Para los lectores de El Informador Público
Rememorando a
Jean-Luc Marion (1)
IP-23/8/025
El 3 de julio se conmemoró el
septuagésimo noveno aniversario del nacimiento de un destacado filósofo
francés, cultor de una filosofía fenomenológica combinada con un uso posmoderno
de la teología. Jean-Luc Marion nació en Meudon el 3 de julio de 1946. Estudió
filosofía en
Buceando en Google me
encontré con un ensayo de Francisco Novoa Rojas (Universidad Católica de
INTRODUCCIÓN
“En el inicio de
Phénoménologie de l’extraordinaire, Emmanuel Falque señala que, para Jean Luc
Marion, “las referencias a la historia de la filosofía no tienen otra finalidad
que prescindir de ella”. Este enunciado introduce una concepción de la
filosofía, en Marion, como una disciplina que no solo cuestiona sus propios
fundamentos y límites, sino que también desafía las interpretaciones
convencionales a lo largo de su historia. Frente a esta definición de Falque, cualquier
lector asiduo de la fenomenología reconocerá la influencia que ha tenido
Heidegger en la concepción que Falque entiende de Marion. Heidegger, en su obra
¿Qué es
Según Heidegger, esta
conceptualización subraya que la filosofía es fundamentalmente un diálogo
constante con su propia historia y esencia, rechazando cualquier intento de
reducirla a una fórmula estática o a un conjunto de respuestas definitivas, tal
como él considera que hace la metafísica (como señala en la concepción del
mundo y su relación con la filosofía). En el mismo sentido, Jean-Luc Marion, en
textos como Le Phénomène Érotique y Limites et Finitude, ofrece una visión de
la filosofía que reúne perspectivas existenciales y epistemológicas.
En Le Phénomène Érotique,
Marion explora el deseo de conocer como una motivación fundamental para la
filosofía, argumentando que este deseo va más allá de la simple búsqueda de
información o verdad y se constituye también en una búsqueda de placer y
autocomprensión a través del otro, es decir, por medio del amor. Marion
sostiene que todos los hombres desean conocer, en clara relación a Aristóteles,
porque el conocimiento proporciona una forma de goce, un placer que describe
como “el más excitante, el más duradero y el más puro de los placeres”. Esta
perspectiva introduce una dimensión erótica al deseo de conocer, posicionando
el acto de conocimiento como un medio para “gozar de uno mismo a través de
conocer”, más que un fin en sí mismo.
En Limites et Finitude,
Marion aborda la filosofía desde una perspectiva diferente, enfocándose en sus
límites y su capacidad para definir y delimitar el conocimiento. Argumenta que
la filosofía es única en su capacidad de redefinirse continuamente cada vez que
intenta tomar la palabra, lo que la sitúa en un rol que trasciende otras
disciplinas. Marion afirma que la filosofía “debe redefinirse a sí misma,
identificar el lugar en el que su crítica puede provocar una crisis y, a través
de esta decisión, brindar una oportunidad y una posibilidad de racionalizar,
describir, decir y arrojar luz sobre una situación que, de otro modo, seguiría
siendo confusa, ininteligible y potencialmente peligrosa”. Esta capacidad de
autodelimitación posiciona a la filosofía como una disciplina de constante
autorreflexión y redefinición, una tarea que Marion considera esencial para la
práctica filosófica.
Además, así como Heidegger,
Marion también explora la relación entre la filosofía y la certeza,
cuestionando si la búsqueda de certeza es realmente un objetivo válido para la
filosofía. El alemán propone que la filosofía, entendida como la búsqueda del
ser, implica una confrontación constante con la verdad del ser, una verdad que
no se limita a una certeza empírica o científica. Este enfoque desafía la
noción de certeza objetiva, planteando que la filosofía debe estar abierta a la
interpretación y al cuestionamiento continuo. Marion, en Límites y Finitud, por
su lado, profundiza en cómo la filosofía establece y reconoce los límites del
conocimiento humano, enfatizando la finitud como una condición trascendental
sine qua non a toda experiencia. Marion plantea que la finitud del ser humano
no solo determina los límites de lo que puede ser conocido, sino que también
establece el marco dentro del cual todo conocimiento debe ser interpretado, en
la misma sintonía que propone en Reprise du donné. Esto se refleja en su
afirmación de que “dado que identifica los límites, los establece y
eventualmente los retrocede, la filosofía se encarga de los límites: por eso,
no tiene ninguno”. (2016b, p. 148).
