La columna política de James Neilson
Entre las finanzas y la realidad cotidiana
Perfil
A diferencia de Cristina, Sergio Massa y Alberto Fernández,
populistas de corazón que sienten aversión por los números y los tratan
con desprecio, Javier Milei comparte con Pitágoras la convicción de que, en el
fondo, “todo es número”. Persuadido de que es así, le pareció natural
invitar a la ciudadanía a celebrar con él “la hazaña histórica” de haber
conseguido un superávit financiero en el primer trimestre de su gestión, un
logro que atribuyó al “esfuerzo heroico que los argentinos estamos
haciendo”.
Al día siguiente, se las arreglaron para arruinarle la fiesta
defensores del modelo universitario tradicional, de ingreso irrestricto y
financiación costeada por todos los contribuyentes, incluyendo a los más
pobres, que organizaron manifestaciones gigantescas en muchas localidades del
país. Huelga decir que la presencia de columnas nutridas de sindicalistas y
piqueteros, personajes que no suelen sobresalir por su erudición o por su
voluntad de aprender, sirvió para distraer la atención de lo que, es de
suponer, los sinceramente preocupados querían subrayar.
Tienen razón quienes dicen que
Si bien Milei no es el primer mandatario en exaltar la
austeridad, ya que a través de los años lo han hecho muchos europeos y
asiáticos, mientras que aquí presidentes como Nicolás Avellaneda, el que una
vez habló de economizar “sobre el hambre y sed” de millones de argentinos, y
Carlos Pellegrini que adoptó una estrategia similar, difícilmente podría ser
más llamativo el contraste entre su actitud y aquella de quienes lo precedieron
en
A juzgar por lo que está sucediendo, Massa cometió un
error muy grave cuando intentó comprar la presidencia con un “plan
platita” financiado por la expansión monetaria. Tal vez le hubiera convenido mucho
más optar por una versión un tanto suavizada de la estrategia elegida por Milei
que, para perplejidad de quienes pensaban que los argentinos eran
irremediablemente populistas, aún cuenta con el apoyo de aproximadamente la
mitad de la población. ¿Es que quienes lo aplauden se han convertido en
monetaristas neoliberales? Aunque es posible que, merced al fracaso penoso de
la gestión de los Fernández y Massa, muchos sientan que la interpretación
presidencial de la realidad económica es la correcta, su protagonismo
arrollador se deberá mucho más a la violencia verbal con que ataca a todos los
presuntamente vinculados por las elites políticas a los que, lo mismo que
totalitarios del otro extremo del espectro ideológico, compara con “ratas”.
Entre los malos de la película mileísta se encuentran no sólo
los profesionales de la política que le están ocasionando problemas en el
Congreso sino también periodistas, gente de la farándula, progres de distinto
tipo y personas relacionadas con la universidad pública, lo que ha permitido a
quienes no lo aprecian acusarlo de estar contra “la cultura”. ¿Le beneficia al
Presidente insultar groseramente a todos aquellos que lo hacen estallar de ira?
Aunque su belicosidad impresione gratamente a sus admiradores incondicionales,
lo está privando del apoyo de muchos que, a pesar de no coincidir con todo lo
que ha propuesto, temen que si el gobierno que encabeza se desplomara, lo que
vendría después sería mil veces peor.
Milei quería que “la política”, es decir, “la casta”, pagara los
costos del ajuste feroz que, como muchos otros, creía necesario para corregir
las grotescas distorsiones económicas que amenazaban con hacer de
Sucede que no es del todo fácil privar a la corporación política
y sus anexos de los ingresos a los cuales sus integrantes se han acostumbrado.
Además de los formalmente reconocidos que se ven registrados en documentos a
los que es fácil acceder, están los procedentes de una multitud de arreglos y
entidades -fondos fiduciarios, regímenes especiales que benefician a sectores
empresarios determinados, el “curro” de los registros automotores, y así
largamente por el estilo-, más los esquemas que son netamente corruptos como el
supuesto por la apropiación por legisladores inescrupulosos del grueso de los salarios
percibidos por los ñoquis que les responden.
Milei es presidente porque supo aprovechar mejor que nadie la
sensación generalizada de que una clase política insaciable, que privilegiaba
sus propios intereses por encima de aquellos de la gente, estaba arruinando al
país y que, a menos que pronto fuera remplazada por otra menos egoísta, no
tardaría en rematar la faena. Aunque se trata de un planteo revolucionario,
tanto Milei como la mayoría de quienes lo votaron esperan llevarlo a cabo sin
violar las reglas democráticas consagradas en
¿Sirve para algo el Senado? ¿En un país sin plata, no sería
razonable reducir el número de asambleas legislativas nacionales, provinciales
y municipales que contribuyen muy poco a la sociedad pero que, al dar trabajo a
enjambres de asesores y otros empleados que a menudo son parientes o amigos de
quienes ocupan escaños, cuestan al contribuyente mucho dinero? Para poder
cantar victoria en la guerra contra “la casta” que han declarado, los
libertarios tendrían que emprender una serie de reformas constitucionales
destinadas a impedir que, para muchos, “la política” siga siendo una salida
laboral atractiva.
