Murray N. Rothbard y el manto de la ciencia (1)

 


 

Revista Libertas 22 (Mayo 1995)

Instituto Universitario ESEADE www.eseade.edu.ar

EL MANTO DE LA CIENCIA*

Murray N. Rothbard

Al condenar con justicia el cientificismo en el estudio del hombre, no debemos caer en el error de rechazar también a la ciencia. En caso de que así lo hiciéramos, estaríamos valorando excesivamente el cientificismo y aceptando al pie de la letra su pretensión de ser el único método científico. Si, como creemos, es un método incorrecto, no puede ser auténticamente científico. Después de todo, la palabra ciencia deriva del latín scientia, que significa conocimiento correcto; es más antigua y más sabia que la tentativa positivista-pragmatista de monopolizar el término. El cientificismo es la tentativa, profundamente anticientífica, de transferir en forma acrítica la metodología de las ciencias naturales al estudio de la acción humana. Si bien es cierto que la investigación de ambos campos requiere el uso de la razón -o sea, la identificación de la realidad mediante el entendimiento-, se hace fundamentalmente importante, y con justicia, no desdeñar el atributo decisivo de la acción humana, a saber, que el hombre es el único ser en la naturaleza que posee una conciencia racional. Las piedras, las moléculas, los planetas, no pueden elegir su comportamiento, sino que éste está estricta y mecánicamente determinado. Únicamente los seres humanos poseen libre albedrío y conciencia: puesto que son conscientes pueden, y por cierto deben, elegir su curso de acción. (1) Ignorar este hecho fundamental de la naturaleza del hombre -ignorar su volición, su libre albedrío- es malinterpretar los hechos de la realidad y ser, en consecuencia, profunda y radicalmente anticientífico. La necesidad que el hombre tiene de elegir significa que en cualquier momento dado actúa para realizar algún fin en el futuro inmediato o distante, i.e., que tiene propósitos. Los pasos que da para alcanzar sus fines son sus medios. No posee conocimiento innato de cuáles son esos medios. Por carecer de ese conocimiento ingénito de cómo sobrevivir y prosperar, debe aprender qué fines y medios adoptar y está expuesto a cometer errores, pero sólo su razón puede señalarle las metas y el modo de llegar a ellas. Ya hemos empezado a construir el gran edificio de las verdaderas ciencias humanas; todas ellas se asientan sobre el hecho de la volición del hombre. (2) La ciencia de la praxeología, o economía política, se fundamenta en el hecho formal de que el hombre usa medios para alcanzar fines; la psicología estudia cómo y por qué elige el ser humano los contenidos de sus fines; la tecnología se ocupa de los medios concretos que conducen a diferentes fines; y la ética utiliza todos los datos de las diversas ciencias para guiar al hombre hacia los fines que debería tratar de alcanzar y por ende, a través de la censura, hacia los medios apropiados. Ninguna de estas disciplinas podría tener sentido alguno si se basara en premisas cientificistas.

