La columna política de James Neilson
Mantenerse a flote en un mar tumultuoso
Perfil
Puede que a Javier Milei le sea beneficioso figurar como el
mejor amigo extranjero de Donald Trump, pero aun cuando su relación personal con
el impulsivo presidente norteamericano signifique que
Como siempre sucede cuando impera la incertidumbre, los grandes
inversores están alejándose de lugares inseguros como
Las dificultades en el frente externo que no pueden sino incidir
en la gestión de Milei se ven acompañadas por otras que están surgiendo en el
interno, donde su propensión a cometer errores no forzados está suministrando
municiones a los defensores más rabiosos del “modelo” corporativo que está
procurando desmantelar. Para más señas, si bien parecería que, en
términos generales, la macroeconomía está funcionando de manera adecuada, al
Gobierno no le está resultando del todo fácil tranquilizar a los convencidos de
que, una vez más, el peso está sobrevaluado y que, más temprano que tarde, será
necesario dejar que el mercado determine la tasa de cambio. ¿Sería traumática
una devaluación? Aunque nadie sabe la respuesta a dicho interrogante, es
evidente que tanto Milei como el ministro de Economía, Luis Caputo, creen que
una provocaría un salto inflacionario que les costaría apoyo electoral, y que
por lo tanto quieren demorarla hasta después del 26 de octubre, pero no hay
garantía alguna de que los mercados, tan impacientes ellos, les permitan hacerlo.
Es posible que Milei, que no teme obrar con gran rapidez cuando
las circunstancias lo exigen, resulte ser un buen piloto de tormentas, pero
para mantener a flote el barco nacional en que todos estamos viajando, tendrá
que refaccionarlo. Se trata de una tarea que ha emprendido con un grado de
entusiasmo que alarma a los técnicos del Fondo Monetario Internacional que,
acostumbrados como están a que los líderes de los países que conforman su
clientela los acusen de ser criminales resueltos a hambrear a la gente honesta,
parecen sentirse incómodos frente a uno que se enorgullece de su
ultraliberalismo. Sea como fuere, se sabe que el FMI está presionando a Milei y
Caputo para que pongan fin cuanto antes al cepo que, a su juicio, está
obstaculizando las inversiones que el país claramente necesita para estimular
las partes productivas de la economía. Llamar a los economistas locales que
piensan así “mandriles” o “econochantas”, hace sospechar que el Presidente sabe
muy bien que tienen razón pero que, por motivos que son más políticos que
económicos, prefiere pasar por alto sus advertencias.
En distintos momentos del pasado, los planes del gobierno de
turno se han visto duramente afectados por devaluaciones imprevistas no sólo en
países latinoamericanos como México y Brasil sino también en otros lejanos como
Turquía. Tal y como están perfilándose las cosas, pronto habrá crisis
cambiarias graves en docenas de países merced a la voluntad de Trump de
aprovechar políticamente la fortaleza relativa de la inmensa economía norteamericana
para atacar sin remordimientos a vecinos como Canadá y México, aliados
tradicionales en Europa y otros que, en su opinión, no le muestran el respeto
debido.
Si bien Trump confía en que Estados Unidos salga ileso de los
muchos conflictos que está desatando y que, gracias a su belicosidad, empresas
manufactureras que tienen fábricas en China, México y otros países en que la
mano de obra cuesta poco opten por repatriarlas. Algunas ya han empezado a
hacerlo, pero es de prever que los aranceles y otras medidas que está aplicando
el gobierno del “hombre naranja” tengan un impacto sumamente negativo en el
costo de vida norteamericano, lo que lo perjudicaría en las próximas elecciones
legislativas. Es que en ambas cámaras, los republicanos tienen una mayoría muy
exigua y sí, como suele suceder, el oficialismo pierde algunos escaños en las
elecciones de medio mandato, a partir de noviembre del año que viene la
oposición demócrata estaría en condiciones de frustrar a quien está procurando
llevar a cabo una especie de revolución -sus críticos dirían una
contrarrevolución- que devuelva a Estados Unidos “la grandeza” de otros
tiempos. Así las cosas, tiene buenos motivos para apurarse.
Si Trump tiene éxito y, como resultado de sus
esfuerzos, el resto del mundo se ve constreñido a pagar tributo a la
superpotencia, enriqueciéndola aún más, todos los demás países sufrirán. ¿Y si
fracasa? De tener razón los pesimistas de los que hay cada vez más, en tal caso
Estados Unidos correría el riesgo de convertirse en el epicentro de un
terremoto económico mundial tan destructivo como
Trump se cree un negociador genial. Basándose en su experiencia
como magnate de bienes raíces, da por descontado que el dinero es un arma tan
potente como las que están en manos de las fuerzas armadas. No ha vacilado en
insinuar que la usará para obligar a Dinamarca a entregarle la isla autónoma de
Groenlandia que, afirma, es de tanta importancia estratégica que Estados Unidos
la precisa para la guerra fría que está librando contra Rusia y China. También
tiene los ojos puestos en Canadá; con frecuencia, dice que sería del interés de
sus habitantes vivir en el Estado número 51 de
Algo similar está ocurriendo en Europa. Trump y el
vicepresidente J. D. Vance raramente dejan pasar una oportunidad para llamar
atención al desdén que sienten por los europeos. Los tratan como parásitos
ingratos que durante décadas han estafado a sus protectores norteamericanos. A
juicio de Vance, ni siquiera respetan los valores democráticos, ya que los
gobiernos no vacilan en tomar medidas para perjudicar a dirigentes políticos
que los medios califican de derechistas o populistas, y son tan contrarios a la
libertad de expresión que en algunos países, comenzando con el Reino Unido, son
capaces de detener a quienes se mofan de las piedades progresistas en boga, en
especial las que tienen que ver con transgéneros, el islam y otros temas que
motivan polémicas no sólo en el Viejo Continente sino también en los círculos
académicos norteamericanos.
Desde el punto de vista de Trump y Vance, Europa ha sido víctima
de las mismas fuerzas que en su opinión han causado muchísimo daño en Estados
Unidos, pero mientras que, gracias a ellos, su propio país está
recuperándose del mal, los de Europa, con la eventual excepción de
Hungría y, tal vez, Polonia, están moribundos. ¿Exageran? Si uno toma en cuenta
las tendencias demográficas, los norteamericanos podrían estar en lo cierto. A
menos que los europeos pronto comiencen a reproducirse como hacían sus
bisabuelos y. mientras tanto, frenen “la invasión” de inmigrantes
indocumentados, como está haciendo Estados Unidos, no tardarán en verse
remplazados por personas procedentes de África y el Oriente Medio de costumbres
y creencias que son radicalmente distintas. No es cuestión de una eventualidad
poco probable que podría ocurrir en el futuro remoto sino de lo que a buen
seguro sucedería antes de que sean ancianos aquellos europeos que aún son
jóvenes. Con tal que Vance, de 40 años, alcance la edad de Trump, que
tiene 78, verá si el destino de Europa sea tan triste como pronostica o si,
para sorpresa de muchos, sus habitantes se las arreglan para superar los
problemas sociales y culturales que los están afligiendo, problemas, como los
supuestos por la caída abrupta de la tasa de natalidad, que están comenzando a
afectar a
Comentarios
Publicar un comentario