Murray N. Rothbard y el manto de la ciencia (2)

 


 

Revista Libertas 22 (Mayo 1995)

Instituto Universitario ESEADE www.eseade.edu.ar

EL MANTO DE LA CIENCIA

Murray N. Rothbard

Hay otras metáforas que han sido trasplantadas enteramente, y en forma errónea, de la física, entre ellas las siguientes: "equilibrio", "elasticidad", "estática y dinámica", "velocidad de circulación" y "fricción". En física, el equilibrio es el estado en el cual permanece una cosa, pero en economía o en política jamás puede haber un estado de equilibrio semejante; únicamente existe una tendencia en esa dirección. Más aun, el término "equilibrio" tiene connotaciones emocionales y, de este modo, no hubo más que un paso hasta la perniciosa concepción de que el equilibrio no sólo era posible sino que constituía el ideal, el modelo para todas las instituciones existentes. Pero el hombre, por su propia naturaleza, debe estar siempre en acción, por lo cual le es imposible mantenerse en equilibrio; en consecuencia, como el ideal es imposible, es también inapropiado. El concepto de "fricción" se usa de manera similar. Algunos economistas, por ejemplo, presuponen que el hombre posee "conocimiento perfecto", que los factores productivos tienen "movilidad perfecta", etc.; de esta manera, hacen a un lado con absoluta ligereza todas las dificultades que surgen al tratar de aplicar estas absurdas nociones al mundo real y las consideran simples problemas de "fricción", como lo hace la física al introducir el concepto de fricción en su sistema "perfecto". Según esto, el patrón, el ideal, sería la omnisciencia, que, siendo la naturaleza humana como es, no existe. 3. Las falsas analogías organicistas del cientificismo Las analogías organicistas atribuyen conciencia, u otras cualidades orgánicas, a "conjuntos sociales" que no son, realmente, otra cosa que rótulos que se aplican a las interrelaciones entre los individuos. (19) Así como en las metáforas mecanicistas los individuos son subsumidos y determinados, aquí se los considera apenas como células carentes de raciocinio que forman parte de una especie de organismo social. En la actualidad, pocas personas afirmarían categóricamente que "la sociedad es un organismo", pero la mayoría de los teóricos sociales adhieren a doctrinas que implican precisamente esto; así lo demuestran frases como éstas: "La sociedad determina los valores de los individuos que la componen"; o "La cultura determina las acciones de los individuos"; o "Las acciones de un individuo están determinadas por el rol que desempeña en el grupo al cual pertenece", etc. También son endémicos conceptos tales como el "bien público", el "bien común", el "bienestar social", etc.