Si los hombres fueran semejantes a las piedras, si no fuesen seres que tienen propósitos y se esfuerzan por alcanzar fines, no habría economía, ni psicología, ni ética ni tecnología; no habría, pues, ciencias humanas. 1. El problema del libre albedrío Antes de seguir adelante vamos a considerar la validez del libre albedrío, ya que es curioso que el dogma determinista haya sido aceptado tan a menudo como la única posición científica. Y aunque muchos filósofos han demostrado la existencia del libre albedrío, el concepto muy rara vez ha sido aplicado a las "ciencias sociales". En primer lugar, cada ser humano sabe universalmente, por introspección, que hace elecciones. Por mucho que los positivistas y los conductistas se burlen de ello, el conocimiento introspectivo que un hombre consciente posee de que es consciente y actúa es un hecho real. ¿Qué pueden ofrecer, en verdad, los deterministas en contraposición con el hecho de la introspección? No más que una analogía con las ciencias naturales, engañosa y sin valor. Es verdad que todos los seres que carecen de razón son determinados y faltos de propósito, pero aplicar simple y acríticamente el modelo de las ciencias naturales al hombre no sólo es muy inapropiado sino que da origen a un círculo vicioso. ¿Por qué, realmente, aceptamos el determinismo en la naturaleza? La razón por la cual decimos que las cosas están determinadas es que cada una de las cosas existentes debe tener una existencia específica. Por el hecho de tenerla, debe poseer ciertos atributos definidos, definibles y delimitables, i.e., cada cosa debe tener una naturaleza específica. En consecuencia, cada ser debe actuar y comportarse únicamente de acuerdo con su naturaleza, y dos seres cualesquiera sólo pueden interactuar de conformidad con sus respectivas naturalezas. Entonces, las acciones de cada ser son causadas, determinadas, por su naturaleza. (3) Pero, en tanto que la mayoría de las cosas no tienen conciencia, y por ende carecen de objetivos, uno de los atributos esenciales de la naturaleza del hombre es que tiene conciencia y, por ello, sus acciones están autodeterminadas por las elecciones que realiza su mente. La aplicación del determinismo al hombre podría, a lo sumo, programarse para el futuro, ya que después de varios siglos de arrogantes declaraciones ningún determinista pudo presentar algo que se asemeje a una teoría acerca del determinismo de todas las acciones humanas. El primero que formule una teoría deberá soportar la carga de la prueba, sobre todo en cuanto aquélla contradiga las impresiones primarias del hombre.

Indudablemente, por lo menos podemos aconsejar a los deterministas que guarden silencio hasta que puedan proponer sus determinaciones, incluyendo entre éstas, por supuesto, las que determinan por anticipado cada una de nuestras reacciones a su teoría determinista. Pero aún puede decirse mucho más, porque el determinismo, aplicado al hombre, es una tesis que se contradice a sí misma, ya que el hombre que se vale de ella cuenta implícitamente con la existencia del libre albedrío. Si estamos determinados en nuestra creencia en una idea, X, el determinista, está determinado a creer en el determinismo, mientras que Y, que cree en el libre albedrío, también está determinado a profesar su propia doctrina. Puesto que, según el determinismo, la mente humana no es libre para pensar y sacar conclusiones acerca de la realidad, es absurdo que X trate de convencer a Y, o a cualquier otro, de que el determinismo es verdadero. En resumen, el determinista sólo puede difundir sus ideas si confía en que los otros pueden hacer elecciones libres, no determinadas, o sea, si confía en su libre albedrío para aceptar o rechazar ideas. (4) De la misma manera, las diversas clases de deterministas -conductistas, positivistas, marxistas, etc.- pretenden implícitamente estar excluidos de la determinación que afirman sus propios sistemas. (5) Ahora bien, si un hombre no puede sostener una proposición sin valerse de su negación, no sólo queda atrapado en una inextricable antinomia sino que está concediendo a la negación el status de un axioma. (6) Como corolario, esta autocontradicción manifiesta: los deterministas declaran que algún día podrán determinar lo que serán las elecciones y acciones humanas. Pero en sus propios terrenos su conocimiento de esta teoría determinista está a su vez determinado. ¿Cómo pueden aspirar a conocerlo todo si el alcance de su propio conocimiento está en sí mismo determinado y, en consecuencia, delimitado en forma arbitraria? De hecho, si nuestras ideas están determinadas no podemos, en modo alguno, rever libremente nuestros juicios ni conocer la verdad, ni la del determinismo ni ninguna otra. (7) He aquí, pues, que para defender su doctrina el determinista necesita situarse, y situar su teoría, fuera del ámbito que, según pretende, se encuentra universalmente determinado, i.e., debe servirse del libre albedrío.

