La pluma de Jorge Fernández Díaz
A Milei le urge entender cuál fue su error
Fuente:
(*) Notiar.com.ar
9/9/025
Alguien dijo
alguna vez que el verdadero error es aquél del que no aprendemos nada. Las
razones de la paliza electoral que dejó grogui a la escuadra libertaria son
múltiples y bastante conocidas, pero si el oficialismo no las analiza
detenidamente y sin prejuicios de secta, y no encuentra el núcleo del malestar,
es probable que equivoque su diagnóstico, punto crucial de esta hora dramática.
Séneca advertía que el médico no puede curar bien sin
tener presente al enfermo. Aludía a lo que luego el padre de la medicina
moderna, William Osler, traducía de este modo: “El buen médico trata
la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad”.
Concentrarse únicamente en las planillas de Excel y en los más extravagantes
libros de teoría económica sin atender las secuelas devastadoras de la economía
real (recesión, enfriamiento, desempleo) y sin plantearse una reconversión
cuidadosa y planificada de los damnificados por el cambio para que logren
atravesar el puente de la dura coyuntura, asimila al Presidente de
La búsqueda del equilibrio fiscal y la baja de la
inflación es, aquí y en cualquier país, una condición necesaria pero
insuficiente, y un objetivo virtuoso siempre y cuando la operación no se haga
sin planificación y sin anestesia, o incluso bajo la idea de que esa variable
por sí sola garantiza la felicidad terrenal. Pero aquí había triunfado la
cultura del shock y se miraba con desprecio cualquier clase de gradualismo, de
manera que todo había que hacerlo rápido, a lo guapo y sin mirar por nadie: se
ganó la batalla cultural, la gente modificó su cabeza, ya lo entendería;
tengamos superávit, lo demás no importa. La obra pública, la industria, las
pymes, la agricultura, los jubilados y el bolsillo de los ciudadanos de a pie
padecieron las consecuencias de esa frívola desaprensión, y los médicos
discutían la enfermedad en un ateneo erudito mientras el paciente se retorcía
en el quirófano.
Los libertarios, por otra parte, invirtieron tiempo y
dinero en una narrativa que no usaron para comprar paciencia y contener a la
población sino para agredir a los disidentes y para fanfarronear con los goles
que todavía no habían anotado: contaban plata delante de los pobres. La falta
de cuidado, el no reconocimiento de las angustias concretas que provocaba la
motosierra, muestra el encapsulamiento de un grupo que se reía del dolor, como
si fuera una evidencia del buen rumbo, y nunca condescendía a la sensibilidad
social; más bien la consideraba una tara demagógica de “los zurdos”. Ese
espíritu sacrificial que demandaba para la calle no cundía en el palacio, donde
se acumulaban sospechas de venalidad, y esos detalles tampoco pasaban
inadvertidos.
El rencor servía cuando hace dos años la sociedad
estaba indignada con la “casta” y cuando Javier Milei aprendió a encarnarlo con
sinceridad y vehemencia. Pero hoy esos mismos sectores acusan penurias
equivalentes y el León no se hace cargo de ese nuevo sentimiento desgarrador,
más bien lo ignora. Menem decía, en medio de su ajuste, “estamos mal, pero
vamos bien” para que la base social no pensara que vivía en un tupper y que no
comprendía la dimensión de sus desdichas. Kirchner aseveraba que habían dejado
atrás el infierno, pero a continuación siempre agregaba que seguíamos en el
purgatorio y que faltaba mucho para llegar al paraíso. Milei se
autopromocionaba como el mejor gobierno de la historia, merecedor del premio
Nobel y factótum de un modelo maravilloso que venía a destruir el Estado: los
que padecían, los que no llegaban a fin de mes, sólo podían ver en esos gestos
ampulosos traición y negacionismo.
El círculo que se formó es perfecto, un perro que se
muerde la cola: furia, sonrisa, mueca, lágrima y de nuevo ira. Primero vieron
que Milei estaba tan enojado como ellos, luego sonrieron con esperanza, a poco
de andar sintieron en carne propia el filo injusto de la motosierra y esbozaron
una mueca de espanto; más tarde se abandonaron a las lágrimas y al final
retornaron a la bronca, que demostraron quedándose en casa y dándole la espalda
en las urnas: al peronismo le bastó con movilizar su aparato y recoger a sus
víctimas. El que las hace las paga.
