El recuerdo histórico de Matías Bauso
A 40 años de Alfonsín en Ferro:
el
paro sorpresivo, una campaña
épica y la emoción del rezo laico
Hace 40 años, en
el barrio porteño de Caballito, se llenó una cancha de fútbol. Algo bastante
frecuente, en especial en esos años en los que el equipo de Griguol obtuvo dos
títulos y peleó varios campeonatos. Pero esa noche del 30 de septiembre de 1983
no había fútbol en Ferro. Era un acto político de uno de los candidatos a la
presidencia, Raúl Alfonsín. En un año muy especial: “La vida
cotidiana de millones de personas estuvo atravesada por la inflación, la falta
de trabajo y el hambre. Las movilizaciones sociales, las ollas populares y las
penurias marcaron aquel 1983, pero también lo marcaron las expectativas de
recuperar las libertades, de sentir que el autoritarismo se iba terminando, de
asistir a actos políticos y recitales, de leer y escuchar periodistas antes
prohibidos, imaginar un nuevo comienzo”, escribe la historiadora Marina Franco
en su reciente libro 1983.
Muchos creían que
el radicalismo volvería a perder ante el peronismo. Así lo decían algunas de
las encuestas publicadas. Y esa era la percepción que sobrevolaba en muchos.
Pero ese 30 de septiembre algo cambió. Fue uno de los picos de
esa campaña. La manifestación clara de que se estaba generando algo diferente.
La citación era a
las 19 horas. Hubo un breve corto televisivo con la convocatoria y algunas
piezas gráficas. En el spot de apenas 14 segundos, se anuncia que hablarán
Fernando De
Los radicales
realizaron una gran campaña electoral en términos de comunicación y marketing:
moderna, novedosa, atenta. Su gran artífice fue el publicista David
Ratto. Afiches, piezas radiales, publicidades televisivas. Desde el
inicio de los movimientos proselitistas, la comunicación de Alfonsín se
distinguió. Durante la campaña de afiliaciones, la publicidad que ocupó una
página entera en los principales diarios del país decía en letras bien grandes,
visibles: Afíliese a la esperanza. Y el texto en fuente más pequeña
agregaba: Afíliese. Para participar, proponer, avalar, determinar. Para
tener la posibilidad de elegir. Y de ser elegido. Si usted no interviene, otros
lo harán por usted. A esa altura no parecía, no se sabía, que el triunfo
comunicacional sería tan contundente, tan parecido a una paliza. El peronismo,
todavía sin candidato proclamado, aunque todos supusieran que sería Ítalo Luder,
contratacó con una gran pieza; un afiche sencillo, peor diseñado visualmente,
pero de una claridad meridiana: 3.200.000 afiliados. El Pueblo ya
votó. La contundencia de los números, de la masa. La ilusión de que el
peronismo unido era invencible.
Después llegó
otro que daba vuelta un lugar común de época: la salida electoral. Decía: Más
que una salida electoral, una entrada a la vida”. De eso a los
grafitis de Somos
A eso hay que
sumarle más de 30 avisos televisivos durante la campaña, decenas de afiches,
publicidades en los diarios, slogans acertados (Ahora, Alfonsín; El Hombre
que hace falta), las 100 medidas que se llevarían a cabo durante el posible
gobierno, el saludo con las dos manos entrelazadas por encima del hombre, el
estreno de
Pablo Gerchunoff
en su magnífico Raúl Alfonsín. El Planisferio Invertido dice:
“El talento comunicacional era difícil de igualar. Alfonsín se conectaba
con los otros. Eso no era inspiración momentánea, era algo que
traía consigo. Era candidato de pueblos, candidato de ciudades, candidato
electrónico. Y en cada caso encontraba el tono justo. Sabía mirar a los ojos en
una conversación, pero además tenía el raro don de mirar a los ojos por
televisión. Los espectadores sentados en sus sillones sentían que Alfonsín los
miraba a los ojos”.
Alfonsín era expansivo, se acercaba a la gente, se movía con potencia y no temía mostrarse. Recorrió tres veces el país durante la campaña. Lúder era hierático, con un tono monótono, poco enérgico. En sus palcos la gente y el desorden desbordaban. En los actos radicales, en su turno frente al micrófono, casi siempre Alfonsín estaba solo. El estólido candidato peronista no transmitía en emoción en sus palabras: utilizaba fórmulas viejas, apelaba con recurrencia al pasado (a algunas partes del pasado) y siempre terminaba en Perón. Alfonsín desde el estrado le respondía: “Si el que va a ganar es Perón ¿Quién va a gobernar Argentina?”.
Hace unas semanas
en una entrevista con Infobae, el fotógrafo Dani Yako contó que fue destinado
por su agencia de noticias a seguir a Alfonsín durante su campaña. El otro
fotógrafo, más veterano y con opción a elegir su destino, optó por acompañar a
Lúder; “Yo juego a ganador” le dijo a Yako. Sobre los recorridos por pueblos y
ciudades, Dani Yako contó: “Había una rutina casi fija en cada pueblo al que
llegábamos: recorrida por la ciudad, visita a fábricas, escuelas, a barrios
pobres, conferencia de prensa al mediodía, almuerzo, siesta, que
para Alfonsín era sagrada, y a la noche el gran acto”.