Esta creencia del determinismo en su negación constituye un ejemplo de una verdad de alcance mucho mayor, a saber, que es antinómico utilizar la razón para negar la validez de la razón como medio para alcanzar el conocimiento. Esta contradicción manifiesta está implícita en opiniones tan en boga como "la razón nos muestra hasta qué punto es insegura la razón", o "cuanto más sabemos, más sabemos lo poco que sabemos". (8) Algunos pueden objetar que el hombre no es realmente libre porque debe obedecer las leyes de la naturaleza. No obstante, al afirmar que el hombre no es libre porque no puede hacer todo aquello que posiblemente puede desear se está confundiendo la libertad con el poder. (9) Pretender definir la "libertad" como el poder de un ente de realizar una acción imposible, de violar su naturaleza, constituye un absurdo evidente. (10) Según argumentan a veces los partidarios del determinismo, las ideas de un hombre están determinadas necesariamente por las ideas de otros, de la "sociedad". Sin embargo, si se les expone la misma idea a A y a B, es posible que A la acepte como válida y B no lo haga. Por lo tanto, cada hombre tiene la libertad de elegir si admitirá o no una idea o un valor. Si bien es cierto que muchos hombres pueden adoptar acríticamente las ideas ajenas, este proceso no es infinitamente regresivo. La idea se originó en algún momento, i.e., no fue tomada de otros sino que alguna mente la concibió en forma independiente y creativa. Esto es lógicamente necesario para cualquier idea dada. En consecuencia, la "sociedad" no dicta las ideas. Supongamos que una persona crece en una sociedad en la cual se cree generalmente que "todos los pelirrojos son malvados"; a medida que se hace mayor, tiene la libertad de reconsiderar el problema y llegar a una conclusión diferente. Si no fuera así, sería imposible cambiar una idea una vez que se la ha aceptado como válida.

Podemos concluir, entonces, que la verdadera ciencia sostiene que la naturaleza física está sujeta al determinismo y el hombre se rige por el libre albedrío; en ambos casos, la razón es la misma: cada cosa debe actuar de acuerdo con su naturaleza específica. Y puesto que los hombres tienen la libertad de adoptar ideas y de influir sobre ellos, los sucesos o los estímulos externos a la mente nunca pueden causar sus ideas; por el contrario, la mente adopta libremente ideas acerca de los sucesos externos. En presencia del mismo estímulo -por ejemplo, una lapicera, un despertador o una ametralladora- un salvaje, un niño y un hombre civilizado reaccionan de maneras totalmente distintas, porque cada mente concibe ideas diferentes sobre el significado y las cualidades de un objeto. (11) Por lo tanto, dejemos de decir que la Gran Depresión de la década del treinta fue la causa de que la gente abrazara el socialismo o el intervencionismo (o que la pobreza es la causa de que la gente adhiera al comunismo). La Depresión existió, y los hombres se sintieron inclinados a pensar en este acontecimiento tan notable; pero el hecho de que hayan considerado que la salida estaba en el socialismo o en un sistema equivalente no fue determinado por el acontecimiento, ya que podrían haber elegido el laissez-faire, el budismo o cualquier otra posible solución. El factor decisivo fue la idea que la gente prefirió adoptar. ¿Qué llevó a la gente a la aceptación de algunas ideas en particular? En lo que respecta a esto, el historiador puede enumerar y considerar varios factores, pero siempre debe detenerse ante algo fundamental, a saber, el libre albedrío. En efecto, sea cual fuere el asunto de que se trate, una persona puede decidir libremente si pensará en el problema en forma independiente o admitirá sin crítica las ideas propuestas por otros. Es indudable que, sobre todo en lo que respecta a cuestiones abstractas, la mayoría opta por adherir a las ideas formuladas por los intelectuales. En la época de la Gran Depresión una multitud de intelectuales acudieron a ofrecer la panacea del estatismo o del socialismo para la cura de la Depresión, pero muy pocos sugirieron el laissez-faire o la monarquía absoluta. Muchas áreas críticas del estudio del hombre quedan esclarecidas cuando se llega a la comprensión de que las ideas, libremente aceptadas, determinan las instituciones sociales, y no a la inversa.

