La columna de economía de Claudio Scaletta
Los riesgos del salto al vacío
Puede ser tranquilizador pensar que Javier Milei es
solamente un marginal construido a fuerza de miles de horas en los medios de
comunicación con el objetivo de correr la agenda a la derecha. O que se trata
del emergente de un momento puntual, como puede haber sido el de Francisco de
Narváez ganándole las elecciones nada menos que a Néstor Kirchner. También es
tranquilizador creer que solamente es la expresión de la bronca con un sistema
que no resuelve algunos de los problemas básicos del Estado y,
fundamentalmente, que no resuelve la inestabilidad macroeconómica, la inflación
agotadora. Según la burbuja en la que el lector se meta encontrará distintas
interpretaciones para explicar a un personaje que realmente asusta, no porque
constituya en sí mismo una poderosa fuente del mal, sino porque es la expresión
latente de un posible salto al vacío. Los planetas podrían alinearse de modo
tal que la sociedad argentina se autoinflija otro daño absolutamente
innecesario ¿o alguien en su sano juicio cree que Milei podría gobernar?
Es probable, adicionalmente, que todas las explicaciones
sobre el fenómeno tengan algún componente de verdad, hasta las más lejanas,
como la analogía con el resurgimiento de las ultraderechas en todo el mundo o
el hartazgo con el elitismo del progresismo moralista, del wokismo californiano
trasplantado a Palermo. Sin embargo, también es probable que no se esté
considerando otra burbuja de análisis, muy diferente a las de la clase social o
el nivel educativo: la burbuja etaria. Cuando en su exposición en
Una mayoría importante de los votantes de 2023 sólo
recuerdan el “tercer kirchnerismo”, al macrismo y al actual gobierno del Frente de Todos. Y
otra mayoría dentro de la mayoría, tampoco distingue mucho los matices. No
todos son politizados, como seguramente lo son la casi totalidad de los
lectores de estas líneas. La memoria “política” del universo de los “jóvenes”,
entonces, llega a la etapa de la guerra de los medios contra el kirchnerismo,
cuando comenzaban a deteriorarse los indicadores de la economía y a subir la
inflación. Incluye la posterior debacle macrista tras la “primavera” de los
primeros dos años y vive el actual gobierno con pandemia, guerra, internas y otro
salto inflacionario. Difícilmente se los pueda asustar con la crisis de
2001-2002, o se los pueda conmover con los logros de la etapa 2003-2011.
Luego está la realidad que ya fue contada, se trata de una
población que no está necesariamente en contra del Estado, pero que siente que
el Estado le da servicios de seguridad, salud y educación deficientes. De una
población que no es antipolítica, pero que observa a una clase dirigente, a
ambos lados del espectro, embarcada en una interna permanente, pero sobre todo
que no le ofrece un “relato” dentro del cual sentirse contenidos. Como señala
el analista José Natanson, la apuesta por Milei no es mera antipolítica,
sino la demanda
de un “shock” que sacuda todo lo que se ve, que sacuda a
la (mal llamada) “casta” política y a un Estado que sienten que no brinda
respuestas. Y sobre todo que sacuda a la inflación y a los precios. No importa
que en realidad Milei carezca de una solución real a estos problemas, sus
potenciales votantes tienen más claro lo que ya no quieren que lo que quieren.
El fenómeno Milei es sobre todo un fenómeno de déficit de
representación de la política tradicional.
Entre las fuerzas del Frente de Todos, mientras tanto
y con algunos años de retraso, comienza a hablarse de la necesidad de consensuar
un plan de gobierno, algo que no se consideró indispensable en 2019, cuando el
objetivo fue primero ganar. Quizá se pensó que alcanzaba con copiar el esquema
anterior a 2015 sin hacer autocrítica y sin incorporar la explicación de los
cambios económicos vividos a partir de la segunda década del siglo. El objetivo
no pareció ser “volver mejores”, sino sólo “volver”. Y además “volver” sin una
guía clara de conducción de la misma diversidad que había generado las rupturas
internas de 2013, cuando lo que sería el massismo salió del gobierno, y de
2015, cuando no faltaron quienes le corrieron el cuerpo a la campaña
presidencial de Daniel Scioli. Todo esto se dice fácil con el diario del lunes,
pero quizá fue la misma diversidad, de entonces y del presente, la que limitó
en 2019 consensuar un plan previo. Lo bueno es que finalmente se hable de la
necesidad de tener un programa con miras al futuro y para reenamorar a los
votantes en fuga, algo que el adversario no sólo tiene siempre listo, sino que
“vía Melconián-Fundación Mediterránea”, hasta con los cuadros clave agazapados
para tomar el aparato de Estado y firmar 3000 resoluciones en el primer mes de
gobierno.
El problema es qué viene primero, el plan que vuelva
a enamorar y ofrezca soluciones y un proyecto de país o el liderazgo, el plan o
el candidato.
Pero más allá de la posibilidad del actual
oficialismo de rearmarse a tiempo, el fenómeno Milei señala una suma de datos
nuevos. El principal es que existe una porción de la población que quiere otra
cosa, que anhela un shock disruptivo. Son muchas las transformaciones ocurridas
en la última década en el mundo del trabajo como para creer que son suficientes
las promesas de regreso a un pasado glorioso que no se recuerda. Los más
politizados detectan que, más allá del trato que se dispensen en el presente,
al final del camino Milei y el Macrismo-radicalismo terminarán jugando en el
mismo equipo. Los menos politizados, los que no votan marcadamente por
ideología, son los que solamente quieren algo distinto, son lo que explican que
el apoyo a Milei haya comenzado a crecer entre muchos que en 2019 votaron al
Frente de Todos. Quizá por eso
El Destape
30/4/023
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