Todas estas concepciones tienen como fundamento la premisa implícita de que en alguna parte existe una entidad orgánica, dotada de vida propia, a la que se conoce como "la sociedad", "el grupo", "el público", "la comunidad", que sustenta valores y persigue fines. Estas abstracciones no sólo se consideran como entes vivos sino que se les atribuye una existencia más fundamental que la de los simples individuos y, por cierto, "sus" metas tienen prioridad respecto de las de éstos. Irónicamente, los que se autoproclaman apóstoles de la "ciencia" profesan el cabal misticismo de atribuir existencia real a estas entidades ideales. (20) Por ende, deben descartarse conceptos tales como "bien público", "bienestar general", etc., por ser totalmente anticientíficos, y si alguien encarece la prioridad del "bien público" con respecto al bien individual, debemos preguntarle: ¿Quién es el "público" en este caso? Recordemos que durante la década del treinta se popularizó un slogan que justificaba la deuda pública en estos términos: "Nosotros solamente nos lo debemos a nosotros mismos"; pero era muy diferente, para cada hombre, pertenecer al "nosotros" o al "nosotros mismos". (21) Se comete una falacia similar cuando se considera al mercado como "impersonal", y esto lo hacen tanto los partidarios de la economía de mercado como sus detractores. Así, la gente se queja a menudo de que el mercado es demasiado "impersonal" porque no les asegura una mayor participación en la generalidad de los bienes, pero al hacerla olvidan que no es un ser vivo que toma decisiones buenas o malas, sino solamente el nombre con que se designa a los individuos y a sus interacciones voluntarias. Si A piensa que el "mercado impersonal" no le paga lo suficiente, lo que en realidad quiere decir es que los individuos B, C y D no desean pagarle tanto como él querría recibir. El "mercado" está constituido por los individuos en acción. De igual modo, si B considera que el "mercado" no le paga lo suficiente a A, tiene la plena libertad de intervenir y suplir la diferencia, sin que se lo impida ningún monstruo llamado "mercado". Las discusiones acerca del comercio internacional proporcionan un ejemplo del uso generalizado de la falacia organicista. ¿Cuántas veces, durante la era del patrón oro, se oyó el clamor de que "Inglaterra", "Francia", o algún otro país, estaba en peligro mortal porque "perdía oro"? Lo que en realidad sucedía era que los ingleses o los franceses embarcaban voluntariamente remesas de oro a países de ultramar y de este modo los bancos de sus respectivos países se encontraban en la imperiosa necesidad de cumplir obligaciones (de hacer pagos en oro) que posiblemente no podían afrontar. El uso de metáforas organicistas transformaba un grave problema bancario en una vaga crisis nacional por la cual cada ciudadano tenía parte de responsabilidad. (22).

Hasta aquí hemos analizado los conceptos organicistas que presuponen la existencia de una conciencia ficticia en una entidad colectiva. Hay muchos otros ejemplos de analogías biológicas engañosas en las ciencias que se ocupan del hombre. Por ejemplo, muy a menudo se habla de naciones "jóvenes" y "viejas", como si un norteamericano de veinte años fuera, de algún modo, "más joven" que un francés de la misma edad. Se dice que hay "economías maduras", como si una economía pudiera crecer rápidamente y así "madurar". El concepto corriente de una "economía en crecimiento" presupone que cada economía, al igual que un organismo vivo, está destinada a "crecer" de una manera predeterminada y con una velocidad definida. (Los que así piensan pasan por alto el hecho de que muchas economías "crecen" hacia atrás.) Edith T. Penrose ha hecho notar que todas estas analogías constituyen intentos de negar la voluntad y la conciencia individuales. Dice, con referencia a las analogías con la biología cuando se las aplica a las firmas comerciales: [...] cuando aparecen en la economía analogías con las ciencias biológicas, están tomadas casi exclusivamente de aquel aspecto de la biología que tiene que ver con la conducta inmotivada de los organismos. [...] Así ocurre en el caso de la analogía con el ciclo vital. No hay razón alguna para pensar que el patrón de crecimiento de un organismo biológico es deseado por el propio organismo. Por otra parte, tenemos todas las razones para pensar que el crecimiento de una empresa es algo que desean todos aquellos que toman las decisiones en ella [. . .] y esto queda comprobado por el hecho de que nadie puede describir el desarrollo de una empresa dada [. . .] excepto en función de las decisiones tomadas por los individuos. (23) 4. Axiomas y deducción En el estudio del hombre el axioma fundamental es, entonces, la existencia de la conciencia individual, y ya hemos visto las múltiples formas en que el cientificismo trata de rechazar o evitar este axioma. El hombre no es omnisciente, y por lo tanto debe aprender. Siempre debe adoptar ideas y actuar de acuerdo con ellas, eligiendo sus fines y los medios para alcanzados. Sobre este simple axioma fundamental puede erigirse un gran edificio deductivo. El profesor von Mises ya ha hecho esto en relación con la economía política, que ha incluido en la ciencia de la praxeología, la cual se ocupa del hecho formal universal de que todos los hombres usan medios para alcanzar los fines que han elegido, sin profundizar en los procesos de las elecciones concretas ni en la justificación de éstas. Mises ha demostrado que toda la estructura del pensamiento económico puede deducirse de este axioma (con la ayuda de unos pocos axiomas auxiliares). (24) El axioma fundamental y los otros son, por su propia naturaleza, cualitativos, de lo que se desprende que las proposiciones que se deducen de ellos mediante las leyes de la lógica también lo son.

