Editorial

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Hoy se cumplen cuarenta días de cuarentena. El jueves 19 de marzo el presidente anunció que a la o hora del viernes 20 comenzaba la cuarentena que, prórrogas mediante, se extiende hasta el 11 de mayo. Nadie duda de que continuará vaya uno a saber por cuánto tiempo.

La cuarentena implica un cercenamiento de nuestras libertades. Tenemos que quedarnos en nuestros hogares gran parte del día lo que implica un peligroso acercamiento al arresto domiciliario. “La cuarentena es un martirio”, reconoció Alberto Fernández. Claro que lo es. Además, atenta severamente contra la economía del país. Desde hace cuarenta días que la economía está parada, congelada. Hoy el nivel de vida de la inmensa mayoría de los argentinos es bastante inferior al que tenía el 19 de marzo. El dólar blue, por ejemplo, está en estos momentos en 118$, lo que indica una megadevaluación feroz. El peso vale cada vez menos. El billete de 100$ se ha transformado prácticamente en papel pintado. No quiero ni pensar a cuánto ascenderá el nivel de pobreza cuando termine la cuarentena. No me extrañaría que ronde el 50%, porcentaje similar al de 2002.

La cuarentena ha modificado drásticamente nuestros más elementales hábitos de comportamiento. Nos vemos obligados a transitar por las calles con nuestros rostros cubiertos con un barbijo y evitando acercarnos a menos de dos metros de distancia. Las colas que se forman para ingresar, por ejemplo, al supermercado, se caracterizan por su silencio. Nadie habla. La depresión, qué duda cabe, ha calado hondo en todos nosotros. Nuestra mirada denota una tristeza infinita (los ojos reflejan nuestro estado de ánimo, qué duda cabe). La cuarentena nos ha obligado a valorar cosas que antes ni las tomábamos en cuenta. Por ejemplo, almorzar con amigos o ir al club a ver un partido de rugby. Ni qué hablar del fútbol. Confieso que extraño como loco los partidos que emite (emitía, en realidad) Flow todos los fines de semana.

Desde poco antes que el presidente impusiera la cuarentena he tenido la posibilidad de dialogar con varios médicos. Todos se mostraron coincidentes. El covid-19 es muy peligroso y, hasta que no se descubra la vacuna que lo derrote, la cuarentena es el único antídoto válido para hacerle frente. En consecuencia, lo más probable es que la cuarentena haya llegado para quedarse por un tiempo bastante prolongado. A nadie le gusta escuchar una verdad que molesta. Lamentablemente, ésta es una de ellas. Viviremos en cuarentena durante varios meses, por lo menos. Si todo marcha bien, me dijeron los médicos, recién en septiembre podríamos retornar a cierta “normalidad”. Pero que nadie se equivoque: ello no significa volver a nuestra vida de siempre. Esa vida se acabó hasta tanto no se descubra la vacuna.

Ahora voy a afirmar algo que quizás moleste a algunos. Alberto Fernández, al imponer la cuarentena el 19 de marzo, le salvó la vida a miles de argentinos y argentinas. De no haberlo hecho, de haber seguido, por ejemplo, el camino elegido por Bolsonaro, Trump o Johnson, los cadáveres se estarían contando por miles. Gracias al presidente, sólo debemos lamentar, hasta hoy, el fallecimiento de unos 220 compatriotas. El precio que estamos pagando por ello es, además del daño psicológico que nos está causando el aislamiento, el parate total de la economía. Si el presidente hubiera privilegiado la economía, hoy la economía estaría igual de parada y la cantidad de muertos sería similar a la de Brasil.

Es por ello que cuesta entender que una persona tan brillante como Mario Vargas Llosa proponga el fin de la cuarentena. Si ello llegara a ocurrir se produciría en poco tiempo una suerte de apocalipsis epidemiológico. ¿Tanto le cuesta asimilar el hecho de que en situaciones límite como ésta el neoliberalismo no sirve absolutamente para nada? La pandemia ha demostrado que sólo un estado fuerte y eficiente es capaz de proteger a sus ciudadanos de semejante enemigo. Lo real y concreto es que, al menos hasta el día de la fecha, Alberto Fernández y su equipo de infectólogos le van ganando la batalla al covid-19. Y ese hecho parece que está molestando a algunos. Daría la impresión de que no soportan ver triunfador al presidente. Daría la impresión de que están rezando para que todo estalle por los aires, para que el bicho arrase con los argentinos. Así son de miserables y abyectos.


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