Picada de Noticias en el recuerdo
El recuerdo
de Jorge Pinedo
BORGES
SIGUE DANDO CÁTEDRA (*)
Entre 1956 y 1968 la cátedra de Literatura Inglesa y
Norteamericana de la facultad de Filosofía y Letras de
En el ciclo lectivo de 1966 ya se grababan las clases
teóricas a fin de que el alumnado las utilizase como apuntes. Las
desgrabaciones —ayer como hoy— eran transcripciones por lo general realizadas
por pobres mortales que con ese laburito arrimaban algún billete y poco y nada
sabían si se trataba de letras escandinavas, etnias birmanas u orografía de las
cuchillas orientales. De modo que la cuasi traducción de lo desprendido de las
muy primitivas cintas magnetofónicas resulta de una tarea tan heroica como
prolija edición concretada por los superespecialistas Martín Arias Goldestein y
Martín Hadis, que hallaron, compilaron, anotaron y limpiaron de impurezas las
veinticinco clases magistrales dictadas por Borges en el último año de
autonomía y democracia universitaria, el de
Como se ha visto, ponderada por él mismo como una tarea de
mayor trascendencia personal que la dirección de
Un aspecto entre poquísimo y nada conocido es el hallazgo
de este flamante Borges Profesor en el que surge un narrador oral que se
da el gustazo de concretar su personalísima versión de sagas más o menos
célebres que van de lo milenario al siglo XIX. Bajo la explícita premisa de que
“las intenciones de los autores son menos importantes que el logro de lo que
ejecutan”, aborda temáticas y escrituras más marcadas por sus íntimas
preferencias que por los cánones académicos encerrados en movimientos,
escuelas, cronologías. Borges privilegia las tramas en general y las encerradas
tanto en la prosa como en la poesía en especial, esa “suerte de cámara secreta,
a manera del oro subterráneo que guarda la serpiente del mito. Ese oro antiguo
es la poesía de los anglosajones”.
Pocos o nadie en su auditorio universitario se hallaba en
condiciones de contravenir el escandinavo o anglosajón antiguos que el profesor
recitaba y traducía de memoria a fin de sostener sus comentarios. Aparte de los
rasgos épicos, reivindicaba la capacidad de invención de los autores, sobre los
cuales montaba la suya propia. No sólo los argumentos sino la propia
personalidad de los escritores escogidos eran desarrollados en una versión
libre, tan circunscripta a los sucesivos estilos, que resulta arduo distinguir
si correspondía al original o a lo versionado. Circunstancia que abre una
faceta de creación literaria escasamente recorrida en la producción borgeana,
el invento suple la inspiración y se incrusta en el centro del talento
creativo. Haciendo pie en el “rasgo circunstancial”, proveedor de verosimilitud
al relato, la invención se emparenta con los sueños, mejorados y trabajados a
posteriori en la escritura. Clave en la producción de los textos, la poesía se enclava
lógica y cronológicamente “anterior a la prosa. Parece que el hombre canta
antes de hablar. Pero hay otras razones muy importantes. Un verso, una vez
compuesto, actúa como un modelo. Se lo repite una y otra vez y llegamos al
poema. En cambio, la prosa es mucho más complicada, requiere un esfuerzo mayor.
Además, no debemos olvidar la virtud mnemónica del verso.”
Al cruzar Coleridge con Macedonio, Verlaine con las sagas
vikingas, Eliot con Manrique, el profesor Borges se emparenta con Stevenson al
sumir la prosa como el mecanismo destinado a “crear una expectativa en cada
párrafo; el párrafo tiene que ser eufónico. Luego, defraudar esta expectativa,
pero defraudarla de un modo que sea eufónico también”, cuidando que lo
importante “no es el sentido que tengan las palabras, sino el sonido. Lo cual
desde luego es cierto”. Es en tales reflexiones donde teoriza, da a conocer su
parecer en cuanto a la técnica de la escritura, donde el legado de Borges se
potencia al subsumirse en relatos de textos, personajes y autores, tan
reproducidos como enriquecidos. Obras en sí mismas, las veinticinco clases
de Borges
Profesor otorgan paño a que los expertos entretejan teorías de
variopinta laya, algún genio centre su obsesión en que en ningún momento habla
de Shakespeare, y el lego lector vuelva a regocijarse con ese decir inmortal
que ahora retorna en el tamiz de una oralidad calculada.
(*) El cohete a la luna
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