Rousseau y sus numerosos seguidores modernos, que sostienen que el hombre es bueno pero ha sido corrompido por sus instituciones, deben finalmente experimentar turbación cuando se les pregunta quiénes, sino los hombres, crearon esas instituciones. Es posible que la tendencia de muchos intelectuales modernos a admirar al hombre primitivo (y también la vida natural, semejante a la de un niño -sobre todo de un niño educado en forma "progresista"-, del noble salvaje de los mares del sur, etc.) tenga el mismo origen. También se nos ha dicho repetidas veces que las diferencias entre tribus y grupos étnicos muy aislados están "determinadas culturalmente": los miembros de la tribu X son inteligentes y pacíficos debido a su cultura particular; los de la tribu Y son torpes y belicosos a causa de la cultura que les es peculiar. Pero si nos damos cuenta plenamente de que los hombres de cada tribu han creado su propia cultura (a menos que demos por supuesto que fue creada por algún místico deus ex machina), veremos que esta "explicación" popular no es mejor que aquella que explica las propiedades somníferas del opio por su "poder narcótico". En realidad es peor, porque agrega el error del determinismo social. Indudablemente, es preciso destacar que este análisis sobre el libre albedrío y el determinismo es "unilateral" y excluye el hecho alegado de que todo en la vida tiene múltiples causas y es interdependiente. No obstante, no debemos olvidar que el verdadero objetivo de la ciencia es hallar las explicaciones más simples para los fenómenos más complejos. En el caso que nos ocupa, estamos ante el hecho de que las acciones del hombre sólo pueden obedecer, lógicamente, a un supremo soberano: su libre albedrío o alguna causa externa a éste. No existe alternativa, no hay una posición intermedia y, en consecuencia, el eclecticismo en boga entre los eruditos modernos debe rendirse, en este caso, ante la rigurosa realidad de la Ley del Tercero Excluido. Habiendo justificado el libre albedrío, ¿cómo podemos probar la existencia de la propia conciencia? La respuesta es simple: probar significa hacer evidente algo que todavía no lo es.

Sin embargo, algunas proposiciones deben ser ya evidentes para el yo, i.e., incontrovertibles. Como lo hemos señalado, un axioma incontrovertible es una proposición que no se puede contradecir sin servirse del axioma mismo para hacerla. Y la existencia de la conciencia no sólo es evidente para todos nosotros a través de la introspección directa sino que es un axioma fundamental, porque el mismo acto de dudar de la conciencia debe ser realizado por la conciencia. (12) Por lo tanto, el conductista que desprecia la conciencia y prefiere los datos "objetivos" del laboratorio debe confiar en la conciencia de sus colegas del laboratorio para que le comuniquen esos datos. La negación de la existencia de la conciencia y de la voluntad individuales constituye el fundamento sobre el cual se asienta el cientificismo. (13) Se expresa en dos formas principales: la aplicación a los hombres individuales de analogías mecánicas provenientes de las ciencias naturales y la aplicación de analogías organicistas a entidades colectivas ficticias como la "sociedad". En este último caso se atribuyen conciencia y voluntad no a los individuos sino a algún ente orgánico colectivo del cual el individuo no es más que una célula determinada. Ambos métodos son facetas del rechazo de la conciencia individual. 2. Las falsas analogías mecánicas del cientificismo El método cientificista aplicado al estudio del hombre consiste casi completamente en la elaboración de analogías de las ciencias naturales. Veamos a continuación algunas de las analogías mecanicistas más comunes. El hombre como servomecanismo. Así como Bertrand Russell, uno de los líderes del cientificismo, invierte la realidad al atribuir determinismo al hombre y libre albedrío a las partículas físicas, en los últimos tiempos se ha puesto de moda la afirmación de que las máquinas modernas "piensan", mientras que el hombre no es más que una máquina más compleja, o "servomecanismo". (14) Pero al decir esto se pasa por alto el hecho de que las máquinas, cualquiera que sea su complejidad, son simplemente instrumentos creados por el hombre para alcanzar sus propósitos y sus metas; sus acciones han sido preestablecidas por sus creadores, y no pueden actuar de otro modo ni fijar súbitamente nuevos objetivos y obrar en consecuencia. En última instancia, no pueden hacerla porque no tienen vida y, por lo tanto, carecen de conciencia. Por otra parte, si los hombres son máquinas los deterministas, además de enfrentar la crítica que acabamos de exponer, deben responder a la pregunta de quién creó a los hombres, y con qué fin, que resulta bastante embarazosa para los materialistas. (15)

