El recuerdo histórico de Daniel Cecchini
El mesianismo y las tribulaciones
del genocida Acdel Vilas: de su
diario prohibido a una novela
reveladora sobre su vida
Infobae
“Vilas,
usted no me ha dejado nada por hacer”, le dijo Antonio Domingo Bussi a Adel
Edgardo Vilas y el destinatario de la frase se debatió entre el orgullo y la
frustración. El encuentro se produjo el 18 de julio de 1975, en Tucumán, cuando
Vilas debió entregarle a Bussi el mando de
Aunque
el comandante en jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, aseguraba
que el reloj del golpe de Estado contra el gobierno constitucional de María
Estela Martínez de Perón estaba detenido, a Vilas no se le escapaba que, por el
contrario, sus agujas avanzaban a paso galopante y ya no se detendrían. Lo dejó
escrito, no sin enojo, en su diario: “Mi actuación en Tucumán no había sido del
agrado ni del comandante en jefe, teniente general Jorge Rafael Videla, ni del
comandante del III Cuerpo de Ejército, general de brigada Luciano
Benjamín Menéndez. Las causas no las conozco, aun cuando las intuyo.
Hice entonces todos los intentos que fue posible para quedar al frente de
Las
causas que el general desplazado intuía eran muchas y ciertas: su
filiación peronista, su desprecio profesional por los altos mandos, la
aplicación de métodos de represión ilegal a cielo abierto –en lugar de hacerlo
en las sombras– y su mesianismo, que lo volvía un engranaje poco confiable en
una máquina que debía funcionar sin desperfectos.
Vilas
quiso publicar su diario sobre el “Operativo Independencia” un
año y medio más tarde, cuando ya había pasado a retiro, pero el Ejército se lo
prohibió por razones de peso para la dictadura iniciada el 24 de marzo de 1976:
el relato de su actuación en el “teatro de operaciones” era una confesión lisa
y llana, con lujo de detalles, de crímenes de lesa humanidad. Lo escribió
cuando estaba en su siguiente y último destino, en Bahía Blanca, como segundo
comandante y jefe de Estado Mayor del V Cuerpo de Ejército. Allí sí pudo, como
no había alcanzado a hacer por completo en Tucumán, desarrollar una ofensiva
generalizada contra “la subversión”, un enemigo que, además de las
organizaciones armadas, incluía a políticos, intelectuales, universitarios,
gremialistas y otros actores sociales a los que acusaba de ser el motor
ideológico de la conspiración del marxismo internacional que amenazaba a
Paradójicamente, Vilas escribió muy poco sobre su accionar en Bahía Blanca, mucho menos que lo que dejó en su diario sobre Tucumán. Medio siglo después de aquellos hechos, la aparición de la novela Goya -publicada por Pixel- del abogado y escritor bahiense Pablo Fermento viene de alguna manera a llenar ese hueco incursionando en las obsesiones ideológicas y personales de Vilas durante su paso por el sur. Leídos en espejo, como hizo este cronista, el diario y la novela terminan de delinear la siniestra figura de un genocida de características singulares.
El “Operativo Independencia”
El
miércoles 5 de febrero de 1975, la presidenta constitucional María Estela
Martínez de Perón estampó su firma en el decreto 261/75, que
ordenaba a las Fuerzas Armadas realizar acciones para “neutralizar y/o
aniquilar” el accionar de lo que se definía como “elementos subversivos” en la
provincia de Tucumán. Se inició así el llamado “Operativo Independencia” –al
mando de Adel Vilas y luego de Bussi– que en la práctica fue la aplicación
de la metodología de “guerra contrarrevolucionaria” de
Así, la
provincia considerada “el jardín de la república” se convirtió en el
laboratorio del terrorismo de Estado desde mucho antes de la
instauración del Estado Terrorista con el golpe del 24 de marzo de 1976. El
despliegue de fuerzas represivas en el territorio provincial fue inmenso: se
calcula que hubo momentos en que unos 6.000 efectivos del Ejército,
Precisamente en Famaillá, Vilas instaló su Comando Táctico y también el primer centro clandestino de detención y tortura de los 57 que fueron montados durante el operativo, la famosa “Escuelita de Famaillá”. Por allí, según relató el propio jefe militar en su Diario, entre febrero y diciembre de 1975 estuvieron detenidas clandestinamente 1507 personas. Porque, así como rehuía los combates en el monte, Vilas también esquivaba a la justicia. “Es más fácil hacer pasar un camello por el ojo de una aguja, que condenar en sede judicial a un subversivo”, solía pontificar frente a sus colaboradores. Su solución era torturarlos y asesinarlos.