Por ende, las leyes de la acción humana son cualitativas y, de hecho, se ve claramente que el libre albedrío excluye las leyes cuantitativas. Con lo cual podemos exponer la ley económica absoluta de que, ante una demanda dada, el aumento en la oferta de un bien hará bajar su precio; pero si intentáramos determinar con la misma generalidad cuánto va a disminuir el precio dado un aumento definido en la oferta, nos encontraríamos ante el obstáculo infranqueable del libre albedrío, por el cual los distintos individuos hacen valoraciones diferentes. Es innecesario decir que en las últimas décadas el método axiomático-deductivo ha sido muy desprestigiado en todas las disciplinas excepto en la matemática y en la lógica formal, e incluso en ellas se presupone a menudo que los axiomas constituyen una simple convención más que una verdad absoluta. En los numerosos debates que registra la historia de la filosofía y del método científico el ataque a la anticuada argumentación basada en los principios incontrovertibles se ha llevado a cabo de manera casi ritual, y con muy pocas excepciones. Con todo, los discípulos del cientificismo presuponen implícitamente como incontrovertible no aquello que no se puede contradecir sino simplemente que la metodología de las ciencias naturales es la única verdaderamente científica. Esta metodología consiste, en síntesis, en observar los hechos, enunciar hipótesis más generales que expliquen esos hechos y probarlas mediante la verificación experimental de otras deducciones extraídas a partir de ellas. Pero este método sólo es aplicable en las ciencias naturales, en las cuales se parte del conocimiento de datos mediante la percepción externa y se trata de descubrir, con la mayor exactitud posible, las leyes que rigen el comportamiento de las entidades percibidas. Si bien no podemos conocer esas leyes directamente, podemos verificadas realizando experimentos de laboratorio controlados para probar las proposiciones que se deducen de ellas. En estos experimentos podemos hacer variar uno de los factores pertinentes, manteniendo constantes todos los demás. No obstante, el proceso de acumular conocimientos en estas ciencias es siempre bastante inconsistente y, como ya ha ocurrido, a medida que nos elevamos a un nivel de abstracción cada vez mayor, aumentan las posibilidades de hallar otra explicación que se ajuste más a los hechos observados y que, en consecuencia, sustituya a la antigua teoría. Por otra parte, el estudio de la acción humana requiere el procedimiento opuesto. Aquí comenzamos con los axiomas fundamentales; sabemos que los hombres son los agentes causales y que las ideas que sustentan por su propia y libre voluntad son las que van a regir sus acciones.

