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Rememorando a Jean-Luc Marion (1)

IP-23/8/025

El 3 de julio se conmemoró el septuagésimo noveno aniversario del nacimiento de un destacado filósofo francés, cultor de una filosofía fenomenológica combinada con un uso posmoderno de la teología. Jean-Luc Marion nació en Meudon el 3 de julio de 1946. Estudió filosofía en la Universidad de Nanterre (París X) y en la Sorbona. A posteriori estudió filosofía en la École Normale Supériure junto a Lévinas, Derrida, Althusser, Jean Beaufret y Michel Henry. Coronó sus estudios en 1980 con el doctorado. De forma paralela, se interesó por la teología, bajo la influencia de Louis Bouyer, Jean Daniélou, Henri de Lubac y Hans Urs von Balthasar. Comenzó a enseñar filosofía en la Universidad de Poitiers, hasta que fue nombrado Director de Filosofía en París X-Nanterre. A partir de 1996 ocupó el mismo cargo en la Universidad de París IV (Sorbona). Hoy ejerce la docencia en la Universidad de Chicago y en la Sorbona (fuente: La Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de  Francisco Novoa Rojas (Universidad Católica de la Santísima Concepción-Región del Bío Bío-Chile) titulado “El replanteamiento de la filosofía según Jean-Luc Marion” (Mutatis Mutandis: Revista Internacional de Filosofía-Volumen 11-2024). Expone con meridiana claridad la filosofía de Marion.

INTRODUCCIÓN

“En el inicio de Phénoménologie de l’extraordinaire, Emmanuel Falque señala que, para Jean Luc Marion, “las referencias a la historia de la filosofía no tienen otra finalidad que prescindir de ella”. Este enunciado introduce una concepción de la filosofía, en Marion, como una disciplina que no solo cuestiona sus propios fundamentos y límites, sino que también desafía las interpretaciones convencionales a lo largo de su historia. Frente a esta definición de Falque, cualquier lector asiduo de la fenomenología reconocerá la influencia que ha tenido Heidegger en la concepción que Falque entiende de Marion. Heidegger, en su obra ¿Qué es la Filosofía?, define esta disciplina como una búsqueda del ser que trasciende la simple acumulación de conocimientos o de prácticas académicas. Describe la filosofía como un tipo de competencia teórica (episteme theoretike) que se enfoca en mantener el ente a la vista y en comprender su ser, lo que implica un acto de presencia continua y atención al ser más allá de la mera recopilación de hechos o datos.

Según Heidegger, esta conceptualización subraya que la filosofía es fundamentalmente un diálogo constante con su propia historia y esencia, rechazando cualquier intento de reducirla a una fórmula estática o a un conjunto de respuestas definitivas, tal como él considera que hace la metafísica (como señala en la concepción del mundo y su relación con la filosofía). En el mismo sentido, Jean-Luc Marion, en textos como Le Phénomène Érotique y Limites et Finitude, ofrece una visión de la filosofía que reúne perspectivas existenciales y epistemológicas.

En Le Phénomène Érotique, Marion explora el deseo de conocer como una motivación fundamental para la filosofía, argumentando que este deseo va más allá de la simple búsqueda de información o verdad y se constituye también en una búsqueda de placer y autocomprensión a través del otro, es decir, por medio del amor. Marion sostiene que todos los hombres desean conocer, en clara relación a Aristóteles, porque el conocimiento proporciona una forma de goce, un placer que describe como “el más excitante, el más duradero y el más puro de los placeres”. Esta perspectiva introduce una dimensión erótica al deseo de conocer, posicionando el acto de conocimiento como un medio para “gozar de uno mismo a través de conocer”, más que un fin en sí mismo.

En Limites et Finitude, Marion aborda la filosofía desde una perspectiva diferente, enfocándose en sus límites y su capacidad para definir y delimitar el conocimiento. Argumenta que la filosofía es única en su capacidad de redefinirse continuamente cada vez que intenta tomar la palabra, lo que la sitúa en un rol que trasciende otras disciplinas. Marion afirma que la filosofía “debe redefinirse a sí misma, identificar el lugar en el que su crítica puede provocar una crisis y, a través de esta decisión, brindar una oportunidad y una posibilidad de racionalizar, describir, decir y arrojar luz sobre una situación que, de otro modo, seguiría siendo confusa, ininteligible y potencialmente peligrosa”. Esta capacidad de autodelimitación posiciona a la filosofía como una disciplina de constante autorreflexión y redefinición, una tarea que Marion considera esencial para la práctica filosófica.

