La inquietante pregunta de Iván Hirsch
¿Se viene un invierno sin gas? (*)
El
gobierno tuvo que salir a calmar los ánimos ante las alertas que enciende la
incertidumbre sobre el abastecimiento de energía de
cara al invierno que se viene. La portavoz presidencial Gabriela Cerruti
aseguró en conferencia de prensa que no escaseará el gas, luego de que los
industriales reclamaran una racionalización del consumo en los hogares y de que
el inicio de la cosecha gruesa en el campo se topara con faltante de gasoil en
las estaciones de servicio del interior del país.
El
mensaje oficial no tuvo más precisiones que el anuncio de que el ministro
Martín Guzmán y el secretario de Energía Darío Martínez estarían en
negociaciones, cuyos resultados se conocerán en los próximos días. Cerruti
saludó también que este año habría menor necesidad de importación, cuando en
realidad se estima que de 56 buques que arribaron en 2021 pasaríamos a 70 para
cubrir la demanda en 2022. El hecho es que incluso si se mantuviera el número
de embarcaciones el costo de importación puede llegar a los 6.000 millones de
dólares, divisas que el Banco Central no tiene.
Si
los nubarrones negros en torno al abastecimiento de gas ya desmienten el
supuesto éxito que se autoadjudica el gobierno acerca de haber reducido el
déficit energético, en el caso de los combustibles líquidos la deficiencia
oficial es lapidaria.
YPF
volvió a citar a los directivos de las principales petroleras del país para
explorar acuerdos que le permitan satisfacer sus necesidades de crudo para las
refinadoras que nutren el mercado local. Es que con un precio de exportación
que duplica a los de venta en el país, las compañías priorizan los despachos al
exterior y dejan a YPF en la necesidad de importar crudo para satisfacer la
demanda de combustibles, una operación que con los precios internacionales
actuales –disparados por la guerra en Ucrania– se vuelve
imposible de afrontar.
Al
lado de este negocio a costa de las necesidades del país (que se embolsan PAE,
Vista, Tecpetrol, Chevron) aparece otro aspecto clave, que es la huelga de
inversiones. Esta incluye a la propia petrolera “nacional”, cuya extracción de
crudo pesado en el Golfo San Jorge de Chubut se desplomó en los últimos tres
años.
Así
y todo el gobierno insiste en buscar un acuerdo “entre privados”, es decir
entre las petroleras y la empresa de mayoría accionaria estatal, para
abstenerse de intervenir mediante
De
hecho, ya hay alertas por la fijación de cupos a las ventas de gasoil en los
surtidores las estaciones de servicios del interior. Además de a los
particulares, la escasez complica el inicio de la cosecha gruesa. Se calcula
que Argentina debe importar hasta el 30% de su demanda de gasoil, a pesar de
que las plantas refinadoras tienen parte de su parque ocioso. El problema se
agranda por el derrumbe de la producción de biodiésel, porque los pulpos
agroindustriales prefieren dejan sin operar sus plantas de biocombustibles ante
la mayor rentabilidad de destinar la soja a la producción de harinas y aceites
para exportar.
Lo
que anticipa todo esto es que el rumbo de naftazos, que ya escaló al 25% en
apenas dos meses, tenga nuevos episodios. Va de suyo que esto echará
combustible al fuego de la inflación explosiva que estamos
sufriendo, porque repercute con mayores costos en toda la cadena de producción,
logística y comercialización de los artículos de consumo masivo.
La
crisis energética no es entonces un mero resultado del impacto económico de la
guerra en Europa del Este, como busca presentarlo el gobierno. En efecto, quienes
se apropian de la renta petrolera del país están haciendo un negocio fenomenal
con los altos precios internacionales. La salida al laberinto requiere por eso
de la apertura de los libros de toda la industria energética y de la
nacionalización del comercio exterior, como punto de partida para tomar los
resortes económicos en función de satisfacer las necesidades sociales y
productivas del país. Un rumbo opuesto al remate de nuestras riquezas para
pagarle al FMI.
(*) Prensa obrera,
31/3/022
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