La columna política de Edgardo Mocca
El anarcocapitalismo y el Estado argentino
Edgardo Mocca
El Destape
22/9/024
¿Se pueden integrar naturalmente los sucesos actuales a una
visión sobre la lucha por el poder en
Está claro que de esto se trata, pero hay que ser cuidadoso
para entender al mismo tiempo que no hay solamente continuidades en los
acontecimientos actuales. No es el “segundo tiempo” de la derecha, que Macri
anunció con bombos y platillos para que nadie pudiera sentirse sorprendido. No
es lo mismo porque lo sobrevuela otra idea del mundo y de la política. Hay que
tomarse en serio las palabras del presidente, aunque suenen -y muchas veces
sean- delirantes. Esa “idea del mundo” ha dado en llamarse “anarco-capitalismo”
o nombres parecidos. El anarco-capitalismo abreva, claro, en una larga
tradición teórica de desarrollo especialmente anglosajón: un capitalismo sin
reglas, en última instancia más que las que merezcan ser incluida en el código
penal. Capitalismo sin trabas. Si al ser humano le tocó nacer en un hogar
pobre, le toca sufrir y fracasar. Si le tocó nacer rico, tendrá todo lo
material al alcance de la mano. El Estado es una anomalía, una ruptura
del orden natural de la convivencia entre los hombres. Hubo un pensador inglés,
Thomas Hobbes, que fundó la necesidad de un aparato, legitimado por un “pacto
social” para intervenir en la sede de los conflictos humanos. Ese aparato -el
Leviatán- cuenta con todos los medios necesarios a su alcance para restituir el
orden. Eso es el Estado: nunca fue otra cosa, más allá de que la restitución
del orden tiene muchas facetas que además fueron revelándose en el desarrollo
histórico.
Volvamos a lo nuestro. Milei es un miembro destacado de una
secta que propone un “mundo sin Estado”. Y por eso es “libertario” porque el
Estado es la esclavitud y lo antagónico con la esclavitud es la libertad. Es
una utopía “redencionista”, es decir que su estela es la de un “hombre nuevo”
liderado del Estado. El parecido con ciertas cosmogonías marxistas y anarquistas
es estremecedor: son el mismo modo de pensar el mundo, pero desde orillas
político-idelógicas antagónicas. El anarco-socialismo o anarco comunismo tuvo
una influencia fugaz en el movimiento obrero del siglo XIX, pero nunca pasó de
la condición de secta romántico-política, lo que no le quita el honor de haber
formado parte de una utopía igualitaria y humanista que embellece nuestra
historia.
El “anarco capitalismo” no pertenece a la
familia espiritual del anarquismo. Y no puede formar parte de esa familia por
razones históricas y por sensibilidades “clasistas”. En ningún punto los
anarcocapitalistas cuestionan a las sociedades clasistas -digamos, el mundo
capitalista. Por el contrario, consideran que los límites del capitalismo los
marcan los Estados, las burocracias, los controles legales, el pago de las
jubilaciones. El anarcocapitalismo no es heredero del anarquismo ni del
anarco-socialismo, es una forma histórica de la justificación de la sociedad
capitalista despojada de toda regla de solidaridad humana.
El hecho es que una parte importante de nosotros dialoga
fluidamente con esta comprensión del mundo. Es un nosotros compuesto por pibes
trabajadores que sufren hiperexplotación, por desempleados crónicos a los que
el Estado ignora. Es un núcleo social importante, que solo ocupa un lugar en la
consideración mediática, colocándose en el lugar de la rebelión. Es bastante
fácil de explicar que las instituciones peronistas -las de “la comunidad
organizada” incluidas- suenen lejanas y hasta vacías en la dura realidad de la
gente. Pero el único enemigo orgánico del anarco-capitalismo que hemos
fabricado acá es el peronismo. Que tiene que superarse a sí mismo. Que ha sido
maltratado por experiencias fallidas y dolorosas. Pero sigue siendo el lenguaje
de la rebelión contra la opresión.
Comentarios
Publicar un comentario