Para los lectores de El Informador Público
Rememorando a
Jacques Derrida (1)
IP-9/9/025
El 15 de julio se cumplió el
nonagésimo quinto aniversario del nacimiento de un brillante filósofo
franco-argelino que fue conocido a nivel mundial por desarrollar un análisis
semiótico denominado “deconstrucción”. Jacques Derrida nació el 15 de julio de
1930 en El Biar. De joven se dedicó con pasión a la lectura de los novelistas
clásicos y de relevantes filósofos y escritores como Albert Camus, Antonin
Artaud, Paul Valéry, Rousseau, Nietzsche y Andrés Gide. Luego de estudiar
cuatro años en el Liceo Luis el Grande de París, en 1952 ingresó en
Buceando en Google me
encontré con un ensayo de Emmanuel Biset (Universidad Nacional de
Córdoba-Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) titulado
“Política de la filosofía en Jacques Derrida” (AGORA-Papeles de
filosofía-2016). Su objetivo es explicar las implicancias políticas de la
deconstrucción.
“1-La preocupación que
atraviesa este texto se dirige no sólo a la reconstrucción de una política de
la filosofía en Derrida, sino al modo en que actualmente podemos pensar una
política de la filosofía. Allí encuentro dos indagaciones centrales: por un
lado, una reformulación de la pregunta sobre qué es filosofía y, por el otro,
una reformulación de las condiciones institucionales de la filosofía. En la
estela de estas dos cuestiones me interesa el pensamiento de Derrida atendiendo
a algunas valiosas indicaciones, pero también asumiendo que posiblemente el
desafío sea cómo hacer filosofía después de la herencia del pensamiento que se
puede circunscribir a mayo del 68. Para ello es necesario trazar una topología
reflexiva, esto es, pensar nuestras propias prácticas.
Desde sus comienzos, la
deconstrucción no ha sido sino una pregunta por los límites de la filosofía. He
aquí su apuesta singular, puesto que indaga no sólo en los límites de eso
llamado filosofía sino en las formas institucionales a las que da lugar. En
“Tímpano” Derrida señala que se trata de pensar la filosofía y su límite. Pues
la filosofía es el discurso que dice su límite, que asegura el dominio del
límite, esto es, domina su margen y piensa su otro desde una lógica de la
apropiación: “¿Cómo interpretar —pero la interpretación no puede ser ya aquí
una teoría o una práctica discursiva de la filosofía— tal extraña y única
propiedad de un discurso que organiza la economía de su representación, la ley
de su propio tejido de tal manera que su afuera no sea su afuera, no lo
sorprenda nunca, que la lógica de su heteronomía razone todavía en la cueva de
su autismo?”
Este dominio del límite,
indica Derrida, configura el discurso filosófico en dos formas privilegiadas:
la jerarquía o la envoltura. O bien una pirámide jerárquica donde la filosofía
como saber primero rige el resto de los saberes (donde los campos de la
ciencia, sus objetos, son sometidos a la jurisdicción filosófica), o bien la
filosofía como la lógica del todo (donde el movimiento del todo se encuentra en
las determinaciones parciales del sistema). Frente a ello, la deconstrucción se
presenta como una problematización de la filosofía como legislación sobre sus
límites. Atendiendo a que no se trata de postular un “afuera” puro de la
filosofía, una especie de orden del pensamiento que excede el límite, así como
cualquier forma institucional.
Vieja ilusión filosófica de
un afuera absoluto, o mejor, sueño filosófico de un empirismo puro. Derrida
sostiene que tal afuera es imposible, por ello se trata de una relación oblicua
con la filosofía: “[…] recordar sin duda que más allá del texto filosófico, no
hay un margen blanco, virgen, vacío, sino otro texto, un tejido de diferencias
de fuerzas sin ningún centro de referencia presente”. Mostrando, a su vez, que
el discurso de la filosofía no es sino escritura, o mejor, que el texto escrito
de la filosofía desborda y hace reventar la fijación de lo propio que domina el
límite: “Desborda y hace reventar: por una parte lo que se cree decir o leer,
rompimiento que tiene que ver con la estructura de la marca (…); por otra
parte, disloca el cuerpo mismo de los enunciados en su pretensión a la rigidez
unívoca o a la polisemia regulada”.