La ingeniería social. Este término implica que los hombres no son diferentes de las piedras u otros objetos físicos, y por ende pueden ser diseñados y remodelados por los ingenieros "sociales" de la misma manera que los objetos. Rex Tugwell escribió en su famoso poema, durante los días florecientes del New Deal: He recogido mis herramientas y mis planos, He dado término a mis planes y veo que son prácticos. Ahora, manos a la obra y reconstruyamos América. Ante esto uno se pregunta si sus admirados lectores se considerarían incluidos entre los ingenieros directores o entre la materia prima con la que se "reconstruiría" América. (16) La construcción de modelos. La economía y, en los últimos tiempos, las ciencias políticas se han visto invadidas por una plaga consistente en la "construcción de modelos". (17) Ya no se elaboran teorías, sino que se "construyen" modelos de la sociedad y de la economía. Pero nadie parece advertir la peculiar inadecuación del concepto. En el ámbito de la ingeniería un modelo es una réplica exacta, en miniatura (i.e., en proporción cuantitativamente exacta), de las relaciones existentes en una estructura dada en el mundo real; pero los "modelos" de la economía y de la teoría política son simplemente unas pocas ecuaciones y conceptos que, a lo sumo, sólo pueden aproximarse a algunas de las numerosas relaciones que se dan en la economía o en la sociedad. La medición. El original lema de la Sociedad Econométrica es éste: "La ciencia es medición". Este ideal fue tomado sin cambio alguno de las ciencias naturales. Las frenéticas e inútiles tentativas de la psicología y de la economía en lo que respecta a medir magnitudes psíquicas intensivas serían abandonadas si los científicos se dieran cuenta de que el concepto mismo de medición implica la necesidad de una unidad objetiva extensa que sirva como medida. Y puesto que en la conciencia las magnitudes son necesariamente intensivas, no son pasibles de medición. (18) El método matemático. El uso actual de la medición en las ciencias sociales y en la filosofía no es la única transferencia ilegítima desde la física; también lo es el uso de la matemática en general. En primer lugar, una ecuación matemática implica la existencia de cantidades que pueden ser igualadas, y esto a su vez implica que hay una unidad de medida para estas cantidades. En segundo lugar, las relaciones matemáticas son funcionales, i.e., las variables son interdependientes y la identificación de la variable causal depende de cuál de ellas se considera dada y cuál cambia. Esta metodología es adecuada para las ciencias naturales, en las cuales las entidades no proveen por sí mismas las causas de sus acciones, sino que están determinadas por leyes cuantitativas de su naturaleza y de la de las entidades que interactúan con ellas, leyes que deben descubrirse.

