La columna política de Carlos Pagni
La elección del enemigo equivocado
25 de
abril de 2024
La llegada de Javier Milei al poder se produjo en un contexto de desazón emocional que
registra pocos antecedentes en la vida de la sociedad argentina. Los analistas
de opinión pública que durante la campaña electoral registraron ese fenómeno se
sorprendieron por su profundidad. Ciudadanos atemorizados por la falta de
una perspectiva de futuro. Padres y madres con la mortificación de no poder
ofrecer a sus hijos satisfacciones mínimas. Empleados formales sometidos al
vértigo del descenso a la informalidad o a la pobreza. La repetición de una
frase: “Esto ya no es vida”. Y la
apuesta a un cambio radical, aunque signifique un salto hacia lo desconocido.
Así adquirió Milei su significado.
Ese
paisaje se fue configurando por muchos motivos. Pero hubo un factor principal.
El deterioro acelerado de la clase media. Muchísimos excluidos del sistema sufren una percepción
singular: se sienten expulsados. Es
decir, creen tener un derecho legítimo a vivir en condiciones que la
economía ya no les facilita. El deterioro se manifiesta en una evidencia
dolorosa: viven existencias más modestas
que las de sus padres. Y sospechan que sus hijos estarán todavía peor.
Esta
inercia hacia el subsuelo se aceleró en los últimos meses, como consecuencia
del descalabro de la economía que provocaron Alberto Fernández y su equipo. Martín González-Rozada consignó en su último
estudio publicado por
Esa capacidad especial para interpretar el sentimiento colectivo y
dotarlo de una representación política es la que vuelve más enigmática la
dificultad del Presidente para interpretar la movilización que se produjo este
martes en defensa de la universidad
pública. Para esas familias que vieron reducidos sus
ingresos, que debieron sacar a sus hijos de un colegio bilingüe para mandarlos
a uno parroquial, o del parroquial al público, que se vieron obligadas a
reducir su cobertura médica porque no pueden solventar el plan que les ofrecía
la prepaga, la obtención de un título universitario es vista como la única
salida para mejorar el porvenir. La única vía disponible para que sus hijos
reviertan la caída en espiral.
Dicho de
otro modo: el impulso que llevó a
esas decenas de miles de jóvenes a salir a la calle es el mismo impulso que
llevó a muchos argentinos a votar a Milei. Por eso
es llamativo que el candidato que recorrió el país en 2023 no se haya visto en
el espejo de esa muchedumbre de estudiantes, la mayor parte muy modestos,
desprovistos de consignas partidarias, que regresaban pacíficos, en pequeños
grupos, hacia sus barrios, durante el anochecer del martes.
Esos
chicos fueron movidos por un sueño de progreso. El mismo
sueño que a muchos de ellos los conectó con la figura de Milei, con la
expectativa de ver que se puede doblegar la fatalidad de la decadencia. Ese
sueño es un sueño antiguo, que distinguió la existencia moderna de
Daniel Schteingart graficó el incremento de estudiantes terciarios desde
1970 hasta 2021. Fue desde 275.000, el 1,2% de la población, hasta 3,7
millones, el 8,1% de la población. El gran
salto se produjo a mediados de los 90 y tiene que ver con la creación de nuevas
universidades, sobre todo en el conurbano bonaerense. Si no se advierte esta
transformación en cámara lenta, es muy difícil que se comprenda lo que pasó
anteayer.
La
reacción de Milei fue muy rudimentaria. Se quejó por ser malinterpretado.
Aseguró que no quiere cerrar las universidades. Es verdad. Nunca dijo tener ese
propósito. Pero él debería saber, mucho más que nadie, que el discurso político
se constituye cada vez menos sobre afirmaciones rigurosas. Por
ejemplo, cuando el candidato Milei prometía que la víctima principal de su
draconiana motosierra sería la maldita casta, no anticipaba lo que al fin y al
cabo sucedió: que el 35% de la reducción interanual real del gasto primario lo
iban a soportar los jubilados. Milei quería decir que, a diferencia de sus
contrincantes, él no tendría inhibiciones para afectar a la dirigencia
política. Como decía Chesterton, “la exageración es el microscopio de los
hechos”.
Ahora al Presidente le dieron a probar de la misma simplificación. La
consigna de la movilización fue que la existencia de la universidad pública
está siendo amenazada por su gobierno. Lo que sucede es otra cosa. Según datos
del economista Javier Curcio, si se proyecta el crecimiento que se presume para
todo el año, e incorporando la última actualización de partidas, el programa de
Desarrollo de Educación Superior, con el que se financian 50 universidades,
será en 2024 el 0,22% del PBI. En 2018 fue de 0,81%; en 2019 de 0,69%; en 2020
de 0,76%; en 2021 de 0,68% y en 2023 de 0,73%. Un detalle curioso: para
desafiar muchos prejuicios, quien en los últimos años financió a las
universidades con mayor generosidad fue Mauricio Macri.