Al igual que las burocracias estatales, las organizaciones
políticas siempre tienden a crecer, incorporando cada vez más funciones y
funcionarios so pretexto de que sean necesarios para el bienestar de la
sociedad, hasta que los condenados a financiarlas se rebelen. La elección de
Milei nos dijo que aquí la ciudadanía, que hasta entonces había tolerado la
expansión de la corporación política porque a su juicio encarnaba la democracia
y por lo tanto sólo a un autoritario nato se le ocurriría protestar contra los
excesos, había llegado a la conclusión de que los costos de “la política” se
habían hecho absurdamente elevados.
En otras partes del mundo, la resistencia a permitir que la
política se sobredimensione ha sido más fuerte, razón por la cual los costos de
las cámaras representativas de distintas regiones de países relativamente ricos
como España y Alemania, o los estados norteamericanos, siempre han sido
inferiores a los habituales en
Los legisladores suelen insistir en que enojarse porque su
sueldo equivale a decenas de salarios mínimos es absurdo porque su trabajo es
muy importante y que si no estén debidamente remunerados, ningún
profesional exitoso soñaría con probar suerte en la arena política. En
principio, no se equivocan, pero tal y como están las cosas, muy pocos tomarían
a los diputados y senadores por personas excepcionalmente dotadas. Con razón o
sin ella, el consenso es que la mayoría se destaca por su mediocridad
intelectual y que demasiados son corruptos. Puede que el juicio así supuesto
sea sumamente injusto, pero la conducta de los senadores en aquella sesión
relámpago no contribuyó a modificarlo.
Milei habló en nombre de muchos al reaccionar afirmando “así se
mueve la casta”. Desde su punto de vista, confirmó todo cuanto ha dicho sobre
los políticos que, a su entender, están más interesados en sus propios negocios
que en el país y que, merced a su compromiso hipócrita con la justicia social,
han logrado engañar a generaciones de argentinos. Como no pudo ser de otra
manera, espera aprovechar la indignación provocada por su conducta para
anotarse un triunfo categórico en las elecciones parlamentarias del año que
viene aunque, claro está, los resultados dependerán no sólo de la marcha de la
economía sino también de su capacidad para reconciliarse con la prensa moderada
y la comunidad universitaria.
A diferencia de Cristina, Sergio Massa y Alberto Fernández,
populistas de corazón que sienten aversión por los números y los tratan
con desprecio, Javier Milei comparte con Pitágoras la convicción de que, en el
fondo, “todo es número”. Persuadido de que es así, le pareció natural
invitar a la ciudadanía a celebrar con él “la hazaña histórica” de haber
conseguido un superávit financiero en el primer trimestre de su gestión, un
logro que atribuyó al “esfuerzo heroico que los argentinos estamos
haciendo”.
Al día siguiente, se las arreglaron para arruinarle la fiesta
defensores del modelo universitario tradicional, de ingreso irrestricto y
financiación costeada por todos los contribuyentes, incluyendo a los más
pobres, que organizaron manifestaciones gigantescas en muchas localidades del
país. Huelga decir que la presencia de columnas nutridas de sindicalistas y
piqueteros, personajes que no suelen sobresalir por su erudición o por su
voluntad de aprender, sirvió para distraer la atención de lo que, es de
suponer, los sinceramente preocupados querían subrayar.
Tienen razón quienes dicen que
Si bien Milei no es el primer mandatario en exaltar la
austeridad, ya que a través de los años lo han hecho muchos europeos y
asiáticos, mientras que aquí presidentes como Nicolás Avellaneda, el que una
vez habló de economizar “sobre el hambre y sed” de millones de argentinos, y
Carlos Pellegrini que adoptó una estrategia similar, difícilmente podría ser
más llamativo el contraste entre su actitud y aquella de quienes lo precedieron
en
A juzgar por lo que está sucediendo, Massa cometió un
error muy grave cuando intentó comprar la presidencia con un “plan
platita” financiado por la expansión monetaria. Tal vez le hubiera convenido
mucho más optar por una versión un tanto suavizada de la estrategia elegida por
Milei que, para perplejidad de quienes pensaban que los argentinos eran
irremediablemente populistas, aún cuenta con el apoyo de aproximadamente la
mitad de la población. ¿Es que quienes lo aplauden se han convertido en
monetaristas neoliberales? Aunque es posible que, merced al fracaso penoso de
la gestión de los Fernández y Massa, muchos sientan que la interpretación
presidencial de la realidad económica es la correcta, su protagonismo
arrollador se deberá mucho más a la violencia verbal con que ataca a todos los
presuntamente vinculados por las elites políticas a los que, lo mismo que
totalitarios del otro extremo del espectro ideológico, compara con “ratas”.