Desbordar y hacer reventar el
tímpano de la filosofía, dislocar el oído filosófico, como control y dominio
del límite. Esto lleva a pensar, a su vez, en las formas contemporáneas de ese
dominio. Puesto que se trata de indagar el estatuto de la filosofía en tanto
quid juris, o del derecho a fijar sus límites. Pero no se trata de un discurso
entendido en una especie de pureza teórica, sino justamente de las formas
institucionales a las que da lugar esta necesidad de regular límites. Esta
perspectiva ya supone un desplazamiento respecto de ciertas formas clásicas de
preguntar por la filosofía, pues parte del señalamiento de un nexo irreductible
entre la pregunta por la filosofía y por sus formas institucionales. Para
decirlo de modo negativo: no hay una esencia pura de la filosofía que se
realice en diversas instituciones académicas a través del tiempo, sino que la
misma definición de filosofía es constituida por esas formas institucionales.
De modo que la pregunta por la filosofía no es sino la pregunta por su
configuración institucional, por los múltiples sentidos que encierra este
enunciado.
Al mismo tiempo es necesario
pensar en la contracara de esta afirmación, pues no existe un orden
institucional puro no transido de significados, conceptos, categorías. Por lo
que cualquier forma institucional se encuentra atravesada por ciertos
filosofemas. En este sentido, se trata de pensar la mutua constitución entre
una política de la filosofía y una filosofía de la política. En la expresión
política de la filosofía parecen converger dos sentidos: o la política que
surge de la filosofía o la política que debe orientar la filosofía. En uno y
otro caso parece existir una relación externa entre filosofía y política, sea
en un posicionamiento político a aplicar sobre la filosofía, sea en los efectos
políticos de la filosofía.
Frente a ello, en este texto
trazo un recorrido dividido en tres partes: en primer lugar, a partir de
ciertos textos de Derrida me interesa retomar la expresión “copertenencia de
filosofía y política” para pensar un vínculo inmanente entre filosofía y
política. En segundo lugar, desde su libro Du droit à la philosophie mostrar
cómo se piensa el carácter institucional de la filosofía. En tercer lugar, me
interesa establecer algunos lineamientos breves sobre cómo la deconstrucción es
un cierto modo de entender la práctica filosófica que se focaliza ante todo en
qué se entiende por lectura. Todo esto con el objetivo de plantear cuáles son
los desafíos que surgen contemporáneamente al asumir la filosofía como práctica
política”.
“2-La primera pregunta que
surge es de qué modo comprender entonces el vínculo entre filosofía y política
trazado en Derrida. Pues bien, la primera anotación que es necesario realizar
es que se trata de pensar, acentuar, un pensamiento del vínculo entre filosofía
y política. Esto supone cuestionar la preeminencia de cualquiera de ellas sobre
la otra, sea bajo la forma de una organización del saber (de tipo jerárquico o
circular) donde la filosofía funda los principios de los que se deriva un área
específica para pensar la política, sea bajo la forma de una derivación de la
filosofía de instancias políticas que le serían externas.
El primer punto a destacar es
la destitución de un esquema de la fundación que usualmente se encuentra en la
definición misma de filosofía política. Quisiera proponer que en Derrida existe
un modo específico de plantear ese vínculo irreductible, pero sin preminencia,
en la figura de la “copertenencia”. O para decirlo en otros términos, el punto
desde el cual quisiera partir para una aproximación al pensamiento político de
Derrida es la copertenencia de filosofía y política. Lo que me permitirá
explicitar el trasfondo sobre el cual se asientan sus reflexiones específicas
sobre el vínculo entre filosofía e institución.
Para ello hay que partir de
un texto temprano fechado y firmado en mayo de 1968. Se trata de uno de los
pocos textos donde Derrida construye una especie de mapa del pensamiento
francés contemporáneo, se ubica en él y define algunos de los desafíos que lo
convocan. Me estoy refiriendo al texto “Los fines del hombre”, artículo
publicado en Márgenes de la filosofía. Quizá todo lo que tenga para decir no es
sino en referencia a una enigmática frase con la que comienza el texto: “Todo
coloquio filosófico tiene necesariamente una significación política. Y no sólo
por lo que desde siempre une la esencia de lo filosófico a la esencia de lo
político [ce qui depuis toujours lie l’essence du philosophique à l’essence du
politique]. Esencial y general, este alcance político entorpece, sin embargo,
su a priori, lo agrava de alguna manera y lo determina cuando el coloquio
filosófico se anuncia también como coloquio internacional. Este es el caso
aquí”.
