La columna política de Vicente Massot
Pobreza, Aerolíneas y el presupuesto universitario.
Prensa Republicana
3/10/024
El índice de pobreza publicado en el curso de la semana pasada
fue motivo de escándalo —no necesariamente de sorpresa— por parte del colectivo
‘bien pensante’ y de toda una serie de periodistas especializados, por un lado,
y de políticos de origen opositor, por el otro, que no perdieron la oportunidad
de criticar al gobierno libertario como si éste fuese el principal responsable
de tal calamidad. En la empresa de enderezar censuras de las más diversa índole
contra Javier Milei, no realizaron mayores distinciones y pasaron por alto los
matices a los cuales es menester hacer referencia si lo que se desea es dar a
conocer un análisis serio.
Lo primero que es imprescindible repasar son los números: en el
año 2002 los pobres en nuestro país representaban 54 % de la población, luego
de la crisis de comienzos de siglo que obró efectos devastadores en el tinglado
societario. Al mismo tiempo, entonces se contaban
¿Puede una administración que lleva apenas ocho meses de gestión
ser culpable de tamaño desastre? ¿No salta a la vista que las autoridades
elegidas en noviembre de 2023 resultan las herederas y no las causantes de los
desaguisados que se obraron, sin solución de continuidad, desde el fin de la
convertibilidad hasta la clausura del segundo ciclo kirchnerista? Cualquiera
con un mínimo de objetividad se daría cuenta de que —si bien resulta cierto que
es el actual Ejecutivo el que debe explicar la catástrofe social, y que, de
aquí en más, deberá admitir su cuota de responsabilidad, por pequeña que esta
sea— supone una injusticia achacarle a sus políticas públicas las consecuencias
de los errores y horrores que cometieron, en las últimas dos décadas, otras
conducciones ajenas por completo a
Era cosa cantada que, en atención al sinceramiento de precios y
tipo de cambio y al fenomenal ajuste fiscal que ha realizado el oficialismo, la
pobreza habría de incrementarse. En un país donde todo estaba patas para
arriba, devolverle el orden perdido —que es cuanto intenta hacer Milei— no iba
a ser una empresa fácil ni estaba destinada a tener éxito inmediato. Lo que
vemos y sufrimos en estos días es cuanto fatalmente sucedería. A medida que se
profundiza el ajuste, se sinceran las tarifas de los servicios públicos, se
eliminan regulaciones a troche y moche, se cortan subsidios, se dan de baja
regímenes preferenciales, se intenta poner coto a las abusivas tasas
municipales y se racionaliza la planta de empleados estatales, resulta lógico
que se produzcan tensiones, que haya un marcado malestar en los sectores
afectados y que descienda el índice de adhesión al gobierno.
La pobreza llegó para quedarse y sólo un proceso de crecimiento
de la economía, sostenido durante décadas, podrá lograr que el escandaloso
índice de 52 % baje a términos normales. En la mejor de las hipótesis, ello
llevará años y durante ese tiempo importará un problema no menor para el
gobierno. Básicamente, en razón de que —al resultar imposible reducirla de
manera drástica en un espacio corto— tarde o temprano, cuando la paciencia
societaria merme, las culpas del mal recaerán sobre la administración de turno.
De momento, sólo la baja de la inflación y la creación de nuevos empleos
—reforma de la legislación laboral mediante— serán un remedio eficaz para
combatir el flagelo de la pobreza. Respecto del primer desafio, todo hace
pensar que el indicador de septiembre estará debajo de 4 % —y probablemente en
torno a 3,5 %—, lo cual supondría una excelente noticia. En cuanto a la
modificación de leyes que son un impedimento para expandir el empleo, habrá que
esperar: la decisión del gobierno de negociar con los Gordos dialoguistas de
Una cosa es apuntar a la falta de dólares y a la demora de
ponerle punto final al cepo, o advertir acerca de las dificultades con las
cuales se va a topar el equipo de Luis Caputo para bajar la inflación, o llamar
la atención sobre el atraso cambiario. Estas y otras muchas cuestiones que
hacen a la política económica oficialista, es natural que levanten encendidas
polémicas entre los especialistas en la materia. Que Domingo Cavallo o Carlos
Rodríguez disientan de algunas de las directrices vertebradas por
Comencemos por la famosa línea de bandera. Hay una realidad,
cantante y sonante, que no es dable tapar con discursos falsamente
nacionalistas o con los consabidos slogans respecto de la conveniencia de tener
una empresa estatal de estas características. Una vez más los números no
mienten: mientras American Airlines cuenta con 36.000 empleados —cuyos sueldos
pagan sus dueños— Aerolíneas Argentinas suma 11.900 agentes —que el Estado
liquida con nuestros impuestos. En tanto la americana acusa 921aviones de su
propiedad —lo que arroja una relación de 39 empleados por aeronave—, la criolla
sólo tiene 81aviones, lo cual supone 145 empleados por aparato. La dotación de
pilotos de Aerolíneas Argentinas llega a 1204 —esto es, 15 por cada avión
operativo. Pero ahí no terminan los excesos, por llamarlos de alguna manera.
Desde que se estatizó, el déficit operativo acumulado orilló los U$
La decisión de no financiar tamaño despropósito inicialmente
chocó con la irresponsabilidad —no hay otra palabra para calificarlos— de los
diputados kirchneristas, buena parte de los radicales, los federales y los de
La situación parece ahora propicia para avanzar con la
privatización, la cesión a sus empleados o, lisa y llanamente, la quiebra de la
empresa. En esto la tozudez y falta de criterio de los líderes sindicales de la
aerolínea han jugado a favor del gobierno. Acostumbrados a que todos las
administraciones que intentaron enfrentarlos terminaron cediendo a sus
demandas, creyeron que podrían repetir la extorsión. Se equivocaron de medio a
medio. Lo que hizo
Por una serie de razones que exceden claramente el marco financiero y el superávit fiscal, el capítulo del Presupuesto Universitario, votado por una y otra cámara del Congreso de la Nación, es bastante más complicado que el de Aerolíneas. La educación pública ha sido siempre un motivo de orgullo para el grueso de la sociedad. Meterse con el ingreso irrestricto —aunque sea un despropósito—, con el sueldo de los docentes o con la autonomía universitaria, genera una reacción en cadena, no sólo del colectivo de profesores y de no docentes sino del grueso de las clases medias que saldrán mañana, como lo hicieron en el pasado mes de abril, a protestar en las calles. Por supuesto, a ellos se le sumarán los partidos opositores y, en general, la totalidad de los medios, think tanks, academias y centros culturales progresistas.
Que el ingreso irrestricto sea un régimen que premia la
masividad en perjuicio de la excelencia e implica una injusta transferencia de
ingresos de los que menos tienen hacia los que más tienen, no lo dice nadie.
Que el despilfarro de fondos asignados a las universidades es cosa de todos los
años, tampoco. Que las casas de altos estudios de nuestro país, comparadas con
cualquiera de los demás países de Iberoamérica, son las que más estudiantes
reciben y que menos graduados acreditan, es otra realidad innegable. Alguien
—alguna vez— debería levantar la voz y decir que si
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