La contratapa de Jorge Majfud
Sacrificios humanos y la política de la crueldad
Página/12
28 de febrero de 2025
En la milenaria historia de los pueblos
americanos se puede observar que las sociedades, naciones y repúblicas más
pacíficas y democráticas incluían una equidad social y de género mayor que
aquellas otras que se distinguían por la violencia y el predominio del
patriarcado. Los incas y aztecas eran más violentos y patriarcales que la vasta
mayoría de los pueblos nativos. El dios de los aztecas, Huitzilopochtli, era el
dios de la guerra que reemplazó a las deidades femeninas en el panteón de mitos
para, luego de prometerles una tierra que ya estaba habitada, les exigió rituales
de sacrificios humanos, los que cumplían la función política e imperial de
impresionar a propios y ajenos. En distintos continentes, la violencia y la
guerra, desde los sacrificios rituales hasta la iniciación de los varones como
símbolo de masculinidad estaba asociada a la dominación intra-social a través
de la amenaza y el miedo inoculado al extranjero.
Cuando los imperios modernos surgieron, como fue
el caso más reciente de Estados Unidos a finales del siglo XIX, el consenso
radicaba en que los antimperialistas eran afeminados y cobardes, mientras que
los imperialistas eran masculinos, violentos y siempre estaban dispuestos a
iniciar alguna guerra. “Estoy a favor de casi cualquier guerra, y creo que
este país necesita una”, decía Theodore Roosevelt, mientras el presidente
McKinley era cuestionado en su sexualidad por no querer iniciar una contra
España.
Desde la antigua Roma, los sacrificios humanos
fueron reemplazados por rituales más simbólicos. Sin embargo, esta
característica histórica, embebida en el código genético humano, no
desapareció; se transformó. Hoy son los fascismos y las guerras de exterminio,
toleradas o justificadas por aquellos que no se benefician directamente, pero
que reproducen el antiguo ritual del sacrificio ritual como forma de ejercitar
ese deseo violento, con frecuencia genocida.
Como lo elaboramos en Moscas en la
telaraña (2023), la comercialización de la existencia convirtió
fortalezas ancestrales (la atención a los eventos negativos, el consumo de
estimulantes, de calorías) en debilidades modernas. Igual, la
violencia hacia el otro es tan antigua como la solidaridad, pero la primera es
un reflejo de la sobrevivencia egoísta del individuo y la segunda hizo posible
la sobrevivencia de las sociedades.
La idea de libertad es antigua y casi nunca
consideró la “igual-libertad”, una libertad ejercida desde el derecho ajeno.
Siempre fue la libertad del poderoso, del noble, del esclavista, del
capitalista para decidir por los vasallos, los esclavos de grilletes y los
esclavos asalariados de hoy. El concepto de “igual libertad” estuvo sugerido
entre los primeros cristianos, cuando eran perseguidos, no perseguidores, pero
se articuló más de mil años después con
El descubrimiento de América no sólo inspiró
estas ideas utópicas por parte de los filósofos de
El miedo a perder la propiedad privada de
tierras y esclavos en la antigua Roma condujo a un fuerte incremento de las
fuerzas punitivas (inexistentes en las complejas sociedades nativo-americanas,
como la policía) y, de forma simultánea, al deseo y necesidad del robo. La
violencia y la represión fueron apoyadas y promovidas en nombre de la libertad,
porque estaba ligada al poder de la propiedad privada.
El capitalismo encontró la piedra filosofal
capaz de traducir de forma mágica el poder de los capitales en poder político,
social, cultural y religioso. Este ejercicio de magia, además, es adictivo y es
practicado por un único tipo psicológico (entre cientos de otras
características y habilidades humanad) aficionado a la patología de la
acumulación sin importar sus consecuencias en los demás. En otras palabras, el
prototipo ideal del exitoso multimillonario capaz de comprarse gobiernos es
alguien obsesionado con sus ganancias económicas.
¿Qué perfil psicológico calza en esta demanda
funcional de crueldad, del sacrificio humano? La característica central del
psicópata radica en su incapacidad por sentir empatía por el dolor ajeno. Esta
incapacidad de emociones que explican la sobrevivencia de la especie, los lleva
a lo contrario. De las pocas fuentes de placer a las que pueden recurrir para
aliviar una existencia insoportable es el placer por el dolor ajeno.
Nos sorprendemos al observar cómo un presidente,
un primer ministro, un senador o un exitoso hombre de negocios, con un
convencimiento seductor, toman decisiones que conducirán al dolor de millones
de personas. Por lo general, se excusan en algo abstracto y arbitrario
como la eficiencia y recurren a invertir el significado de
valores y emociones que llevan miles de años definidas de una forma simple y
comprensible, como la compasión y solidaridad.
Un ejemplo contemporáneo son numerosos líderes
que el sistema capitalista ha encumbrado por su alta funcionalidad. La
escritora Ann Ryanse puso al frente de la reacción contra el consenso de la
segunda posguerra que derrotó al sadismo del fascismo en Occidente. En 2024, el
presidente Milei de Argentina dijo en Washington que “la justicia social es
violenta”. Un exabrupto encapsulado 60 años atrás en píldoras para el consumo
contra cualquier forma de sensibilidad social, como la de Ryan Ann: “la
maldad es la compasión, no el egoísmo”.
Las políticas de la crueldad son parte del
sistema capitalista, parte de la más antigua psicología psicópata y del ritual
del sacrificio humano: el dolor ajeno no es un efecto colateral de
“medidas necesarias”. Cumplen una función de control, es objeto de placer del
psicópata y del ego colectivo que nunca lo reconocerá, ni siquiera ante un
espejo. No es necesario entender por qué alguien puede violar a una persona y
luego asesinarla. Ni siquiera un novelista necesita intentar sentir lo que
siente el criminal. Basta con tomar nota de los hechos.
Las ideas de igual libertad y democracia,
aunque una tradición antigua en América, no dejan de ser algo reciente en la
evolución humana. No dejan de ser algo frágil desde el punto de vista
neurológico, siempre ante el permanente acoso y amenaza del centro reptiliano
del cerebro humano. Todo eso que el capitalismo no limita, sino todo lo
contrario: reproduce, multiplica y concentra, sin ningún atisbo de empatía,
como un robot, como un Javier Milei, un Donald Trump o un Elon Musk―como el
capital mismo.
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