Quisiera detenerme en esa
afirmación según la cual algo, sin una precisión temporal específica, liga la
esencia de lo filosófico a la esencia de lo político. Se trata de una frase
automáticamente abandonada que no deja de despertar la pregunta sobre qué sería
aquello que traza esa ligazón y por qué la referencia a la “esencia” de lo
filosófico y la “esencia” de lo político. Para intentar clarificar el sentido
de esta expresión resultan de suma utilidad una serie de discusiones en torno a
los alcances políticos del pensamiento de Derrida. Será una década después
cuando Jean-Luc Nancy y Philippe Lacoue-Labarthe convoquen al primer Coloquio
Cerisy dedicado a Derrida justamente bajo el título “Los fines del hombre”. En
las actas del Coloquio surge con especial importancia una especie de
requerimiento o demanda sobre las implicancias políticas de la deconstrucción.
Allí donde parece que el pensamiento de Derrida, dentro de los de su
generación, es el más distante, el más esquivo.
La misma convocatoria al
Coloquio ya esboza este requerimiento: “El coloquio «Los fines del hombre» no
se define como «filosófico»: debe darse la posibilidad de cruzar y desplazar en
todos los sentidos los regímenes filosóficos, literarios, críticos, poéticos,
significantes, simbólicos, etc., y por consecuencia cruzar y desplazar también
lo «político» y su «significación». Lo que está en juego podría ser, desde
todas las perspectivas, realizar la inscripción de una política absolutamente
otra [tout autre]». Nancy y Lacoue-Labarthe retoman la afirmación de Derrida
del 68 según la cual todo coloquio de filosofía tiene necesariamente una
significación política, pero la retoman para preguntar cuáles son los alcances
políticos de la deconstrucción. Para ello se organiza en el marco del coloquio
un seminario que lleva por título “Política” y dónde surgen dos
posicionamientos opuestos para pensar estos alcances.
De un lado, Nancy y
Lacoue-Labarthe darán origen a una interpretación que puede sintetizarse en la
expresión “deconstrucción de lo político”, esto es, asumen que la tarea a
realizar es una crítica radical del modo en que se ha constituido cierto
sentido de lo político. Tres elementos son centrales para este posicionamiento:
primero, que partirán de lo que llamarán la copertenencia esencial de lo
filosófico y lo político; segundo, que realizarán un diagnóstico de época bajo
el nombre de totalitarismo; tercero, que la expresión que utilizarán para
referirse a su empresa será la de una “retirada de lo político”, atendiendo al
doble sentido en francés de retirada como alejarse pero también redefinir
(re-trait).
Desde esta perspectiva el
problema central es el modo en que lo político supone una realización de lo
filosófico entendida como concreción de aquello que Heidegger supo denominar
metafísica. Se trata entonces del modo en que la metafísica configura una
cierta concepción de política. Esta realización no se entiende sino desde una
definición de la época, atendiendo a lo que Heidegger denomina época de la
técnica, como realización total del hombre. El nombre totalitarismo no refiere
a experiencias políticas singulares, sino a esa efectivización absoluta de la
metafísica. Desde aquí se entiende la necesidad de una retirada de esa totalización
para reinventar lo político.
De otro lado, frente a esta
primera aproximación de tinte heideggeriano, aparecen algunas objeciones que
darán lugar a otro modo de comprender el vínculo entre política y
deconstrucción que puede ser sintetizado en la expresión “política de la
deconstrucción”. Gayatri Spivak o Jacob Rogocinsky indicarán que la perspectiva
desarrollada por Nancy y Lacoue-Labarthe estabiliza algunas distinciones, como
la de la política y lo político, reduciendo la deconstrucción a un trabajo
meramente conceptual, es decir, despolitizándola. Escribe Spivak: “En primer
lugar, indicaría la lección «política» más importante que he aprendido de mi
propia interpretación de Jacques Derrida: a saber, la conciencia de que la
teoría es una práctica. Pronunciando tal frase, soy inmediatamente consciente,
gracias a Derrida, que el establecimiento provisorio de tal oposición binaria
es la condición y/o el efecto de ciertas decisiones ético-políticas que deben
establecer normas centralizadas por exclusiones estratégicas”.
