La contratapa de Sandra Russo

 


Decirlo todo

Página/12

23 de agosto de 2025

Hace mucho que insisto, en el espacio pequeño que ocupa mi voz pública, en que hay que hablar. Hablen, no se callen, hablen, lo digo en el mismo idioma pero de muchas formas diferentes. Porque para hablar, y decir algunas cosas con sentido, uno debe tener en cuenta al menos a otro y entonces ya somos dos de este lado del lenguaje, adentro.

De alguna forma vaga pero letal, en las próximas elecciones se dirime también si nos quedamos adentro del lenguaje, para entendernos o debatir entre todos, para estar cuerdos, o si nos quedamos afuera del lenguaje, en la psicosis política y social que supone un modelo no solo sin Estado sino también sin ley. Desde luego que este estado de cosas sería imposible sin un poder judicial profundamente corroído. Las listas de LLA, por otra parte, exhiben el mismo estereotipo mediático sin discurso, zombies que viven entre retahílas de frases hechas.

El fascismo no habla, pretexta. Su blabla o su cricri siempre es un pretexto para no decir la verdad. Todos los presuntos debates con el fascismo son simulacros y no hay que prestarse a eso. Nos quieren convertir en simulacro para que no haya diferencia. El fascismo suprime matices y no tolera diferencias. El “soy cruel con ustedes, cucas empobrecedores” debería ser pin y causar gracia cuando pase el temblor. Es una afirmación de una grandilocuencia imborrable, proviniendo del jefe del gobierno más públicamente corrupto y obsceno que se recuerde.

No hay que prestarse a eso porque entre otras cosas la resistencia y el contraataque político a este accidente histórico global de la ultraderecha, en el caso particular la argentina, mezcla de cinismo y psicosis al servicio de la codicia mafiosa, es la acción. La acción que coincide con la palabra. La acción de hablar para decir la verdad en un momento en el que la verdad no importa es un hecho político cotidiano imprescindible para millones de personas que sí vemos la realidad y sus esperpentos.

De esos actos políticos se hacen cargo miles y miles de hombres y mujeres pero más mujeres, que más allá de lo que entienden de política saben que las están atacando y saben los verdaderos números de la economía a los que nunca se refieren los tecnócratas. A diferencia de algunas de otras características, el odio a las mujeres que ellos no controlan a través de recompensas es constitutivo de la ultraderecha.

Ya hemos empezado a escuchar esas voces en las estaciones, en los móviles, en los subtes. Hombres y mujeres hartos y reventados que en lugar de darse la cabeza contra la pared se desahogan con la palabra pública.

Hay que decirlo todo. Hay que vaciarse de su toxicidad, vomitarlos en la pronunciación y el adjetivo, porque las palabras son nuestras y nunca nos las van a quitar. No las conocen. Las usan como amuletos cazabobos. Están estallando como Fabián Vena en Resistiré.

No hay que dejarle resquicio al falso debate al que somos sometidos todos los días, y hay que hablar, que significa: hablar desde nosotros, desde cada uno y todos, decirnos, manifestar nuestra existencia y posicionamiento, reafirmarnos en un escenario que tiende a eliminarnos. Recuperar palabras que nos quitaron a fuerza de no decirlas porque hacen que suenen peligrosas.

Mi último libro, ya les he contado, se llama La lengua suelta, y el título es el de un ensayo del británico pakistaní Hanif Kureishi. Cuando leí ese texto, en ese estilo racional y profundamente conmovedor del autor, que viene de un linaje que debió guardar silencio, entendí la importancia crucial, en épocas autoritarias, de hablar, de hablar, para no olvidar qué está bien y qué está mal, para mantenernos en eje y en contacto, para resistir dentro del lenguaje mientras ellos quieren echarnos a patadas.

Solo diré esto: los cien muertos que hay por fentanilo contaminado se pueden asociar perfectamente con las coimas descomunales a los discapacitados que abandonan. Los del fentanilo vienen muriendo hace meses. Nadie habló. Hablaron los familiares pero sus voces se extinguieron en el silencio sicario de los medios. Hay que hablar. Hay que emperrarse en no cambiar de tema.

Hay que informarse, no repetir, y hablar. Dar datos. Contradecir al que los siga defendiendo. En el contrarrelato, hay que contradecir. Tenemos que encontrar una soga que nos permita seguir poniendo la realidad en foco, porque lo que quieren es idiotizarnos. Hay muchísimos más idiotas que nunca.

Lo único que importa es que encontremos una voz colectiva compuesta por todas nuestras voces hablando al mismo tiempo. Hablando con obstinación de quiénes somos, de qué queremos.

Vamos a lo nuestro, que es mucho y es tan valioso y corre tanto pero tanto peligro.

Esto ya está muy oscuro. No tenemos medios que alcancen para hacer luz donde no vemos. Hablemos, reconozcámonos por la voz. Y que no nos aten la lengua.

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