En consecuencia, partimos del pleno conocimiento de los axiomas abstractos, y sobre ellos construimos una teoría por deducción lógica, introduciendo algunos axiomas auxiliares para limitar los alcances del estudio a las aplicaciones concretas que nos interesan. Además, al estudiar al hombre la existencia del libre albedrío nos impide llevar a cabo experimentos controlados, dado que las ideas y las valoraciones de las personas están en permanente proceso de cambio, por lo cual nada puede considerarse como constante. En consecuencia, el método axiomático-deductivo constituye la metodología teórica apropiada en lo que respecta al estudio del hombre. Las leyes que se deducen mediante este método están fundamentadas de manera más firme que las de las ciencias naturales, y no menos, ya que, sabiendo directamente que las causas últimas son verdaderas, se sigue que sus consecuencias también lo serán. Una de las razones del odio que los cientificistas profesan al método axiomático-deductivo es histórica. El doctor E. C. Harwood, infatigable defensor del método pragmático en la economía y en las ciencias sociales, critica así a von Mises: El doctor von Mises, tal como lo hacían los griegos, menosprecia el cambio. "A la praxeología no le interesa el contenido cambiante de la acción, sino su forma pura y su estructura categórica." El hombre ha librado una larga lucha en pos de un conocimiento cada vez mayor, y considerando esto nadie podría criticar a Aristóteles por haber sustentado un punto de vista semejante dos mil años atrás; pero, después de todo, fue dos mil años atrás; sin duda los economistas están en condiciones de hacer algo mejor que buscar luz para su disciplina en un faro extinguido en el siglo XVII por la revolución de Galileo. (25) Prescindiendo de la habitual oposición pragmatista a las leyes apodícticas de la lógica, esta cita entraña un mito típicamente historiográfico. En la descripción histórica del noble Galileo enfrentado a la Iglesia anticientífica, el origen de la verdad se encuentra, en gran parte, en dos importantes errores de Aristóteles: a) él pensaba que los entes físicos actuaban teleológicamente y en consecuencia eran, hasta cierto punto, agentes causales; b) necesariamente, no conocía el método experimental, que todavía no había sido desarrollado, y por lo tanto consideraba que el método axiomático-deductivo-cualitativo era el único apropiado, tanto para las ciencias naturales como para las ciencias humanas. En el siglo XVIII, con la exaltación de las leyes cuantitativas y los métodos de laboratorio, la metodología aristotélica fue rechazada, de manera parcialmente justificada, en las ciencias naturales; pero lamentablemente, Aristóteles también fue expulsado del ámbito de las ciencias humanas. (26)

Esta es la verdad, sin mencionar el hecho de que los escolásticos de la Edad Media fueron, a la luz de los hallazgos históricos, los precursores de las ciencias naturales experimentales, y no sus enemigos oscurantistas. (27) El siguiente es un ejemplo de una ley concreta deducida de nuestro axioma fundamental: Como toda acción está determinada por la elección del actor, cualquier acto particular demuestra la preferencia de una persona por esta acción. De esto se deduce que si A y B se ponen de acuerdo voluntariamente para realizar un intercambio (sea éste material o espiritual), ambas partes lo hacen porque esperan obtener un beneficio. (28) 5. La ciencia y los valores: la ética arbitraria Después de haber analizado el enfoque científico correcto del estudio del hombre, comparándolo con el punto de vista cientificista, podemos considerar brevemente la milenaria cuestión de la relación entre la ciencia y los valores. A partir de Max Weber ha predominado en las ciencias sociales, por lo menos de jure, la posición Wertfreiheit: la ciencia no debe hacer juicios de valor sino limitarse a los juicios de hecho, puesto que los fines últimos pueden ser solamente una cuestión de pura preferencia personal no sujeta a la argumentación racional. La clásica concepción filosófica de que es posible una ética racional (i.e., una ética "científica", en sentido amplio) ha sido descartada en gran medida. Como consecuencia de ello, ya excluida la posibilidad de una ética racional como disciplina separada, los críticos de la Wertfreiheit se han dedicado a introducir de contrabando juicios éticos arbitrarios ad hoc por la puerta trasera de cada una de las ciencias humanas. Lo que se estila es preservar la fachada de la Wertfreiheit al mismo tiempo que se adoptan casualmente juicios de valor, no por propia decisión del científico sino en forma consensual con los valores de otros. El científico permanece supuestamente neutral y hace suyos los valores de la mayor parte de la sociedad, en lugar de elegir sus propios fines y las valoraciones acordes con ellos. En síntesis, hoy en día la manifestación de los propios valores se considera una actitud prejuiciosa y "poco objetiva", mientras que la adopción de los slogans de otros sin crítica alguna es el non plus ultra de la "objetividad". La objetividad científica ha dejado de ser la búsqueda de la verdad hasta las últimas consecuencias para convertirse en el sometimiento a otras subjetividades menos informadas. (29)