En la acción humana, en cambio, la causa es la elección realizada libremente por la conciencia humana, y esa causa genera ciertos efectos. Por lo tanto, resulta inapropiado aquí el concepto matemático de "función" interdependiente. En verdad, el propio concepto de "variable", que tan a menudo se usa en econométrica, carece de legitimidad, porque la física sólo puede enunciar leyes descubriendo constantes. El concepto de "variable" únicamente tiene sentido si existen algunas cosas que no son variables, sino constantes. No obstante, en la acción humana el libre albedrío impide la existencia de cualquier constante cuantitativa (incluso la de las unidades de medición constantes). Todas las tentativas de descubrir tales constantes (como la estricta teoría cuantitativa del dinero o la "función de consumo" keynesiana) estuvieron esencialmente condenadas al fracaso. Por último, la aplicación de elementos de la economía matemática, tales como el cálculo, es absolutamente inadecuada cuando se trata de la acción humana porque el cálculo presupone la continuidad, la sucesión de pasos infinitamente pequeños; si bien estos conceptos pueden describir en forma legítima el camino completamente determinado que recorre una partícula física, inducen a serios errores cuando se los emplea en relación con la acción voluntaria de un ser humano, ya que ésta sólo puede ocurrir en pasos discretos, no infinitamente pequeños sino lo bastante grandes como para que la conciencia humana los perciba. Por ende, el supuesto de continuidad en el que se basa el cálculo no puede aplicarse al estudio del hombre.

*Extraído de: Helmut Schoeck y James W. Wiggins (comps.), Scientism and Values. D. Van Nostrand Company, Inc.. New York, 1960. Permiso concedido para traducir y publicar en Libertas.

1 La acción humana, por lo tanto, no puede prescindir de una causa; en cada momento dado el hombre debe elegir, aunque los contenidos de su elección estén autodeterminados.

2 Las ciencias cuyo objeto es el funcionamiento de los órganos autónomos del hombre –fisiología, anatomía, etc.- pueden incluirse entre las ciencias naturales porque no están basadas en la voluntad humana, si bien aun aquí la medicina psicosomática traza definidas relaciones causales que surgen de las elecciones hechas por el hombre.

3 Véase Andrew G. Van Melsen. The Philosophy of Nature, Duquesne University Press. Pittsburgh, 1953, pp. 208 ss., 235 ss. Así como en lo que respecta al hombre debe sostenerse la existencia del libre albedrío, en lo que se refiere a la naturaleza se debe afirmar el imperio del determinismo. Véase en Ludwig von Mises, Theory and History, Yale University Press. New Haven, 1957, pp. 87-92, y en Albert H. Hobbs, Social Problems and Scientism, The Stackpole Company, Harrisburg, 1953. pp. 220-232, una crítica de la engañosa concepción, recientemente expuesta y basada en el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, según la cual las partículas atómicas y subatómicas tienen "libre albedrío".

4 “Aun los polémicos trabajos de los propios mecanicistas parecen estar dirigidos a lectores dotados de capacidad de elección. Dicho de otro modo, el determinista que intenta convencer a otros de la verdad de su doctrina debe escribir como si él mismo y sus lectores, por lo menos, fueran capaces de hacer elecciones libres, mientras que todo el resto de la humanidad está sujeto a la determinación mecanicista de su pensamiento y su conducta” Francis L. Harmon, Principles of Psychology, The Bruce Publishing Company, Milwaukee, 1938, p. 497 y pp. 493-499. Véase también Joseph D. Hassett, S. J., Robert A. Mitchell, S. J. y Donald Monan. S. J., The Philosophy of Human Knowing, The Newman Press, Westminster, Md.. 1953. pp. 71-72.

5 Véase Mises. op. cit., pp. 258-260; y Mises, Human Action, Yale University Press, New Haven, 1949, pp. 74 ss.

6 Por eso Phillips llama a este atributo de un axioma "un principio de boomerang [...] porque aunque lo rechacemos, vuelve a nosotros", e ilustra esto mostrando que una tentativa de negar el principio aristotélico de no contradicción termina forzosamente dándolo por sentado. R. P. Phillips, Moderm Thomistic Philosophy, The Newman Bookshop. Westminster. Md.. 1934-35, II, 36-37. Véase también John J. Toohey, S. J., Notes on Epistemology, Georgetown University. Washington D.C., 1952, passim, y Murray N. Rolhbard, "In Defense of Extreme Apriorism", Southern Economic Journal (enero de 1957): 318.