Los sindicalistas
tendrían protagonismo en la campaña y, en especial, en el acto de Ferro. Habían
sido fundamentales para que sus asociados, sus trabajadores, se afiliaran al
Partido Justicialista. Después llegó la denuncia de Alfonsín del Pacto
Sindical-Militar, aunque morigeró la denuncia aclarando que no atacaba a
las instituciones, ni a los militares ni a los sindicatos; pero que en el nuevo
tiempo debían ser modernos, honestos y subsumirse a
René Azar era el
secretario general de
Las fotos del día
siguiente son elocuentes. Las calles estuvieron colapsadas de tránsito. Todo el
mundo salió con el auto o aprovechó el de un familiar, un vecino. Circularon
también varios colectivos de línea. Muchos gerentes y propietarios se subieron
a sus unidades y prestaron servicio.
Los que pensaban
asistir, lo hicieron igual. Fueron caminando desde todos los puntos de Capital.
Los que intentaron sabotearlo no tuvieron en cuenta un factor: Caballito es el
centro geográfico de la ciudad, lo que favorecía la posibilidad de llegar a
pie.
Para
contrarrestar el paro de transporte, el partido y su rama “joven”
Los organizadores
montaron una especie de vip en el Estadio Etchart, el gimnasio techado, en el
que se jugaba al básquet. Y abrieron una de las tribunas y las dos plateas
laterales. Dos horas antes de la hora en la que estaba programada el primer
discurso tuvieron que abrir el campo de juego. La gente se amontonó hasta de
manera peligrosa. Muchos se pusieron detrás del escenario: también ese sector
se colmó. Hasta que en un momento ya no hubo más lugar. Varios miles se
quedaron sobre la calle Avellaneda escuchando desde afuera a su candidato.
Matías Méndez y
Rodrigo Estévez Andrade acaban de publicar Ahora Alfonsín, un
detallado libro sobre la campaña de Alfonsín. Entre muchos otros detalles,
reflexiones y hallazgos, en su trabajo rescataron los cánticos de la gente
durante el 30 de septiembre. Se acordaron de quien fue el armador del paro,
Lorenzo Miguel: “O-lé-lé O-lá-lá Lorenzo es milico, milico de verdad”. También
gritaban ante la evidencia del estadio rebalsado: “¿El paro dónde está? ¿El
paro dónde está? ¿Dóoonde está el paro, dónde está?”. El gran hit, sin embargo,
fue un homenaje a Alberto Castillo: “Siga siga siga el baile, al compás del
tamboril, que vamos a ser gobierno, de la mano de Alfonsín”.
Susana Terroba
estuvo, junto a su marido y su hermana, esa tarde en la cancha de Ferro:
“Fuimos en auto hasta el barrio de Flores. Ahí nos encontramos con mi hermana,
dejamos el auto en un garaje, y caminamos treinta cuadras hasta Ferro. Pese a
que no eran todavía las 6 de la tarde en la calle Avellaneda había una
multitud. Nos sorprendió mucho. Fuimos de los últimos que logramos entrar a la
platea de cemento. El campo de juego se fue poblando. Cuando empezó a hablar
Alfonsín, los del césped estaban muy apretados. La salida fue una fiesta. La
gente salía cantando hacia Rivadavia. Así por cuadras. Estábamos
esperanzados”.
En 1983,
el excelente libro de Germán Ferrari sobre la transición, se recoge el
testimonio de Juan Manuel Casella sobre lo ocurrido esa noche: “La gente lo
arrastraba a uno. No era que el dirigente estaba a la cabeza y estaba el
dirigente detrás. La gente llevaba al dirigente. Ese día caminaban por Caballito.
Me quedé en la calle viéndolos. Y cuando quise entrar no pude. Ya no había
espacio. Y me quedé afuera con mi mujer y unos amigos escuchando los discursos.
Me fui convencido de que la cosa iba en serio”.
Mario Baizán,
periodista que cubría la campaña para un diario vinculado al peronismo, le
contó a Oscar Conde: “Mis amigos peronistas recién descubren el problema en el
acto de Ferro. A mí no me sorprendió un carajo. Se acaba el mito de que
la calle era peronista. Ahí les recordé lo que yo ya había percibido:
‘Viste que venía en serio’”.
Algunos no
pensaban lo mismo. En el mismo momento en que Alfonsín empezaba a hablar, los
repartidores dejaban en todos los kioscos de Buenos Aires la edición de esa
semana de la revista Somos, el semanario político de Editorial Atlántida. La
tapa de ese número estaba ocupada por un primer plano del candidato del
justicialismo. Y bien grande decía: “Gana Luder”.