La actitud de que los juicios de valor son incontrovertiblemente correctos porque "la gente" los sustenta está muy difundida en las ciencias sociales. Con frecuencia los científicos sociales sostienen que no son otra cosa que técnicos que aconsejan a sus clientes -el público- cómo alcanzar sus fines, cualesquiera que éstos sean, creyendo que así pueden asumir una posición valorativa sin comprometer realmente sus propios valores. He aquí un ejemplo extraído de un reciente libro de texto de finanzas públicas (área en la cual los expertos en ciencias económicas enfrentan permanentemente problemas de carácter ético): La actual justificación del principio de idoneidad (entre los economistas) es simplemente el hecho de que [...] esté de acuerdo con el consenso de las actitudes respecto de la equidad en la distribución del ingreso real y de los gravámenes impositivos. Las cuestiones relacionadas con la equidad entrañan siempre juicios de valor, y las estructuras tributarias deben evaluarse, desde el punto de vista de la equidad, sólo en función de su relativa conformidad con el pensamiento unánime de la sociedad con respecto a la equidad. (30) No obstante, el científico no puede eludir con esto la formulación de sus propios juicios de valor. Si un hombre, con pleno conocimiento de causa, asesora a una banda de criminales sobre la mejor manera de violar una caja de caudales, está de acuerdo implícitamente con el fin que se persigue, a saber, violar una caja de caudales. Es cómplice y encubridor del hecho delictivo. Un economista que instruye al público acerca del método más eficiente para alcanzar la igualdad económica suscribe el fin de la igualdad económica. El economista que aconseja al Sistema de la Reserva Federal sobre la manera más expeditiva de manejar la economía adhiere a la existencia del sistema y de sus objetivos de estabilización. El experto en ciencias políticas que brinda asesoramiento a un departamento gubernamental con respecto a la reorganización de su personal para lograr una mayor eficiencia (o una menor ineficiencia) respalda la existencia de ese departamento y considera que su gestión debe tener éxito.

Para convencernos de eso, consideremos cuál sería el curso de acción correcto para un economista que se opusiera a la existencia del Sistema de la Reserva Federal o para un experto en ciencias políticas que propugnase la liquidación de ese departamento gubernamental. ¿No estaría traicionando sus principios al contribuir a la mayor eficiencia de aquello que rechaza? ¿No sería más adecuado negarse a prestar su ayuda o, tal vez, tratar de promover su ineficiencia (como lo expresa la clásica observación de un gran industrial norteamericano con referencia a la corrupción gubernamental: "Demos gracias a Dios por no conseguir tanto gobierno como el que estamos costeando")? Es preciso darse cuenta de que la autenticidad o la legitimidad de los valores no dependen de la cantidad de personas que los sustentan, y de que su popularidad no los hace incontrovertibles. En las ciencias económicas hay numerosos ejemplos de valores arbitrarios introducidos subrepticiamente en obras cuyos autores jamás pensaron en realizar un análisis sobre problemas éticos o en proponer un sistema ético. La virtud de la igualdad, tal como lo hemos señalado, simplemente se da por sentada sin justificación, y se la establece no mediante la percepción sensorial de la realidad o demostrando que su negación es antinómica -los legítimos criterios de evidencia- sino presuponiendo que cualquiera que no esté de acuerdo es un bribón. La imposición de cargas tributarias es un ámbito en el cual florecen los valores arbitrarios, y podemos ilustrar esto mediante el análisis de la más sacralizada y, seguramente, la más "sensata" de todas las éticas tributarias; nos referimos a los célebres preceptos de Adam Smith acerca de la "justicia" en el reparto de contribuciones. (31) Desde que fueron enunciados, esos preceptos han sido considerados como verdades indudables e incontrovertibles en casi todas las obras que se ocupan de las finanzas públicas.

