La postura de Loris Zanatta

 


Malentendidos con el modelo chileno

     Clarín

30/12/2021

¿Otra vez el modelo chileno? Así parece. El triunfo electoral ha causado gran excitación en la izquierda mundial y lanzado a la luna la latinoamericana: sonrisas, besos, abrazos. ¡Nos habíamos olvidado de Chile! ¡El Chile de nuestra juventud!

La trinchera sigue caliente, los corazones vuelven a latir para los Inti Illimani, los coros cantan como antaño “el pueblo unido”. Algunos, insensibles al ridículo, celebran la derrota del “fascismo”. ¿Será apropiado? ¿O una gran pifiada?

Por un lado es comprensible. Chile todavía duele, sus heridas estan lejos de cerrarse. Y la historia da vueltas extrañas, no hay trauma que como un bumerán no presente la cuenta, ni heredero de las víctimas que tarde o temprano no tenga su ocasión de rescate.

Lo que demuestra la torpeza de todas las dictaduras, su incapacidad de imaginar los efectos futuros de sus brutalidades. Ocurrió en Argentina, está sucediendo en Chile.

Solo es de esperar que Gabriel Boric no siga los pasos de los Kirchner, que no tome la victoria como mandato para la venganza, que no confunda el relato con la verdad, la memoria con la historia. Obtendría los mismos amores y los mismos odios, la misma grieta.

Dicho esto, elegir a Chile como modelo nunca le trajo suerte a nadie, menos aún a los chilenos. Dudo sea cuestión de cábala, más probable se deba a que es un caso sui generis. Portales y la república parlamentaria, los vascos y los británicos, el aislamiento geográfico y el militarismo prusiano, la separación de Iglesia y Estado y la constitucionalización de Ibáñez: mucha carne en el asador, poco espacio para explicar por qué no tuvo populismo, porque la institucionalidad democrática logró bien o mal metabolizarlo. Lo cierto es que esto lo hace demasiado diferente a sus vecinos para ser modelo para ellos.

John F. Kennedy lo intentó en su momento. Chile parecía la vidriera ideal de la Alianza para el Progreso. Aliados anticomunistas, tenía muchos. Reformistas, algunos. Populares, ninguno. Jóvenes y frescos, solo los democristianos chilenos reunían estos rasgos.

Además de tener un líder de dieciocho quilates, vinculado al catolicismo democrático europeo. Kennedy no llegó a ver el triunfo de Eduardo Frei. Ni su triste final, la victoria de Salvador Allende, lo opuesto a lo buscado. Adiós modelo, la ventana se hizo añicos.

Allende fue el siguiente modelo. Más en Europa, donde el socialismo se había aclimatado a la democracia, que en América Latina, donde todavía rugía la utopía armada guevarista. Un gran problema, un enorme malentendido.

Tanto por los socialistas europeos, que se compraron el Allende socialdemócrata, como por los revolucionarios latinoamericanos, que nunca creyeron en el camino democrático. Igual que los soviéticos, que se preguntaban qué era.

E igual que Castro, el más contundente: por el camino democrático no harás socialismo, le dijo; para hacer socialismo tendrás que dejarlo e intentarán derrocarte. Así fue, aunque cacerolazos y luchas internas, mercado negro y opositores unidos, ya habían roto la vidriera y causado el fracaso del modelo antes del golpe militar.

Incluso Pinochet, por siniestro que suene, se convirtió en modelo. Fue el primero, manu militari, en desquiciar el sistema estatista e introducir un plan de reformas económicas liberales.

La idea era hacer más eficiente el sistema productivo e incluir a Chile en la incipiente globalización. No era tan peregrina: gustara o no, veinte años después, sumergidos por crisis inflacionarias e ineficiencias crónicas, los demás países de la región lo siguieron, esta vez a través de la democracia.

Luego de derrotarlo en las urnas, los gobiernos democráticos chilenos no abandonaron ese camino y el país creció a un ritmo constante y sostenido, reduciendo a grandes pasos la pobreza.

Creo, a contramano del actual estado de ánimo emotivo y vengativo, que los veinte años de historia chilena después de la dictadura quedarán en los libros y en la memoria como una belle époque: ¿acaso hoy no llamamos “gloriosos 30” a los años de la posguerra que los jóvenes europeos de los 70 querían borrar por la fuerza?

Pero nada es para siempre, las expectativas crecen, las generaciones cambian, lo bueno ayer ya no es suficiente hoy: si ese Chile alguna vez fue modelo, ahora está terminado, la vidriera está en pedazos.

Lo que nos lleva al día de hoy, al “nuevo modelo chileno” que algunos ven en el horizonte: líderes jóvenes, lenguaje radical, nuevos derechos, nuevos movimientos, nuevos sujetos. ¿Un nuevo comienzo? ¿Un retorno a las fuentes? ¿Al hilo roto de 1973? Dudo que los nuevos gobernantes lo tengan claro, mucho menos sus hinchas en el exterior, los que se frotan las manos confundiendo La Moneda con el Palacio de Invierno, su juventud con la juventud de los demás.

¿Entonces? ¿Que esperar? Para el historiador, nada es completamente nuevo, nada se repite igual. Habrá gestos fuertes, medidas simbólicas, reformas ambiciosas. Pero menos radicales de lo que muchos esperan: Chile no es hoy lo que era y gobernar no es lo mismo que protestar.

Creo que la gramática democrática se impondrá, la pluralidad de ideas e intereses frenará los ánimos más ardientes, los jóvenes dirigentes no serán tan tontos como para echar al bebé con el agua de la bañera; que el virus populista, en fin, no echará raíces.

Bienvenidos sean entonces los lamentos de las viudas inconsolables, de los perennes decepcionados, de los revolucionarios siempre traicionados: ningún modelo, ninguna vidriera rota. De lo contrario, de querer ser modelos, recogerán vidrios.

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