El proyecto de la casta y la respuesta de los trabajadores
y el pueblo
El Destape
31/12/023
Los tiempos políticos argentinos han sufrido una fuerte
aceleración. Milei ha decidido seguir la línea que
sostiene Macri. Cuando Vargas Llosa le preguntó al multimillonario cómo sería
un nuevo período de gobierno suyo, dijo “lo mismo que el anterior pero más
rápido”. No pudo ser su presidencia, pero le quedó una importante influencia en
la política neoconservadora argentina, lo que grafica de modo muy claro el poder del dinero y de las influencias que éste habilita en la
suerte de determinadas jugadas políticas. Para pensar: la potencia
de la fortuna y las influencias empresarias del ex presidente le facilitaron la
obtención de un lugar visiblemente importante en esta etapa política del
país, pero no le alcanzaron en la batalla política ideológica que
sostuvo contra Riquelme y que terminó en una imagen lastimosa para Macri.
El “segundo tiempo” de Macri se puso en marcha, aunque en
condiciones muy diferentes a las que él suponía y a las que hubiera deseado. Se
interpuso la vertical caída de su propia intención de voto y la vertiginosa
carrera política de Milei. Averiguar quién de los dos es el que ha determinado
el rumbo de lo que estamos viviendo podría tener cierta importancia, pero
relativa. Porque la política une o separa a sus personajes sobre la base de
condiciones que no siempre dependen del proyecto ideal o de la ambición
personal que los anima. Es cierto que Macri y Milei
pertenecen por igual a la “casta” de los representantes de los intereses
estratégicos de Estados Unidos en la Argentina; pero eso no lo explica
todo: bien podría ser que la consecuencia de esa “coincidencia” fuera una pelea
a muerte por la condición de “primus inter pares” del colonialismo en la Argentina. Y no puede
descartarse que en algún momento esa pelea estalle. Pero los dos saben que hoy
se necesitan mutuamente: el pragmatismo neocolonial y favorable a los más
poderosos de la Argentina
los une, sin embargo la ambición de poder personal es un reflejo
condicionado de la casta con el que hay que contar.
Lo cierto es que asistimos a un cambio de velocidad de la
política: pocos días después de una elección que produjo un giro intenso e
imprevisible en la vida política del país ya hay una nueva configuración de la
lucha política o, por lo menos, una insinuación de ese cambio. Hay dos
realidades que ayer no existían: una es el lanzamiento de un programa
“institucional” del gobierno de Milei que, en la práctica tiene el huevo de la
serpiente de un cambio de régimen político en el país. Es interesante la
diferencia: cuando Macri asumió en 2015 también se encaminó hacia un cambio de
régimen; pero lo hizo esquivando el abordaje frontal de la transformación. No
hubo en ese momento un avasallamiento frontal del Congreso; el camino fue el
reforzamiento del rol sistémico de la Corte Suprema a favor del desquicio institucional.
Hoy de lo que se trata es de imponer una nueva constitución
de facto. El decreto de necesidad y urgencia y los proyectos de ley
enviados al Congreso son, de modo muy ostensible, un intento de cambio de
régimen político en Argentina. Un cambio que comporta la derogación de facto de
uno de los pilares de la carta magna liberal aprobada en 1853. El artículo 29
de la constitución aún vigente dice que la atribución de la suma de facultades
extraordinarias y la suma del poder público al poder ejecutivo nacional llevan
consigo una nulidad insanable y sujetarán a los que la
formulen, consientan o firmen a la responsabilidad y pena de los infames
traidores a la patria. ¿Tiene vigencia ese artículo de la
constitución? ¿Ha sido derogado de facto? Sería muy interesante una
intervención de la Corte
suprema al respecto.
El atropello del ejecutivo a la Constitución es,
desde ya, una cuestión política grave. Pero la cuestión principal es la
dinámica política que desata. No será en las sedes judiciales (exclusivamente)
donde se defina la crisis institucional en la cual está entrando visiblemente
el país. La decisión de amplios y diversos sectores sindicales de enfrentar en
la calle el engendro anticonstitucional es un hecho de extraordinaria
importancia. Estamos en las vísperas de un choque entre la
voluntad del gobierno de imponer un proyecto económico a medida de los sectores
más concentrados y parasitarios de la Argentina y la iniciativa del movimiento obrero
-a la que se sumará, con seguridad, un amplio espacio social popular agredido
por la prepotencia del gobierno y los grupos económicos por él protegidos. Es,
además un momento muy oportuno para abrir y profundizar la discusión sobre el
rol del movimiento obrero organizado en la vida político-institucional del
país. El aparato de propaganda hegemónico viene trabajando desde hace décadas
en el objetivo de situar a los sindicatos en el lugar del mal absoluto. Se ha
logrado estigmatizar a sus dirigentes y, por esa vía, abrir paso a una ofensiva
que modifique la vida política y social a favor de la absoluta impunidad de los
poderosos. Se critican los sesgos burocráticos, personalistas y
antidemocráticas de los sindicatos, como si las cámaras
empresarias fueran ejemplares en las prácticas de las democracias y la “circulación
de las élites”. Claro que hay que impulsar a fondo la democracia
sindical, facilitar el surgimiento y desarrollo de nuevas camadas de
dirigentes, castigar prácticas mafiosas y contrarias a los intereses de los
trabajadores. Pero, ¿cuál es la autoridad de los
dirigentes empresarios de los medios de comunicación, de los grandes monopolios
que manipulan los precios y el abastecimiento como modo de agrandar
sistemáticamente sus tasas de ganancias?
El hecho es que vamos a una jornada de lucha contra el atropello
de los grandes empresarios protegidos por el gobierno de Milei y de Macri. Es
una noticia de extraordinaria importancia en términos no solamente de los
intereses de un sector sino de los del conjunto de la población. Se rompió el
monopolio de la iniciativa política. Ya no es solamente la voz
desaforada y enfermiza del presidente la que construye la agenda política. Reaparece
la Argentina
histórica. La Argentina
de los ciudadanos pacíficos y respetuosos de la ley frente a la ofensiva
autoritaria de los poderosos. Aparece más claro que el problema argentino no
son las formas de lucha de los pobres que protestan. El problema principal son
los poderosos que atropellan. Los que escriben protocolos para evitar que las
protestas sociales ocupen las calles y al mismo tiempo garantizan impunidad a
los que están intentando diseñar una Argentina distinta de sus tradiciones
igualitarias y humanistas. No es la primera vez que se intenta este rumbo. Fue
el objetivo de la dictadura cívico-militar. El del giro neoliberal de los años
noventa. El del “reformismo permanente” de Macri que se perdió en el olvido.
Frenar el abuso antidemocrático es el primer paso. Y empieza
bien. Porque empieza con un rol iniciático y central de los trabajadores y sus
sindicatos.
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