Consideremos, por ejemplo, el precepto según el cual los costos de recaudación de cualquier impuesto deben reducirse al mínimo. ¿Es esto lo bastante obvio como para incluido en el tratado más wertfrei? De ningún modo, porque no debemos pasar por alto el punto de vista de los recaudadores de impuestos, quienes opinarán que los costos administrativos de la tributación deben ser altos, sencillamente porque esto significa que así habrá mayores oportunidades de obtener empleo en la burocracia gubernamental. ¿Sobre qué bases podríamos afirmar que el burócrata está "equivocado" o es "injusto"? Por cierto, no se ha propuesto un sistema ético. Además, si el tributo se considera perjudicial por otras razones, los que se oponen a su aplicación pueden preferir que los gastos administrativos sean altos porque de esa manera es más improbable que sea recaudado en su totalidad, y así resultará menos gravoso. Veamos otro de los preceptos de Adam Smith, tan obvio como el anterior, a saber, que un impuesto sea recaudado de modo que resulte conveniente pagado. Tampoco esto es incontrovertible. Aquellos que están en contra de la aplicación de un impuesto pueden desear que se lo haga deliberadamente inconveniente, de modo que la gente rehúse pagarlo. He aquí otro ejemplo: que el impuesto sea cierto y no arbitrario, de manera que los contribuyentes sepan que tienen la obligación de pagarlo. Pero también en este caso el análisis ulterior plantea muchos problemas, dado que algunos pueden argumentar que la incertidumbre beneficia positivamente a los contribuyentes porque hace que los requerimientos sean más flexibles, lo que aumenta las posibilidades de sobornar al recaudador. Según otra máxima popular, un impuesto debe estar concebido de tal manera que la evasión resulte difícil. No obstante, si un impuesto se considera injusto puede ser muy beneficioso evadirlo, económica y moralmente. Con estas críticas no hemos tenido el propósito de defender los altos costos de la recaudación de contribuciones, los impuestos inconvenientes, el cohecho o la evasión, sino mostrar que aun las aserciones más trilladas acerca de los juicios éticos en economía carecen totalmente de legitimidad. Y son tan ilegítimas para quienes creen en la Wertfreiheit como para los que admiten la posibilidad de una ética racional, porque tales juicios éticos ad hoc violan los preceptos de ambas escuelas de pensamiento. No son wertfrei ni se basan en ningún análisis sistemático. 6. Conclusión. Individualismo vs. colectivismo en el estudio del hombre Al examinar los atributos de la verdadera ciencia del hombre, opuesta al cientificismo, vemos que existe entre ambos una delimitación clara y definida. La auténtica ciencia del hombre se basa en la existencia de seres humanos individuales, en la vida y en la conciencia individuales. Los que profesan el cientificismo (predominante en los tiempos modernos) siempre cierran filas en contra de la existencia significativa de los individuos: los biólogos niegan la existencia de la vida, los psicólogos niegan la conciencia, los economistas niegan la economía y los teóricos de las ciencias políticas niegan la filosofía política. Afirman, en cambio, la existencia y la primacía de totalidades sociales: la "sociedad", la "colectividad", el "grupo", la "nación". Sostienen que el individuo no debe sustentar valores propios, sino que debe hacer suyos los de la "sociedad". Para la verdadera ciencia del hombre el individuo tiene una importancia central, tanto en el aspecto epistemológico como en el ético; en cambio, los partidarios del cientificismo no pierden oportunidad de denigrar al individuo y sumido en la colectividad, que es lo más importante para ellos. En vista de epistemologías tan radicalmente contrastantes, no puede considerarse una coincidencia que las opiniones políticas en ambos campos tiendan a ser, respectivamente, individualistas y colectivistas.

19 Acerca de la falacia del realismo conceptual (o ultrarrealismo platónico) que esto implica, y acerca de la necesidad del individualismo metodológico, véase F. A. Hayek, The Counter-Revolution of Science, The Free Press, Glencoe, Illinois, 1952. y Mises, Human Action, pp. 41 ss. y 45 ss.

20 Por lo tanto, debemos decir, como Frank Chodorov, que "la sociedad son las personas". Frank Chodorov, Society are People, Intercollegiate Society of Individualists, Philadelphia. s. f. En Mises, Theory and History, pp. 250 ss., puede encontrarse una crítica de la mística de la "sociedad".