La aplicación de un modelo dogmático, con buenas
intenciones aunque mal instrumentado, es un asunto nodal y quedó fuera del
discurso que Milei pronunció al cabo de su noche más negra. Se habían cometido,
según él, sólo algunos errores en el “plano político”. Pero esta derrota
aplastante y de consecuencias impredecibles, no sólo refiere a la equivocada
estrategia de Karina y de los Menem, la formación de listas donde cunden filibusteros
con ínfulas o la vana imposición de la consigna “violeta o nada”, que terminó
aislándolos y dejando al Gobierno sin gobernabilidad. También se conecta con la
mishiadura generalizada, y con que los mileístas no abrieron su presupuesto
nacional a discusión y se guardaron para sí, con altivez insólita, la
prerrogativa de elegir en exclusividad dónde y cómo cortar del gasto público
para alcanzar las metas fiscales. Los genios son así.
Sería fácil decir que naufragaron en la provincia de
Buenos Aires por la estrategia de Sebastián Pareja, e ignorar que fracasaron
por la gestión: la micro fue mala y la macro, aunque tuvo principios loables,
no ayudó, fue deficientemente ejecutada y se les fue de las manos. También
faltaron afecto y credibilidad: las formas, y no solo las republicanas. No se
han dejado querer, más bien se han hecho aborrecer porque fueron odiosos con
actores sensibles como los discapacitados, los médicos del Garrahan, la ciencia
y la educación. Hoy el oficialismo enfrenta no el “riesgo kuka” sino el riesgo
Milei, que provocó una crisis endógena, inherente a su praxis y a su
amateurismo. Y el desastre electoral bonaerense pone en tela de juicio varias
supersticiones de toda esta época: el outsider está preparado para gobernar, no
se necesitan profesionales de la administración ni de la política, lo central
ocurre en las redes sociales, el ajuste puede ser brutal e indiscriminado y aun
así tener consenso, y el encumbramiento de esos líderes solitarios es una
tendencia irreductible que proviene fatalmente de la revolución tecnológica.
Cuando, en verdad, todo es transitorio en la viña del
Señor, y así como la única cultura imperante es la emoción personal, el único
rasgo imperturbable es la volatilidad: el ciudadano usa el voto (efectivo o en blanco)
como un gatillo caliente. Hoy te levanto y mañana te entierro. Y no hay
outsider que valga. Nadie tiene la vaca atada, y eso lo saben más que nadie los
peronistas, que no se atrevieron a mostrar euforia porque, con este esquema, el
que ríe un domingo puede llorar un lunes.
Milei quiso meterle el último clavo al cajón del
kirchnerismo, pero se clavó un pie al hacer algo imprevisto: nacionalizar unos
comicios municipales. Cristina Kirchner intentó convencer a Axel Kicillof de
que no desdoblara las elecciones precisamente por el peligro de que se
discutiera la temática local: admisión implícita de que el conurbano es la obra
maestra de terror del justicialismo. Pero el León, en lugar de hacer lo que
dañaba a su enemigo, le dio una mano inesperada y planteó la contienda como un
plebiscito de su modelo económico.
El resultado fue demoledor en el territorio con más
población de
Un gran ejemplo piantavotos tuvo precisamente como
actor principal al doctor Parisini, que escupió un tuit soez y vergonzoso de
gran repercusión contra el senador Luis Juez, emulando a Herminio Iglesias y a
horas del sufragio. Los “celestiales” no fueron funcionales a los acuerdos
soñados por el Mago del Kremlin; más bien fueron una repugnante maquinaria de
intimidación y una factoría de enemistades innecesarias.
Kicillof, que aprovechó todos estos yerros e
inexperiencias, fue hábil al admitir que el kirchnerismo viene de un gobierno
decepcionante y haber sugerido alguna vez que debía cambiar su canción (será
creíble sólo cuando se autocritique y modere su ideología); también al insinuar
que se librará de la tutela de la arquitecta egipcia y al proponer “unidad de todos”
más alianzas con segmentos no peronistas:
Milei tienen poco tiempo para detectar el error
fundamental y aprender de la experiencia. Y se demostrará en unos días si puede
ser un gran médico –es decir, si arribará a un buen diagnóstico y será capaz de
dejar de pensar sólo en la enfermedad y tendrá en cuenta también al paciente-,
y luego si la dinámica argenta le permitirá rehacerse en octubre.
Es difícil imaginar una salida para su laberinto como
no sea abandonar el aislamiento y abrir su gabinete a la liga de gobernadores,
única entidad de tercera posición que podría ser un escudo contra los embates
de los conjurados de siempre. Séneca también decía: “La adversidad es ocasión
de virtud”. Veremos.

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