El diagnóstico de Eduardo Aliverti
A tiempo de barajar y dar de nuevo
(*)
Con el diario del lunes, y
justo éste, tal vez no haya ocurrido nada que no debía ocurrir.
Como se sabe o imagina,
escribir tan en caliente sobre los datos es nada fácil.
Con el correr de los días,
naturalmente, se podrán mensurar mejor números particulares. Que los hay
varios.
El primero, que mayormente
no le interesa a nadie, es una concurrencia electoral muy considerable si se
tiene en cuenta el marco pandémico y las previsiones de apatía generalizada.
Caramba: al fin y al cabo
fueron elecciones primarias, y votó casi el 70 por ciento del padrón. ¿Dónde
fueron a parar las advertencias de una abstención impactante?
Después, y antes de los
números globales, se deberá escudriñar/comparar con rigor más estricto, no a
las apuradas, algunos elementos como los siguientes, que entremezclan certezas
e interrogantes. Van en orden aleatorio:
* ¿Terminó
demostrado que jugaron un papel fundamental la foto de Olivos, las metidas de
pata fraseológicas y la “demora” en la vacunación masiva? ¿O lo central fue una
situación económica a la que la mayoría no le permitió disculpas?
* La ultraderecha
expresada como libertaria que hizo una gran elección en CABA es un episodio
repugnante, por donde quiera que se lo observe. Previo a preguntarse por cuál
es el germen de delirantes de ese tamaño, que está bien, no hay que
dubitar en horrorizarse.
* Derrotas oficialistas
como las de Entre Ríos, Chaco, Santa Fe,
* A la oposición le fue
bien radicalizando su discurso. Visto, sobre todo, el resultado bonaerense y en
específico de su conurbano, ¿faltó más Cristina? Obviamente es
contrafáctico, pero, de piso, no hay que titubear en hacerse la pregunta.
* También es obvio que
hubo voto bronca. Pero no es tan obvio si eso representa confianza en
la oposición o que, simplemente, el enojo se canalizó a través de ella.
Nada de todo eso, ni en
general ni en particular, modifica que la derrota del Gobierno es enorme en su
categoría simbólica.
Ya vendrán las cuentas
eventuales de la conformación del Congreso, pero lo cierto es que a nadie se le
pasa por la cabeza que se votó pensando en la calidad de los candidatos. Esto
fue un plebiscito sobre la gestión gubernamental.
Como ampliaremos brevemente
líneas adelante, a pesar de todo es el Gobierno quien tiene en sus manos fugar
en dirección positiva de este mazazo que no esperaba.
Más todavía, es el único
recurso que le queda.
Lo que no está claro es
cuánto será de probable que no se suma en la depresión, ni mucho menos cuánto
le acertará a cambios imprescindibles.
Otra obviedad es que el
Frente de Todos necesita conservar su unidad política a (casi) cualquier costo.
Las derrotas son amigas de
que se confundan horizontes y el Gobierno no debe dejar el flanco de mostrarse
en crisis.
Lo que se viene desde la
oposición, en su totalidad, será un juego de desestabilización inmenso. Por
tanto, los gestos de firmeza del elenco gubernamental que permanezca o
se renueve serán claves. Del Gobierno y de la coalición.
Y como apostilla, no debe
eludirse la mención al nuevo y grandioso fracaso de las encuestas, incluyendo
el papelón de los boca de urna.
Más allá de que todos los
consultores admitieron la incertidumbre porque, precisamente, venían de
incendiarse; más allá de que influyó la ausencia de relevamientos presenciales,
por la situación sanitaria y por sus costos; más allá de todo lo que se excuse,
ni los encuestólogos cercanos al oficialismo ni los adherentes de la oposición,
en sus pronósticos reservados, previeron siquiera de lejos estos resultados.
Pero faltaba la guinda del
postre, que fue el conjunto de números trascendidos a lo largo de toda la
jornada por parte de unos y otros.