21 Véase el delicioso ensayo de Frank Chodorov. "We Lose It to Ourselves", análisis, junio de 1950, p. 3.

22 También en los asuntos de política exterior prevalece el uso erróneo de metáforas. Veamos lo que dice Parker Thomas Moon, Imperialism and World Politics, The Macmillan Company, New York, 1930.

23 Edith Tilton Penrose, "Biological Analogies in the Theory of the Firm", American Economic Review (diciembre de 1952): 808.

58: "Al usar el término 'Francia', se piensa en Francia como en una unidad, una entidad. Cuando [...] decimos 'Francia envió sus tropas para conquistar Túnez', no sólo atribuimos unidad al país, sino también personalidad. Las palabras encubren la realidad de los hechos y transforman las relaciones internacionales en un drama fascinante cuyos personajes son las naciones personalizadas, y es muy fácil olvidar que los verdaderos actores son hombres y mujeres de carne y hueso [...] si no hubiera palabras tales como 'Francia' [...] podríamos describir más correctamente la expedición a Túnez, por ejemplo, así: 'Unos pocos entre [...] treinta y ocho millones de personas enviaron a otras treinta mil a conquistar Túnez'. Al expresar el hecho de esta manera surge inmediatamente un interrogante, o más bien una serie de interrogantes. ¿Quiénes son los 'pocos'? ¿Por qué mandaron a los otros treinta mil a Túnez? ¿Y por qué obedecieron éstos? No son las naciones las que erigen los imperios, sino los hombres. El problema consiste en descubrir a los hombres, las minorías activas en cada nación que tienen intereses concretos y se benefician directamente con el imperialismo, y a partir de allí analizar las razones por las cuales las mayorías pagan los costos y libran las guerras [...]".

23 Edith Tilton Penrose, "Biological Analogies in the Theory of the Firm", American Economic Review (diciembre de 1952): 808.

24 Véase al respecto su obra Human Action. Para una defensa de su método, véase Rothbard. "In Defense of 'Extreme Apriorism"', loc. cit., pp. 314-320: y Rothbard, "Praxeology: Reply to Mr. Schuller", American Economic Review (diciembre de 1951): 943-946.

25 E. C. Harwood, Reconstruction of Economics, American Institute for Economic Research, Great Barrington, Mass., 1955, p. 39. Acerca de este y otros ejemplos de cientificismo, véase Leland B. Yeager, "Measurement as Scientific Method in Economics", American Journal of Economics and Sociology, Julio de 1957): 104-106. Yeager concluye sabiamente: "El antropomorfismo, justamente menospreciado por las ciencias naturales como una metafísica precientífica, se justifica en la economía, porque la economía se ocupa de la acción humana".

26 Véase Van Melsen, op. cit., pp. 54-58, 1-16.

27 Schumpeter dice: "La ciencia escolástica de la Edad Media contiene el germen de la ciencia laica del Renacimiento". Fray Roger Bacon y Peter de Maricourt emplearon notablemente el método experimental en el siglo XIII; el sistema heliocéntrico tuvo su origen dentro de la Iglesia (Cusano era cardenal y Copérnico, canonista); los monjes benedictinos llevaban la delantera en el desarrollo de la ingeniería medieval. Véase Joseph A. Schumpeter, History of Economic Analysis, Oxford University Press, New York, 1954, pp. 81 ss.: y Lynn White, Jr., "Dynamo and Virgin Reconsidered", The American Scholar (primavera de 1958): 183-212.

28 Véase en Rothbard, “Toward a Reconstruction of Utility and Welfare Economics", loc. cit., p. 228, una refutación de la acusación de que se trata de un argumento circular.

29 "Cuando [los científicos prácticos] recuerdan sus votos de objetividad, hacen que otras personas formulen sus juicios por ellos." Anthony Standen, Science is a Sacred Cow, E. P. Dutton and Co., New York, 1958, p. 165.

30 John F. Due, Government Finance, Richard D. Irwin, Homewood, III.,1954, p. 122.

31 Adam Smith, The Wealth of Nations, Modern Library, New York, 1937. pp. 777-779.

 

 

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