Las
estadísticas de Curcio no demuestran un cierre. Pero sí una estrangulación. Ese proceso hace juego con los
recursos destinados a
Ninguna de
estas cifras autoriza a hablar, en sentido estricto, de la clausura de las
universidades. Pero el torniquete fiscal que soportan se inscribe sobre un
telón de fondo que vuelve verosímil la amenaza. Por ejemplo, Milei ha confesado
en varias oportunidades su predilección por un sistema de educación privado. En
la plataforma de
Apenas
concluyó la manifestación, y de nuevo ayer, con más tiempo para pensar las
novedades, Milei ofreció su interpretación de los hechos. Fueron mensajes sorprendentes por un rasgo principal: habló como un típico
exponente de “la casta”. Es decir, denostó lo que había sucedido como una patraña de
políticos y dirigió su diatriba a “Massa, Cristina, Lousteau,
Yacobitti,
“Massa,
Cristina, Lousteau, Yacobitti,
Ese método
consiste en estimular los sentimientos de
frustración de la opinión pública para dirigirlo en contra de las élites, en
especial de la clase política. No es un procedimiento novedoso. Los Kirchner
hacían que “el pueblo” oliera el sweater de “las corporaciones” o de “los poderes concentrados”
para lanzarse contra ellos. Con más suavidad, Jaime Durán Barba indujo a Macri
a menospreciar al “círculo rojo”, la
versión cromática de “la casta”. Milei profundiza hasta la exageración la misma
línea.
Es una
estrategia muy frecuente, en la que se han inspirado muchos líderes populistas.
Desde Beppe Grillo, el
cómico italiano fundador del movimiento Cinco Estrellas, hasta Donald Trump, instruido por Steve Bannon. El temperamental Milei parece
diseñado a la medida de ese marketing. Su asesor, Santiago Caputo, explica a menudo a sus
amigos: “Nosotros jugamos siempre a la misma ficha. Cuando veas a la dirigencia
tradicional, colocanos enfrente y nunca te vas a equivocar”. Esa táctica ya
tiene bastante desarrollo conceptual entre los expertos en campañas. Una de las
mejores descripciones es la de Giuliano da Empoli, autor
del excelente Ingenieros del caos. Allí
este profesor suizo-italiano expone el corazón de ese sistema, basado en una
premisa: el odio motiva y abroquela más que los sentimientos positivos. La
misión de la maquinaria de comunicación de un líder es, entonces, identificar todos los días un tema que domine el debate colectivo
desencadenando la animadversión de un grupo contra otro. La
legitimidad de los argumentos, la veracidad de los datos, es por completo
prescindible. Para dar un ejemplo: un recorte presupuestario puede ser
presentado como la pretensión de cerrar la universidad.
Da Empoli
reflexionó sobre el funcionamiento de esta maquinaria en una interesantísima
novela llamada El mago del Kremlin. Allí el
protagonista principal, Vadim Baranov, cerebro
político de Putin, expone lo siguiente: “Stalin había comprendido que la ira es un factor estructural. Según
los períodos, aumenta o disminuye, pero nunca desaparece. Es una de las
corrientes de fondo que rigen la sociedad. La cuestión, por tanto, no es
tratar de combatirla, sino tan solo administrarla: para que no se desborde y lo
destruya todo a su paso hay que tener previstos constantemente canales de
evacuación. Situaciones en las que la rabia pueda fluir con libertad sin poner
en peligro el sistema. Reprimir la disidencia es poco sutil. Controlar el flujo
de rabia para evitar que se acumule es más complicado, pero mucho más eficaz.
Durante años, mi trabajo en el fondo no consistió en otra cosa que en esa”.
En la
novela de Da Empoli, Baranov suele ocultarse tras un pseudónimo: Nicola Brandeis. Es curioso: varios funcionarios del
Gobierno atribuyeron a Santiago Caputo ser el titular secreto de la cuenta
Enfant Terrible, de la red social X. Al poco tiempo de revelarse esta supuesta
identificación, la cuenta fue cerrada. ¿El nombre real de la cuenta?
@nicolabrandeis. ¿Caputo se autopercibe como el mago del Kremlin?
Supersticiones.
El método
Milei-Caputo parece sacado de la literatura de Da Empoli. A cada día le corresponde un enemigo. Puede
ser un periodista, un diputado, una institución. Se trata de hacer fluir la rabia. Hay un
dispositivo digital al servicio de esa batalla casi rutinaria. Un ejército de trolls o de individuos de carne y hueso a los que todas las
mañanas se les envía el material crudo que deben transformar en mensajes
injuriosos o memes divertidos. A veces ni siquiera hay que pagarles: cuando el
tema se convierte en trending topic hay
plataformas dispuestas a remunerar la circulación de mensajes que provocan.