A pesar de las diversas
interpretaciones que se pueden derivar de su obra, Jean-Luc Marion aborda en
varios pasajes su concepción de la filosofía. No obstante, dedica de manera
particular a esta temática sus libros La métaphysique et après y Le visible et
le révélé. En el primero, el fenomenólogo francés dedica los cuatro primeros
apartados al análisis de la historia y el método filosófico. Adicionalmente, en
el segundo, explora la cuestión de la “filosofía cristiana”. Centrándonos en
tales textos, este artículo busca determinar la concepción de filosofía según
Marion, complementando el análisis con referencias a otros trabajos del autor y
las referencias que adquiere de la tradición en nuestro tercer apartado. Para
ello, adoptamos una metodología documental exegética en los dos primeros
apartados, seguida de un análisis hermenéutico en el tercer apartado, donde sostendremos
nuestra hipótesis: la filosofía, según Marion, no es meramente un descarte,
como podría sugerir Falque, sino un constante rehacer. Esto, evidentemente,
viene a complementar el debate existente en torno a la obra de Marion sobre la
comprensión de la fenomenología, sobre la condición de filosofía primera, la
relación con la ecología y la dimensión práctica del fenomenólogo francés. Por
nuestra parte, por tanto, ofrecemos una dilucidación sobre la comprensión que
mantiene el filósofo de
“Jean Luc Marion inicia su
discusión en torno a la filosofía y su historia con una observación disruptiva:
la filosofía, para existir como tal, debe estar en diálogo constante con su
propia historia. Marion no se refiere a la historia como una simple cronología
de ideas, sino como una trama viva de interrogantes, problemas latentes y
conceptos en evolución. La filosofía no puede comprenderse fuera de este
contexto histórico, ya que sus preguntas fundamentales están entrelazadas con
las respuestas y fallos de los filósofos anteriores. Marion se opone así a la
visión lineal del progreso académico, donde lo nuevo sustituye y cancela lo
anterior. Más bien, sugiere que la filosofía avanza a través de un diálogo
incesante, donde el pasado sigue interviniendo en el presente.
En su crítica a la idea de
progreso filosófico, Marion aborda la cuestión de la temporalización del saber.
A diferencia de las ciencias empíricas, que pueden relegar a la irrelevancia
las teorías superadas, la filosofía no tiene ese privilegio. Este enfoque marca
una diferencia sustancial entre el saber científico y el filosófico. Mientras
las ciencias buscan resultados definitivos acumulativos, la filosofía trabaja
con preguntas abiertas que permanecen activas. Marion destaca que el progreso
en filosofía no implica la cancelación de lo anterior, sino una reformulación
continua de los mismos problemas, tal como lo indica en Dieu sans l’être
al analizar el caso de Tomás de Aquino, en relación con la posición de la
filosofía respecto al concepto de superar las propuestas anteriores.
Nuestro autor también ofrece
una crítica implícita a las ciencias empíricas o positivas y su relación con la
filosofía. Mientras las ciencias definen sus objetos mediante la instauración
de métodos que les permiten medir aspectos de la realidad, Marion observa que
este proceso deja fuera del estudio todo aquello que no puede ser
parametrizado. Para él, la filosofía no debe seguir este camino, ya que su
objeto es siempre más complejo que lo que cualquier método científico puede
captar. Así, Marion enfatiza que la filosofía deconstruye la objetividad misma,
mostrando cómo cualquier objeto es, en última instancia, una construcción
abstracta. En este punto, Marion retoma la crítica husserliana a la crisis de
las ciencias, sugiriendo que la filosofía tiene la tarea de recordar a las
ciencias sus propios límites.
En lo que respecta al modo de
hacer filosofía, Marion intenta terminar lo que considera una concepción
errónea del método en la disciplina. Argumenta que la filosofía no debe estar
sujeta a las reglas estrictas de un método, como ocurre en las ciencias
naturales, en cambio, esta debe ir más allá de los procedimientos fijos,
manteniéndose abierta a las interrogantes que no pueden ser abordadas mediante
un solo enfoque metodológico. Para ilustrar este punto, Marion revisa el
concepto de método, contrastándolo con su aplicación en las ciencias empíricas,
que delimitan sus objetos y dejan fuera todo lo que no puede medirse. Esto,
según él, sofoca la capacidad de la filosofía para cuestionarse a sí misma.
Marion también analiza la
historia de la metodología en filosofía, mostrando cómo el afán por encontrar
un método definitivo ha sido una tentación recurrente desde Descartes hasta el
positivismo lógico. Sin embargo, la filosofía no puede reducirse a una
metodología, ya que su objeto -si es que puede hablarse de “objeto” en
filosofía- es más complejo que lo que cualquier método científico puede captar.
