La pluma de Jorge Fernández Díaz
Síntomas de que algo comienza a
cambiar
28 de
abril de 2024
“Debido a que prestamos demasiada atención a
los defectos de los demás, morimos sin haber tenido tiempo de conocer los
nuestros”, decía
Son
señalamientos que abren ventanas en un edificio cerrado al vacío donde solo se
escuchaban los ecos propios, y amueblado con supercherías políticas y
económicas, ya vetustas en la última parte del siglo pasado. Sí, compañeros, la
inflación existía y era nefasta, el cepo fue una locura, la improductividad se
convirtió en una descomunal fábrica de pobres, la ideologización de la
seguridad transformó en carne de cañón a los más humildes, el Estado daba
prestaciones cada vez más degradadas y las empresas no debían presentarse como
las enemigas sino como las socias del crecimiento. Simples conclusiones que no
exigían de ninguna lumbrera de las ciencias sociales, solo de un poco de
cordura y buena fe. Semán y Natanson ejercen esas virtudes en medio de las
ruinas humeantes de un régimen que implosionó, y a ninguno de los dos les gusta
El antiguo
gladiador de
Agrego de
mi cosecha algunos errores enquistados en la lógica kirchnerista que explican
su estruendoso fracaso: vivir el puro presente sacrificando el futuro y
apostando por un pasado mítico que ya a muy pocos importaba. El peronismo fue
regresista en base a la vieja idea de que, décadas después de su apogeo, el
“pueblo peronista” seguía apegado a la evocación de los “años dorados” y
agradecido eternamente por los gestos de la Fundación Eva Perón. El nuevo sujeto histórico del siglo
XXI es desmemoriado y no guarda gratitudes tan largas, y no solo reclama
gratificaciones instantáneas, sino que ahora pugna por una idea de futuro. La
inmensa mayoría se autopercibe de clase media -los que se cayeron, lo que se
caen, los que no se quieren caer, los que zafan del temblor- y el peronismo desatendió
esa cultura social y mantuvo activo un viejo prejuicio: la “clase mierda” y el
“medio pelo” eran la antipatria. Dándole la espalda a la clase media virtual o
real, y fundamentalmente a su anhelo más congénito y visceral -el progreso, que
les parecía a los kirchneristas un valor retrógrado y
meritocrático- estaban incubando su propia destrucción. Las masivas
movilizaciones que sacudieron esta semana la política fueron trufadas
justamente por la clase media y en nombre de uno de sus máximos ideales: la educación
pública, última esperanza de mejorar y ascender de la mishiadura a la dignidad.
Hasta Eduardo Jozami, antiguo
intelectual de Carta Abierta, pide en
el epílogo de su flamante libro De Alfonsín a Milei (Eduntref)
una “profunda renovación” en el eje peronismo-kirchnerismo y asumir “debates
postergados como la corrupción”.
Todo este
espinoso autoexamen que ha comenzado, y de cuyo ejercicio por ahora no
participa el resto de la oposición, marca el fin del estupor y también el
reconocimiento de que lo relevante no es descifrar a Milei -la punta del
iceberg- sino el fenómeno sociológico que lo encumbró, y que posiblemente lo
sobreviva, como el bolsonarismo sobrevivió a Bolsonaro. Al respecto, las
“fuerzas del cielo” deberían examinar las razones del centrismo brasileño
-harto de hostigamientos, impericias y dislates- para hacer causa común con
el Partido de los Trabajadores (PT)
y vencer en las urnas al populismo de derecha. Es interesante, en ese sentido,
una conjetura del gran cientista político Daniel Lutzky, quien sugiere que la entronización
del libertario fue posible por una debacle, que su ocaso será producto de otra,
y que lo contrario del mileísmo no implicará el retorno de los kirchneristas,
sino la formación de algo realmente antagónico y novedoso: “Un extremo centro”.
Las
marchas en defensa de la universidad y la constitución de una especie de
resistencia transversal que incluye mucho más que el tema convocante -también
la cultura, los derechos humanos y el modo de tratar a los disidentes- es una
foto que debería hacer pensar a la mesa chica de Balcarce 50, donde funciona
una verdadera máquina de generar enemigos, donde todos los días se ordena
fusilar en las redes a cualquiera, pero muy especialmente a los republicanos
que no se cuadran, y donde se desprecia con deleite a los partidos políticos y,
entre todos, a su verdadera “bestia negra”: el radicalismo. En ese petit
comité, aledaño a la granja de trolls y youtubers más agresiva de la década
-una especie de 678 de la era digital-, están convencidos de que vienen a
demoler lo que denominan expresamente el “consenso alfonsinista”, un concepto
sobre el cual se cimentó la democracia moderna. Es en ese despacho donde
funciona la terminal de esta ultraderecha criolla y fashion que para eliminar lo malo suele
cargarse también lo bueno, con un jefe de Estado -con perdón de la palabra- que
es capaz de avalar frívolamente en X (ex Twitter) la imagen de una UBA
incendiada. Cuidado, León, recuerde a
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