La fórmula
Lúder-Bittel respondió más de 15 días después con un Vélez repleto. Llenaron el
estadio de Liniers el 17 de octubre. Las pintadas posteriores
decían: Vélez 5- Ferro 1, porque la concurrencia
había sido mucho mayor. Pero el problema del peronismo era que aunque después
duplicara la concurrencia (como ocurrió con los actos de la 9 de Julio) siempre
iba detrás del radicalismo. La iniciativa la tenía Alfonsín. Era también el que
entendía las necesidades de la gente. “El discurso de Alfonsín en pos de la
democracia como horizonte y refundación de la vida política, caló profundamente
en una cultura que se asumió cansada de la violencia y los “desórdenes” del
pasado” escribe Marina Franco.
Los otros
oradores del acto fueron Jorge Gómez, presidente del Comité Capital de
El discurso duró
una hora y diez minutos. A cuarenta años de distancia sigue deslumbrando la
capacidad oratoria de Alfonsín. La contundencia, la convicción (que reforzaba
con el dedo extendido y enérgico), la elocuencia, la articulación perfecta de
las ideas. A diferencia de otros políticos, nunca perdía el hilo ni tampoco se
dejaba seducir por las formas alambicadas, por las construcciones pomposas y
afectadas. Otra particularidad que, definitivamente, se ha perdido: nunca
hablaba en primera persona del singular. Nunca. Utilizaba la primera
persona pero del plural. Lo que venía era una tarea colectiva, en la
que todos debían estar incluidos. Nosotros, decía. Tampoco atacaba
personalmente a sus rivales. Hasta intentaba seducir al peronista desencantado.
En un tramo del discurso habla de antecesores radicales (Alem, Yrigoyen,
Balbín, Illia), socialistas (Justo, Palacios) y también peronistas (Perón y
Eva).
Apenas empezó a
hablar se detuvo y pidió que tuvieron cuidado con los fotógrafos que estaban
haciendo equilibrio al borde del escenario, en una peligrosa cornisa. Después,
cada tanto interrumpía sus palabras y pedía “un médico a la derecha”, “un
médico a la izquierda”. Y luego retomaba sin dificultad su razonamiento. Esas
intervenciones que después fueron aprovechadas hasta el hartazgo por sus
imitadores, generaron empatía inmediata en la gente. Estos gestos
fueron interpretados como que Alfonsín los miraba, estaba pendiente de
ellos, que registraba lo que pasaba frente a él.
El discurso habló
del pasado y también del futuro. Tuvo algunos momentos que quedaron grabados.
Generó confianza y no le mintió a la gente con fórmulas demagógicas: “No va a
ser fácil. Nos va a costar”, dice antes de la célebre fórmula y uno de los ejes
de campaña: “Con
Una semana antes,
Bignone había dado a conocer la llamada Autoamnistía. Alfonsín dijo que no la
iban a aceptar pero que la venganza no iba a regir. En Ferro habló por primera
vez y con extrema claridad sobre los tres niveles de responsabilidad, la idea
que durante su gobierno guio los juzgamientos a los responsables del terrorismo
de estado: “No vamos a aceptar la autoamnistía, vamos a declarar su nulidad;
pero tampoco vamos a ir hacia atrás, mirando con sentido de venganza; no
construiremos el futuro del país de esta manera [...] Lo que queremos es que
algunos pocos no se cubran la retirada con el miedo. Aquí hay distintas
responsabilidades: hay una responsabilidad de quienes tomaron la decisión de
actuar como se hizo; hay una responsabilidad distinta de quienes en definitiva
cometieron excesos en la represión. Y hay otras distintas también de quienes no
hicieron otra cosa que, en un marco de extrema confusión, cumplir órdenes”.
El final tuvo
tintes épicos. Una vez más el preámbulo de
Mientras preparaba esta nota, me subí a un taxi. En mis manos llevaba el libro de Pablo Gerchunoff y la biografía escrita por Oscar Muiño. El taxista era un hombre de casi 70 años. Se llama Jorge. Me preguntó por los libros, por qué los estaba leyendo. Cuando le conté, me dijo que él había estado ahí esa noche y también, tres semanas después, en la 9 de Julio, en el cierre de campaña: “Fueron los actos más emocionantes en los que participé en mi vida. Porque eso hice: participé. Alfonsín te hacía sentir parte. Al otro día estaba afónico de lo que había gritado y de acompañar hasta quedarme sin voz el preámbulo en el cierre del discurso”.
Para ese momento
ya se sabía que el final del discurso sería el preámbulo de
Cuenta Germán
Ferrari que una jornada en San Carlos de Bariloche, Alfonsín estaba engripado y
con mucha fiebre. Los que estaban alrededor le pidieron que suspendiera el
acto. El de Chascomús se negó. Le pidieron entonces que dejara hablar al
cordobés Víctor Martínez –buen orador como buen radical de comité, aunque más
débil y sereno en su discurso, sin demasiado brillo- y que él sólo saludara.
Tampoco aceptó la sugerencia. Como último recurso le pidieron a Martínez que
intentara convencerlo. El candidato a vicepresidente era conocido por su buen
humor. Se acercó a Alfonsín y le dijo: “Está bien Raúl, hablá. Pero hoy
hacelo cagar rápido al león ese”.
Esa noche de hace
40 años, todavía con la música del preámbulo de
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