La columna política de Vicente Massot
La inflación pone en tela de juicio la
continuidad del gobierno
Hubo unanimidad en los análisis respecto de
cuanto aconteció —al menos en el ámbito de la capital federal— el pasado 24 de
marzo. Según todos, en el “día de
Se habló de que unas 40.000 personas formaron
parte de la columna que comenzó a marchar desde la ex–Escuela de Mecánica de
Algo de esto parece preocupar a los miembros
del directorio del FMI que —si bien le dieron luz verde al acuerdo, como era de
esperar— expresaron su preocupación por la situación política del país. Al
tiempo que los funcionarios del organismo, abriendo el paraguas, advirtieron
acerca de los riesgos de incumplimiento que existían y de las dificultades, de
envergadura no menor, que tendría que superar el gobierno kirchnerista en los
dos años que le faltan para completar su gestión, los representantes de los
países decisivos —con asiento en el directorio— hicieron trascender que, al
margen de los aspectos técnicos del asunto, sus dudas están centradas en la
incertidumbre generada por la fragmentación del poder que existe en
El presidente —con esa soltura notable que
acredita a la hora de expresar lo que cualquiera con dos dedos de frente se
guardaría para sí— repitió que él no es un títere de nadie y que el timón se
encuentra firme en sus manos. Dice el refrán que “el hombre solo se jacta de lo
que carece”. No tenía ninguna necesidad de reiterar que es suyo el sillón de
Rivadavia y que a él le pusieron la banda y depositaron el bastón en sus manos
en la ceremonia de asunción del mando, hace ya más de dos años. Alguien debería
recordarle que, malgrado lo que prescriben las normas constitucionales, en el
mundo fáctico el rango no siempre se compadece con el mando. Alberto Fernández
detenta parte del poder y nada más. En ello radica el principal problema que
arrastra su mandato. El cual —dicho sea de paso— no tiene solución a la vista.
Tanto lo sabe aquél que, sin inmutarse por los agravios que recibe de sus
adversarios internos, nunca se olvida de exagerar las reverencias a la hora de
halagar a su vice: “un aplauso para Cristina” pidió en Entre Ríos para
congraciarse con ésta. Ella no se molestó en responderle. Ni falta hacía. Le
contestó el Cuervo Larroque con términos fulminantes.
Como la reconciliación entre ellos resulta
harto improbable y es un secreto a voces de que existen reparticiones enteras
—de la máxima importancia— que reportan de manera directa a la jefa del Senado
y no a Balcarce 50, imaginar que se podrá forjar un plan de crisis para llegar
de pie a las elecciones de 2023, es soñar despiertos. En el horizonte se
recorta, cada vez en forma más clara, cuál será la próxima batalla en donde
dirimirán supremacías las dos formaciones que anidan en el Frente de Todos.
Cuando Martín Guzmán ponga en marcha la suba de las tarifas de los principales
servicios públicos —las del gas y de la electricidad— chocarán los dos planetas
kirchneristas en el momento en que más unidos deberían mostrarse. La certeza de
que la lucha al interior del gobierno no sólo persistirá sino que crecerá sin
solución de continuidad, es algo arraigado dentro y fuera de nuestras
fronteras. Con la particularidad de que todos saben que el empate actual
difícilmente pueda romperse. A diferencia de cuanto aconteció en el menemismo,
en donde era de todos conocido que los celestes y rojos punzó no cesaban de
disputar colinas en el aparato estatal, hoy no hay un jefe ni una dirección
clara de hacia dónde vamos. El riojano dejaba que sus subordinados pelearan a
condición de no sacar los pies del plato. Sin contar con que su autoridad fue
siempre indiscutida. Lo contrario sucede ahora. Hay una suerte de poder
bicéfalo cuyos detentadores chapalean en medio de un pantano.
Más allá de los tires y aflojes de los
oficialistas el principal problema al que no le encuentran solución y que —de
seguir su curso ascendente— puede poner en entredicho la estabilidad del
gobierno es la inflación. Partiendo de la base de que en marzo orillará 6 %, el
cálculo anualizado de los tres primeros meses del año arroja un incremento de
más de 75 %. Frente a semejante panorama, las declaraciones del presidente acerca
de influencias diabólicas y de un fenómeno “autoconstruido” (sic) dan a
entender que ha perdido la brújula. Ni él ni ninguno de sus colaboradores del
área económica tienen la menor idea de cómo encarar el tema. Por lo que
insisten en recetas largamente fallidas. Con estos números, no sólo la elección
de noviembre del 2023 está perdida —que es cuanto da por descontado Cristina
Fernández y el camporismo duro— sino que la propia continuidad de la
administración K no está asegurada.
En la vereda opuesta, si bien las diferencias
internas de Juntos por el Cambio no arrastran —por razones obvias— la
importancia de las gubernamentales, de todas maneras sacan a la luz el hecho de
que obrar de consuno y forjar un programa en el que coincidan sus integrantes
no será empresa fácil. Tienen a su favor que el kirchnerismo los ataca con una
virulencia tal —la acusación de Máximo Kirchner sobre los porteños es una
muestra cabal— que obra el efecto de encolumnarlos al margen de sus matices.
Pero se nota que la unidad no es tan sólida como se pregona. Y es lógico que
así sea en atención a la dispersión ideológica que los caracteriza. A poco de
escuchar los argumentos enhebrados por el gobernador de Jujuy contra las
declaraciones de Mauricio Macri; las definiciones de Martín Lousteau y Martín
Tetaz asumiéndose de centro izquierda; las diferencias entre Ricardo López
Murphy, Hernán Lacunza y Luciano Laspina respecto de Margarita Stolbizer, buena
parte de
Viene a cuento de lo expresado antes esta
definición tajante de uno de los principales colaboradores de Fernando de
Prensa republicana
Director: Nicolás
Márquez
31/3/022
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