Picada de Noticias en el recuerdo
La opinión
de Pablo Sirvén
Tensas batallas por el poder simbólico (*)
La reconfiguración del sentido -ese intangible que funciona
como ordenador de los hechos en cualquier sociedad- viene mutando sin parar
desde que se conocieron los sorprendentes resultados de las PASO.
Tengamos en cuenta que se trata de la
misma sociedad y la misma dirigencia que con pocos meses de diferencia pasó de
vivar el bélico "Estamos ganando" de la dictadura militar,
durante
De manera que no asombran, por lo
esperables, los consabidos saltos con garrocha, panquequeos mal disimulados, de
empresarios, periodistas y otros sectores, que se empiezan a producir cada vez
que se presume que un sol ha comenzado a ponerse en su horizonte, en tanto que
emerge otro nuevo refulgente, bajo cuyos vigorosos rayos todos fascinados
pretenden calentarse sin quemarse (algo que no siempre logran). En la actual
circunstancia consiste en ver más alto, rubio y de ojos celestes a Alberto
Fernández que a Mauricio Macri. Primera batalla cultural ganada: su nombre de
pila empieza a ser utilizado mediáticamente sin tanto prurito como el
"Mauricio" a secas que usan con exclusividad los macristas de pura
sangre.
Si una parte del círculo rojo
comienza a virar sus colores como un camaleón, en el plano superior de los
acontecimientos suceden otras peculiares transformaciones. La batalla por el
sentido más delicada es la que libra el presidente Macri, cuyo poder
institucional ya no se superpone perfectamente con su poder simbólico,
disputado como está por alguien que aún ni siquiera es presidente electo, sino
solo el candidato más votado en las PASO, lo que hace que este tramo que nos
toca vivir hasta la elección del 27 de octubre sea tan frágil y delicado.
El titular de la fórmula del Frente
de Todos, con la tranquilidad que le otorgan los quince puntos de ventaja, se
ha investido a sí mismo del papel de estadista que responde sobrio y criterioso
sobre los temas más disímiles. En su ininterrumpida recorrida por los medios
amigos (y no tanto) de mayor llegada, apenas falló con algún malhumor pasajero
ante Leuco chico e incurrió en contados, pero notables y reveladores fallidos
(desde autodenominarse como el "primer vicepresidente que tiene un amigo
vicepresidente" hasta, peor, el "cuando hablo yo, habla
Cristina", imagen que remite a una ventrílocua y su muñeco, algo
improbable en esta etapa de hondo silencio táctico cristinista). Nada de eso,
no obstante, arruinó demasiado su paseo triunfal.
Se invirtieron, acaso, los papeles:
el presidente Macri se siente como el boxeador que tiene que ir a buscar a su
retador al centro del ring para intentar un difícil nocaut si no quiere perder
por puntos. Por eso pega en el órgano más delicado de Fernández, que es
Cristina Kirchner y sus, por ahora, silenciadas huestes, consciente de que son
piantavotos por fuera de la militancia cautiva.
Macri tomó urgentes medidas sociales
para aliviar los efectos de la nueva devaluación, pero se las computan como
electoralistas ya que durante toda su gestión no puso el foco en cuidar el
consumo, sino en la macroeconomía y las obras públicas. Tampoco termina de
explicitar cuál es el plan para un eventual segundo mandato y cómo sacará a la
economía doméstica de su persistente depresión.
No cree el Presidente que los
ministros y el jefe de Gabinete sean fusibles cuyos cambios produzcan
beneficiosos guiños simbólicos que el electorado pueda interpretar como que ha
entendido el mensaje del voto castigo. Solo la entrada de Hernán Lacunza en
lugar de Nicolás Dujovne al frente de Hacienda, tanto como el par de
conversaciones que mantuvieron Macri y Fernández, alcanzaron para estabilizar
el mercado.
Si esto es todo no sería de extrañar
que los próximos resultados electorales no solo no cambien demasiado, sino que
empeoren.
Una vez más, de uno y otro lado de la
grieta, la culpa es de los mensajeros: desde Elisa Carrió, que pidió
"condenar a los periodistas" (ADEPA le llamó la atención), hasta el
radical hiperkirchnerizado Leandro Santoro, que reduce la existencia política
de Macri a una mera construcción periodística. Desde su programa de Radio
Mitre, Marcelo Longobardi tipificó el cambio de época en ciernes de inquietante
"ambiente inquisidor". Las redes sociales están elevando su voltaje
agresivo: miembros del rancio staff kirchnerista, sin disimulo, ya advierten
sobre los pases de factura que se vienen.
Pero una vez más, las
"construcciones mediáticas" (como las llaman Santoro y sus amigos)
poco influyen finalmente en el voto popular. Ya lo decía Perón, que ganó con
los medios en contra en 1946, que no pudo evitar su desalojo en 1955 teniendo
en sus manos un aparato descomunal de medios adictos y que fue plebiscitado en
1973, otra vez sin la simpatía del periodismo dominante. Ídem podría decirse,
en 2011, cuando Cristina Kirchner fue reelegida. ¿Y qué pasó ahora con la
derrota en las PASO de Macri? ¿Acaso no funcionó el sobredimensionado
"blindaje mediático"?
(*)
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