Picada de Noticias en el recuerdo
La contratapa de Mempo Giardinelli
Un cuento de Navidad:Dieciocho años después (*)
Se ha
recibido una donación en euros desde Italia, con cargo al reparto de juguetes y
alimentos navideños en uno de los barrios más pobres de la periferia, donde
durante el año
–Acuérdense
del 2001 –dice Esteban, el presidente–. Llevamos cien muñecas y cien pelotas y
a los diez minutos había más de quinientos chicos con madres y padres, y,
terminamos puteados y cascoteados.
–Nos
confundieron con políticos –justifica Alicia.
–No
supimos diferenciarnos –completa Rosita.
–Sí, pero
a mí me hicieron bolsa los vidrios del coche –se queja Mario–. Este año conmigo
no cuenten.
–El
anteaño pasó lo mismo –evoca Carmen–. Llevamos cien juegos de ajedrez y cien
bebés de plástico, y las tres que fuimos terminamos escondidas en la iglesita
de los pentecostales. Vos mismo, con Esteban, tuvieron que rescatarnos.
–No se
puede resolver la cuestión del conjunto –razona Adelina–, por eso yo prefiero
ocuparme de casos concretos como el de Gaby, que tiene nueve años y una mirada
triste como de cincuenta.
–Sí, pero
es un caso. En estos barrios hay miles de Gabys.
–Bueno,
pero Gaby es Gaby: no tiene papá, son seis hermanos, su mamá a los veintiuno
está destruida y hace la calle para que alguno coma pero ninguno morfa todos
los días.
–Esto es
inútil –dice Luis, quejoso–. La carencia y el resentimiento son tan grandes que
el que ayuda puede terminar linchado porque nada alcanza.
–Pero
ahora las cosas van a cambiar –dice Rosita haciendo
–Por
ahora sólo en redes sociales –dice Luis–. En este barrio hay cada vez más
gente, se invaden terrenos todos los días y la violencia es imparable. La
mejoría de que hablás, acá todavía no llega.
–Si
empezamos tan negativos estamos fritos –dice Esteban.
–Negativa
es la realidad –Luis, implacable.
–Pero
–Yo me
ocupo de casos concretos –insiste Adelina–. A mí denme una bolsa de comida y
unos juguetes para Gaby y su familia. Nosotros en casa juntamos ropa en buen
estado y chau.
–Así sólo
tranquilizás tu conciencia –acusa Luis.
–Por lo
menos la tengo; vos siempre con discursos pero ves todo negro. Y votás con los
pies.
–En una
juguetería mayorista –interrumpe Glayds– vi unos trencitos que funcionan a
pilas y muñecas que hablan. Alcanzaría para comprar cien y cien.
–No, esos
chicos no pueden comprar pilas –dice Esteban–. ¿Qué decís?
–En el
Híper hay juguetes didácticos de madera para hacer casitas con letras –sugiere
Lola.
–Yo
también los vi y a buen precio –dice Rosita–. Nos alcanzaría para comprar unos
400.
–Es una
locura –enfatiza Luis–. De todo esto tendría que ocuparse el Estado, no
nosotros.
–De
acuerdo, pero el Estado en este barrio no existe –interviene Alicia–. Estamos a
más de mil kilómetros de Buenos Aires y a un millón de años luz de
–Si te
parece una locura, Luis –ironiza Rosita– digámosle a los tanos que muchas
gracias y no hagamos nada.
–Eso
sería sensato –dice Marcelo, uno de los viejos de la comisión–. Acuérdense
cuando en 2002 mandaron un container con ropa y zapatillas y no pudimos sacarlo
de
–Por eso
ahora mandan guita –explica Esteban– y nosotros tenemos la obligación de
repartir lo que podamos comprar, y todo facturado. Y no está mal si permite que
cientos de pibes reciban leche en polvo, pan, yerba, azúcar y otras cosas. Así
que no jodamos: esta noche es Navidad, recibimos un dinero extra y ahora hay
que decidir qué compramos.
–Mandemos
a los compañeros payasos con pan dulce y listo. O vestimos al gordo Mario de
Santa Claus, algo así –dice Carmen.
–¿Por qué
no te vas a la mierda? –reacciona Mario.
–Ojo que
el año pasado repartieron miles de budines del gobierno y resultó que la
mayoría estaban vencidos; y después se supo que eran de la panadería del cuñado
del ministro Sánchez.
–Yo me
opongo rotundamente a que sigamos reforzando una tradición pelotuda como la de
Papá Noel cuando aquí hacen 40 grados y en todo el barrio no hay agua potable
–dice Luis–. Y en las escuelas el Día de los Muertos celebran jálogüin.
–La
docencia argentina es heroica aunque haya muchos pelotudos que ven a Tinelli y
a
–Una cosa
es cocinar todos los días con madres del barrio, y otra es esta gilada de
repartir juguetes a fin de año –insiste Luis.
–Esas
minas son de oro, pero cuando algo se reparte y no alcanza las madres del
asentamiento les tiran la bronca a ellas. Y ahora vienen también del nuevo
asentamiento que se está formando del otro lado del canal.
–Del otro
lado del canal está la quema.
–Y ahí se
están asentando, Luis, ¿o vos no tenés ojos? Ya hay como 200 familias.
–Ché
–dice Ernesto–. ¿Por qué no definimos qué hacer con esta guita? –Pongamos una
carpa en el centro de la plaza –propone Carmen– y que de ahí se retiren los
juguetes.
–Estás
loca: van a venir miles, los comerciantes van a protestar y el gorilaje andá a
saber qué piensa. Si piensa.
–Acá si
das cosas sos Gardel, si no das sos una mierda y si no alcanza te matan –opina
Ramón El Viejo, quebrando su silencio.
–Nos
vemos a las ocho en el canal, en el cruce de siempre –dice Esteban, cerrando la
sesión– y por favor todos con la mejor buena onda. Que la rabia quede atrás,
junto con el odio que inocularon los del gobierno anterior, sensibles como
alacranes.
(*) Página/12
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