La columna política de Edgardo Mocca
Universidad, nuevo momento político y crisis en ciernes
El Destape
28/4/024
Sería deseable que en la etapa política en la que entramos
la cuestión principal del futuro político argentino girara en torno a la
movilización del último martes alrededor de la cuestión universitaria. Dicho de
otro modo: que la alineación política que expresó ese día la plaza se instale
en el centro de la escena. Por primera vez en mucho tiempo se insinuó una novedad política
capaz de romper desde una perspectiva popular y democrática el estancamiento de
una diferencia que estorba y dificulta cualquier avance efectivo y duradero de
un itinerario democrático y popular para nuestros asuntos políticos. Mérito
paradójico de la contrarrevolución envuelta en el pomposo título de
“libertario” que se ha establecido como el nuevo nombre de la reproducción de
un rumbo político profundamente desorganizador de cualquier perspectiva
democrática y popular entre nosotros.
Es la “virtud” que suele penetrar a los delirios de las
fuerzas más oscuras de la antidemocracia. A las formas extremas que asumen las
resistencias oligárquicas a cualquier forma de impulso independiente a nuestra
vida republicana y democrática. El extremismo infantil de la ultraderecha argentina -ensoberbecido
por los avances de sus congéneres en diferentes partes del mundo- ha llevado al
actual grupo dirigente a impulsar una aventura de difícil pronóstico sobre sus
resultados. Y el principal activo que tiene esa aventura
es el estado de estupefacción política colectiva en la que, según calculan sus
impulsores, se encuentra con una “oportunidad histórica”. Concurren en auxilio
de ese diagnóstico -acaso bastante delirante- cierto estado de confusión y de
parálisis que sufrimos como sociedad. Suele ocurrir que, ante procesos de
avance popular, surgen impulsos contrarios. Y es normal que ante el la crisis
de una experiencia popular y democrática nacida en una crisis terminal como la
que Argentina vivió después de 2001, las fuerzas de los sectores del privilegio
trabajen para horadar aquellas certezas colectivas que la hicieron posible y se
concentren en reagrupar las fuerzas del “viejo régimen”, sobre la base de
debilitar los fundamentos ideales y morales que sustentaron aquella
experiencia.
¿Hay algo original en la emergencia del
liderazgo de Milei? Si atendemos al programa, al registro “ideológico” que lo
encubre, la originalidad es muy escasa. Desde la revolución
“libertadora”, pasando por Alsogaray, Krieger Vasena, Martínez de Hoz, Cavallo
y otros olvidados funcionarios imperiales, no es mucha la evolución de los
argumentos sobre los que se han sustentado. El punto más alto que han alcanzado
(a partir, especialmente, de la década del noventa) es el auxilio que este
orden ideológico ha recibido de un mundo intelectual impactado por la dura
experiencia de los años setenta y por las nuevas oportunidades de prestigio
académico (y monetario) con los que los han beneficiado los grupos económicos
más poderosos. Es larga la lista de los conversos que se desplazaron desde
las derrotadas certezas de la revolución popular de los años setenta hacia la
cómoda experiencia de la serena (y en general próspera), experiencia del premio
y los reconocimientos que los “nuevos saberes” económicos han prodigado a esa
nueva “clase intelectual”.
Pero el tiempo ha pasado. Y la experiencia de gozar de modo
simultáneo un cierto prestigio intelectual y un progreso contante y sonante del
propio lugar social ha encontrado sus obstáculos, sus dificultades. Esos
escollos no vienen de la práctica intelectual, suceden en la política y su
ocasión suelen ser las crisis. En el caso argentino, la crisis es la que
estalló en 2001. Nuestras peripecias políticas actuales encuentran su
fundamento en ese sacudimiento social y político. Y lo que hoy se conoce
como “kirchnerismo” hunde sus raíces en esa crisis. Lo
peculiar del modo del antagonismo político argentino en esta etapa (y acaso lo
más importante que pueda reconocérsele) es la dificultad para esconderlo detrás
de pudorosas discusiones intelectuales. El telón de fondo fue expuesto hace
pocas horas por la intervención de Cristina: no es otro el tema que la gran
cuestión de quién se queda con el excedente, de quién acopia propiedad,
negocios y dinero y quienes son los que pagan la factura de esa
expropiación.
Ahora bien, la “experiencia Milei” viene a introducir una
novedad muy interesante. Excitado por su delirio místico y su fe infinita -en
igual medida- por los designios “científicos” de la economía política
neoliberal y por su propio delirio místico, el presidente ha decidido
romper con cualquier mediación política, con cualquier cálculo racional de sus
posibilidades políticas, con cualquier estrategia razonable de alianzas
tácticas y estratégicas. Es decir, se piensa como el
presidente de cualquiera de las dictaduras que en el país han sido. O, mejor
dicho, especialmente de las más violentas y más irracionales. La idea
gramsciana de “hegemonía” le es completamente ajena. El modo de dominio que ha
emprendido es el más irracional, el más violento, el más ayuno de cualquier
fundamento moral. A no ser que el concepto de la superioridad de la propiedad
sobre cualquier otro principio de convivencia humana pudiera ser elevado a la
condición de fundamento moral.
En estos días -a partir, especialmente, de la movilización
universitaria de esta última semana- la hoja de ruta presidencial se ha
complicado. Y están a la vista nuevos datos como los de la protesta obrera y
popular que rodeará al próximo 1ero de mayo, que insinúa una nueva etapa en la
política argentina. ¿Qué mecanismos pondrán en juego las autoridades legales? ¿Tendrán
algún argumento distinto de la fórmula “gases y palos” que propugna la ministra
de seguridad? La resolución de esa incógnita es
políticamente dramática: es tentador su uso en términos inmediatos, de muy
corto plazo. Pero un enfoque un poco más inteligente aconsejaría mucha
prudencia en su empleo. La propia ministra podría explicarles a sus
subordinados y a sus jefes los peligros que esa línea tiene: a su uso y abuso le debe ella
el vertiginoso declive que su carrera (y la del presidente de entonces)
sufriera en medio de la crisis de 2001.
Por ahora, el gobierno no muestra ningún plan “b” para el
caso de que sus provocaciones y sus amenazas no rindan resultados favorables.
Por ahora no ha mostrado otro rostro que el de la prepotencia, la amenaza, la
carencia de cualquier recurso que merezca llamarse político. Pero las verdades
de la política son duras y se imponen tarde o temprano. Si al luminoso anuncio
de unidad y lucha que mostró la movilización popular-universitaria no se le
responde con racionalidad y respeto democrático, se puede entrar en un
territorio muy complejo y difícil de prever. Y el problema principal es que
el presidente no ha mostrado ninguna señal de contar con un plan “b”.
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