Además, así como Heidegger, Marion también explora la relación entre la filosofía y la certeza, cuestionando si la búsqueda de certeza es realmente un objetivo válido para la filosofía. El alemán propone que la filosofía, entendida como la búsqueda del ser, implica una confrontación constante con la verdad del ser, una verdad que no se limita a una certeza empírica o científica. Este enfoque desafía la noción de certeza objetiva, planteando que la filosofía debe estar abierta a la interpretación y al cuestionamiento continuo. Marion, en Límites y Finitud, por su lado, profundiza en cómo la filosofía establece y reconoce los límites del conocimiento humano, enfatizando la finitud como una condición trascendental sine qua non a toda experiencia. Marion plantea que la finitud del ser humano no solo determina los límites de lo que puede ser conocido, sino que también establece el marco dentro del cual todo conocimiento debe ser interpretado, en la misma sintonía que propone en Reprise du donné. Esto se refleja en su afirmación de que “dado que identifica los límites, los establece y eventualmente los retrocede, la filosofía se encarga de los límites: por eso, no tiene ninguno”. (2016b, p. 148).

A pesar de las diversas interpretaciones que se pueden derivar de su obra, Jean-Luc Marion aborda en varios pasajes su concepción de la filosofía. No obstante, dedica de manera particular a esta temática sus libros La métaphysique et après y Le visible et le révélé. En el primero, el fenomenólogo francés dedica los cuatro primeros apartados al análisis de la historia y el método filosófico. Adicionalmente, en el segundo, explora la cuestión de la “filosofía cristiana”. Centrándonos en tales textos, este artículo busca determinar la concepción de filosofía según Marion, complementando el análisis con referencias a otros trabajos del autor y las referencias que adquiere de la tradición en nuestro tercer apartado. Para ello, adoptamos una metodología documental exegética en los dos primeros apartados, seguida de un análisis hermenéutico en el tercer apartado, donde sostendremos nuestra hipótesis: la filosofía, según Marion, no es meramente un descarte, como podría sugerir Falque, sino un constante rehacer. Esto, evidentemente, viene a complementar el debate existente en torno a la obra de Marion sobre la comprensión de la fenomenología, sobre la condición de filosofía primera, la relación con la ecología y la dimensión práctica del fenomenólogo francés. Por nuestra parte, por tanto, ofrecemos una dilucidación sobre la comprensión que mantiene el filósofo de la Academia Francesa respecto a la filosofía”.

LA FILOSOFÍA EN LA MÉTAPHYSIQUE ET APRÈS

“Jean Luc Marion inicia su discusión en torno a la filosofía y su historia con una observación disruptiva: la filosofía, para existir como tal, debe estar en diálogo constante con su propia historia. Marion no se refiere a la historia como una simple cronología de ideas, sino como una trama viva de interrogantes, problemas latentes y conceptos en evolución. La filosofía no puede comprenderse fuera de este contexto histórico, ya que sus preguntas fundamentales están entrelazadas con las respuestas y fallos de los filósofos anteriores. Marion se opone así a la visión lineal del progreso académico, donde lo nuevo sustituye y cancela lo anterior. Más bien, sugiere que la filosofía avanza a través de un diálogo incesante, donde el pasado sigue interviniendo en el presente.

En su crítica a la idea de progreso filosófico, Marion aborda la cuestión de la temporalización del saber. A diferencia de las ciencias empíricas, que pueden relegar a la irrelevancia las teorías superadas, la filosofía no tiene ese privilegio. Este enfoque marca una diferencia sustancial entre el saber científico y el filosófico. Mientras las ciencias buscan resultados definitivos acumulativos, la filosofía trabaja con preguntas abiertas que permanecen activas. Marion destaca que el progreso en filosofía no implica la cancelación de lo anterior, sino una reformulación continua de los mismos problemas, tal como lo indica en Dieu sans l’être  al analizar el caso de Tomás de Aquino, en relación con la posición de la filosofía respecto al concepto de superar las propuestas anteriores.

Nuestro autor también ofrece una crítica implícita a las ciencias empíricas o positivas y su relación con la filosofía. Mientras las ciencias definen sus objetos mediante la instauración de métodos que les permiten medir aspectos de la realidad, Marion observa que este proceso deja fuera del estudio todo aquello que no puede ser parametrizado. Para él, la filosofía no debe seguir este camino, ya que su objeto es siempre más complejo que lo que cualquier método científico puede captar. Así, Marion enfatiza que la filosofía deconstruye la objetividad misma, mostrando cómo cualquier objeto es, en última instancia, una construcción abstracta. En este punto, Marion retoma la crítica husserliana a la crisis de las ciencias, sugiriendo que la filosofía tiene la tarea de recordar a las ciencias sus propios límites.

En lo que respecta al modo de hacer filosofía, Marion intenta terminar lo que considera una concepción errónea del método en la disciplina. Argumenta que la filosofía no debe estar sujeta a las reglas estrictas de un método, como ocurre en las ciencias naturales, en cambio, esta debe ir más allá de los procedimientos fijos, manteniéndose abierta a las interrogantes que no pueden ser abordadas mediante un solo enfoque metodológico. Para ilustrar este punto, Marion revisa el concepto de método, contrastándolo con su aplicación en las ciencias empíricas, que delimitan sus objetos y dejan fuera todo lo que no puede medirse. Esto, según él, sofoca la capacidad de la filosofía para cuestionarse a sí misma.

