, declaró que «ha sido una
manifestación bastante espontánea, […] y sobre todo en preservación de la
propiedad privada y se ha replicado en varios lugares del país».
Tales declaraciones remiten a las históricas luchas
agrarias en la pampa argentina. Para abordarlas es menester evitar la
idealización con la que una frondosa literatura pseudo-marxista ha impregnado
esas las luchas y rescatar su verdadero contenido histórico-social.
Ya en la década 1880-1890 se produjeron movimientos de
agricultores inmigrantes que reclamaban la rebaja de los arrendamientos, el
acceso a la propiedad privada de la tierra y el pago de sus cosechas en oro —no
en el peso desvalorizado por la maniobra típica de los exportadores—, es decir
que enderezaban su ofensiva contra los terratenientes y la burguesía
intermediaria. Ciertos autores de la izquierda han pretendido insuflarles una
intención de reforma agraria, inconciliable con las ambiciones de la masa
inmigratoria, aunque se descubran antecedentes revolucionarios europeos en
algunos de sus líderes, cuyos aportes tuvieron más que ver con la experiencia
organizativa que con la educación en doctrinas que no cuajaban porque no podían
cuajar.
Esos movimientos no cuestionaban el régimen de
propiedad, como era esperable en un país con superabundancia de tierra virgen o
inculta, escasa densidad demográfica y economía de mercado —no de
subsistencia—; no era razonable pedir la limitación de la cantidad de hectáreas
poseídas individualmente. Al reclamar por el pago de menores arrendamientos o
que se les vendieran tierras a bajos precios y cobrar más por los cereales, los
agricultores descontentos aspiraban a recorrer el camino de quienes alcanzaron
la riqueza por haber llegado primero, por un golpe de suerte o por ser astutos,
audaces y/o protegidos/privilegiados por un Estado que fue el primer y
principal repartidor. No atacaban la propiedad, sino los obstáculos que les
impedían enriquecerse.
En un sistema económico condicionado por la demanda
externa, sin mayores desplazamientos del capital desde campo a la industria, y
alienados a la conquista del máximo lucro personal, en los agricultores en
lucha predominaba la voluntad por vencer todo aquello que les impedía “hacer la América ” cuanto antes. La
índole débil y provisional de su oposición a los terratenientes y a la
burguesía intermediaria se reflejó en las líneas zigzagueantes de las
organizaciones que fundaron, como la Federación Agraria
Argentina surgida del Grito de Alcorta; y de los partidos políticos que
contaron con su aporte, como el Partido Socialista.
En síntesis, los chacareros sentían un respeto sagrado
por el derecho de propiedad y en cada uno de ellos había un terrateniente en
potencia, sabían que la tierra tenía un precio y no estaban dispuestos a
asaltarla, ni siquiera a recibirla de regalo.
Por otra parte, así como la colonización argentina de la
segunda mitad del siglo XIX explica por qué el inmigrante no vino a realizar el
sueño alberdiano de crear una economía diversificada, de autoabastecimiento en
granjas que le aseguraran, ante todo, el propio sustento, esa economía
incorporada y subordinada a los designios de la Inglaterra victoriana
explica también el papel protagónico que ha tenido en la organización agraria
argentina la burguesía intermediaria: exportadores, importadores,
consignatarios, cerealeras y rematadores. La colonización misma fue en gran
parte su obra. Financió el traslado y la radicación de los inmigrantes y
emplazó los primeros almacenes de ramos generales, institución típica del campo
argentino que oficiaba de compradora de las cosechas, acopiadora, depositaria,
prestamista, etc., y terminaba adueñándose de las tierras.
La de Vicentin es la historia de la concentración en la
exportación y molienda de granos; de las cerealeras que alcanzan un poder tal
que les permite ejercer un significativo nivel de control en distintos sectores
de la economía nacional; y de los negociados del poder económico con el Estado
de la oligarquía.
Ese devenir tiene más de 120 años, desde cuando
oligopolizaron la exportación de alimentos en un país que llegó a convertirse
en “granero del mundo”. Es curioso que siempre se haya hablado más de los
dueños de la tierra que de quienes transforman y comercializan sus productos;
sin embargo entre estos hubo actores emblemáticos, como Bunge y Born, que con
su historia prueban que el pragmatismo puede más que el antiperonismo y el
antiestatismo: cuando el Estado conducido por el peronista Menem le entregó el
manejo de la economía, es decir, del Estado, BB archivó sus convicciones al más
puro estilo de Groucho Marx. La única convicción que no se negocia es la de la
doctrina antinacional: los miembros de ese bloque son enemigos permanentes del
Movimiento nacional.
Quienes repiten que el peronismo creó la Junta Reguladora
de Granos están reproduciendo una fake news histórica, útil para
construir fantasías que generan miedo, del tipo de la del “chavismo”. La JRG fue creada en 1933 por el
gobierno conservador de Agustín P. Justo a pedido de las cerealeras, que con
este instrumento socializaban las pérdidas que les causó la crisis de 1930
provocando el derrumbe del precio de los granos: el Estado salvaba al gran
capital con un precio sostén. Entonces, ¡viva el Estado!, dijeron las
cerealeras.
Lo que hizo Perón fue darle a ese instrumento un uso
diametralmente opuesto al original: después de la Segunda Guerra
Mundial, el precio de los alimentos estaba por las nubes, circunstancia en la
que el peronismo utilizó la JRG
para comprar los granos a un precio regulado y exportar el excedente al valor
de la cotización internacional. Además, transfirió los recursos así obtenidos
con el propósito de acelerar el desarrollo del mercado interno y la industria.
Entonces, ¡muera el Estado!, dijeron las cerealeras.
Las evidencias disponibles muestran que el genoma de
Vicentin corresponde sin fisuras al de su especie: controladores sociales,
evasores fiscales, explotadores de productores relativamente pequeños y
mamíferos insaciables cuando la teta pertenece al Estado oligárquico.
Estos antecedentes muestran que el Directorio responsable
de la caída se parece más a una jauría agazapada a la espera de otra
oportunidad, que a un rebaño de corderos cuyo pastor equivocó el camino. Y esta
metáfora es un dato político, no un vicio literario.
Se deduce que tanto la oposición de la Federación Agraria
Argentina a la expropiación como el comportamiento y poder de fuego residual de
quienes condujeron Vicentin a la bancarrota, debieron haber sido una hipótesis
y no una sorpresa.
(*) El cohete a la luna, 28/6/020
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