Eso llevó no sólo a que los
comunicadores simpatizantes del Gobierno se prendieran en apresurados análisis
festejantes, y a que los opositores salieran desde las 18 con caras y voces de
velorio.
La propia dirigencia cambiemita
mostró en sus primeras apariciones una evidente sensación de derrota, frente a
cifras bonaerenses extraoficiales que daban una diferencia muy significativa y
capaz de compensar, tranquilamente, las caídas previstas en los distritos más
grandes.
Pero fue la euforia
desmedida de candidatos y dirigentes del FdT lo que llevó a prever que, sin
dudas, debía haber datos irreversibles, corroborados, con seguridad
provenientes de mesas-testigo a prueba de toda sorpresa.
¿Cómo es posible que se haya
cometido semejante error? ¿No había ya experiencia suficiente con los
yerros incluso inmediatamente previos, como lo fue que el mismo FdT se
sorprendió por la distancia a su favor en las primarias de 2019?
En medio del clima de
desazón que inunda al oficialismo por estas horas y del desafío agrandadísimo
que ahora afronta, la cuestión parece menor y de hecho lo es. Pero no
deja de ser otro síntoma de varias cosas a corregir, empezando por fallas
insólitas en cómo se mide la temperatura popular por parte de quienes sí
disponen de aparato para chequearla mucho mejor.
Lo peor que podría hacer el
Gobierno es autoflagelarse, de todos modos. Y a sus cuadros y militantes les
corresponde la misma responsabilidad.
Sin embargo, moverse de aquí
a noviembre requiere de estímulos concretos que entusiasmen por fuera de
discursos que, quedó claro, no alcanzan si solamente se trata de explicaciones
(la pandemia, el consecuente bajón de la economía, la agresión mediática).
Se reveló indigerible que no
se hayan podido domar índices inflacionarios que conforman récords
mundiales. Que al menos no se haya intentado exhibir mayor fortaleza
frente a los formadores de precios. Que tampoco, sin perder de vista
los tremendos obstáculos impuestos por el bicho, no haya habido un despliegue
de ideas novedosas, básicas, impulsoras de un esquema productivo más atento a
los sectores de la economía popular y al sostén de las pymes.
De que se debe barajar y dar
de nuevo, como se dijo aquí hace una semana respecto de que hubiera victoria o
derrota, no cabe la más mínima duda.
Pero el principio, muy
complicado de asimilar en estos momentos de pesadumbre, es entender que ayer
hubo la gran encuesta nacional. Ni menos ni más.
Habrá que ver qué significa
en concreto lo que anoche expresó el Presidente sobre haber tomado nota de la
voz del pueblo (aunque no sea cierto que nunca se equivoca), y de empezar hoy
mismo con las correcciones de lo que evidentemente se hizo mal.
Seguramente, como uno de los
aspectos apuntados será la comunicación, sin pretensiones de minimizarlo --este
espacio ha sido crítico en ese sentido-- cabe recordar que cuando hay serias
fallas comunicativas es porque, primero, hay serias fallas políticas.
No sólo el Gobierno
propiamente dicho sino también sus medios adictos deben revisar, con urgencia,
el ir detrás en forma obsesiva de la agenda que les marca la oposición.
Pero para reemplazar eso se
debe disponer de acciones que ocupen el lugar del desierto propositivo.
Y eso supone, como asimismo
se señaló tantas veces, que no se puede tener un millón de amigos y no enojarse
con nadie (salvo con los medios desaforados de la vereda
opuesta como si además eso diera cabida a la sorpresa, como si no se supiera
con qué bueyes se ara y como si fuese asunto de contestar con el indignómetro).
Si de veras se enfrentan dos
modelos y por muy frase hecha que sea o parezca, hay que demostrarlo con hechos
antes que con argumentos retóricos.
(*) Página/12, 13/9/021
Alto sorete este Eduardito y ni hablar del asesino del hijo, hijo y nieto de putas.
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