Marion también analiza la historia de la metodología en filosofía, mostrando cómo el afán por encontrar un método definitivo ha sido una tentación recurrente desde Descartes hasta el positivismo lógico. Sin embargo, la filosofía no puede reducirse a una metodología, ya que su objeto -si es que puede hablarse de “objeto” en filosofía- es más complejo que lo que cualquier método científico puede captar. Esta crítica conecta con su comprensión sobre la fenomenología y su rechazo de la cientificidad como modelo para el conocimiento filosófico.

Un aspecto clave es la insistencia de Marion en que la filosofía no debe evitar las paradojas, sino más bien habitarlas y explorarlas. Al examinar diversas paradojas filosóficas, como la relación entre ser y no-ser, o pensamiento y existencia, Marion sostiene que estas son puertas de entrada a una comprensión más profunda del ser. Las paradojas, lejos de ser obstáculos, son esenciales para abrir nuevas posibilidades de pensamiento. Este enfoque encuentra su eco en la dialéctica hegeliana y las críticas al sentido común presentes en Nietzsche y Wittgenstein. Para Marion, el filósofo debe resistir la tentación de clausurar el sentido mediante métodos demasiado rígidos o simplificaciones.

Marion luego propone la “cuádruple lectura” de los textos filosóficos, organizada en torno a cuatro dimensiones: la histórica, la textual, la conceptual y la fenomenológica. Cada una ofrece una perspectiva distinta sobre el texto y juntas permiten una comprensión más rica y compleja de los problemas filosóficos. En la dimensión histórica, Marion sostiene que ningún texto filosófico puede comprenderse completamente fuera de su contexto histórico. Esto incluye no solo la época en la que fue escrito, sino también los debates filosóficos que lo enmarcan y las tradiciones a las que responde. Marion sigue aquí la tradición hermenéutica de autores como Gadamer, insistiendo en la importancia de situar los textos en su contexto histórico para captar su sentido completo.

Marion va más allá de una hermenéutica contextualista al argumentar que el contexto no solo influye en la comprensión del texto, sino que también moldea cómo se formulan las preguntas filosóficas. De este modo, los textos no son respuestas universales a preguntas atemporales, sino respuestas situadas a preguntas históricamente condicionadas. Esta postura desafía la lectura “ahistórica” típica en algunas corrientes contemporáneas, como la filosofía analítica.

La dimensión textual se refiere al análisis detallado de la estructura y la argumentación del texto, enfocándose en cómo las elecciones estilísticas del autor contribuyen a la construcción de su argumento. Marion sugiere que el análisis textual es fundamental para desentrañar el significado profundo del texto filosófico, y enfatiza la necesidad de atender a la retórica y la forma, no solo al contenido conceptual.

En cuanto a la dimensión conceptual, Marion busca identificar las ideas clave que estructuran el texto. Según él, los conceptos filosóficos no son simples etiquetas, sino vehículos que transportan sentido y abren nuevas posibilidades de pensamiento. Esta noción se conecta con la tradición cartesiana y kantiana, donde los conceptos son fundamentales para la construcción del conocimiento. Sin embargo, Marion sugiere que los conceptos no solo son herramientas para obtener conocimiento, sino también modos de acceso a nuevas formas de ser.

Finalmente, la dimensión fenomenológica se centra en la experiencia del lector al enfrentarse al texto. Para Marion, un texto filosófico no es un conjunto de ideas abstractas, sino una experiencia vivida que transforma al lector. Retomando la tradición fenomenológica de Husserl y Ricoeur, Marion argumenta que la lectura filosófica es en sí misma un acto fenomenológico: el lector es un participante activo y pasivo en lo que refiere al significado del texto.

Marion, además, desarrolla una reflexión profunda sobre la relación entre filosofía y tradición, sugiriendo que la tradición no es un peso muerto que deba ser dejado atrás, sino una fuente inagotable de interrogantes. La filosofía no puede desvincularse de su tradición, pero al mismo tiempo debe cuestionarla recurrentemente. Aquí, Marion encuentra una paradoja: la filosofía depende de la tradición para existir, pero también debe destruir o superar partes de ella para avanzar. Utilizando a san Agustín como ejemplo, Marion ilustra cómo la tradición filosófica es tanto una fuente de verdad como de conflicto, lo que obliga a la filosofía a confrontarla y a revelar sus contradicciones internas.

La paradoja entre tradición y progreso filosófico es central en la comprensión filosófica de Marion. La tradición proporciona a la filosofía su vocabulario y sus marcos conceptuales, pero también la limita, ya que las respuestas del pasado no siempre son suficientes para los problemas del presente. La tarea del filósofo, entonces, es navegar este conflicto, utilizando la tradición como punto de partida, pero también como algo que debe ser continuamente reinterpretado. Esta reinterpretación, según Marion, es lo que permite a la filosofía generar nuevas preguntas y avanzar sin perder de vista sus raíces”.

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