En la misma línea, unos años
después en el contexto de un Centro de Investigación dirigido por Nancy y
Lacoue-Labarthe, Claude Lefort y Dennis Kambouchner realizarán objeciones
similares, incluso un temprano texto de Nancy Fraser indica lo mismo, pues no
sólo cuestionarán el diagnóstico de época (como en el caso de Lefort objetando
el uso del término totalitarismo, lo que supone por cierto cuestionar todo el
proyecto), sino también la esencialización de lo político y de lo filosófico que
termina por limitar la deconstrucción a un trabajo de crítica filosófica de
determinada conceptualidad. Critchley sintetiza: “El diagnóstico de la retirada
de lo político y de la reducción de la polítique a le polítique de Nancy y
Lacoue-Labarthe lleva a una exclusión de la política, entendida como un campo
de antagonismo, lucha, disenso, confrontación, crítica y cuestionamiento. La
política sucede en un terreno social que es irreductiblemente fáctico, empírico
y contingente”.
La discusión planteada sirve
aquí a los fines de indicar dos elementos en vistas a establecer el modo en que
se da en Derrida el vínculo entre filosofía y política. Ante todo, siguiendo
los textos de Nancy y Lacoue-Labarthe me interesa señalar que este vínculo se
entiende en los términos de una “copertenencia de filosofía y política”. Esta
expresión no sólo supone un desplazamiento respecto de la filosofía política,
sino que singulariza el vínculo entre ambas dimensiones. Luego, siguiendo las
críticas que van desde Spivak a Lefort, pero que incluso surgen del fragmento
citado de Derrida, resulta necesario evitar una esencialización de lo político
como de lo filosófico. Esto supone cuestionar los supuestos que permiten
distinguir lo político de la política (haciendo de un extremo el ámbito de lo
trascendental y del otro de lo fáctico), pero también el diagnóstico de época
supuesto en la noción de “lo filosófico”. Dicho en otros términos, se trata de
pensar la copertenencia no como resultado de la realización efectiva de una
determinada época, sino de un vínculo irreductible que debe ser pensado en
diversas modalidades históricas.
Ahora bien, para avanzar en
algunas precisiones en torno al sintagma que he introducido, se trata de pensar
la mutua constitución entre política de la filosofía y filosofía de la
política, esto es, el modo en que existe una constitución política de la
filosofía y una constitución filosófica de la política. Esto conlleva la
ruptura con cualquier posicionamiento que conciba esta relación desde la
exterioridad, como dos campos autónomos que entran en relación. Incluso
posiciones que trabajan en términos de “marcos” o de “efectos” terminan por
fijar un vínculo entre dimensiones externas. Los dos aspectos de la
copertenencia aparecen claramente en “Los fines del hombre”. Por una parte, se
parte de esa ligazón esencial de filosofía y política indicada para pensar la
significación política de un Coloquio de filosofía. Donde se efectúa un doble
señalamiento: primero, se da cuenta de las instituciones académicas que forman
la filosofía, en este caso la forma “Coloquio internacional”, ante todo porque
allí se indica una cierta constitución nacional de las filosofías. Segundo, se
trata de dar cuenta de las instituciones políticas que forman la filosofía, en
este caso la forma “democracia”, donde no se trata de señalar que sólo bajo la
democracia son posibles los Coloquios filosóficos, sino que su carácter formal
vuelve posible cualquier posición justamente porque no perturba el orden.
Todo esto queda sintetizado
por Derrida: “Este horizonte histórico y político requeriría un largo análisis.