Entre los malos de la película mileísta se encuentran no sólo
los profesionales de la política que le están ocasionando problemas en el
Congreso sino también periodistas, gente de la farándula, progres de distinto
tipo y personas relacionadas con la universidad pública, lo que ha permitido a
quienes no lo aprecian acusarlo de estar contra “la cultura”. ¿Le beneficia al
Presidente insultar groseramente a todos aquellos que lo hacen estallar de ira?
Aunque su belicosidad impresione gratamente a sus admiradores incondicionales,
lo está privando del apoyo de muchos que, a pesar de no coincidir con todo lo
que ha propuesto, temen que si el gobierno que encabeza se desplomara, lo que
vendría después sería mil veces peor.
Milei quería que “la política”, es decir, “la casta”, pagara los
costos del ajuste feroz que, como muchos otros, creía necesario para corregir
las grotescas distorsiones económicas que amenazaban con hacer de
Sucede que no es del todo fácil privar a la corporación política
y sus anexos de los ingresos a los cuales sus integrantes se han acostumbrado.
Además de los formalmente reconocidos que se ven registrados en documentos a
los que es fácil acceder, están los procedentes de una multitud de arreglos y
entidades -fondos fiduciarios, regímenes especiales que benefician a sectores
empresarios determinados, el “curro” de los registros automotores, y así
largamente por el estilo-, más los esquemas que son netamente corruptos como el
supuesto por la apropiación por legisladores inescrupulosos del grueso de los
salarios percibidos por los ñoquis que les responden.
Milei es presidente porque supo aprovechar mejor que nadie la
sensación generalizada de que una clase política insaciable, que privilegiaba
sus propios intereses por encima de aquellos de la gente, estaba arruinando al
país y que, a menos que pronto fuera remplazada por otra menos egoísta, no
tardaría en rematar la faena. Aunque se trata de un planteo revolucionario,
tanto Milei como la mayoría de quienes lo votaron esperan llevarlo a cabo sin
violar las reglas democráticas consagradas en
¿Sirve para algo el Senado? ¿En un país sin plata, no sería
razonable reducir el número de asambleas legislativas nacionales, provinciales
y municipales que contribuyen muy poco a la sociedad pero que, al dar trabajo a
enjambres de asesores y otros empleados que a menudo son parientes o amigos de
quienes ocupan escaños, cuestan al contribuyente mucho dinero? Para poder
cantar victoria en la guerra contra “la casta” que han declarado, los
libertarios tendrían que emprender una serie de reformas constitucionales
destinadas a impedir que, para muchos, “la política” siga siendo una salida
laboral atractiva.
Al igual que las burocracias estatales, las organizaciones
políticas siempre tienden a crecer, incorporando cada vez más funciones y
funcionarios so pretexto de que sean necesarios para el bienestar de la
sociedad, hasta que los condenados a financiarlas se rebelen. La elección de
Milei nos dijo que aquí la ciudadanía, que hasta entonces había tolerado la
expansión de la corporación política porque a su juicio encarnaba la democracia
y por lo tanto sólo a un autoritario nato se le ocurriría protestar contra los
excesos, había llegado a la conclusión de que los costos de “la política” se
habían hecho absurdamente elevados.
En otras partes del mundo, la resistencia a permitir que la
política se sobredimensione ha sido más fuerte, razón por la cual los costos de
las cámaras representativas de distintas regiones de países relativamente ricos
como España y Alemania, o los estados norteamericanos, siempre han sido
inferiores a los habituales en
Los legisladores suelen insistir en que enojarse porque su
sueldo equivale a decenas de salarios mínimos es absurdo porque su trabajo es
muy importante y que si no estén debidamente remunerados, ningún
profesional exitoso soñaría con probar suerte en la arena política. En
principio, no se equivocan, pero tal y como están las cosas, muy pocos tomarían
a los diputados y senadores por personas excepcionalmente dotadas. Con razón o
sin ella, el consenso es que la mayoría se destaca por su mediocridad
intelectual y que demasiados son corruptos. Puede que el juicio así supuesto
sea sumamente injusto, pero la conducta de los senadores en aquella sesión
relámpago no contribuyó a modificarlo.
Milei habló en nombre de muchos al reaccionar afirmando “así se
mueve la casta”. Desde su punto de vista, confirmó todo cuanto ha dicho sobre
los políticos que, a su entender, están más interesados en sus propios negocios
que en el país y que, merced a su compromiso hipócrita con la justicia social,
han logrado engañar a generaciones de argentinos. Como no pudo ser de otra
manera, espera aprovechar la indignación provocada por su conducta para
anotarse un triunfo categórico en las elecciones parlamentarias del año que
viene aunque, claro está, los resultados dependerán no sólo de la marcha de la
economía sino también de su capacidad para reconciliarse con la prensa moderada
y la comunidad universitaria.
Comentarios
Publicar un comentario