El punto de vista de Jorge Enríquez
El punto de vista de Jorge Enríquez
La existencia de un Poder Judicial
idóneo, independiente y honesto no es una cuestión que ataña solo a los
abogados, sino que es de esencial importancia para todos los ciudadanos. Como seres
humanos, los jueces pueden equivocarse. Más aún, dadas las diversas
interpretaciones que en muchos casos pueden hacerse de buena fe de las leyes,
podemos discrepar de la manera más vehemente con relación a algunas
resoluciones judiciales. Si nos afectan, podemos pedir que sean revisadas por
tribunales superiores y cuando ya no quedan recursos disponibles, mal que nos
pese si el resultado nos es desfavorable, debemos acatarlas.
"Res
iudicata pro veritate habetur". La cosa juzgada se tiene por la verdad, dice el viejo
adagio latino. No es necesariamente la verdad, pero se tiene por ella. En esa
presunción descansa la paz social. Pero para que todos aceptemos las decisiones
de la Justicia
estas deben provenir de magistrados probos. La Constitución les otorga
garantías -la inamovilidad en el cargo mientras dure su buena conducta, la
intangibilidad de sus remuneraciones- para que ejerzan la eminente función que
la sociedad les confía con dedicación y ajenos a cualquier presión espuria. Se
parte de la base, además, de que quienes nos juzgan son personas moralmente
intachables. ¿Cómo podríamos respetar el fallo de un delincuente?
Lamentablemente, hay ejemplos en la Argentina que desmienten
esa idea. Sin dudas, la inmensa mayoría de los jueces cumple honradamente sus
deberes, con dedicación de tiempo y esfuerzo, entrega personal, idoneidad
profesional e integridad moral, pero hay algunos, de especial resonancia por
los casos de gran repercusión pública en los que intervienen, que nos hacen
sentir avergonzados como sociedad.
En
estos días hemos tomado conocimiento de que, en su carácter de imputada
colaboradora, la viuda del exsecretario del
expresidente Néstor Kirchner, Daniel Muñoz, declaró que el juez federal Luis Rodríguez recibió
un soborno de 10 millones de dólares para beneficiar a su familia. Lo hizo en
la investigación que realizaba respecto del presunto enriquecimiento ilícito de
Muñoz, cuyo incremento patrimonial fue tan obsceno que no se requiere de una
especial perspicacia para demostrar su ilicitud.
Rodríguez ya fue objeto de cuestionamientos
muy severos, primero en cuanto a su oscura designación y, luego, en cuanto a su
intervención en otras causas, como la del exsubsecretario Legal y Técnico de la Presidencia durante
los gobiernos de los Kirchner Carlos Liuzzi. En aquella oportunidad la Cámara Federal no
solo revocó el sobreseimiento dictado, sino que apartó a Rodríguez de la causa.
Sobran,
entonces, los elementos como para que el Consejo de la
Magistratura tome cartas en el asunto en forma urgente.
Necesitamos jueces y fiscales no solo irreprochables en su conducta, sino con
el coraje suficiente para avanzar en causas que involucran las maniobras de
megacorrupción organizadas por dos presidentes de la República , no solo sin
parangón en nuestra historia, sino seguramente con pocos antecedentes
mundiales, por su envergadura. La reciente y burda operación contra el fiscal
Carlos Stornelli, con credenciales morales y profesionales impecables y
largamente acreditadas a través de su honesta y valiente trayectoria, prestigio
ganado por su contracción al trabajo, idoneidad técnica y honestidad habla a
las claras de la desesperación en que están sumidos quienes participaron de ese
descomunal desfalco y de los extremos a los que pueden llegar para intentar
ensuciar las investigaciones en curso.
La pretensión de salpicar su
integridad a través de una denuncia de extorsión no es más que una burda
operación promovida por los siniestros personajes que el fiscal persigue por su
condición de autores penalmente responsables del mayor saqueo de las arcas
públicas llevado a cabo por esa verdadera asociación ilícita que tomó por
asalto las estructuras del Estado para enriquecerse ilícitamente a costa del hambre
del pueblo.
Resulta además ponderable su
templanza y calma ante tal felonía, sometiéndose -como corresponde- a la
investigación de los hechos por los que se lo acusa, y denunciando a su vez
judicialmente al falso abogado que se prestó a esta írrita maniobra. Sin duda
se demostrará la maniobra, se restablecerá su buen nombre y honor, y se
procesará a los responsables de este manotazo de ahogado.
Hay que separar a los malos jueces
y apoyar a los que dignifican su labor. No debemos dejarlos solos. La ciudadanía
tiene que involucrarse activamente. Es necesario recalcarlo: no se trata de un
asunto solo ni principalmente del mundo jurídico, sino de toda la sociedad. Es
un desafío más trascendente que el que nos plantean los problemas económicos.
Está en juego el fundamento mismo de un sistema de convivencia que es el único
que nos garantiza ser libres y poder prosperar.
(*) La Nación , 27/2/019.
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