He creído simplemente que debía señalar, fechar y hacerles a ustedes partícipes
de las circunstancias históricas en las que he preparado esta comunicación. Me
parece que pertenecen con derecho pleno al campo y a la problemática de nuestro
coloquio”. Por otra parte, el texto desarrolla extensamente el modo en que
cierta filosofía constituye determinadas prácticas políticas, pues el objeto de
discusión es el humanismo. Allí no se juega sólo una cierta concepción de
filosofía, incluso una lectura de determinados autores como son Hegel, Husserl
y Heidegger, sino el modo en que el humanismo pudo constituirse como horizonte
irrebasable de toda práctica política. De hecho el esfuerzo del texto se dirige
a mostrar la necesidad de efectuar una lectura rigurosa de estos autores que
exceda el humanismo que les ha sido atribuido, pero que al mismo tiempo dé
cuenta de una especie de humanismo subrepticio en ellos (un relevo del
humanismo). La pregunta entonces es doble pues se dirige al mismo tiempo a
buscar rigurosamente el sentido del humanismo y ver cómo es posible pensar una
política más allá de él. Quizá, entonces, se trata de pensar este doble juego:
una crítica radical a los modos de institución política de la filosofía y una
crítica radical a los modos de institución filosófica de la política”.
“3-Será en este marco que
Derrida problematiza el vínculo entre instituciones académicas y filosofía, y
donde se pueden rastrear sus posiciones en torno a cierta política de la
filosofía. Sus intervenciones políticas han de producirse en este campo,
primero, con la creación del GREPH (Grupo de investigación sobre la enseñanza
filosófica) destinado a defender la filosofía como parte de la currícula de las
escuelas secundarias y, segundo, con la creación del Collège International de
Philosophie como institución que cuestiona los mismos límites desde los cuales
se ha constituido
Vale destacar que el conjunto de intervenciones sobre este
aspecto forman parte del voluminoso libro Du droit à la philosophie cuyas
múltiples aristas de análisis dejo aquí de lado, para detenerme simplemente en
ciertas indicaciones en torno al tema planteado. Para ello, me interesa mostrar
un doble movimiento. En primer lugar, Derrida muestra en diversos textos cómo
la misma constitución de la filosofía supone un esquema que niega su dimensión
institucional. En otros términos, la misma forma institucional de la filosofía
reproduce un esquema orientado a su borramiento, donde el ideal es que las
ideas se vuelvan presentes más allá de cualquier mediación. Esta denegación se
asienta en una mitología de la transparencia que será objeto de un texto
central para pensar cómo se estructura la docencia: “Dónde comienza y cómo
acaba un cuerpo docente”. Resulta importante comenzar indicando que se trata de
un texto dedicado a pensar la docencia tal como se ejerce en
Derrida parte de la figura del agrégé-repetiteur como
forma de constituir la docencia filosófica en la que aparece, justamente, un
cierto esquema de la repetición fundado en la transparencia. La docencia, tal
como el nombre francés indica, surge como mecanismo de reproducción donde no es
posible decir, producir, inventar algo nuevo. Por el contrario, su función se
define como ayuda a la inteligibilidad de los textos, de algunos autores, de
ciertas ideas, sin intervenir allí. Por esto mismo, el docente se convierte en
un especialista en la satisfacción de demandas que le son externas, incluso en
la demanda misma de repetición. Aún más, el alumno demanda su inserción en este
mecanismo de reproducción.
En este esquema, la figura
del docente se entiende como un medio encargado de transmitir verdades,
sentidos, que le son externos y cuya responsabilidad radica en una fidelidad
mimética para con ellos. El alumno es aquel que puede insertarse en este
mecanismo, constituyéndose a su vez también en medio de transmisión de esa
verdad previa: “Esta repetición general (así representada por el maestro de
estudio o el cuerpo más avanzado de un ex alumno), la volveremos a encontrar en
el espíritu que define la función que me ocupa aquí, en este lugar que no es
indiferente. El agrégé repetidor fue en primer lugar, sigue siéndolo ahora en
ciertos aspectos, un alumno que se quedó en
Este esquema se rige por una
lógica del borramiento, pues el mejor docente es aquel que puede borrarse a sí
mismo en la transmisión de un conocimiento externo. Incluso el mejor alumno es
aquel que también se borra a sí mismo, posibilitando un saber que se configura
como un círculo que retorna sobre sí. Se trata de la auto-enciclopedia del
saber que puede prescindir de las distintas mediaciones para rencontrarse
consigo misma. El docente sólo debe permanecer el tiempo que posibilita su
propio borramiento, así está siempre en retirada, hasta que el alumno puede
reproducir el círculo del conocimiento por sí mismo (Derrida habla de una
cadaverización del docente). Aún más, el docente es un alumno que se quedó en
la universidad para ayudar a otros estudiantes con pericia en la repetición ya
alcanzada”.

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