Para administrar esta política, Caputo recurrió a sus socios de la consultora
Move. Guillermo Garat, ex asesor de Eduardo “Wado” De Pedro fue a YPF. Diego
“Derek” Hampton se impuso en
El
problema aparece cuando lo que está enfrente no es la casta. Cuando se trata de
gente del común, con motivaciones propias. Por ejemplo, estudiantes temerosos
de no poder continuar con sus carreras. Es lo que pasó el martes. Milei y sus
colaboradores quedaron pedaleando en el aire de su procedimiento. No la vieron.
O la
vieron tarde. Ayer hubo un debate en el núcleo íntimo del Gobierno. Hubo que
reconocer que el conflicto con las universidades estaba planteado desde hace
semanas y nadie se hizo cargo de disolverlo. La señal de esa autocrítica es el
recambio de agentes y la apertura de una negociación, como informa Jaime
Rosemberg en
La
presentación de esas multitudes como la masa de maniobra de dirigentes
partidarios o gremiales resulta fantasiosa. Es muy improbable que los políticos
que pretendieron ponerse al frente de la concentración estén en condiciones de
capitalizarla. Se parecen más a un pelotón de “ventajitas”. Muchos de
ellos quisieron montar sus desvelos corporativos sobre el reclamo juvenil. En las diatribas de Milei hay argumentos verdaderos. Muchas
universidades están vampirizadas por conducciones corruptas, que en
muchos casos han sido materia de expedientes judiciales. Varios rectores se
pusieron al servicio de funcionarios inescrupulosos que recurrieron a los
claustros académicos para obtener, a muy buen precio, una pátina de corrección
para sus desmanejos administrativos. No hay que pensar sólo en el kirchnerismo.
Ya Eduardo Duhalde en los ‘90
hacía “auditar” su Fondo del Conurbano en
Milei
cuenta con muchas fuentes para conocer estas miserias. Amigos de sus
odiados Martín Lousteau y Emiliano
Yacobitti, como Esteban Leguizamo o Carlos
Zamparolo, forman parte del elenco más activo del área de Salud.
Y Maximiliano Keczeli,
secretario Legal del Ministerio de Capital Humano, podría haber sido un interlocutor
más que amigable de los hermanos Nejamkis: Lucas,
secretario privado de Antonio Stiuso, y
Facundo, íntimo del vicerrector Yacobitti. No pudo ser: la volcánica Sandra Pettovello exoneró también a Keczeli
mientras el estudiantado llegaba a Plaza de Mayo. Igual siempre hay margen de
negociación: ayer, por ejemplo, el sindicalismo festejó que de la ley ómnibus
habían desaparecido los 40 artículos que más los irritaban.
No son las
únicas continuidades entre el Gobierno y los dirigentes a los que Milei atribuye
la embestida. La Aduana está
convulsionada por las versiones cada vez más insistentes de un pacto entre
Santiago Caputo y Guillermo Michel, un (¿ex?) leal a Massa. Participaría el
libertario Sergio Vargas, senador
de
Estas continuidades subyacen a la guerra contra “la casta” que se
alimenta en la superficie. Esa lógica fue desafiada por la
aparición de la muchedumbre estudiantil. Es verdad, como imagina Milei, que
quienes pretenden obstruirlo fantasean con que esa protesta sea el comienzo de
su deterioro popular. El Presidente apuesta a que la economía juegue a su
favor. Cuenta con algunos datos interesantes. Ayer el economista Luciano Cohan publicó una medición de su consultora,
Alphacast, en la que la inflación núcleo de
las últimas cuatro semanas habría sido 0%. Es un
número muy promisorio que, de verificarse, indicaría una leve recuperación del
salario en relación, sobre todo, con los bienes de consumo. La política es una
carrera entre novedades como la de Cohan y la aparición de un malhumor social
que sostenga una jugada opositora.
Es muy
posible que la manifestación de los estudiantes no sea la plataforma de este
segundo escenario. Que exprese un temor específico, más que el malhumor frente
al ajuste. Es difícil imaginar que la desdibujada dirigencia opositora pueda
aprovecharla en su propio beneficio. Pero, por eso mismo, representa una gran novedad para Milei. Se trata de un sector de la
ciudadanía, nada menos que los jóvenes, que le hace saber que no todo cambio es
tolerable. Tiene un aire de familia con movimientos similares. El
más cercano en la memoria, la aparición de la oleada universitaria que sacudió
a Sebastián Piñera y
avanzó después sobre Michelle Bachelet, que la
había promovido. ¿Aparecerá una Camila Vallejo de este lado de los
Andes? No se trata de un frente estructurado. Es un espacio de disidencia
potencial. Surgido del mismo suelo de temor y desencanto del que brotó Milei.
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