Esta crítica conecta con su comprensión sobre la fenomenología y su rechazo de
la cientificidad como modelo para el conocimiento filosófico.
Un aspecto clave es la
insistencia de Marion en que la filosofía no debe evitar las paradojas, sino
más bien habitarlas y explorarlas. Al examinar diversas paradojas filosóficas,
como la relación entre ser y no-ser, o pensamiento y existencia, Marion
sostiene que estas son puertas de entrada a una comprensión más profunda del
ser. Las paradojas, lejos de ser obstáculos, son esenciales para abrir nuevas
posibilidades de pensamiento. Este enfoque encuentra su eco en la dialéctica
hegeliana y las críticas al sentido común presentes en Nietzsche y
Wittgenstein. Para Marion, el filósofo debe resistir la tentación de clausurar el
sentido mediante métodos demasiado rígidos o simplificaciones.
Marion luego propone la
“cuádruple lectura” de los textos filosóficos, organizada en torno a cuatro
dimensiones: la histórica, la textual, la conceptual y la fenomenológica. Cada
una ofrece una perspectiva distinta sobre el texto y juntas permiten una
comprensión más rica y compleja de los problemas filosóficos. En la dimensión
histórica, Marion sostiene que ningún texto filosófico puede comprenderse
completamente fuera de su contexto histórico. Esto incluye no solo la época en
la que fue escrito, sino también los debates filosóficos que lo enmarcan y las
tradiciones a las que responde. Marion sigue aquí la tradición hermenéutica de
autores como Gadamer, insistiendo en la importancia de situar los textos en su
contexto histórico para captar su sentido completo.
Marion va más allá de una
hermenéutica contextualista al argumentar que el contexto no solo influye en la
comprensión del texto, sino que también moldea cómo se formulan las preguntas
filosóficas. De este modo, los textos no son respuestas universales a preguntas
atemporales, sino respuestas situadas a preguntas históricamente condicionadas.
Esta postura desafía la lectura “ahistórica” típica en algunas corrientes
contemporáneas, como la filosofía analítica.
La dimensión textual se
refiere al análisis detallado de la estructura y la argumentación del texto,
enfocándose en cómo las elecciones estilísticas del autor contribuyen a la
construcción de su argumento. Marion sugiere que el análisis textual es
fundamental para desentrañar el significado profundo del texto filosófico, y
enfatiza la necesidad de atender a la retórica y la forma, no solo al contenido
conceptual.
En cuanto a la dimensión
conceptual, Marion busca identificar las ideas clave que estructuran el texto.
Según él, los conceptos filosóficos no son simples etiquetas, sino vehículos
que transportan sentido y abren nuevas posibilidades de pensamiento. Esta
noción se conecta con la tradición cartesiana y kantiana, donde los conceptos
son fundamentales para la construcción del conocimiento. Sin embargo, Marion
sugiere que los conceptos no solo son herramientas para obtener conocimiento,
sino también modos de acceso a nuevas formas de ser.
Finalmente, la dimensión
fenomenológica se centra en la experiencia del lector al enfrentarse al texto.
Para Marion, un texto filosófico no es un conjunto de ideas abstractas, sino
una experiencia vivida que transforma al lector. Retomando la tradición
fenomenológica de Husserl y Ricoeur, Marion argumenta que la lectura filosófica
es en sí misma un acto fenomenológico: el lector es un participante activo y
pasivo en lo que refiere al significado del texto.
Marion, además, desarrolla
una reflexión profunda sobre la relación entre filosofía y tradición,
sugiriendo que la tradición no es un peso muerto que deba ser dejado atrás,
sino una fuente inagotable de interrogantes. La filosofía no puede
desvincularse de su tradición, pero al mismo tiempo debe cuestionarla
recurrentemente. Aquí, Marion encuentra una paradoja: la filosofía depende de
la tradición para existir, pero también debe destruir o superar partes de ella
para avanzar. Utilizando a san Agustín como ejemplo, Marion ilustra cómo la
tradición filosófica es tanto una fuente de verdad como de conflicto, lo que
obliga a la filosofía a confrontarla y a revelar sus contradicciones internas.
La paradoja entre tradición y
progreso filosófico es central en la comprensión filosófica de Marion. La
tradición proporciona a la filosofía su vocabulario y sus marcos conceptuales,
pero también la limita, ya que las respuestas del pasado no siempre son
suficientes para los problemas del presente. La tarea del filósofo, entonces,
es navegar este conflicto, utilizando la tradición como punto de partida, pero
también como algo que debe ser continuamente reinterpretado. Esta
reinterpretación, según Marion, es lo que permite a la filosofía generar nuevas
preguntas y avanzar sin perder de vista sus raíces”.
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