La reflexión de Aleardo Laría Rajneri
Ante
el drama palestino
El Cohete a
El drama que vive el pueblo palestino
llena de dolor y angustia a todas las personas que de algún modo se sienten
vinculadas a ese paradigma universal que es la defensa de los derechos humanos.
Diariamente accedemos a través de la prensa internacional —los medios del establishment argentino
no demuestran el mismo interés— a la contabilidad macabra de víctimas que
mueren en las colas del hambre o de los niños abatidos en los bombardeos
implacables o como consecuencia de la hambruna.
Nadie puede dudar de la inocencia de
alrededor de 16.000 niños menores de 12 años que han sido abatidos por las
Fuerzas de Defensa de Israel en Gaza. Y nos conmueve la terrible certeza de que
estamos a punto de cumplir dos años de esta guerra despiadada y no aparecen
señales de que alguien pueda detenerla. Esta lacerante impotencia nos lleva a
preguntarnos qué está pasando para que la comunidad internacional no encuentre
el modo de detener tanta barbarie. Diversos Estados han anunciado su propósito
de reconocer el Estado palestino, pero esa decisión, presentada como una suerte
de amenaza, se estrella frente a un muro de hierro que encierra a los
habitantes de
¿Cuántos más niños deben morir para que
esta locura se detenga? ¿Contemplan sus autores acabar con la vida de más de
dos millones y medio de gazatíes para luego iniciar la masacre de los otros más
de dos millones y medio de palestinos que viven en Cisjordania? Parece algo
inconcebible, pero si nada detiene a esta monstruosidad desatada, la matemática
genocida seguirá engrosando la lista de víctimas.
Esta espantosa incertidumbre nos obliga
a indagar las motivaciones que operan detrás de semejante irracionalidad y nos
hace tratar de reconocer las líneas de fractura que pueden terminar horadando,
en un tiempo imprevisible, ese infame muro de hierro.
La solución de
dos Estados
Algunos Estados, como Francia, el Reino
Unido, Canadá y más recientemente Australia, han anunciado que reconocerán al
Estado palestino en la reunión de
Aquí debemos detenernos un momento.
Reclamar la solución de dos Estados es un modo de advertir a Israel que en
ningún caso la comunidad internacional aceptará la anexión definitiva de Gaza y
Cisjordania. Se trata, por otra parte, de defender la legalidad internacional,
es decir, la plena vigencia de
En síntesis, las Naciones Unidas ya
ofrecieron en 1967 un pacto razonable, en virtud del cual Israel obtendría la
paz a cambio de devolver a los palestinos su territorio. Lo que sucede es que
el Estado de Israel ha demostrado, activa y pasivamente, que aspira a la
anexión definitiva de los territorios ocupados militarmente desde hace 58 años
y no contempla el establecimiento de un Estado palestino. Por lo tanto, el
simple enunciado de ese principio de solución, si no va acompañado de medidas
enérgicas dirigidas a quebrar la ensoñación israelí, no tiene consecuencias y
parece un ejercicio de mero postureo.
La posición de
Netanyahu
Benjamín Netanyahu es hijo de Benzion
Netanyahu, un historiador judío que fue secretario de Zeev Jabotinsky, el
famoso líder que encabezó la facción fascista del sionismo. En 1993,
cuando asumió el liderazgo del Likud, Netanyahu publicó un libro titulado Un
lugar entre las naciones: Israel y el mundo, en el que defendía el
derecho del pueblo judío a la totalidad de
El Acuerdo de Oslo, que fue firmado poco
después de la publicación del libro de Netanyahu, establecía justamente todo lo
contrario de lo que sostenía el dirigente sionista, en la medida en que
reconocía a
Netanyahu manifestó su clara oposición
al proceso de Oslo y consiguió ser elegido Primer Ministro con una coalición
que incluía a varios partidos religiosos que reclamaban la anexión de Judea y
Samaria. De esta manera se conformó un gobierno integrado por una fracción
religiosa y otra etno-nacionalista que proponía incorporar en las escuelas
Los partidos
religiosos
En el actual gabinete de Netanyahu,
además del Likud, la coalición gobernante está formada por Poder Judío,
Sionismo Religioso y Noam —tres partidos ultraderechistas y supremacistas
judíos con posturas racistas y homófobas— y dos partidos ultraortodoxos: Shas y
Judaísmo Unido por
En el gabinete ocupan una posición
central dos ministros que forman parte de los partidos religiosos mesiánicos
que alientan la colonización total de Gaza y Cisjordania. Uno es el ministro de
Seguridad Itamar Ben-Gvir, radicado en Cisjordania, que es líder del partido
Poder Judío. Fue condenado por apoyar al único grupo supremacista judío
ilegalizado a causa de sus prácticas terroristas, conocido como “kahanismo” por
ser discípulos del rabino americano Meir Kahana. Este grupo está compuesto por
jóvenes colonos que se trasladan a Cisjordania convencidos de que su misión
es redimir la tierra de Israel, es decir, liberarla de sus
actuales ocupantes palestinos. Van siempre armados y enmascarados, y se dedican
a apalear a todo palestino que se cruza en su camino, destruir sus cultivos,
incendiar sus casas e incluso matarlos. Saben que cuentan con el apoyo de
El otro ministro ultraderechista es el
responsable de Finanzas, Bezalel Smotrich, líder del partido Sionismo
Religioso. Smotrich se opone al levantamiento de la presión militar en Gaza, lo
que ha impedido alcanzar algún tipo de acuerdo duradero de alto el fuego. En
opinión del analista israelí Meir Margalit, “el resultado de esta configuración
política adjudica al bloque derechista, en su variante dura o moderada, una
amplia mayoría electoral. De ahí se desprende que la posibilidad de llegar a un
acuerdo con el pueblo palestino que implique la devolución de los territorios
conquistados parece cada vez más remota”.
