La mirada de Fernando Laborda
El primer golpe al hígado que impactó
en Milei
28 de
abril de 2024
En
términos boxísticos, podría decirse que a todo Presidente le llega su
primer gancho al hígado. La multitudinaria marcha
universitaria mostró un amplio consenso que trascendió clases sociales en
torno de la defensa de un valor como la educación pública y fue un serio
llamado de atención al gobierno de Javier
Milei, al margen de que algunos de los dirigentes políticos y
gremiales más impresentables de
Nuestra
historia reciente está llena de hechos sociales, muchas veces inesperados, que
sacan a los gobiernos de su zona de confort. El secuestro y posterior asesinato
del joven Axel Blumberg, que
provocó masivas movilizaciones en demanda de seguridad allá por 2004, fue el
primer golpe a la mandíbula que experimentó Néstor Kirchner como presidente. Las protestas
del campo y el fracaso de la resolución 125 sobre retenciones en el Senado
constituyó el primer traspié de Cristina
Kirchner a solo tres meses de su asunción presidencial en
diciembre de 2007. A Mauricio Macri le
llegó después de ganar las elecciones de medio término de 2017, cuando nadie lo
imaginaba, con la violenta protesta desencadenada a partir de su proyecto de
ley sobre haberes jubilatorios. En todos esos casos, se trató de advertencias a
los gobernantes que encendieron luces de alerta, pero que no les impidieron
continuar con su gestión.
Las
interpretaciones sobre la marcha universitaria dividieron al propio gobierno de
Milei entre quienes enfatizaron que se trató de un ataque más de los sectores que
se oponen al cambio, y quienes, por el contrario, admitieron que el mensaje de
buena parte de los manifestantes iba más allá y merecía al menos el ensayo de
una autocrítica.
Milei fue
víctima de esas contradictorias lecturas. Su primera reacción fue lanzar una
ácida crítica hacia quienes orquestaron la movilización y calificar la jornada
de protesta como “día de gloria para el principio de revelación”, un
artificio para identificar quiénes están de un lado y quiénes del otro, en una
suerte de glorificación de la grieta. Incluso llegó a postear en las redes
sociales la imagen de un león bebiendo de una taza con la
inscripción “Lágrimas de zurdo”. Más tarde, sin embargo, el propio jefe
del Estado pareció recalcular sus movimientos y expresó que “se usaron causas
nobles para desestabilizar al Gobierno”. De este modo, al menos, le reconoció
legitimidad al reclamo.
El
Presidente acusó el impacto de la marcha y por eso se dispuso que, en adelante,
fuera el más moderado secretario de Educación, Carlos Torrendell, quien condujera las negociaciones
con los rectores de las universidades nacionales, en lugar del responsable de
Políticas Universitarias, Alejandro Álvarez, un
funcionario mucho más radicalizado que había llegado a afirmar que se
pasó “del adoctrinamiento a la persecución política y el terrorismo” en
las universidades públicas.
Al margen
de las diferencias en cuestiones presupuestarias, que hoy cruzan a todo el
sector público por la crisis económica y de financiamiento que afronta el país,
los argentinos nos debemos un debate mucho más maduro y profundo sobre la
universidad pública que aquel derivado de consignas políticas tan huecas como
engañosas. Porque no es cierto que la universidad pública sea una máquina
de adoctrinamiento o lavado de cerebros –más allá de algunos casos tan
puntuales como vergonzosos– ni es verdad que desde el actual Gobierno se
pretenda cerrarla. La situación educativa, incluida la espinosa cuestión sobre
la gratuidad para los estudiantes extranjeros y para quienes tranquilamente pueden
pagar para estudiar, exige una discusión alejada de dogmatismos y prejuicios.
Es
probable que a Milei ya no le baste con sus arremetidas verbales contra “la
casta” para conservar su encanto en la opinión pública.
El modelo
discursivo del Presidente, basado principalmente en la descalificación de quien
se atreve a cuestionar su política económica, cuando no en la agresión, puede
explicarse por varios factores. Parte del supuesto de que, en los tiempos que
corren, el insulto mide más que la mesura y la moderación es propia de los
tibios. Se trata de una estrategia de conducción, sustentada en la idea de que
pelearse con todos los que pueda lo posicionará en el centro del escenario en
forma permanente. Además de expresar en buena medida la personalidad y la
propia naturaleza de Milei, ese particular estilo se sostiene en la demanda de
la sociedad de un cambio profundo en un país donde casi nada parece funcionar
bien. Para esos argentinos, el peor insulto es la palabra statu quo, y Milei se empeña en demostrar que quiere dar vuelta
todo y quebrar las viejas estructuras en las que anida la “casta”.
El
histrionismo presidencial también puede obrar como una táctica capaz de desviar
la atención de cuestiones urticantes para el Gobierno. Con su mensaje en clave de stand up en
la noche de gala de la Fundación Libertad, en el
que no ahorró chicanas y burlas contra no pocos críticos de su gestión,
condimentadas con algún que otro comentario fuera de lugar que desentonó con el
protocolo propio del evento, Milei buscó correr de la agenda mediática el golpe
que para su gobierno significó la marcha universitaria. Y aun cuando para no
pocos observadores rozó el ridículo con sus grotescas imitaciones de conocidos
economistas y dirigentes, pareció lograrlo.
El penoso
estado de la oposición política y de no pocas de sus figuras fácilmente asociables
a la imagen de un tren fantasma, también ayuda a Milei. Muchos de los pesos
pesados de la política vernácula que reniegan del programa libertario no saben
cómo entrarle al Presidente. Esto se aprecia especialmente entre dirigentes del
peronismo, conscientes de que Milei tiene encandilada a no poca parte de su
histórica clientela electoral, fascinada con el estilo transgresor del primer
mandatario, que lo asemeja por momentos a Néstor Kirchner; con ciertos rasgos
histriónicos que supo cultivar Cristina Kirchner, y con el
carisma que caracterizó a Carlos Menem. Como
apunta Juan Germano, director
de la consultora Isonomía, las
principales fuerzas opositoras requieren hacer un upgrade de sus propias herramientas: mientras el peronismo
se ha quedado anclado en conceptos como el Estado presente y la justicia
social, el radicalismo se ha refugiado en la simple idea de la república y la
democracia. Tal vez les haya llegado el momento de un reseteo.
El vacío
de contenido que ofrece esa oposición explica en buena medida el hecho de
que alrededor del 30% de quienes confiesan que no llegan a fin de mes
respalden a Milei, según los datos de Isonomía. Se trata, según los
especialistas en opinión pública de la consultora, de un dato insólito, por
cuanto en anteriores administraciones gubernamentales el apoyo al gobierno por
parte de ese segmento de la sociedad tendía a cero. Del mismo modo, el
amateurismo y la falta de experiencia que se advierten en el Gobierno y son
cuestionados por expertos analistas políticos, parecen ser bien vistos por una
amplia porción de la sociedad. Frente al interrogante acerca de si será Milei
el más apto para liderar el cambio a pesar de su fragilidad parlamentaria y de
los errores de gestión propios de su inexperiencia e improvisación, el
Presidente advirtió que puede servirle no tener poder y que sus tropiezos
legislativos pueden serle útiles para decirle a su electorado: “Acá está la
casta que no me deja avanzar”.
Hay, sin
embargo, un dato que pone nerviosos a muchos: el de Milei es el primer
gobierno desde la reapertura democrática de 1983 que ha sido incapaz de
sancionar una sola ley en sus primeros cuatro meses de gestión.
Con los
dictámenes emitidos por las respectivas comisiones de
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