Picada de Noticias en el recuerdo
El análisis
de Jorge Fernández Díaz
Recuperar la autoestima republicana (*)
Stevenson sostenía que las más
crueles mentiras a menudo se dicen en silencio. Uno de los mandamientos más
relevantes del nuevo instructivo kirchnerista para esta campaña consiste precisamente en cerrar el pico. Este pacto interno de
mutismo militante, que promueve la amnesia colectiva y tantas alegrías les
trajo en las primarias, se rasga de vez en cuando: la tropa suele ser muy
verticalista y disciplinada, pero siempre hay alguno al que se le suelta la
lengua y levanta la perdiz.
Unos días antes, ya un poco mosqueado
por tantos gestos de encomiable pacificación, Juan Grabois formuló lo que la
militancia piensa y no puede vocalizar. Ejerce así la libertad de ser un
kirchnerista sui generis; con honestidad intelectual y prosa sarmientina, le
advierte a su candidato que como Ulises se ate al palo mayor de la nave de los
buenos y no escuche los cantos de las "sirenas neoliberales":
"Sus voces son dulces, muy dulces, tan dulces que es casi imposible
resistirlas". El texto de Grabois no es anecdótico sino crucial, y no solo
por esa admonición pública, sino porque allí repite en pocas líneas conceptos
que su nueva jefa ha manifestado en su libro y en sus tuits. Hay que recordar
que el mote "neoliberal" no tiene estrictamente que ver con esa
ideología economicista. Neoliberalismo, para ellos, es directamente sinónimo
del combo maldito: capitalismo más democracia representativa. Es decir: el
modelo que hizo progresar a las grandes naciones durante los últimos cien años.
Sin conocerse bien todavía cuáles son los países que se ofrecen como modelos
ejemplares del nuevo paradigma (a menos que sean Venezuela, Cuba e Irán), el
kirchnerismo anuncia sin hesitar la "franca decadencia" de Occidente:
"Es un sistema que ha secuestrado nuestras democracias, degradado los
derechos sociales y que amenaza con destruir la tierra -escribe Grabois-. Un
sistema que, como dice el Papa Francisco, ya no se aguanta". Tal vez tenga
razón el Financial Times, y la reconciliación peronista se deba a la mano invisible
de Su Santidad. Pero tanto Grabois como Cristina (a quien el dirigente social
le acercó de la mano de Pérez Esquivel un proyecto de reforma constitucional),
luchan tácitamente contra algo que encarnó la heroica inmigración de nuestros
padres y abuelos, hoy reencarnada en la aborrecida lógica emprendedora, la
épica de los "individualistas". Narra Grabois: "Los
emprendedores compiten en buena ley con otros emprendedores. Algunos ganan,
otros pierden. La vida es así. La supervivencia de los más aptos". Grabois
conecta esta actitud falsamente darwinista, sobre la que se montó el mayor
estado de bienestar de la historia de la civilización, con "la cultura del
descarte" que denuncia Francisco. Y olvida que aquellos esforzados
laburantes y estos modernos y denodados luchadores y pioneros del presente
generan o mejoran el empleo, pagan sus impuestos, sostienen con ellos a los más
rezagados, logran en países ordenados reducir las desigualdades, y representan
la aquí percudida "cultura del trabajo", enemiga del clientelismo
político, la exaltación de la dádiva y el pobrismo estatal.
Grabois ni siquiera confía en el
liberalismo político, que encumbró
Precisamente contra esta mentalidad y
contra el peligro que implica un anticapitalismo delirante y su consecuente
violación de la democracia institucional -edificada bajo la idea de un nuevo
régimen y sobre una metodología feudal y caciquista-, votaron ocho millones de
argentinos hace dos semanas. No fue un voto a favor, sino tal vez uno en contra:
Macri y Cambiemos son meras herramientas coyunturales; salvo alguna excepción
no hay fanáticos macristas, sino ciudadanos de centroizquierda y de
centroderecha intentando una experiencia republicana y cosmopolita, algo
completamente contracultural para nuestra historia endogámica y sin reglas. Se
equivoca Grabois al creer que el poder lo tienen los republicanos. Jamás lo
tuvieron, ni siquiera cuando fueron gobierno. En
Con el gradualismo, Cambiemos recibía
un fuerte respaldo popular hace menos de dos años; el desgraciado shock de los
mercados de 2018 firmó su posible certificado de defunción. Hubo soberbias,
errores e infortunios, pero suponer que el camino del país normal no estaba
empedrado de sacrificios es una triste estupidez argenta. La derrota fue
provisoria, aunque tan contundente que la autoestima republicana se desplomó
más que el Merval. Esto le facilita al populismo, en el cenit de esta ola
exitista, arrojar el bebé con el agua del baño. Que el fracaso arrastre de paso
la división de poderes, la lucha contra la corrupción, la guerra contra las
mafias y el narcotráfico, el federalismo inédito y automático, la apuesta por
la infraestructura, la transparencia en las cifras y un acuerdo con
(*)
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