Bezalel Smotrich anunció el pasado jueves
la puesta en marcha de un plan para construir 3.000 nuevas viviendas entre
Jerusalén y el asentamiento de Maale Adumim en Cisjordania, lo que aislaría la
parte árabe de Jerusalén del resto de
El paradigma
de las tres M
Enfrentada a las formaciones de
ultraderecha, en el extremo opuesto del arco político, existe una izquierda en
Israel que se refugia en las organizaciones de derechos humanos como B’Tselem,
que han salido valientemente a denunciar el genocidio. Lamentablemente, son
grupos minoritarios, cada vez más reducidos. Dos partidos políticos representan
esta izquierda israelí: Meretz, que en las últimas elecciones
de finales de 2022 no logró superar el umbral mínimo del 3,25 % necesario para
entrar a la Knesset; y el Partido Laborista, que logró obtener tan
solo cuatro escaños de un total de 120.
Entre el bloque de la ultraderecha
mesiánica y la izquierda en retirada, se encuentra el 80% del electorado,
conformado por una derecha moderada, que se reivindica liberal, y una derecha
dura que vota al Likud. Una muy lograda radiografía de la actual sociedad
israelí la encontrarán los lectores en el ensayo El eclipse de la
sociedad israelí (Ed. Catarata) de Meir Margalit. El autor es un judío
argentino que emigró a Israel en 1972, integrando un grupo sionista de derecha.
Participó y resultó herido en la guerra de Yom Kipur en 1973. Posteriormente,
se vinculó a grupos pacifistas y dirige el Comité Israelí contra las
Demoliciones en Jerusalén. En su libro ofrece datos sorprendentes.
Señala, por ejemplo, que aunque el 40% de la población judía en Israel se
define laica, el 80% de la población judía cree en Dios y, no solo ello, el 70%
cree que el pueblo judío es el pueblo elegido, y el 55% cree en la llegada
inminente del Mesías. Considera que son tres los vectores centrales que
atraviesan la idiosincrasia israelí en una fórmula que denomina “el paradigma
de las tres M”: miedo, mesianismo y militarismo.
El miedo es un sentimiento que siempre
fue agitado por el sionismo como medio de alentar la inmigración a Israel, pero
a partir del 7 de octubre de 2023 se ha convertido en un factor de fuerte
impacto que explica en parte la adhesión ciega a la guerra desatada por
Netanyahu y el ardor religioso que actualmente envuelve a la sociedad
israelí.
El mesianismo, en su versión
etno-nacionalista, expresa “la convicción firme e inamovible” de que Dios está
de su lado y les ha “encomendado una misión única y solemne: redimir
Finalmente, en cuanto al militarismo,
predomina la concepción de que la paz solo se obtiene mediante el uso de la
fuerza. Añade Margalit que, si bien la población religiosa-nacionalista en
Israel ronda el 10%, el porcentaje de egresados del curso de oficiales del ejército
de 2024, vinculados a los círculos de colonos derechistas, alcanzó el 41%, por
lo que “el ejército del pueblo” ha pasado a ser “el ejército de los colonos”.
¿Qué hacer?
Este breve análisis de la sociedad
israelí, hecho a vuelo de pájaro, revela las enormes dificultades que tiene la
implementación de la invocada “solución de dos Estados”. Es por ese motivo que
muchas organizaciones pacifistas consideran que esa opción ya no es viable y
que la tarea del momento consiste en detener el genocidio para reclamar a
continuación la plena igualdad de derechos de todos los habitantes dentro del
Estado de Israel, poniendo fin al actual Estado de apartheid que
discrimina a la población palestina. Esa demanda, similar a la que terminó con
el régimen de apartheid en Sudáfrica, parece
incuestionablemente razonable, pero no lo es para todos aquellos que en Israel
abrazaron el ideal sionista de fundar un “Estado judío”, es decir, una entidad
política donde quede suficientemente garantizada una mayoría étnica judía. El
resultado de esta concepción es una ideología radicalmente excluyente, que
convierte a los no judíos en una presencia incómoda, y que fácilmente conduce a
políticas que favorecen el desplazamiento o la expulsión violenta de los no
judíos.
Por otra parte, no debe perderse de
vista que para el movimiento sionista la “patria histórica” otorgada por Dios
al pueblo judío es el conjunto de Palestina, lo que incluye a
El único modo de detener este delirio
místico es adoptando las medidas similares y equivalentes a las que permitieron
a la comunidad internacional romper el régimen de apartheid en
Sudáfrica. Sólo el boicot total y absoluto de todo comercio y relación cultural
con Israel posibilitará que las grietas internas que atraviesan la sociedad
israelí se hagan más profundas y los sectores mesiánicos y sus delirios se vean
reducidos a la impotencia. Sólo de este modo se podrá derrotar la concepción
militarista, que se opone a restituir territorios por motivos de seguridad, y
la religiosa, que se niega a toda restitución por razones bíblicas. Solo resta
añadir que, como bien señala Margalit, estamos asistiendo al fracaso histórico
del sionismo en tanto que “Israel es actualmente el lugar menos seguro para el
pueblo judío, mientras que la diáspora es el lugar más seguro y gratificante al
cual el judío puede aspirar”. Del mismo modo, este autor considera que la tesis
sionista que sostenía que la existencia judía en la diáspora era imposible
resultó ser un fiasco dado que el judaísmo contemporáneo florece en casi todos
los países democráticos del mundo, no solo a nivel económico, sino a nivel
cultural y espiritual, mientras que en Israel se impone, sin atenuantes, el
oscurantismo y el fanatismo.
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