Diario de un genocida
Dios
lo quiso,
titula, escribe, repite e insiste Adel Vilas en su diario cuando se refiere al
motivo de su nombramiento como jefe del “Operativo Independencia”. “El desafío
estaba allí, esperando que alguien lo tomara. Dios quiso que fuera yo quien
tuviera la responsabilidad de llevar a las armas argentinas al triunfo... o al
fracaso”, dice casi al principio del texto. Su misión es mesiánicamente a todo
o nada.
Se
cree, de alguna manera, un hombre llamado a salvar su patria y
que, para lograrlo, deberá enfrentar tanto a los enemigos como a los tibios de
su propio campo. “Merced a distintas circunstancias, entre las que debe
mencionarse (…) la apostasía de muchos jefes, el Ejército,
Otro
obstáculo que encuentra es el que le plantea el Poder Judicial: “Los guerrilleros,
ni bien eran entregados a la justicia hacían valer las garantías que ésta les
ofrecía”, describe. Como solución, resuelve crear un centro clandestino de
detención y tortura, el primero de
También
admite y detalla cómo los grupos de tareas secuestraban. “Si el procedimiento
de detención se había realizado vistiendo uniformes del Ejército, entonces no
había más remedio que entregarlo a la justicia para que a las pocas horas
saliese en libertad; pero si la operación se realizaba con oficiales vestidos
de civil y en coches ‘operativos’, como lo ordené ni bien me di cuenta de lo
que era la “justicia” y la partidocracia, la cosa cambiaba”. Sus blancos,
señala, no era solo guerrilleros sino “médicos, abogados, odontólogos,
escribanos, profesores universitarios, enfermeros, arquitectos, ingenieros y
guardia cárceles”.
Lograda
la victoria militar contra la guerrilla, Vilas entiende que su
tarea no está completa y que su reemplazo por Bussi le impide terminarla. Casi
al final del Diario lo explica así: “Si el combate subversivo se limitara al
esquema que criticamos (el meramente militar), restarían intangibles: el
aparato económico, intelectual, institucional y editorial vinculados a la
guerrilla, además de los múltiples aparatos infiltrados en organizaciones e
instituciones, en sí mismas inmaculadas, lo que, unido a la perduración de un
régimen político y socioeconómico insatisfactorio, proporcionan la posibilidad,
siempre abierta, de recomponer el esfuerzo tendiente a la destrucción del
Estado”. Ese combate es el que Vilas está dispuesto a dar en su nuevo destino,
Bahía Blanca.
Una novela reveladora
Pablo
Fermento es
abogado, docente de
Reproduciendo
su esquema tucumano, una de las primeras acciones de Vilas en su destino del
sur bonaerense es montar un campo clandestino de detención y torturas al que
llama también “
Si
bien el autor delinea la psicología de su personaje, evita cuidadosamente caer
en el lugar común de una excepcionalidad que explique sus crímenes. Es
un tipo común –aunque fanatizado y a la vez frustrado-, una pieza más
del plan sistemático de represión ilegal de la dictadura. También muestra con
acciones y palabras el caldo ideológico en que se mueve y lo motiva, el del
combate total contra “la subversión”, no solo con las armas sino en todos los
ámbitos: la universidad, la cultura, la sociedad entera.
En
esa estrategia, Vilas coincide y encuentra un aliado en el diario local
A
lo largo de más de doscientas páginas de lectura amena y a la vez
inquietante, en Goya Fermento muestra a ese Vilas de
Bahía Blanca que nuevamente se verá frustrado en su proyecto
fundamentalista y frustrado por la falta de reconocimiento de sus superiores,
que lo pasan a retiro, sin pena ni gloria, en diciembre de 1976. Es la historia
de un genocida que comprueba, por segunda vez, que sus crímenes no pagan, y no
solo por su desplazamiento del mando de tropa sino también porque deberá
enfrentar a la justicia con la recuperación de la democracia. Adel Vilas murió
en Buenos Aires el 23 de julio de

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