7 Phillips, haciendo una crítica al determinismo, escribió; "¿A qué propósitos [...] podría servir el consejo si fuéramos incapaces de rever un juicio que nos hubiéramos formado para así actuar de manera diferente de lo que previamente nos propusiéramos hacerlo?" Phillips, op. cit.. I. 282. En los trabajos siguientes se hace especial hincapié sobre la libertad de pensar, de emplear el razonamiento: Robert L. Humphrey, "Human Nature in American Thought", Political Science Quarterly (junio de 1954): 269; J. F. Leibell (comp.), Readings in Ethics, Loyola University Press, Chicago, 1926. pp. 90, 103. 109; Robert Edward Brennan, O, P., Thomistic Psychology. The Macmillan Company, New York. 1941. pp. 221-222; Van Melsen, op. cit.. pp. 235-236; y Mises, Theory and History, pp. 177- 179,

8 "El hombre se enreda en una contradicción cuando usa su raciocinio para probar que no se puede confiar en ese raciocinio." Toohey, op. cit., p. 29. Véase también Phillips, op. cit., II, 16; y Frank Thilly, A History of Philosophy, Henry Holt and Co., New York, 1914, p. 26.

9 Véase F. A. Hayek, The Road to Serfdom, University of Chicago Press, Chicago.1944, p. 26

10 John G. Vance, "Freedom", citado en Leibell, op. cit., pp. 98-100. Véase también Van Melsen, op. cit., p. 236, y Michael Maher, Psychology, citado en Leibell, op. cit., p.90.

11 Así, véase C. I. Lewis, Mind and the World Order, Dover PubJications, 1956, pp. 49-51.

12 Véase Hassett, Mitchell y Monan, op. cit., pp. 33-35. Véase también Phillips, op. cit., I. 50-51: Toohey, op. cit. pp. 5, 36, 101, 107-108; y Thilly, op. cit., p. 363.

13 El profesor Strausz-Hupé también trata este tema en su trabajo presentado en este simposio.

14 Véase Mises, Theoy and History. p. 92.

15 "Una máquina es un dispositivo fabricado por el hombre. Por ser la realización de un diseño, funciona precisamente de acuerdo con el plan establecido por sus autores. El producto de su operación no surge de algo inherente a ella sino que responde a la finalidad que su constructor deseó alcanzar mediante su construcción. No es la máquina la que crea y produce, sino su constructor y operador. Atribuirle cualquier tipo de actividad propia equivale a caer en el antropomorfismo y en el animismo. La máquina [...] no se mueve: es el hombre quien la pone en movimiento." Ibíd.. pp. 94-95

16 Véase ibíd., pp. 249-250.

17 Acerca de este punto y de otros mencionados en este trabajo deseo expresar mi reconocimiento al profesor Ludwig von Mises y a su desarrollo de la ciencia de la praxeología. Véase Ludwig von Mises. "Comment about the Mathematical Treatment of Economic Problems", Studium Generale, vol. VI, N° 2, 1953: Mises, Human Action, passim; y Mises, Theory and History, pp. 240-263. El economista clásico inglés Nassau Senior sentó las bases de la praxeología como método. Lamentablemente, en su debate metodológico con el positivista John Stuart Mill, la posición de éste fue mucho mejor conocida que la de Nassau. Véase Marion Bowley, Nassau Senior and Classical Economics, Augustus M. Kelley, New York, 1949, cap. I. especialmente pp. 64-65.

18 Puede encontrarse una crítica de las recientes tentativas de idear una nueva teoría acerca de la medición de las magnitudes intensivas en Murray N. Rothbard, “Toward a Reconstruction of Utility and Welfare Economics", en M. Sennholz (comp.), On Freedom and Free Enterprise, Essays in Honor of Ludwig von Mises, Van Nostrand, Princeton, 1956, pp. 241-243.

 

 

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